lunes, 16 de octubre de 2017

NUNCA HUBO UNA MUJER COMO RITA



Cuando en 1946 se estrenó la película "Gilda", el eslogan publicitario que dió a conocer este clásico del cine, fue: "Nunca hubo una mujer como Gilda". Yo diría más bien que "nunca hubo una mujer como Rita". Y es que Rita Hayworth ha quedado en la memoria colectiva por muchas razones, la principal fue su magnetismo y su fascinación, que partía de premisas que combinaban la naturalidad con una imagen  sofisticada y glamourosa. Porque Rita Hayworth nunca se desprendió del todo de aquella sencilla chica de Brooklyn, hija de un inmigrante español y una humilde corista, y Margarita Carmen Cansino la acompañó en una vida llena de avatares y no siempre fácil. Hoy mi relato nos habla de las dos: de Rita Hayworth, una de las más grandes estrellas del cine, y de Margarita, la chica que bailaba con su padre al son de una guitarra española. Las dos forjaron la leyenda del mito, sin olvidar a Gilda, la otra chica, la que a raíz de despojarse de un guante, las empujó sin remedio a la fama y a la inmortalidad.





Aquella soleada mañana, mientras se dirigía a los estudios cinematográficos donde trabajaba, Rita, se paró en uno de los escaparates de una pequeña y humilde tienda. No quería comprar nada, simplemente, los cristales estaban tan limpios que reflejaban su imagen de manera perfecta. Hoy iba a ser un día importante. Sin apenas maquillaje y con el pelo recogido, parecía una hermosa muchacha que acabara de estrenar mayoría de edad. Frente al luminoso cristal, se soltó el pelo, una melena de un rojo flamígero, indómita y hermosa, que había sido una de sus características personales a lo largo de su carrera cinematográfica. Tras mirarse unos minutos, y con una sonrisa que expresaba ya añoranza e incertidumbre, volvió a retomar su camino.
En los estudios, la estaban esperando. Eran las nueve de la mañana y allí estaba su marido, Orson Welles, y su peluquero, conversando y gesticulando. El director y actor, indicaba al peluquero cómo quería que peinara a su mujer para un proyecto que tenían conjuntamente. Se trataba de "La dama de Shangai", una película basada en una pequeña novela de Sherwood King titulada "Si yo muero antes de despertar", una novela de mediana calidad, pero en la que Orson Welles tenía puestas grandes esperanzas si acometía algunas reformas al texto que ya tenía estructuradas y pensadas.
Besó a su marido con un tímido beso en los labios y abrazó a su peluquero con una amplia sonrisa. Sin decir nada más, se sentó en aquel sillón mientras Orson Welles daba órdenes a Teddy, el parlanchín peluquero, que, algo nervioso, no paraba de relatar sucesos que habían ocurrido el fin de semana anterior en la casa de un famoso actor, donde se había celebrado una fiesta de gran magnitud.
Rita confiaba en su marido, en aquel genio con el que en 1943 había contraído matrimonio y que le iba a proporcionar un papel muy distinto a los que había protagonizado hasta ahora. Se trataba de Elsa Bannister, una mujer fría y ambiciosa, bella y manipuladora, flor del mal.
Los mechones de cabello comenzaron a caer a un lado y a otro del sillón donde estaba sentada. Rita miró a su derecha, y no vio a su marido, sino a Orson Welles, el gran director, el genio que un día realizó aquella obra maestra que se tituló "Ciudadano Kane", y mirándolo a los ojos sintió inquietud y cierto temor. Mientras tanto, las tijeras seguían su cruel trabajo, y mientras Gilda iba desapareciendo, resurgía de las manos expertas del peluquero, guiadas por el director, la figura de Elsa Bannister.
El pelo corto teñido de rubio platino confería a aquella encantadora chica de Brooklyn, la gelidez necesaria como para meterse en la piel de aquella asesina latente, reina de belleza pero a la vez, tan fría como la escarcha. Rita, mirándose una y otra vez en aquel espejo de mano, intentaba reconocer a Margarita, la joven de pelo negro y belleza española que un día llegó a Hollywood con la ilusión de convertirse en una gran estrella, dándose cuenta de que esta muchacha, había quedado muy atrás, al menos físicamente. Orson la miraba con un entusiasmo que le resultaba imposible de disimular: su obra había concluido y su mujer, Rita Hayworth, estaba a punto de dar un salto al vacío en su carrera cinematográfica.
El rodaje continuaba sin excesivos problemas. Hacía frío esa tarde, y Rita, mientras tomaba un hirviente café, releía una y otra vez la próxima secuencia en la que participaba. Quería aprovechar al máximo la oportunidad de demostrar otro registro interpretativo más, y el papel de Elsa Bannister, era como un viaje inesperado hacia el conocimiento de sensaciones y de sentimientos que ella no había experimentado jamás, pero que, en su labor de actriz, debía de buscar e investigar dentro de sí misma, para sacar a relucir la complejidad de un personaje perdido en las telarañas de la maldad. Orson Welles no dudaba de la capacidad de su todavía esposa para configurarlo, y ella, tenía el suficiente talento y era lo suficientemente voluntariosa como para recrearlo sin complejos.
Aquel atardecer en Acapulco, se iban a rodar unos primerísimos planos de Rita en la cubierta del yate, un barco que pertenecía a Errol Flynn y que lo prestó para el rodaje de la película, siendo el mismo actor el que lo capitaneaba. Rita no durmió bien esa noche. Una de las cada vez más frecuentes discusiones con Welles, que acabó con un portazo por parte del temperamental director, hizo que la estrella no pudiera conciliar bien el sueño, pero agotada, y quizá algo decepcionada, acabó por dormirse bien entrada la madrugada, encontrando algo de paz en el bálsamo que le proporcionaban sus lágrimas.
Pese a ello, los magníficos primeros planos con los que Welles retrató a su esposa, asombraron a propios y a extraños por la belleza de los mismos. Por su belleza técnica, y como no, por el rostro hermoso e inolvidable de aquella mujer, que un día bailando, y casi sin querer, alcanzó las estrellas con las manos.





