sábado, 9 de septiembre de 2017

ALGO SOBRE BOGART



Hoy, en Desde Stromboli, la realidad y la ficción se mezclan en un relato corto que narra algunos retazos de la vida de Humphrey Bogart. Difícil es discernir ambos conceptos en una vida como la de este icono cinematográfico. Sin embargo, el cine nos ha puesto muchas veces en esta disyuntiva: ¿Realidad o ficción?. Hoy es Bogart, el que , con mirada escéptica, nos propone el juego de separar ambos conceptos. Dos conceptos que tienen mucho que ver con la vida, que a veces parece una ficción, y con el cine, que a veces parece la realidad misma.






Bogart no era un hombre duro. Bajo su cara, de aspecto pétreo y rotundos ademanes, se escondía un tipo honesto. Un hombre forjado en los avatares de una vida que le había llevado a refugiarse en el oficio de actor.
Salió de aquella casa, donde se había celebrado una fiesta, a  la cual, había sido invitado y a la que acudió de mala gana. Su figura rígida se iba perdiendo por aquellas calles inmensas, mientras comenzaba a caer una tibia llovizna que refrescaba su rostro, y que poco a poco, le iba empapando calándole hasta los huesos. Bogart, seguía caminando bajo la lluvia en aquella noche donde la luna, se escondía bajo el tintineo del agua, que cada vez  se hacía más intenso. Un gato callejero saltaba y corría en busca de un refugio donde guarecerse, encontrándolo al fin, en el soportal de una mansión que perteneció en su día, a una vieja estrella del cine mudo. Humphrey Bogart aligeró el paso cuando ya se encontraba cerca de su apartamento, y al llegar, aunque el agua chorreaba por sus mejillas, atravesaba la gabardina y por ende, el traje de gala que llevaba para aquella dichosa fiesta, se sentó en el sofá y se reclinó un poco, antes de servirse un whisky. Hacía dos años que había protagonizado "Casablanca", al lado de Ingrid Bergman, y era el amo del mundo, o al menos, eso decía la prensa especializada. Su rotundo éxito en aquella mágica película de Michael Curtiz, infundió en Bogart el ánimo y el deseo suficientes como para interesarse por un próximo proyecto cinematográfico. Se trataba de "Tener y no tener", una película que iba a ser dirigida por un maestro: Howard Hawks, alguien en quien Bogart podía depositar su confianza.
Ingrid Bergman era una actriz de gran talento, al que sumaba además, clase y elegancia, dando la réplica perfecta al actor en aquella película, que parecía haber sido hecha por y para románticos incurables, para amantes eternos o para soñadores del amor. Durante el rodaje del film, Bogart se entregó por completo al oficio para el que había nacido, y realizó una interpretación brillante, a tono con la de su compañera. Ahora, sentado en el sofá, y entre trago y trago, recordaba algunos momentos vividos durante aquel rodaje al lado de la Bergman, y no pudo por menos que sonreir, porque sabía que había hecho un buen trabajo, y porque se dio cuenta de la capacidad que tenía para beber, ya que en menos de medio minuto aquel vaso de whisky había desaparecido al amparo de la sed que da el hastío de una fiesta y los gratos recuerdos de un rodaje, que se perdían en una nebulosa forjada por el sueño y el alcohol.







Por fin conoció a Betty en 1944, durante el rodaje de "Tener y no tener", otra película emblemática en la Historia del Cine en general y en la del cine negro en particular. La muchacha tenía diecinueve años y hasta ahora, había sido una excelente modelo, prometiendo en su recién estrenada etapa de actriz, fascinación y empaque. Howard Hawks la contrató para esta película a través de su mujer, que la miró y admiró en una portada de la revista "Harper´s Bazaar". La película sería, pues, el lanzamiento de Lauren Bacall como actriz de cine y el inicio de una historia de amor de ésta con Bogart, que duró 12 años, hasta la muerte del actor.
Aquella mañana, Bogart, con los síntomas de haber recorrido la noche anterior todas las cantinas de Nueva York, acertó a divisar a una joven, estilizada y altiva, que se movía de un lado para otro con la elegancia y la agilidad de una gacela, y que intercambiaba opiniones de forma apasionada con Howard Hawks, el director. Su vista cansada distorsionaba a veces aquella silueta, que parecía perfecta, y tuvo que acercarse para cerciorarse de que en efecto, lo era. En ese momento, Hawks, los presentó, y Bogart pudo por fin mirarse en aquellos ojos y perderse para siempre en la belleza de sus acantilados.
Mientras tanto, entre toma y toma, la realidad de la vida aparecía ante sí mismo en toda su crudeza, y Mayo Methot, estaba ahí, como casi cada día, para recordarle lo que es un matrimonio que hacía aguas casi desde el principio, y de que el infierno, tenía por fuerza  que ser algo mejor. Miró a su mujer de arriba a abajo y sólo sintió ganas de que se produjera un milagro y desapareciera. Aquella voz, que un día le atrajo, hoy se tornaba tan hiriente como los cristales del vaso que hacía tan solo unos momentos, había lanzado contra la pared.
Pero prefería sumergirse de nuevo en aquel rodaje, donde intuía que una convulsión iba a suceder, que todo iba a cambiar, y que aquella joven modelo y ahora actriz, iba a tener mucho que ver en estas mutaciones que se iban a producir en su vida.
Mientras tanto, Betty, pese a su juventud, demostraba poder y autoridad frente a la cámara, y la seducía una y otra vez con aquella mirada, con la que iluminaba cada retazo de celuloide filmado.
Aquella tarde, Bogart se acercó al camerino de su compañera de reparto, con la ansiedad de un adolescente que va a visitar a su incipiente novia. Sólo sabía una cosa: que el momento había llegado, y eso lo presentía en lo más profundo de su ser. Ella, seductora y divertida, se retocaba sentada frente al espejo cuando él entró. Tras un par de bromas, Bogart, fue directo al grano y sin pensarlo dos veces, se inclinó sobre la joven, sujetó su barbilla, y la besó. Después sacó de su chaqueta una pequeña caja de cerillas y le pidió cortésmente que le apuntara su teléfono. Se casaron un año después, tras divorciarse Bogart de su mujer, cerrando de este modo una puerta y abriendo otra al mismo tiempo. Dos puertas que iban a parar a sitios tan dispares como el averno y el mismísimo cielo.







