lunes, 19 de marzo de 2018

CARY GRANT: EL ESTILO DE UN ACTOR.




Cary Grant es uno de esos actores que han estado presentes siempre a lo largo de toda mi vida, ya que, desde muy pequeño conocí sus películas, y a través de ellas, su gran personalidad. Fue un actor sofisticado y a la vez cercano, admirado por hombres y mujeres, tanto por el atractivo de su físico como por su gran talento. En aquellas tardes de primeras sesiones, el rostro de Cary Grant se asomaba de vez en cuando a la pequeña pantalla para enseñarnos su simpatía y carisma. Películas como "La fiera de mi niña", "Historias de Filadelfia", por no hablar de "Arsénico por compasión", nos hacían reír de un modo inteligente y elegante. Por las noches, algún ciclo dedicado a Alfred Hitchcock nos mostraba el lado más inquietante y misterioso de Cary: "Sospecha", "Encadenados" o "Con la muerte en los talones", daban la medida de los variados registros de un actor curtido en mil batallas: desde las primeras compañías de cómicos donde trabajaba siendo apenas un niño en Bristol (Inglaterra), su lugar de nacimiento, hasta sus primeros pasos en el teatro, y por fin, en el cine, donde se convirtió en la gran estrella que fue, dejándonos un legado de películas indispensables para entender la historia del Séptimo Arte. Comedia, drama y suspense, componen los géneros de una filmografía admirable, donde Cary Grant demostró siempre su talento y categoría como actor, dejando un sello tan personal, que generaciones posteriores de actores como Tony Curtis o, más recientemente, Hugh Grant, por ejemplo, echaron mano de Cary para componer algunos de sus personajes más exitosos. Y es que el estilo de Cary Grant es atemporal, y su carisma imperecedero. Demos una vuelta por algunos episodios de su vida y obra, tan sorprendente la una como la otra, y dejémonos seducir por el encanto de un actor inglés que cumplió su sueño americano: Cary Grant.