Los nervios hicieron presa de ella aquellos días en los que , debía rodar la secuencia final de la película. Se encaminaron hacia un parque de atracciones abandonado para rodarla. Welles, tenía prácticamente planificado el rodaje, que no iba a ser sencillo. En esta secuencia, Elsa, se encuentra con su marido, Arthur Bannister en un laberinto de espejos. Es un duelo a muerte entre ambos, presenciado por O´Hara, el personaje de Welles, un marinero enamorado de Elsa, al que ésta arrastra a un mundo de ambición y destrucción. Vestida de negro impecablemente, Rita miró a su marido en espera de una señal de ánimo para empezar con su interpretación. De repente, la máquina del cine empezó a funcionar, y mirando hacia un lado y a otro, vio su imagen multiplicada por diez y sintió que le temblaban los pies. Miró a Everett Sloane, que interpretaba a su esposo, y disparó. A la misma vez, desde otro punto del fantasmagórico laberinto sonó otro disparo, que provenía del lugar donde estaba situado Everett, y seguidamente, sonó un estruendo de cristales, que cayeron como una lluvia de punzantes cuchillos alrededor de los actores. La secuencia había terminado. Elsa y su marido cayeron heridos de muerte, y Rita en el suelo, mientras su cuerpo temblaba trémulamente, comprendió que aquella película sería clave en su vida y en su carrera, y que había realizado una de sus mejores interpretaciones. También comprendió que su matrimonio había caído como antes cayeron los cristales y que ya no había ni razones ni medios para recomponerlo.
No tenía más de cuarenta años cuando aparecieron los fantasmas. Cuando despertó en aquel lujoso y desangelado hotel de Nueva York, tras una fiesta en la que había bebido demasiado, miró a su alrededor y se encontró perdida en un lugar inhóspito y frío, y sin dudarlo, llamó a Mildred, su asistenta personal, que en esta ocasión no la había acompañado. La llamó una y otra vez, sin obtener resultado. Desesperada, tomó el teléfono, sin embargo, no sabía a quien llamar, no recordaba número alguno y el pánico se apoderó de ella. Se disponía a abrir la puerta y salir a pedir ayuda, cuando al agarrar el pomo, súbitamente volvió a la realidad, y pudo recordar que se encontraba en aquel hotel, donde todo era confort y comodidad, pero donde faltaba el calor que necesitaba en esos momentos. Tras respirar profundamente, se refugió de nuevo en la cama, y abrazada a aquella almohada extraña, volvió a dormirse.
Cuando Margarita bailaba, parecía emprender el vuelo hacia algún lugar donde era arropada por las nubes, que intentaban seguir la agilidad de sus pasos, y que le hacían guiños de complicidad y aprobación. Sus bailes en solitario o en pareja, hacían vibrar a un público entregado al carisma y al talento de su nueva estrella, que agradecida, ponía lo mejor de sí misma en aquellos frenéticos números musicales. Ahora, sentada en un rincón de un pequeño café de la Quinta Avenida, sin maquillajes que pudieran distorsionar su imagen de mujer madura, Rita tomaba un café bien cargado aquella tarde de invierno, cuando la intemperie era fría y húmeda. Se sentía bien, reconfortada por cada sorbo de café caliente que tomaba, y en compañía de sí misma. Su imaginación, incontenible y excitada, la llevó a aquel cine, donde junto a Fred Astaire, asistió al estreno de su primera película juntos "Desde aquel beso" (1941), dirigidos ambos por el director Sidney Landfield. Sonrió levemente al recordar como la juventud es atrevida, y como tal, se atrevió a enseñar a Fred Astaire algunos pasos de baile españoles que le había enseñado su padre, Eduardo Cansino. Fred Astaire, divertido, no sólo aceptó aquellas enseñanzas de Margarita, sino que se unió a ella en un improvisado número, donde ambos bailaron al ritmo que les marcaba el instinto, y que, desgraciadamente, nunca fue grabado.
Había pasado más de una hora y, mientras apuraba su segundo café, aquella mujer anónima durante este tiempo, dejó de serlo cuando a su lado sonó la voz de un joven que le dijo: "Usted es Rita Hayworth, ¿no?". Ella levantó la vista, lo miró con aquellos ojos maduros, pero llenos de luz, y le contestó: "Sí, soy ella". Y, recogiendo su pañuelo y colocándolo en su cabeza, se apresuró a salir de aquel café, que por una hora, se había convertido en un hospitalario refugio para su alma cansada.
Harry Cohn, el presidente de la Columbia, estudios a los que Rita pertenecía desde hace unos años, era un directivo feroz y de una dureza extrema. Trataba a todo el mundo muy mal y pensaba que las estrellas que contrataba le pertenecían. Hasta que llegó Rita Hayworth, una chica sencilla y hermosa, a la cual persiguió sin tregua ni descanso, con el fin de hacer de ella poco menos que su concubina. No consiguió lo que pretendía, y bronca tras bronca, trataba de humillarla una y otra vez, pero todo era inútil. Rita Hayworth había protagonizado ya "Gilda"(1945), y  era la estrella más poderosa con la que contaba la Columbia, unos estudios que no podían alardear de contar con muchas estrellas de la magnitud de Rita. La Columbia, a diferencia de otros grandes estudios cinematográficos como la Warner ( a la que pertenecían Bette Davis o Cary Grant, sin ir más lejos) o la Metro Goldwyn Mayer (con estrellas del fulgor de Ava Gardner o Elizabeth Taylor), tenía "estrellitas", que pese a todo, sacaban las castañas del fuego a la productora. La estrella de mayor relumbrón que tuvo nunca Columbia fue Rita Hayworth, y de actores, Glenn Ford se alzaba con el cetro, siendo el rey entre todos aquellos actores que iluminaban como buenamente podían las pantallas de los cines de los años cuarenta. No es de extrañar que Rita Hayworth y Glenn Ford fueran emparejados varias veces por la productora, dado los pingües beneficios que le reportaban.
La primera vez que hicieron un papel protagonista juntos fue en "Gilda" (1945), dirigida por un director de talento, un artesano del cine, que conocía todos los resortes para que una película funcionara, Charles Vidor. Aunque Vidor conocía ya a Rita personalmente, no supo de ella fehacientemente hasta que le tomó unos planos para esta película, que comenzaría a rodarse de manera inminente. Entonces comprendió el potencial y el magnetismo de la actriz, dejando plasmada en estas pruebas, que si el celuloide se compone de sueños, ella representaba todo un universo de ellos, un universo que atraparía a hombres y a mujeres, con unas armas difíciles de reunir: belleza, talento y clase.