Bogart, con aspecto cansado, pero a la vez muy excitado ante las perspectivas profesionales que se le volvían a abrir, comenzó con cierta desgana a leer el guión que su compañero de juergas y de fatigas etílicas le había enviado por correo certificado. Este, no era otro que John Huston, uno de los mejores directores de cine americanos, y el escenario de la película propuesta era la selva centroafricana. "Quiere el Monstruo que vayamos a rodar una película a la selva, con una temperatura de más de cuarenta grados y rodeados de mosquitos. Naturalmente, aceptaré." Así le comunicó Bogart a Bacall su decisión de realizar la película y así se inició el preámbulo del rodaje de una película que iba a suponer un sinfín de calamidades para todo el equipo, pero que viendo el resultado final, mereció la pena. La protagonista de la película era Katharine Hepburn, una actriz de carácter y de impresionante talento, que no dudó en embarcarse junto a estos dos borrachines en tan tremenda aventura.
Bajo aquella horrible mosquitera, Kate Hepburn, estudiaba la escena siguiente, y aunque enferma, tocada por la disentería, su profesionalidad y disciplina no le permitían dejar de prepararse, y eso que a su alrededor solo había un enorme caos protagonizado por Huston y Bogart empeñados en sacar el máximo provecho a aquella situación, donde los mosquitos, gordos como hipopótamos y con la ferocidad de un tigre, revoloteaban alrededor de aquellos pobres seres humanos que conformaban el equipo de rodaje, en busca de un pedazo de carne con el que encontrar consuelo a su voracidad. Pero entre los planes de  John Huston, además de beber como una esponja con Bogart, estaba el cazar un elefante. Cazador empedernido, era su máxima ambición, y como tal, aprovechaba las distintas enfermedades que sufría el equipo para realizar su sueño.
La visita de Betty, impuso cierta cordura a la situación en que Bogart se veía sometido, entre las calamidades impuestas por el medio natural y las que protagonizaban Huston y él, que inasequibles al desaliento, continuaban anestesiándose con todo el whisky que eran capaces de beber. Sin embargo, y como no hay mal que por bien no venga, todo el mundo enfermó menos ellos, que jamás probaron el agua. Pero Betty también se puso enferma, y no pudo seguir controlando aquella situación. Ni su complicidad con Katharine Hepburn logró rescatar del caos a su marido, que, aliado natural de Huston, se sumergía en toda una serie de aventuras aliñadas con un whisky de cada vez peor calidad, y que hacían del rodaje de la película, un canto a la anarquía. Pese a todo, "La reina de Africa" desprende talento y maestría por parte de un equipo superviviente a todas las contrariedades inimaginables. Corría el año 1951, y Bogart realizó una de sus interpretaciones más completas.
Cuando recibió la noticia de su nominación al Oscar, curiosamente, Bogart no lo celebró bebiendo. Se fue con su mujer a un cine de los muchos que había en la ciudad de Nueva York, e intentando pasar desapercibidos, volvieron a ver la película. Era estupenda. Pese a todos los incidentes del rodaje, Huston había convertido el film en una obra maestra, y los personajes de Rosie Sayer, la rígida solterona interpretada magistralmente por Katharine Hepburn, y Charlie Alnutt, el marinero canadiense y borrachín, que se dedica a transportar mercancías a través del río Ulanga con su vieja y destartalada embarcación, quedarán para siempre en la memoria de
todos. Humphrey Bogart, en una interpretación prodigiosa, conseguiría el único Oscar de su carrera, mientras que la Hepburn, obtuvo una nominación. Huston al igual que Katharine Hepburn, también fue nominado.
Bogart, sabía que su enfermedad le llevaría al final, así que, se dedicó a aprovechar el tiempo que le quedaba junto a su mujer y sus hijos. Y Lauren Bacall quedó viuda convencida de que nunca encontraría un hombre como él. Fueron una pareja mítica, que formarán parte de la Historia Universal del Cine y que nos dieron conjuntamente tres películas magistrales: "Tener y no tener" (1944), de Howard Hawks, "La senda tenebrosa" (1947), de Delmer Daves, y "Cayo Largo" (1948), de John Huston. Pero además, por separado, Bogart fue protagonista de clásicos excepcionales como "El halcón maltés" (1941), de Huston, "La condesa descalza" (1953) con Ava Gardner y de Joseph L. Manckiewiz, "Sabrina" (1954), de Billy Wilder, o "El motín del Caine" (1954) de Edward Dymitrick. Genio y figura, Humphrey Bogart es un icono del cine, pero sobre todo un gran actor, cuyo legado es admirable y apasionante.