"Cuando ya no quede ni una sola hoja que vista los árboles, iré a tu casa. Te llevaré los vestigios de tu amor, y mi corazón, sumiso al tuyo, lo enterraré bajo la hojarasca. Estoy perdido sin el camino cubierto de barro que me enseña tus huellas, y sin la luz otoñal que se filtra entre los densos ramajes de las encinas y de los chopos. Por el sur andaré sin apenas equipaje, en un viaje sembrado de atardeceres frescos y de noches luminosas, y la música hostil de tu ausencia pondrá a la escena una banda sonora de desesperada ansiedad. Ya falta poco, te presiento y mi corazón late acelerado arropado por las hojas, mientras mis ojos al amanecer parecen ver tu figura recortada entre las nubes, etérea, sutil y transparente."
No debemos caer en la melancolía
del color de un otoño desalmado,
pues eso es lo que busca, sin embargo,
esta estación de belleza y de poesía.
Cuando las hojas hieren el asfalto,
se funden con el alma de la tierra,
y nos traen primero paz, después la guerra
de los recuerdos, que acuden al asalto.
No seremos más que marionetas
en manos de quien prende la hermosura
como una flor afilada y oscura,
para cubrirnos con sus hojas de tristezas.
Y por eso hoy os hago esta advertencia,
hoy que busco un descanso en mi camino,
envuelto en este otoño clandestino,
al que me añado con sumisa complacencia.
Porque yo ya no sé darme a la fuga,
escapar del encanto de sus horas,
del dulzor de su nostalgia abrumadora
y de su manto de color que me subyuga.
Porque así me siento preso de sus días
y mi memoria vive soñadora,
mientras el tiempo, que todo lo devora,
seguirá con su eterna letanía.