Tras un par de copas, Rita miró a Glenn, que, enamorado como estaba de ella, no dijo nada. La cogió del brazo y la llevó a un lujoso apartamento alquilado para ella por los estudios en una bonita zona de Buenos Aires, lugar donde se estaba rodando "Gilda". Glenn sabía de la imposibilidad de ese amor. Rita estaba casada con Orson Welles en aquellos momentos y muy enamorada del director, sin embargo, cuando estaba con ella, no podía desprenderse de esa luz que sus ojos despedían cuando la veía aparecer, ni de los latidos de su corazón, que lo agitaban de tal modo, que pensaba que caería de un momento a otro fulminado al suelo. Sin embargo, ahí seguía estando, en compañía de aquella hermosa mujer, que se había convertido en la razón de su vida. La besó en la mejilla y se despidió. Rita abrió la puerta del apartamento, volvió la cabeza unos segundos y tras una sincera sonrisa, entró.
Alrededor de ella, un enjambre formado por peluqueros, maquilladores y modistos, que como un remolino, daban los últimos toques al personaje. Su melena roja, descendía por sus perfectos hombros nacarados, y sus ojos y labios encarnaban la imagen del deseo. Mientras colocaban en aquella silueta, tan sinuosa como bella, el vestido que exclusivamente para ella había diseñado Jean Louis, el modisto de los estudios, Rita, algo nerviosa, preparaba mentalmente el baile que en unos minutos iba a protagonizar. El vestido, de satén negro, con escote palabra de honor, largo hasta los pies y con abertura lateral, iba acompañado por unos guantes de ópera del mismo material. Cuando por fin, se puso el guante izquierdo, el mismo del que minutos después se desprendería, dio con este gesto el último retoque de vida a "Gilda", y sin saberlo, Margarita Carmen Cansino empezó a diluirse. Comenzaba el mito.
"Pal Joey" (1957), era un proyecto que Harry Cohn, presidente de la Columbia, había preparado para Rita Hayworth. Era como una especie de venganza a los continuos rechazos de la actriz a sus proposiciones amorosas. Rita, a punto de alcanzar los cuarenta años, tenía una madurez hermosa y su fascinación seguía intacta. Con esto no contaba Cohn, que trató de humillarla enfrentándola a la que iba a ser la nueva gran estrella de la productora: Kim Novak. Sin embargo, no hubo tal enfrentamiento, ni  tal humillación, porque Kim y Rita  se llevaron bien desde el primer momento, y ambas estuvieron estupendas en la película.
Cuando Frank Sinatra cantaba, el estudio donde se rodaba "Pal Joey" se llenaba de un silencio plagado de respeto. Frankie se había negado a la propuesta de Cohn de que apareciera el primero en los títulos de crédito de la película, otra treta más para dar a entender al mundo que la estrella de Rita Hayworth comenzaba a apagarse. Sinatra dijo que Rita debía ir en primer lugar, porque ella simbolizaba la Columbia, y era, a su juicio, la máxima estrella que esta productora había tenido.
Rita agradeció siempre a Sinatra aquel gesto y, aunque no llegaron a ser amigos, le demostró su admiración, cariño y respeto más allá de los meses que duró el rodaje de la película.
Rita bordó su papel de Vera, una viuda adinerada con un pasado de stripper encaprichada de Joey, un cantante mujeriego en busca de fama y fortuna interpretado por Frank Sinatra, enamorado a su vez de Linda, la joven y bella corista encarnada por Kim Novak. La banda sonora es excelente, con canciones de Sinatra y algún número musical al que Rita puso la gracia y la picardía necesarios para sublimar el arte del strip-tease. Para comprobar esto, sólo hay que ver esta más que estimable película y deleitarse con "Zip", una canción deliciosa, donde Rita se muestra más seductora que nunca, dulce y sensual, dejando para la historia del cine otra secuencia mágica más.





Yasmine no podía entender que es lo que le estaba pasando a su madre. La hija de la estrella y del príncipe Ali Kahn, estaba perdida, y tras consultar a los mejores especialistas, por fin pusieron nombre a su enfermedad: Se llamaba Alzheimer y fue descubierta a principios del siglo XX por dos psiquiatras, Emile Kraepelin y Alois Alzheimer, el primero fue capaz de identificar los síntomas y el segundo, al que le enfermedad le debe el nombre, se encargó de observar la neuropatología que la define. Esta enfermedad suele aparecer fundamentalmente a partir de los sesenta años, pero se puede presentar precozmente, como fue el caso de Rita, que con cuarenta años empezó a sentir los primeros síntomas de tan devastadora enfermedad.
Durante los años sesenta, los trabajos de Rita en el cine se fueron espaciando por culpa del mal de Alzheimer. Le resultaba difícil recordar los diálogos, y conforme la enfermedad la iba atrapando, ella intentaba escapar en la vana fuga que le proporcionaba el alcohol.
Sin embargo, aún pudo demostrar su capacidad interpretativa en "El fabuloso mundo del circo" (1964), de Henry Hathaway, al lado de John Wayne y Claudia Cardinale, entre otros, o en "La ira de Dios" (1972), su última aparición en el cine.
Aquella noche, acompañada por sus hijas, Yasmine y Rebeca, los bellos ojos de Rita Hayworth se apagaron por completo. Poco antes, miró a sus hijas, aunque ya hacía mucho tiempo que no podía verlas. Sin embargo, un poco más allá, a los pies de la cama de su dormitorio, acertó a ver a una mujer hermosa, tan hermosa como los colores anaranjados, violetas y azules que pueblan los amaneceres, que le sonreía y le tendía la mano de forma acogedora, pero a la vez, firme. En cuanto llegó a rozar aquellos dedos finos y de bellas proporciones, Rita Hayworth se durmió para siempre, pero en el sueño eterno en que se sumió, no se fue sola, se fue acompañada por Gilda, que había estado velando su cama desde el mismo día en que apareció en su vida la enfermedad de los olvidos y de las pérdidas, de los silencios y la locura, de los recuerdos extraviados.
Portaban el féretro algunos de los pasajeros que se habían subido en algún momento al tren de su vida. Los actores Ricardo Montalbán, Don Ameche, el coreógrafo Hermes Pann, y Glenn Ford, su compañero en "Gilda", "Los amores de Carmen" o "La dama de Trinidad", su amigo y eterno enamorado, el cual, siempre la recordaría. Y es que desde entonces, en algún rincón de su rancho, habría una fotografía de aquella bella mujer, y a su izquierda, una rosa roja, señal de respeto y amor de un compañero de viaje, que se sintió una vez fascinado por Margarita Carmen Cansino, que se había perdido en el marasmo de las vanidades de Hollywood, pero que por fin, había vuelto para quedarse.