Tenía treinta años cuando Archibald Alexander Leach, descubrió que su madre estaba viva. Ya era Cary Grant, el famoso actor, cuando en el reencuentro que tuvo con su padre en una cafetería, este le confesó que su madre no había muerto, sino que había sido internada en una clínica psiquiátrica, donde permanecía desde hacía más de veinte años. Miró a su padre con la misma incredulidad con la que miró a aquellos parientes, que un día, al regresar de la escuela y no encontrar a su madre en casa, le dijeron que no estaba allí, que desgraciadamente, había fallecido. Y en unos momentos la incredulidad de aquella mirada dio paso al dolor y al rencor hacia aquel hombre, cuyo matrimonio con Elsie, su madre, había sido un fracaso casi desde el principio, y que era el causante de tantas desafecciones. Aquello no podía ser verdad, le parecía un disparate. Tenía diez años cuando le hicieron creer que había perdido a su progenitora y ahora, de repente, surgía de nuevo en su vida como un fantasma que venía a revivir todos aquellos recuerdos que se quedaron anclados en su infancia, y que despertaban en él emociones encontradas. Pero la rabia, la sorpresa y el dolor, no podían soslayar un hecho: su madre vivía, y Archibald estaba dispuesto a recuperar el tiempo perdido y a volver a refugiarse en aquellos brazos, ausentes durante la mayor parte de su vida.
Se levantó de la mesa de aquella cafetería devastado, y apenas se enteró de que se había despedido de su padre cuando salió con lágrimas en los ojos a la calle, donde le esperaba la que iba a ser su  esposa, Virginia. La mujer, sorprendida al ver el estado de shock en que se encontraba el joven, se aferró a su brazo con fuerza y, sin preguntar nada, caminó a su lado durante largo rato, mirando en silencio con sus grandes ojos el rostro descompuesto de Archibald, que reflejaba en la perfección de sus líneas, perplejidad y dolor. Por fin, pararon en medio de aquella avenida, transitada de gente, y él, mirando a la muchacha, le contó lo que había ocurrido. Entonces, Virginia, con los ojos humedecidos, lo abrazó y lo besó de la misma manera que una madre haría con su hijo, otorgándole todo el consuelo y el amor que era capaz de dar su corazón.
Los motivos que confinaron a Elsie en Fishponds, una institución para enfermos mentales  que había en un condado a las afueras de Bristol, no eran otros que los mezquinos intereses de su marido, Elías, el cual, hombre mujeriego y bebedor empedernido, aprovechó la depresión por la que pasaba Elsie tras la muerte de su primer hijo para internarla. De este modo, se encontró sin ataduras para vivir con la nueva mujer que había aparecido en su vida. Así, Elías Leach, a ratos amable y cariñoso con Archibald, y a ratos, intratable, marcó la época más cruel de la vida de Cary Grant.
El lugar, impersonal e inhóspito, estaba situado a las afueras de Bristol. Cuando llegó, llamó al timbre y tuvo que atravesar un jardín de aspecto algo descuidado hasta llegar a las puertas del asilo. Una enfermera que pululaba por allí le hizo pasar y le trasladó a una pequeña y fría sala donde, sentado en un sofá y carcomido por los nervios y por la ansiedad, Cary Grant esperó unos minutos antes de que apareciera su progenitora. Cuando llegó Elsie, los ojos de Cary Grant dejaron entrever aquel niño que un día al volver de la escuela perdió a su madre, solo que la angustia y el temor que aquel día expresaban se convirtieron en un sentimiento de paz y de serena ternura. Se levantó, y se dirigió a su madre diciéndole "hola mamá ¿ cómo estás ?" y Elsie, sin contestar, pero con lágrimas en los ojos, lo abrazó. Desde este día, Archibald no dejó nunca de cuidar de su madre, rescatando al niño que fue, si es que alguna vez se había ido, mientras Cary Grant empezaba a configurarse como una de las más grandes estrellas del panorama cinematográfico de la época. Se cerraba la etapa más dolorosa de la vida de Archibald y se abría la más feliz para el apuesto Cary Grant, que desde entonces no dejó de trabajar, y muy bien, en algo que le apasionaba, la interpretación.
La relación  profesional de Cary Grant con Katharine Hepburn comenzó en el año 1935, cuando George Cukor los reunió certeramente para rodar "La gran aventura de Silvia". Aunque ya se conocían a través de Howard Hughes, el excéntrico millonario, dueño de la productora cinematográfica RKO, no sería hasta este año cuando los dos actores pudieron comprobar que entre ambos, cinematográficamente hablando, había una química excepcional, y lo demostraron a lo largo de cuatro películas maravillosas: la anteriormente citada "La gran aventura de Silvia" (1935), "Vivir para gozar" (1938), "La fiera de mi niña" (1938) y por último, "Historias de Filadelfia" (1940). Todas, excepto la tercera, que estuvo dirigida por Howard Hawks, son de George Cukor, el cual estaba encantado con la pareja que, bajo su batuta, alcanzaron grandes cotas interpretativas, dotando a la comedia de agudeza y brío, comicidad y talento.
Aquel primer día cuando llegó al escenario del rodaje, Katharine Hepburn ya llevaba más de una hora ensayando el diálogo de la secuencia que iban a rodar. Cary Grant, atravesó el plató y saludó al director, Howard Hawks, el cual, cigarrillo en mano, daba las primeras instrucciones a un equipo que habría de realizar una de las mejores comedias de todos los tiempos: "La fiera de mi niña".
Kate Hepburn era una mujer de fuerte carácter y muy exigente consigo misma y con los demás, sin embargo, había rodado muy pocas comedias, y ello le hacía sentirse algo insegura ante "La fiera de mi niña", en la que el humor disparatado campa a sus anchas. Cary Grant, por el contrario, estaba habituado a la comedia desde que comenzara en aquellas compañías ambulantes en las que trabajó en su Inglaterra natal. Sin embargo, confiaba en esta película para confirmar el éxito alcanzado con "La pícara puritana" (1937), al lado de Irene Dunne, otra comedia de enredo que lo situó en lo más alto del star-system hollywoodiense. Por otra parte, Howard Hawks, estaba en un momento de parón, tras la suspensión del rodaje de "Gunga Din", debido a no poder conseguir a Clark Gable como uno de los protagonistas de la misma.
Kate, por otra parte, pidió consejo a Howard Hawks sobre cómo afrontar el personaje de Susan Vance, la millonaria y caprichosa joven que se enamorará del tímido y apocado paleontólogo David Huxley, encarnado por Cary Grant. El director, que no conocía secretos en su profesión, los llamó y les dijo que hablaran deprisa, que partieran de esta premisa para conseguir dar el ritmo endemoniado que requería la película. Empezó el rodaje y así lo hicieron. No obstante, Katharine Hepburn, no estaba contenta con su actuación. Quería darle la máxima veracidad a su personaje e imprimir en él una comicidad auténtica. No tardó mucho en conseguirlo. Cary Grant, por su parte, no sólo cogió el ritmo de la comedia desde el primer momento, sino que aportó algunas ideas que sorprendieron a todos, y que tanto Kate como el director, aceptaron de buen grado desde el principio. Una de ellas fue la cómica secuencia del vestido roto, en la que Cary Grant cubre el trasero de Hepburn con un sombrero de copa, y ambos caminan pegados hasta salir del salón de baile. Aún temiendo tener que enfrentarse a la censura del código Hays, la secuencia se filmó entre las carcajadas del director y del equipo técnico y quedó como una de las más hilarantes de la película.