Este ha sido mi particular homenaje a Rita Hayworth, una de mis estrellas favoritas, y por supuesto de millones de admiradores en todo el mundo. Dejó su impronta en la industria del cine y en el corazón de la gente con la vitalidad de la que siempre hizo gala. Hermosa e inalcanzable, pero también sencilla y cercana. En cualquier caso, una mujer única, que será recordada por siempre por los amantes del cine de aquella  y de todas las épocas.









 
 

sábado, 9 de septiembre de 2017

ALGO SOBRE BOGART



Hoy, en Desde Stromboli, la realidad y la ficción se mezclan en un relato corto que narra algunos retazos de la vida de Humphrey Bogart. Difícil es discernir ambos conceptos en una vida como la de este icono cinematográfico. Sin embargo, el cine nos ha puesto muchas veces en esta disyuntiva: ¿Realidad o ficción?. Hoy es Bogart, el que , con mirada escéptica, nos propone el juego de separar ambos conceptos. Dos conceptos que tienen mucho que ver con la vida, que a veces parece una ficción, y con el cine, que a veces parece la realidad misma.






Bogart no era un hombre duro. Bajo su cara, de aspecto pétreo y rotundos ademanes, se escondía un tipo honesto. Un hombre forjado en los avatares de una vida que le había llevado a refugiarse en el oficio de actor.
Salió de aquella casa, donde se había celebrado una fiesta, a  la cual, había sido invitado y a la que acudió de mala gana. Su figura rígida se iba perdiendo por aquellas calles inmensas, mientras comenzaba a caer una tibia llovizna que refrescaba su rostro, y que poco a poco, le iba empapando calándole hasta los huesos. Bogart, seguía caminando bajo la lluvia en aquella noche donde la luna, se escondía bajo el tintineo del agua, que cada vez  se hacía más intenso. Un gato callejero saltaba y corría en busca de un refugio donde guarecerse, encontrándolo al fin, en el soportal de una mansión que perteneció en su día, a una vieja estrella del cine mudo. Humphrey Bogart aligeró el paso cuando ya se encontraba cerca de su apartamento, y al llegar, aunque el agua chorreaba por sus mejillas, atravesaba la gabardina y por ende, el traje de gala que llevaba para aquella dichosa fiesta, se sentó en el sofá y se reclinó un poco, antes de servirse un whisky. Hacía dos años que había protagonizado "Casablanca", al lado de Ingrid Bergman, y era el amo del mundo, o al menos, eso decía la prensa especializada. Su rotundo éxito en aquella mágica película de Michael Curtiz, infundió en Bogart el ánimo y el deseo suficientes como para interesarse por un próximo proyecto cinematográfico. Se trataba de "Tener y no tener", una película que iba a ser dirigida por un maestro: Howard Hawks, alguien en quien Bogart podía depositar su confianza.
Ingrid Bergman era una actriz de gran talento, al que sumaba además, clase y elegancia, dando la réplica perfecta al actor en aquella película, que parecía haber sido hecha por y para románticos incurables, para amantes eternos o para soñadores del amor. Durante el rodaje del film, Bogart se entregó por completo al oficio para el que había nacido, y realizó una interpretación brillante, a tono con la de su compañera. Ahora, sentado en el sofá, y entre trago y trago, recordaba algunos momentos vividos durante aquel rodaje al lado de la Bergman, y no pudo por menos que sonreir, porque sabía que había hecho un buen trabajo, y porque se dio cuenta de la capacidad que tenía para beber, ya que en menos de medio minuto aquel vaso de whisky había desaparecido al amparo de la sed que da el hastío de una fiesta y los gratos recuerdos de un rodaje, que se perdían en una nebulosa forjada por el sueño y el alcohol.







Por fin conoció a Betty en 1944, durante el rodaje de "Tener y no tener", otra película emblemática en la Historia del Cine en general y en la del cine negro en particular. La muchacha tenía diecinueve años y hasta ahora, había sido una excelente modelo, prometiendo en su recién estrenada etapa de actriz, fascinación y empaque. Howard Hawks la contrató para esta película a través de su mujer, que la miró y admiró en una portada de la revista "Harper´s Bazaar". La película sería, pues, el lanzamiento de Lauren Bacall como actriz de cine y el inicio de una historia de amor de ésta con Bogart, que duró 12 años, hasta la muerte del actor.
Aquella mañana, Bogart, con los síntomas de haber recorrido la noche anterior todas las cantinas de Nueva York, acertó a divisar a una joven, estilizada y altiva, que se movía de un lado para otro con la elegancia y la agilidad de una gacela, y que intercambiaba opiniones de forma apasionada con Howard Hawks, el director. Su vista cansada distorsionaba a veces aquella silueta, que parecía perfecta, y tuvo que acercarse para cerciorarse de que en efecto, lo era. En ese momento, Hawks, los presentó, y Bogart pudo por fin mirarse en aquellos ojos y perderse para siempre en la belleza de sus acantilados.
Mientras tanto, entre toma y toma, la realidad de la vida aparecía ante sí mismo en toda su crudeza, y Mayo Methot, estaba ahí, como casi cada día, para recordarle lo que es un matrimonio que hacía aguas casi desde el principio, y de que el infierno, tenía por fuerza  que ser algo mejor. Miró a su mujer de arriba a abajo y sólo sintió ganas de que se produjera un milagro y desapareciera. Aquella voz, que un día le atrajo, hoy se tornaba tan hiriente como los cristales del vaso que hacía tan solo unos momentos, había lanzado contra la pared.
Pero prefería sumergirse de nuevo en aquel rodaje, donde intuía que una convulsión iba a suceder, que todo iba a cambiar, y que aquella joven modelo y ahora actriz, iba a tener mucho que ver en estas mutaciones que se iban a producir en su vida.
Mientras tanto, Betty, pese a su juventud, demostraba poder y autoridad frente a la cámara, y la seducía una y otra vez con aquella mirada, con la que iluminaba cada retazo de celuloide filmado.
Aquella tarde, Bogart se acercó al camerino de su compañera de reparto, con la ansiedad de un adolescente que va a visitar a su incipiente novia. Sólo sabía una cosa: que el momento había llegado, y eso lo presentía en lo más profundo de su ser. Ella, seductora y divertida, se retocaba sentada frente al espejo cuando él entró. Tras un par de bromas, Bogart, fue directo al grano y sin pensarlo dos veces, se inclinó sobre la joven, sujetó su barbilla, y la besó. Después sacó de su chaqueta una pequeña caja de cerillas y le pidió cortésmente que le apuntara su teléfono. Se casaron un año después, tras divorciarse Bogart de su mujer, cerrando de este modo una puerta y abriendo otra al mismo tiempo. Dos puertas que iban a parar a sitios tan dispares como el averno y el mismísimo cielo.







Bogart, con aspecto cansado, pero a la vez muy excitado ante las perspectivas profesionales que se le volvían a abrir, comenzó con cierta desgana a leer el guión que su compañero de juergas y de fatigas etílicas le había enviado por correo certificado. Este, no era otro que John Huston, uno de los mejores directores de cine americanos, y el escenario de la película propuesta era la selva centroafricana. "Quiere el Monstruo que vayamos a rodar una película a la selva, con una temperatura de más de cuarenta grados y rodeados de mosquitos. Naturalmente, aceptaré." Así le comunicó Bogart a Bacall su decisión de realizar la película y así se inició el preámbulo del rodaje de una película que iba a suponer un sinfín de calamidades para todo el equipo, pero que viendo el resultado final, mereció la pena. La protagonista de la película era Katharine Hepburn, una actriz de carácter y de impresionante talento, que no dudó en embarcarse junto a estos dos borrachines en tan tremenda aventura.
Bajo aquella horrible mosquitera, Kate Hepburn, estudiaba la escena siguiente, y aunque enferma, tocada por la disentería, su profesionalidad y disciplina no le permitían dejar de prepararse, y eso que a su alrededor solo había un enorme caos protagonizado por Huston y Bogart empeñados en sacar el máximo provecho a aquella situación, donde los mosquitos, gordos como hipopótamos y con la ferocidad de un tigre, revoloteaban alrededor de aquellos pobres seres humanos que conformaban el equipo de rodaje, en busca de un pedazo de carne con el que encontrar consuelo a su voracidad. Pero entre los planes de  John Huston, además de beber como una esponja con Bogart, estaba el cazar un elefante. Cazador empedernido, era su máxima ambición, y como tal, aprovechaba las distintas enfermedades que sufría el equipo para realizar su sueño.
La visita de Betty, impuso cierta cordura a la situación en que Bogart se veía sometido, entre las calamidades impuestas por el medio natural y las que protagonizaban Huston y él, que inasequibles al desaliento, continuaban anestesiándose con todo el whisky que eran capaces de beber. Sin embargo, y como no hay mal que por bien no venga, todo el mundo enfermó menos ellos, que jamás probaron el agua. Pero Betty también se puso enferma, y no pudo seguir controlando aquella situación. Ni su complicidad con Katharine Hepburn logró rescatar del caos a su marido, que, aliado natural de Huston, se sumergía en toda una serie de aventuras aliñadas con un whisky de cada vez peor calidad, y que hacían del rodaje de la película, un canto a la anarquía. Pese a todo, "La reina de Africa" desprende talento y maestría por parte de un equipo superviviente a todas las contrariedades inimaginables. Corría el año 1951, y Bogart realizó una de sus interpretaciones más completas.
Cuando recibió la noticia de su nominación al Oscar, curiosamente, Bogart no lo celebró bebiendo. Se fue con su mujer a un cine de los muchos que había en la ciudad de Nueva York, e intentando pasar desapercibidos, volvieron a ver la película. Era estupenda. Pese a todos los incidentes del rodaje, Huston había convertido el film en una obra maestra, y los personajes de Rosie Sayer, la rígida solterona interpretada magistralmente por Katharine Hepburn, y Charlie Alnutt, el marinero canadiense y borrachín, que se dedica a transportar mercancías a través del río Ulanga con su vieja y destartalada embarcación, quedarán para siempre en la memoria de
todos. Humphrey Bogart, en una interpretación prodigiosa, conseguiría el único Oscar de su carrera, mientras que la Hepburn, obtuvo una nominación. Huston al igual que Katharine Hepburn, también fue nominado.
Bogart, sabía que su enfermedad le llevaría al final, así que, se dedicó a aprovechar el tiempo que le quedaba junto a su mujer y sus hijos. Y Lauren Bacall quedó viuda convencida de que nunca encontraría un hombre como él. Fueron una pareja mítica, que formarán parte de la Historia Universal del Cine y que nos dieron conjuntamente tres películas magistrales: "Tener y no tener" (1944), de Howard Hawks, "La senda tenebrosa" (1947), de Delmer Daves, y "Cayo Largo" (1948), de John Huston. Pero además, por separado, Bogart fue protagonista de clásicos excepcionales como "El halcón maltés" (1941), de Huston, "La condesa descalza" (1953) con Ava Gardner y de Joseph L. Manckiewiz, "Sabrina" (1954), de Billy Wilder, o "El motín del Caine" (1954) de Edward Dymitrick. Genio y figura, Humphrey Bogart es un icono del cine, pero sobre todo un gran actor, cuyo legado es admirable y apasionante.











viernes, 28 de julio de 2017

MARLENE DIETRICH: LA FASCINACIÓN.



Alguien dijo una vez que su nombre empezaba con una caricia y terminaba con el estallido de un látigo. Marlene Dietrich. Muy acertado, porque así podríamos definir la compleja personalidad de esta actriz alemana, que de la mano de Josef Von Sternberg, su mentor y descubridor, abandonaría su país natal para emprender la aventura de conquistar el universo cinematográfico norteamericano. Y bien que lo logró, puesto que armas no le faltaban: belleza, magnetismo, talento e inteligencia. Todas estas cualidades serían realzadas por su maestro, Von Sternberg, en siete películas, en su mayoría obras maestras, que harían de Marlene una superestrella luminosa y fascinante. Su personalidad desbordaba la pantalla y mostraba a un público sediento de sueños, que ella encarnaba un mundo de historias y de países exóticos, de aventuras y de pasiones, envueltos en una estética de barroquismo mágico que confería a sus películas una atmósfera singular. Pero al mismo tiempo, también advertía de lo intangible de los sueños. Ella era un sueño, y era inalcanzable. De ahí nació la fascinación que la figura de Marlene Dietrich suscitaba en el público de la época, y que aún hoy día, sigue asombrando a todo aquel que se acerca a la magnificencia de su genio, y a su , en muchas ocasione sublime obra. La Dietrich fue una diva en si misma, que reinó en la década de los años treinta del siglo pasado junto a Greta Garbo, pero que, a diferencia de ésta, que se retiró a los 36 años, amplió su reinado durante varias décadas, combinando su faceta de actriz con la de cantante, y siendo su personalidad, al igual que la de Garbo, un misterio indescifrable. Bienvenidos al universo Dietrich.