Aquella radiante mañana, los actores habían quedado con el director en una cafetería que había al lado de los estudios RKO. El local, sin ser demasiado lujoso, tenía un encanto de cine: la barra se encontraba situada a mano izquierda y el salón tenía una forma anárquica a todas luces, con mesas que se distribuían de igual manera. Los manteles, de un blanco resplandeciente, se adornaban únicamente con unas gardenias de color azul que aparecían engarzadas en los laterales, las cuales parecían observar a los famosos clientes que se comunicaban entre la espesa niebla que a veces, desprendía el humo de los cigarrillos. Una hilera de taburetes de barnizado oscuro y brillante recorrían la barra, iluminada de noche con una sutil y refinada luz que, haciendo juego con las sencillas lámparas que surgían de las paredes, dotaba al ambiente de gran intimidad.
Cuando llegó Howard Hawks a la cafetería, Cary Grant y Katharine Hepburn llevaban ya un rato hablando y preparando una de las secuencias más famosas de la película, durante la cual, el personaje de Hepburn, Susan, persigue a David, objeto de su amor, hasta lo más alto del andamio al que se sujeta el brontosaurio que está reconstruyendo el paleontólogo. Howark Hawks tenía claro que la secuencia se rodaría con una especialista en el caso de Kate, ya que entrañaba cierto peligro, pero Cary Grant logró convencer a la audaz actriz de que fuera ella misma la que rodara la escena. Hawks se negaba en rotundo, pero nada pudo hacer ante la insistencia y la vehemencia de Kate, que confiaba plenamente en las capacidades físicas de su enérgico y vital compañero.
La secuencia comenzaba a rodarse a primera hora de la tarde, y Katharine Hepburn se pasó la mañana ensayando con Cary, la forma en que él debía agarrarla cuando se derrumbase el gran esqueleto del brontosaurio sobre el que ella, desde una larga escalera, debía saltar provocando el desplome del mismo. Cary Grant, en excelente forma física, había trabajado como saltimbanqui en su primera época de cómico en Bristol: caminaba sobre altísimos zancos y realizaba todo tipo de acrobacias para deleite del público, que se entusiasmaba contemplándolo. Nada podía salir mal. Sin embargo, la secuencia requería concentración, habilidad y gran destreza. La forma en que Cary sostendría a Hepburn sería a modo de como lo hacen los trapecistas, sujetándola por el antebrazo a la misma vez que ella, se sujetaría con fuerza al del actor, todo ello en pocos segundos, quedando colgada del vacío desde el andamio a una altura de cuatro o cinco metros.
Ya encaramada en la escalera, y desbordada por la adrenalina, la actriz, recitaba su texto de manera profesional e implacable. Y aunque a veces temblaba como una hoja, se sentía segura cuando miraba a su compañero, cuyos ojos oscuros le daban tranquilidad.
Había llegado el momento, y entre el silencio de todos, la actriz saltó de la escalera sobre aquel edificio de huesos, a la vez que irremisiblemente, este se hundía. La mano de Cary Grant se convertía en un férreo grillete que atenazaba el antebrazo de su compañera, la cual, se balanceaba sujetándose con fuerza al del actor. Hawks gritó "¡corten!". La secuencia había finalizado y todo había salido a pedir de boca. Era tal la alegría que las efusiones y los abrazos de esa pareja de artistas provocaban el balanceo de la estructura sobre la cual, todavía se encontraban, temiéndose que en algún momento fueran a reunirse con los desperdigados huesos del brontosaurio que cubrían el suelo. No fue así, y tanto Cary Grant como Katharine Hepburn demostraron que el cine es un engranaje de espectáculo, magia y talento, y que estas tres cosas confluían en ellos de manera extraordinariamente natural.
Corrían los años cincuenta, cuando Cary Grant, tras el escaso éxito comercial de sus últimas tres películas, decidió retirarse con la que entonces era su tercera esposa, la actriz Betsy Drake, veinte años más joven que él. Sin embargo, para Cary, esta decisión no era totalmente inamovible. Se dedicaron a viajar, a conocer lejanos países y a disfrutar de un matrimonio que parecía funcionar perfectamente. A Betsy le encantaba esa vida, que le permitía tener a su marido para ella sola, lejos de Hollywood y de las películas, convirtiéndose en un fuerte retén para el actor, que llegó a rechazar importantes papeles en películas tan relevantes como "Vacaciones en Roma" o "El puente sobre el río Kwai". El matrimonio vivía un momento idílico, pero Cary no quería despedirse definitivamente del cine sin realizar una buena película que volviera a situarlo en lo más alto del pódium de las estrellas. Al poco tiempo, y estando en su residencia de Palm Springs, Cary Grant recibió un telegrama que, como por arte de magia, iba a cambiar aquella situación de placidez y quizá también de cierta rutina en la que se encontraba sumergido desde que no rodaba. Era de Alfred Hitchcock y le informaba de que en un par de días, le haría una visita acompañado de un guión que estaba preparando para una película. Cuando lo supo Betsy, comenzó a sospechar que el retiro dorado de su esposo estaba a punto de terminar, y que los barrotes impuestos por sus brazos iban a saltar por los aires en poco tiempo.
Efectivamente, a  los dos días, la figura oronda y reprimida del mago del suspense hizo su aparición en aquella mansión, que rodeada de una verja tan elegante como fornida, resguardaba la vida matrimonial de aquella pareja, y que hasta ahora, había evitado cualquier injerencia en la tranquilidad ( y cierto aburrimiento para el actor) que embargaba el interior del recinto.
Con paso pesado, pero firme, Hitchcock bordeaba la piscina portando bajo el brazo el libreto que habría de sacar a Cary Grant del ostracismo, un poco impuesto y por otra parte, un poco deseado en el que se hallaba. En la puerta, el matrimonio Grant le estaba esperando con la mejor de sus sonrisas. Hacía un día azulado, primaveral, y tras los pertinentes saludos, se sentaron en el porche, donde Betsy había preparado una mesa con toda clase de aperitivos del agrado del maestro, el cual se dirigía animoso hacia Cary Grant que, receptivo, escuchaba con interés la propuesta del director.








Alfred Hitchcock siempre había deseado conocer a Cary Grant, y cuando desembarcó en Hollywood, allá por el año 1938, lo primero que hizo fue convencer a Selznick, el famoso productor para que se lo presentara, pues estimaba que el actor era mucho más de lo que representaba en sus películas, además intuía que había una vertiente en él que el cine no había mostrado todavía y que, el quería sacar a la luz. Se conocieron en el club 21, y cuando Hitchcock miró  los ojos de Cary Grant , supo que no se había equivocado. Cuando acabaron aquella conversación, que duró más de dos horas, concluyó que Cary Grant era él, solo que con el aspecto físico que al maestro del suspense le hubiera gustado tener. Así, Hitchcock conocía a finales de los años treinta del siglo XX a su "alter ego", e iniciaría con él una relación intermitente de películas (todas obras maestras), que comenzaría con "Sospecha" (1938) y finalizaría con "Con la muerte en los talones" (1959). Entremedias, dos películas imprescindibles: "Encadenados" (1946) y "Atrapa un ladrón" (1954), cuyo guión era el que portaba aquella mañana teñida de azul añil, cuando fue recibido en Palm Springs por Cary Grant y su tercera esposa, Betsy, la cual, iba observando como los ojos de Cary brillaban como hacía mucho tiempo que no lo habían hecho, cuando Hitchcock le hablaba entusiasmado de aquel guión. Comprendiendo que sería inútil oponerse esta vez a que su marido volviese a rodar, se levantó de la silla donde estaba sentada y lánguidamente, sintiéndose ignorada ante la ciclónica y entusiasta conversación entre director y actor, se dirigió al interior de la casa, que para disgusto de ella, empezaba a abrir sus ventanas y sus puertas, poniendo en libertad de nuevo el encarcelado talento de su marido.
Grace Kelly no era una princesa, ni falta que le hacía. Era una mujer rutilante y segura de sí misma, refinada y volcánica, con una clase que para sí la quisiera la más empingorotada de las princesas. Era una hermosa esfinge viviente, dotada de una soberana belleza que hacía enloquecer a cuantos la conocían. También era una obsesión para el director, Alfred Hitchcock, con el que ya había trabajado para aquella obra maestra titulada "La ventana indiscreta" (1954), al lado de James Stewart. Grace Kelly era también la protagonista de la nueva película del director británico e iba a trabajar por primera y única vez con Cary Grant, el sofisticado y elegante actor, "alter ego" de Hitchcock.
Bajó la ventanilla del coche, parado junto a una de las tiendas más caras de la ciudad. Mónaco era un pequeño paraíso en la tierra y sus magníficas vistas serían parte del escenario de "Atrapa a un ladrón". Cary Grant quería tener un detalle con su compañera, y entró en aquella tienda donde todo lo que había era tan caro como hermosa era la mujer que lo iba a recibir. Pese a su fama de tacaño, Cary Grant en realidad, lo único que hacía era dar el valor justo al dinero, no olvidándose nunca de las penalidades  pasadas durante su niñez y juventud.  En la boutique, fue recibido con alharacas por una vendedora experta y feroz, entrenada en las arduas lides de vender a una clientela de alto nivel económico lo más caro que hubiera en la tienda, sin atender en muchos casos, las leyes del buen gusto. Acostumbrada a recibir a celebridades, no le cogió por sorpresa ver aparecer a Cary Grant por allí , y tras un saludo tan protocolario como estudiado, dio comienzo el acoso. Cary Grant miraba de un lado a otro de aquella tienda sin hallar el objeto o la prenda que podría gustar a aquella "chica bien" de Filadelfia. Sin pensárselo dos veces, la vendedora comenzó a mostrar toda la artillería que era capaz de ofrecer: joyas carísimas que rozaban la vulgaridad, agobiantes abrigos de pieles en cuyas etiquetas se descolgaban los ceros de manera inquietante y sombreros imposibles, ante la mirada incrédula de Cary, el cual, sin hacer mucho caso a aquella oleada de lujo y, a veces, de mal gusto, seguía escrutando cada rincón de la boutique sin encontrar lo que buscaba. La vendedora, inasequible al desaliento, continuaba con su asedio, y sacó el mayor tesoro que albergaban las paredes de aquella tienda: un collar de brillantes, cuyos pedruscos pesaban tanto, que hizo dudar al actor que hubiera mujer alguna con el cuello lo suficientemente musculado para portarlo. Su precio, por descontado, era tan desorbitado como espeso era el maquillaje que trataba de disimular la madurez de aquella mujer, que ya daba por perdido al distinguido y famoso cliente. Cary Grant, totalmente desanimado, se despidió de aquella vendedora decidido a marcharse, cuando antes de cruzar el umbral de la puerta, acertó a ver en un rincón de uno de aquellos suntuosos escaparates, unos guantes de verano, realizados en cuero blanco, calados y de gran elegancia, y a su lado, unos pendientes de perlas de las que se desprendían pequeños brillantes en forma de hoja, creando una composición de exquisita belleza. Tras quedarse con ambos complementos, se marchó con la satisfacción de haber comprado aquello que quería, mientras que la vendedora se quedó con la satisfacción de haber vendido algo que, por modesto, nadie quería.
Mónaco resplandecía con la inestimable ayuda que le prestaba Grace Kelly, cuando aquella mañana soleada apareció impecablemente vestida para comenzar a rodar a las órdenes del mago del misterio. Erguida, altiva y elegante, dio los buenos días a un equipo que, embobado, la admiraba. Los ojillos del director, adquirieron un brillo sobrenatural cuando se acercó a saludarle, y Cary Grant, no pudo por menos que enamorarse de una forma tan apasionada como platónica de la futura princesa.
Diseñado por Edith Head, Grace llevaba un conjunto de dos piezas en color rosa coral con falda plisada, propia de los años cuarenta, época en la que se desarrolla la película, y como complemento, los guantes de piel blancos y calados que Cary Grant le había regalado días antes. Por su parte, el actor iba elegantemente vestido con una chaqueta con botonadura dorada, camisa blanca y pañuelo al cuello.
Comienza el rodaje. Cary Grant es John Robie, en otro tiempo un famoso ladrón de guante blanco, hoy redimido, pero que vuelve a ser investigado tras una serie de robos que se han producido en los hoteles más lujosos de la Costa Azul. Grace Kelly es Frances, una rica heredera hospedada con su madre en uno de esos hoteles, a la que conoce John Robie, y con la que pretende demostrar su inocencia. Para ello, utilizará como cebo las valiosas joyas de la madre de Frances. Así, ya transformados en John Robie y en Frances, Cary Grant y Grace Kelly, subieron al coche descapotable con el que iban a rodar una de las famosas escenas de la película, en la que ambos se ven perseguidos por la policía.