 
 
 
María Magdalene Dietrich nació en Schoneberg (Berlín), el 27 de diciembre de 1901, y falleció en París, el 5 de mayo de 1992. Provenía de una familia media acomodada, de joyeros y relojeros, y desde muy niña se sintió inclinada por el mundo del espectáculo. Estudió música y recibió una educación rígida y férrea, muy a la alemana, que utilizó a lo largo de su trayectoria, tanto en su profesión como en su vida personal. En determinados aspectos fue  una mujer inflexible.
Sus primeros pasos en el mundo de la farándula los dio como corista en algunos espectáculos que llegaron hasta Berlín, pero no fue hasta 1923 cuando se produjo su debut oficial en el cine, con una brevísima aparición en una película titulada "El pequeño Napoleón". Anteriormente, se dice que intervino también  en algunos cortos.
Los años veinte significaron para Marlene su preparación como artista. Trabajó en los escenarios y en el cine, en revistas musicales y en algunas obras de teatro. Para ella, todo era válido, todo era aprendizaje y todo sumaba para alcanzar su más que ambiciosa meta: convertirse en una gran estrella.
El fulgurante ascenso de Dietrich comenzó en el año 1930, en una película tan mítica como imprescindible para todos aquellos que amamos el cine: "El ángel azul", dirigida por Josef Von Sternberg, con quien rodaría seis películas más, todas ellas obras maestras por muchas razones, entre ellas y la más importante, por el personalísimo sello que tanto director como actriz supieron imprimir en cada una de ellas. Von Sternberg, además de un brillante director de cine, era un maestro de la luz, y encontró en Marlene la actriz idónea para plasmar su gran capacidad para crear ambientes a través de las luces, todo ello en fabuloso blanco y negro. El rostro de Marlene, iluminado de mil formas distintas por el genio de Sternberg, se vio reflejado en la parte más importante de su obra, explotando el especial glamour y el misterio de la potente personalidad de la estrella. Por tanto, la fotografía que envuelve las películas que Dietrich rodó a sus ordenes, es excepcional, elevándolas por sí misma a la categoría de obra maestra. Genio el director, y genio, la actriz, de aquella mezcla sólo podía resultar toda una serie de magníficas películas, que han quedado inscritas con letras de oro en la Historia Universal del Cine.
 
 
 

 
 
 
 
Pero volvamos a la primera película, "El ángel azul", lanzamiento de nuestra diva. En ella Marlene Dietrich interpreta a la cabaretera Lola-Lola, una mujer fatal que acaba arruinando la vida de un profesor interpretado por el actor Emil Jannings. Lo llevará irremediablemente a la pedición, y no es de extrañar, por el potencial erótico que desprende esta primera Marlene. Una Marlene sin refinar, agreste y tórrida, que baila en un cabaret de mala muerte encandilando a los alumnos del profesor. Éste, en un intento patético, trata de salvarlos del mundo pecaminoso que ofrece Lola, pero inevitablemente, el que acaba sucumbiendo es él, turbado ante los muchos encantos de la cabaretera. Hundido y humillado, acaba en un matrimonio tormentoso y desafortunado con ella, y que lo lleva a la ruina moral y económica.
"El ángel azul" significó la primera película sonora para Marlene y en ella dejó plasmada una imagen que sería universal: sentada sobre un barril, con sombrero de copa en la cabeza, mostrando unas piernas esculturales, la Dietrich dió su primera imagen icónica al cine , y también la más imperecedera.
En el año 1933, "El ángel azul" fue censurada por el nazismo. Pero en esa época, tanto Marlene como Von Sternberg se encontraban ya en Estados Unidos, llevados por el estreno y el éxito de la película, y ya en 1930, (año en que se estrenó "El ángel azul") rodaron su segunda película juntos: "Marruecos", con un protagonista de lujo: Gary Cooper.
"Marruecos" es, sin duda, una de sus películas más famosas y legendarias. En ella, Marlene interpreta a una cantante, Amy Jolly, que se enamora de un soldado de la legión extranjera (Gary Cooper), cuando ambos coinciden en el país que da título a la película: Marruecos.
Se trata de un film magnífico, impregnado de una melancolía y de un fatalismo que aborda al espectador desde el primer momento y su ambiente, cosmopolita y bohemio nos atrapa, mientras nos dejamos llevar por el juego de luces creado por Sternberg y por la sensualidad irrefrenable de Marlene Dietrich, especialmente seductora.
En uno de los números musicales más famosos de la película y de la Historia del Cine, Marlene aparece radiante, vestida de smoking y con chistera. Elegante, guapísima, turbadora y libre, la Dietrich, cuando una señorita entre el público, desde una mesa le regala una flor, tras aspirar su perfume, se la devuelve a la vez que le roba un beso. Un beso de gran significado, puesto que encarna en aquellos años, un atisbo de libertad sexual, configurando una de las escenas más modernas y atrevidas del cine clásico. Así era en realidad Marlene Dietrich: atrevida, audaz y moderna encarnando un tipo de mujer adelantada a su tiempo, que no puso cancelas a su libertad, amando por igual a hombre y a mujeres a lo largo de su vida.
Con "Marruecos", Marlene conseguiría su única nominación al Oscar, y un rotundo éxito que la llevaría a realizar su siguiente película: "Fatalidad"(1931), dirigida también por Sternberg, y donde interpretó a una controvertida y bellísima espía.
Tras esta película, vendría otra de las más míticas de esta gran actriz, y de las más representativas: "El expreso de Shangai" (1932), donde interpreta a una aventurera llamada Shangai Lilly, que coincide con un antiguo amor en un tren que será asaltado por rebeldes chinos. La situación se complica y ella tratará de ayudar al hombre al que todavía sigue amando.
La rutilante aparición en la estación del tren de Marlene Dietrich, entre el bullicio de las gentes que, apresuradas, se mueven de un lado para otro, es digna de mención. Ataviada con un sofisticado vestido de satén negro y lentejuelas diseñado por Travis Banton y por ella misma, que sugirió que se le añadieran plumas de gallo alrededor de los hombros y en las mangas. El resultado fue espectacular. Finalmente, en la cabeza, un elegante sombrero con redecilla remataba la imagen de una Marlene suntuosa y barroca, que contribuyó a forjar su leyenda. La fotografía, realizada en su mayor parte por Von Sternberg, nos sumerge en un mundo de sofisticado blanco y negro ,con un soberbio manejo de las luces, como se puede apreciar en la imagen donde Marlene, a solas en el vagón del tren, y en la oscuridad, enciende un cigarrillo, iluminándose  de forma magistral su bello rostro, enmarcado por el humo y la oscuridad.
En "La venus rubia" (1932), también con Sternberg, Marlene interpreta a una estrella de cabaret que se enamora de un científico, abandonando su trabajo para casarse con él, pero al enfermar éste, no le queda más remedio que volver al trabajo para sufragar los gastos de su enfermedad. Otra gran película, donde hay que destacar la participación en ella de un joven Cary Grant. En el film, Marlene Dietrich, interpreta uno de sus números musicales más fascinantes. En "Hot Vudú", la estrella aparece dentro de un disfraz de gorila, y a los sones de una sensual música de reminiscencias africanas, se va despojando poco a poco del disfraz: Primero vemos sus manos, de perfectas formas, adornadas por algún brillante anillo, después y poco a poco, moviéndose al son de la música y haciendo  impacientarse al espectador, va quitándose la cabeza del disfraz de gorila. Por fin la vemos. Enmarcado su rostro en una peluca de rizos como el oro, iluminada sofisticadamente por Sternberg, Marlene nos impacta y nos sorprende una vez más con la magia de su fascinante personalidad.
El barroquismo de Marlene llega a su culminación en sus dos últimas películas con Josef Von Sternberg: "Capricho imperial" (1934) y "El diablo es una mujer" (1935). Dos grandes filmes que se desarrollan en dos ambientes totalmente distintos: la Rusia imperial, y la España más típica y tópica. En la primera, Marlene interpreta a Catalina de Rusia, apodada la Grande, desde su adolescencia hasta su consolidación y su caída como reina.
La última película de nuestra estrella con Von Sternberg, antes de romper su relación profesional con él, fue la antes mencionada "El diablo es una mujer". En ella, la actriz interpreta a Concha Pérez,, uno de sus personajes más polémicos, una especie de Carmen sofisticada hasta el delirio, envuelta en un ambiente tópico y casi surrealista. Su vestuario en esta película excede los límites de la imaginación: volantes de lentejuelas, grandes peinetas cuyas formas se retuercen en unos diseños impagables, exuberantes y voluptuosos como la misma Concha Pérez, mostrando un mundo que sublimaba todos los tópicos españoles habidos y por haber. Marlene aparece fastuosa, como de costumbre, sorprendiendo con uno de sus personajes más irreverentes y anárquicos.
Como anécdota, decir que la película no fue estrenada en España, inmersa como estaba en el bienio conservador establecido durante la Segunda República. Fue considerada una "españolada" que mostraba una realidad que nada tenía que ver con nuestro país, y que, para más inri, desprestigiaba a las fuerzas de orden público, burladas por Concha Pérez una y otra vez. Además los conservadores se quejaron a la productora, la Paramount, ante lo que consideraban un despropósito.
La realidad es que la película es una joya, un último tributo a la personalidad brillante y barroca de la Dietrich, que su mentor y director favorito quiso rendirle antes de su ruptura.
Tras esta película y su separación de Marlene, Von Sternberg no consiguió el sitio que merecía en Hollywood , al ser un director muy personal y creativo. Se vio marginado y relegado por los estudios de cine. Sin embargo , volvió a dar muestras de su genialidad en dos obras maestras más: "El embrujo de Shangai" y "Una aventura en Macao", ambas en la década de los cuarenta.
Por su parte, Marlene siguió cosechando triunfos y trabajando con los mejores directores. Destaca la película "Angel" (1937), de Ernst Lubitsch, y tras un breve periodo de crisis en su carrera, el western "Arizona", (1939) de George Marshall, la devolvió de nuevo a la cima del éxito. En "Arizona", la Dietrich da rienda suelta a sus cualidades para la comedia en el papel de Frenchy, y protagoniza algunas hilarantes escenas en compañía de un joven James Stewart.
 
 
 




En los albores de la Segunda Guerra Mundial, Marlene Dietrich se distinguió por sus firmes convicciones políticas frente al nazismo, ayudando en todo lo que pudo a los disidentes que, obligados ante la época de terror que se avecinaba en Alemania, huían de su país. Marlene despreciaba sistemáticamente el antisemitismo que promulgaban los nazis y en su contra, grabó varios discos con canciones como la famosa "Lili Marlene". Marlene Dietrich recibió varios reconocimientos por su lucha contra el nazismo y en favor de los judíos. Una postura encomiable en esta alemana de fuerte carácter y de singular personalidad.
La espléndida madurez de Marlene se vio reflejada en títulos de extraordinaria calidad, llegando a trabajar con directores de la talla de Billy Wilder, Alfred Hitchcock o Fritz Lang.
Del primero y ya en 1948, rodó "Berlín Occidente". En ella, Jean Arthur da vida a una congresista estadounidense que viaja a Berlín para evaluar la moral de las tropas americanas, sospechando que un soldado está protegiendo a Erika Von Schlutow, interpretada por Marlene Dietrich, una cantante de cabaret sospechosa de haber mantenido contactos con los nazis. En esta película, Marlene muestra una madurez espléndida, tanto física como profesionalmente, y tiene ocasión de interpretar un personaje antagónico a su forma de ser y de sentir. Sus canciones en el film son auténticos clásicos, muy bien interpretados por ella, demostrando que su capacidad para fascinar continúa intacta.
Con Alfred Hitchcock trabajó en "Pánico en la escena", en el año 1950, interpretando a Charlotte Inwood, acusada de haber asesinado a su amante. Aquí Marlene vuelve a demostrar su talento interpretativo en un personaje intrigante y manipulador, pero a la vez, rebosante de sensualidad. Su arrebatadora madurez se hace presente en cada escena de este thriller psicológico dirigido con sabiduría por el maestro del suspense, teniendo como compañera de reparto a otra gran actriz: Jane Wyman.
En 1952, rueda a las órdenes de Fritz Lang, uno de los mejores westerns de la Historia del Cine, "Encubridora". En ella, Marlene compone otro de sus grandes personajes, el de Altar Kane, cantante y propietaria de un rancho donde se refugian forajidos a cambio de una sustanciosa comisión. Brilla de nuevo esta incombustible artista, esta vez a todo color, demostrando que, como los buenos vinos, mejora con el tiempo. Aparece bella y desafiante, segura de sí misma y haciendo gala de su eterno misterio. Su personaje en esta película es de los más notables de su época de madurez y de toda su carrera.
La última gran película y último gran papel para Marlene fue "Testigo de cargo", de 1957 y nuevamente a las órdenes del maestro Billy Wilder. Una obra maestra sin concesiones, donde su magnífica interpretación se merecía un Oscar, pero ni siquiera fue nominada. En ella interpreta a Christine Vole, la esposa alemana de Leonard Vole, (Tyrone Power), un hombre acusado de asesinar a una anciana millonaria que se había enamorado de él y que le había hecho heredero de todos su bienes. Christine será pieza clave en un juicio en el que hará todo lo posible por salvar a su marido, pese a conocer su culpabilidad. El no nominar a Marlene al Oscar fue otra injusticia más de las muchas que cometió la Academia del Cine. Sin embargo, Marlene Dietrich, como tantos otros actores y actrices que nunca fueron nominados no necesitó nunca un Oscar para deslumbrar con su talento a un público que la siguió entregado, cautivado y rendido por el magnetismo y su fascinante personalidad.