Las serpenteantes curvas que rodeaban aquel pedazo de la Riviera Francesa, y la velocidad con la que Grace conducía el coche, levantaban los pies del asiento a Cary Grant, el cual empezó a pensar que la actriz se estaba tomando demasiado en serio las indicaciones de Hitchcock, que , apostado en alguna de aquellas montañas, tomaba planos largos de la cinematográfica carrera automovilística. Cary Grant, observaba fascinado a la actriz, que sonreía segura de que había conseguido dotar a la secuencia de la emoción que requería, aún a costa de conseguir asustar de verdad a su compañero. Por fin, pararon en lo alto de una colina desde donde se divisaban unas hermosas vistas del principado, y donde dispusieron de unos minutos antes de que llegara el director y el equipo para continuar con el rodaje. Se miraron unos minutos en silencio y el actor creyó ver algún atisbo de atracción hacia él en los ojos de Grace. Posiblemente así fuera, pero aquellos ojos claros, ya pertenecían a otro hombre. Él, por su parte, se sentía atrapado por los muchos encantos de la rubia y elegante actriz, pero no dijo nada, porque también intuyó que con ella, no lograría otra cosa que no fuera más que una buena amistad. Todo quedó en unas miradas que entremezclaban la duda y la pasión, y en un beso en la mejilla cuando Grace le confesó que, hacía unas semanas, durante el festival de Cannes al que había sido invitada, había conocido a quien habría de convertirse en su marido: el príncipe Rainiero de Mónaco. Por él, Grace Kelly abandonó el cine y construyó una vida totalmente distinta, alejada de los focos y de la interpretación. Con ello, Mónaco ganaba una disciplinada y elegante princesa, y el Séptimo Arte perdería a una gran actriz. Cuando Alfred Hitchcock quiso contar con ella siendo ya princesa de Mónaco para protagonizar "Marnie, la ladrona"(1964), recibió la respuesta negativa de la actriz, pero eso sí, con todo el dolor de su corazón, ya que Grace añoraba el cine, donde había intervenido en algunas de las películas más importantes de la década de los cincuenta: "Sólo ante el peligro" ((1952), "Crimen perfecto" (1954), o la que fue su última aventura cinematográfica "Alta sociedad" (1956). Hitchcock y los amantes del buen cine la echarían de menos.
Los demonios de Archibald regresaron en la primavera de 1959, durante el rodaje de "Con la muerte en los talones", a las órdenes nuevamente de Alfred Hitchcock. Incubados durante su infancia, subyacían en las profundidades de su alma, y de cuando en cuando, volvían a aparecer.
Tumbado en la tarima de aquel psiquiatra, Cary Grant, con aspecto taciturno, esperaba con impaciencia la fórmula que iba a poner en orden su desbaratado espíritu. Miró el reloj, que apuntalaba la hora de la llegada del doctor Mortimer, e intentó relajarse sin conseguirlo. Se levantó y recorrió aquella especie de despacho aséptico y frío, una estancia estudiada especialmente para que nada pudiera interrumpir los viajes que los pacientes proyectaban en su interior, cuando tomaban la receta de aquel médico, el cual, era un reputado especialista, miembro del Instituto de Psiquiatría de Beverly Hills. Ya había acudido a él en otras dos ocasiones, y los efectos que provocaban en su personalidad eran como un exorcismo, como algo liberador que le acercaba un poco más a sí mismo, al interior de Archibald, tan escasamente conocido por la gente, ni siquiera por sus esposas ni por sus amistades más íntimas.
Tras un apretón de manos, el doctor Mortimer preguntó al actor si estaba preparado. Cary Grant, se volvió a tumbar en la tarima y contestó: "Siempre lo estoy", y a continuación, el doctor colocó sobre un cartoncillo, aquello que provocaba en Archibald las pesadillas más atroces y los sueños más inimaginables, aquello que lo transportaba a un universo de nubes negras y de tormentas, de estrellas sin brillo y de planetas que se resquebrajaban por la mitad, pero que tenía el poder de hacer que se reencontrara nuevamente a sí mismo, tras un tiempo perdido en la nebulosa de ilusiones que suponía su trabajo. No lo dudó y tomó aquella receta dejando el cartoncillo vacío sobre la mesita. Mientras tanto, el doctor, se sentaba al fondo de la estancia en su sillón de piel, dejando la habitación en penumbra, y vigilando como un centinela los sueños de Archibald.
El sueño comenzó a los pocos minutos. Esta vez fue un viaje fantasmal y extraño, y tan psicodélico como los dos anteriores. En él, el actor se veía a lo lejos, en un enorme y oscuro valle, rodeado de árboles cuya savia se había parado desde hacía muchísimo tiempo y cuyas ramas secas, crujían al más mínimo empuje del viento. De pronto, todo se volvía aún más oscuro y solo atisbaba las siluetas de aquellos árboles malditos que lo rodeaban.
Comenzó a caminar en aquella avenida de oscuridades entre los graznidos de unas aves extrañas sin pico ni plumaje, que lo perseguían y que iban imprimiendo en su corazón terribles sensaciones. Se volvió, y lo único que vio fue un enorme y largo pasadizo, hecho de una especie de metal duro como el acero, en cuyo final le pareció ver la figura delgada y desmayada de su madre. Intentó dirigirse hacia ella y la llamó con fuerza,  pero sus pies no le respondían y su voz se apagó cuando por segunda vez intentó llamarla. Sólo podía caminar hacia el norte, entre las figuras de aquellos árboles del averno que le provocaban un frío de nieve en todo su cuerpo, y que a veces, calaba en las cerradas profundidades de su espíritu. De repente, notó que algo golpeaba su cabeza. Pensó que era una rama que se había desprendido, aunque no podía asegurarlo. Mientras tanto, el terror iba adueñándose de él, de modo que aceleró el paso y nuevamente volvió a notar un golpe, esta vez en la cara, solo que ahora no le pareció una rama, sino algo inerte y frío como el hielo y tan rígido como un muerto. Se volvió y gritó preso del terror, cuando comprobó que lo que había rozado su rostro no era otra cosa que los pies de un ahorcado. Todo empezó a dar vueltas y una potente luz amarilla invadió aquella oscuridad, poniendo ante sus ojos cientos de figuras desmadejadas, que colgadas, se balanceaban de forma tétrica, formando un ejército de cuerpos inertes, cuyos miembros, en proceso continuo de descomposición, comenzaban a caer anegando el camino de brazos, piernas y cabezas, que a su vez, rodaban por las insondables laderas que se habían abierto a los lados de aquella siniestra vereda. Gritó y gritó atravesando y apartando aquellos obstáculos de carne humana putrefacta, mientras la luz amarilla se intensificaba cada vez más, tanto que sus ojos, cegados por el dolor, parecían estallarle. Todo daba vueltas en su cabeza, el mundo giraba de forma frenética en torno a él y se sentía mareado y sin fuerzas. Pese a ello, comenzó a correr torpemente. El pánico le dotaba de unas fuerzas que ya no tenía y consiguió por fin salir de aquel sueño de enredadas pesadillas. Miró hacia atrás y vio el resplandor de la luz amarilla que se iba alejando, y frente a él, surgieron tres puertas cerradas suspendidas en el espacio, y una voz que le incitaba a abrir una de ellas. No lo dudó, y eligió la puerta de la izquierda, la cual, por sus formas le recordaba la que tantas veces abriera en la casa de sus padres en Bristol. Agarró el pomo y la abrió con firmeza, y enmudeció de alegría cuando pudo contemplar por primera vez en mucho tiempo el blanco destello de la luz de las estrellas.






El LSD, acrónimo de dietilamida de ácido lisérgico era una droga alucinógena que se comenzó a usar legalmente a finales de los años cincuenta en EEUU. Eran unos años en que la medicina se ayudaba de las drogas para tratar el alcoholismo, la esquizofrenia y otros trastornos. También se usó como parte de terapias experimentales. Cary Grant acudía una vez a la semana a la consulta del doctor Mortimer (curiosa coincidencia, que se llamase como su personaje en "Arsénico por compasión") Hartman a recibir este tratamiento, que lo sumía en los sueños más extraños y psicodélicos y que, según el actor, le producía un mayor conocimiento de sí mismo. Por otra parte, el actor dejó de asistir a esas terapias en cuanto el LSD fue declarado ilegal.
Tres años antes de morir, Cary Grant quiso regresar a Bristol, y sin dudarlo, planificó la que sería su última visita a la ciudad donde nació. En ella, volvió a pasear  por las calles que recorría durante su infancia, visitó el colegio donde acudía cada día desde su modesta casa, y se dejó arrastrar hasta el puerto, por el que tantas veces había deambulado. Tampoco dejó escapar la oportunidad de visitar el cine donde había visto a Greta Garbo por primera vez, y por último, realizó una visita ineludible al teatro Hippodrome, donde, cuando era todavía un niño consiguió su primer trabajo, consistente en llamar a los actores a escena.
Quiso estar solo en la visita a aquel viejo teatro donde había vivido algunos de los momentos más felices de su infancia. El teatro Hippodrome se mantenía en pie en aquella calle que tan bien conocían los zapatos de Archibald, y aunque lo había visitado varias veces a lo largo de su vida, sabía que esta vez, sería la última. En cuanto se adentró en el local, a Cary Grant lo invadió una alegre nostalgia. Parecía oír y ver el bullicio que se organizaba con cada estreno; palpaba los nervios que transmitían los  protagonistas de aquellas obras que tantas veces vio y de las que tanto aprendió. El olor inconfundible a madera y papel mezclado con pintura no había desaparecido con el paso del tiempo, y los camerinos, ahora vacíos, conservaban el espíritu bohemio de los actores. De repente, al pasar por el último de estos pequeños habitáculos, pareció ver a un niño de doce o trece años, que, con energía y entusiasmo gritaba: "Mrs. Halloway, ¡ a escena !". Sonrió y siguió adelante por aquel pasillo que llevaba al escenario, el lugar para el que, sin duda, había nacido, y entre las bambalinas miró al fondo y pudo ver como los sillones de los palcos y de las plateas se iban llenando de espectadores, que conversaban animadamente antes de que la función diera comienzo.
Después, Cary Grant pisó las tablas de aquel escenario, se situó en el centro mismo, y tras un breve silencio, le pareció escuchar de forma tan nítida como real, los aplausos del público, que entregado le aclamaba. No pudo evitar la emoción y dos lágrimas recorrieron sus mejillas antes de saludar, de dar las gracias, y de despedirse para siempre. Mientras tanto Archibald Alexander Leach, cerraba su ciclo vital con la emoción de haber regresado a su hogar, a aquella ciudad desde donde partió cuando era casi un niño, para intentar cumplir su sueño más codiciado: sentirse querido y admirado por millones de espectadores en todo el mundo. Ni que decir tiene que logró con creces su objetivo, eso sí, con la inestimable ayuda de Cary Grant, el gran actor que llevaba dentro.
La vida de Cary Grant fue apasionante en todos los sentidos, tanto como lo fue su carrera cinematográfica. En esta entrada he tratado de dar algunas pinceladas de ella, contando algunos pasajes de la misma, tal y como mi imaginación cree que sucedieron. Guapo, elegante y agudo, Cary Grant fue uno de los mayores actores que ha dado el cine, y su leyenda, a muchos años ya de su muerte, se mantiene plenamente vigente.




Esta entrada está dedicada a mi amiga Rosa, gran cinéfila, cuyo actor de cabecera es Cary Grant, notable escritora, pintora y entusiasta fotógrafa de lugares y paisajes perdidos, de los cuales disfrutamos todos en su excelente blog: "Entre bosques y piedras", y por encima de todo, un ser humano extraordinario.
 
 
 
 
 
 
 
 
 




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  1. El título que pones a esta magnífica y esperada entrada me da pie para decirte que ya has encontrado tu propio estilo. Siempre has sido una persona original, tu forma de escribir tenía que estar hecha a tu medida. El arte, cine y pintura, caminaban de la mano desde el principio. El hecho de seguirte ya no solo era por nuestra amistad, era porque me devolvías a aquel cine que tanto echo de menos, a las veladas con la familia, al cine de verano en mi pueblo. Mostrabas películas, directores, actores, de una forma distinta, con el cariño y la pasión que solo un cinéfilo sabe entregar a lo que tanto admira. Pero ha ido ocurriendo un cambio, interesante, original por encima de todo. Ya nos escribes desde fuera de la sala de butacas para mostrar lo que se cuece dentro, no, has conseguido introducirte en el cine, estás dentro de él, en la cabeza de cada actor, te mueves como él, entras en escena y el guión que te entrega el director lo improvisas magistralmente. Y lo más importante, y no sé cómo lo has conseguido, nos arrastras contigo. Recuerdo vagamente una película en la que los protagonistas se metían dentro de un cuadro. Es precisamente éso lo que obtienes con tu brillante entrada, dejar de lado las butacas y entrar en escena.
    Cary Grant siempre será mi actor favorito, por su amplitud de registros. En "Arsénico por compasión" nos destornillábamos de risa; en "Con la muerte en los talones" acababamos sufriendo con él. Pocos actores han sido capaces de ir de un extremo a otro, manteniendo la elegancia. Su mirada lo decía todo y Hitchcok, mi director favorito, consiguió obras maestras con actores como él...pero nunca fueron ni serán como él. Quizás tu tengas algo de Cary Grant, en el arte de improvisar, en tu caso en la escritura, te distancia otorgándote ese don indeleble del que conecta con los sentimientos de los demás y es capaz de ofrecerles la palabra adecuada. También eres director por como organizas la escena, creíble, arrolladora. Y sobre todo eres un buen guionista, gracias a éso has conseguido que la trama quede latente en cada párrafo de este trabajo que hoy nos has regalado.
    Muchas gracias por tu dedicatoria, me siento afortunada por contar con tu amistad. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias por este maravilloso comentario. La entrada sobre Cary Grant, solo podía estar dedicada a ti, gran cinéfila y gran amiga. Gracias por proponerme la realización de este blog, y por darme ánimos siempre para continuarlo. No sabes cuanto me alegro de que te haya gustado tanto el relato que, entre ficción y realidad, he confeccionado. El cine nos envuelve en apasionantes historias, tanto reales como fantásticas, con la suerte de que, a veces, las protagonizan actores de la categoría de Cary Grant. Siempre he vivido el cine de manera apasionada, porque, como la lectura de un buen libro, no puede ser de otro modo. Sigo entusiasmándome con sus argumentos, con la capacidad de interpretación de los actores, con el pulso narrativo que le imprimen los directores, con la belleza que le presta una buena fotografía... en fin, sigo sintiéndome fascinado por el Séptimo Arte, que en muchas ocasiones, es un arte de primera fila, y nunca mejor dicho. Y, como el niño que veía con toda atención aquellas sesiones de cine alrededor de la mesa camilla, sigo viviendo todo tipo de emociones cuando, sentado en el sofá, me dejo atrapar por la magia de una buena película. Gracias otra vez por tus palabras, que me impulsan a continuar con este proyecto. Un abrazo.

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    2. Olvidé escribirte que los dibujos son a un buen guión, los mejores fotogramas. Y que este blog que tiene la suerte de ser dirigido por un gran maestro tiene mucho camino por recorrer aún. Nunca dejes de sorprendernos. Un abrazo y gracias de nuevo.

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    3. Muchas gracias de nuevo, Rosa.

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  2. El cine clásico no sería igual sin Cary Grant, para mí "La fiera de mi niña" es una de las más grandes comedias de la historia del cine y leer cómo describes la escena, me ha hecho revivirla de nuevo. Los dibujos también hacen justicia a este gran actor. Enhorabuena

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    1. Muchas gracias por tu comentario, me alegro mucho de que hayas disfrutado rememorando esta película, que también es de mis favoritas, y también el que te agraden los dibujos. El buen cine siempre permanecerá en la memoria y en la historia. Gracias de nuevo.

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  3. Buenos dias, desde el blog de Antonio me he fijado en el suyo, solo quiero decirle que escribe muy bien, que he sentido miedo con la experiencia que tuvo Cary con el psiquiatra, que me he emocionado con sus palabras, que fuerza tienen, es como volver a ver una de aquellas grandes peliculas de mi juventud con un aire fresco y los dibujos estupendos. Siga asi, me apunto a este blog. Un abrazo de Elias.

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    1. Muchas gracias por tus palabras, Elias, y bienvenido a este rincón formado por amigos cuyo nexo de unión es la pasión por el buen cine, donde trato de rememorar películas, actores y directores que han formado parte de la historia del Séptimo Arte, y que han escrito con letras de oro sus mejores páginas. Me alegro que le gusten los textos y también los dibujos, con los que trato de complementar las diversas y apasionantes historias que conforman el mundo mágico del cine.

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  4. Hola Juan Basilio me alegro mucho de ver esta preciosa entrada que has hecho sobre este actor tan conocido, como grande para el cine, yo solo he visto sus películas en TVE cuando tenía pocos años, pero me gustaba mucho.
    En mi pueblo no le vi porque solo ponían españoladas y del oeste, gracias por enseñarme un poco,bastan ba de cine y de los actores más importantes y por supuesto los dibujos extraordinarios.
    Un fuerte abrazo amigo

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    1. Hola Antonio, celebro que te haya gustado esta nueva entrada dedicada a Cary Grant, uno de los más insignes actores que se han asomado a la gran pantalla. El cine tiene una componente de fantasía y de magia que a todos nos atrae, y estos actores eran los encargados de transmitírnosla. Cary lo hizo de forma magistral a lo largo de casi cinco décadas, dejándonos un legado de películas excelentes. Muchas gracias por tu comentario, y un fuerte abrazo.

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  5. Ahora entiendo la tardanza en publicar. Merece la pena la espera porque eres una enciclopedia con unas manos cargadas de arte.

    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias, Antonio por tus palabras y me alegra de que te haya gustado mi nueva entrada. Cary Grant fue una gran figura del cine, un actor versátil, pleno de registros interpretativos y con un gran encanto, que atrapaba de manera fulgurante al espectador. La mayoría de sus películas siguen hoy día estando plenamente vigentes, lo cual nos indica el grado de modernidad de las mismas. Uno de los ingredientes para que esto sea así es la frescura y la agudeza de las interpretaciones de Cary Grant, un actor irrepetible. Un abrazo.

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  6. Que gran entrada para un enorme actor. Intriga, comedia, melodrama...todo guión que cayese en sus manos se convertía en una obra maestra , era el maestro de la seducción. Enhorabuena por el enorme guión que nos dejas y por los dibujos tan carismáticos. Saludos.

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    1. Muchas gracias, Luis, por tu comentario. Cary Grant era un actor excepcional que, como tu bien dices, se movía como pez en el agua en cualquier género que afrontara. Su carrera está plagada de obras maestras, películas inolvidables que gusta revisitar de vez en cuando, ya que nos hacen recordar aquellos tiempos en los que el cine, además de entretenimiento, era arte. Un saludo.

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  7. Un gran actor como fue Cary Grant merecía un buen reportaje, puedo decirte que lo has bordado, un guión excepcional y unas buenas imágenes que quedarán para el recuerdo, espero tu próxima entrada. Un saludo de Almudena.

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    1. Me alegro de que te haya gustado este nuevo reportaje sobre Cary Grant. Era uno de los grandes del cine y no podía faltar en este blog dedicado al cine, y en especial a sus grandes figuras. Muchas gracias, Almudena y saludos.

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