En la década de los sesenta, Marlene Dietrich, se dedica más a su otra faceta artística: la de cantante, realizando toda una serie de conciertos por Europa y Estados Unidos, actividad que compaginaría con el cine, participando de manera esporádica en algunas películas. La Dietrich reinó por méritos propios sobre los escenarios, interpretando con su grave y profunda voz grandes canciones de todas las épocas y demostrando su capacidad para mantener intacto el halo de misterio y glamour que siempre la rodeó. Su interpretación de la canción "Lili Marlene" resulta fascinante, y su poderosa presencia quedará por siempre en la memoria de todos aquellos que amamos la música y el cine.
Marlene murió en París en 1992, a la edad de 91 años. Sólo tuvo una hija, María, que escribió su biografía y que estuvo a su lado hasta el final. En este tiempo, prefirió vivir en el anonimato, llevando una vida muy discreta, totalmente alejada de los focos y de la popularidad.
Marlene Dietrich vivió la vida que quiso, fue una mujer libre y de fuerte personalidad, voluntariosa y desconcertante para muchos. Su genialidad radicaba en su compromiso y modernidad. Su especial glamour la convirtió en un icono del siglo XX y la ayudó a fomentar una leyenda que aún hoy sigue viva. Millones de admiradores y cineastas de todo el mundo le rinden homenaje a través de la proyección de sus películas o sirviéndoles de inspiración en otras facetas artísticas. Ahora mismo, mientras estoy terminando de escribir este artículo, resuena en mi memoria la voz grave y sensual de una mujer, que desde algún cabaret de un lejano Berlín, entre humo y lentejuelas, desgrana aquella canción, representación de una época que no volverá: "Lili Marlene". Este es mi homenaje a Marlene Dietrich, una mujer hecha de realidades y sueños.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 



jueves, 6 de julio de 2017

EL CINE Y LA COPLA







Durante los años treinta, cuarenta y cincuenta, en nuestro país se desarrolló con fuerza un género cinematográfico que podríamos llamar musical. Durante estas tres décadas principalmente, surgieron grandes cantantes de un género tan popular como es la copla. Estas grandes figuras llenaban los teatros con sus espectáculos y ponían color a una época tan gris y dura como fue la posguerra española. La copla, una mezcla de música, teatro y poesía, caló hondo entre la gente del pueblo, la cual, apreciaba estas cualidades que servían para esquivar en la medida de lo posible una realidad de miseria, penurias y falta de libertad. La gente se dejaba llevar y seducir por canciones, cuyas letras muchas veces rozaban lo subversivo, describiendo pasiones prohibidas que transgredían la férrea moral impuesta por el régimen franquista en aquellos momentos. Eran temas unas veces alegres, otras veces describían tragedias, a veces llevaban camuflado entre sus versos algún toque social, lo que hacía que el pueblo se identificara con este rico y variado género musical. Autores como los famosos tríos, Quintero León y Quiroga u Ochaíta, Valerio y Solano, dieron esplendor con sus hermosas letras y su música popular y sublime, a esta época.
Desde los años veinte del siglo pasado, empezaban a destacar figuras como Raquel Meller, que popularizó el cuplé, que a veces se fusionaba con los primeros compases de lo que sería después la copla. En los años treinta, surgieron grandes estrellas dentro de la canción española, como fueron Miguel de Molina, Imperio Argentina, Estrellita Castro o Concha Piquer. Los años cuarenta y cincuenta vieron el esplendor de un género con raíces lorquianas y que fascinaba al pueblo. Juanita Reina, Lola Flores, Paquita Rico o Carmen Sevilla,  entre otras, fueron las grandes estrellas de esta década, poblando de música y sueños el árido panorama de escasez y represión de una dictadura que no dejaba mucho sitio para la creación artística. En este sentido, decir que muchas coplas fueron censuradas drástica y vergonzosamente. Coplas como "Ojos verdes", "La loba" o "María Magdalena", fueron prohibidas en la radio, obligándose a los autores a cambiar la letra para sus versiones teatrales y cinematográficas. Afortunadamente, se han conservado las versiones originales. La gente abarrotaba los teatros, y esto hizo que desde casi el principio, el cine se fijara en este filón popular. Y muy pronto surgieron las primeras películas protagonizadas por estas artistas, de gran belleza y talento, y de orígenes tan humildes, que muchas de ellas no sabían leer ni escribir, pero  que a base de constancia y de esfuerzo, consiguieron cumplir sus sueños de convertirse en grandes estrellas.
Uno de los primeros títulos del cine folklórico español, que obtuvo cierta relevancia en la época, fue "María de la O" (1936), dirigida por Francisco Elías Riquelme, y que reunió a dos de las más grandes figuras de la época: Carmen Amaya y Pastora Imperio. Un año antes, Estrellita Castro estrenaba "Rosario, la cortijera" y se convertía en estrella cinematográfica, aunque ya en 1933 había rodado un corto. Imperio Argentina debutó en 1927 en el cine con "La hermana San Sulpicio", en una versión muda que luego volvería a repetir ya en versión sonora. Para la historia quedan títulos como "Nobleza baturra" (1935), "Morena Clara" (1936) o "Carmen, la de Triana" (1938), todas dirigidas por Florián Rey. Concha Piquer inició su carrera en el cine con la película "El negro que tenía el alma blanca"(1930), de Benito Perojo, llegando a su apogeo con "La Dolores" (1940), de Florián Rey.
Puede decirse que el cine folklórico español, fue un cine que se hacía sin apenas medios económicos, que se apoyaba fundamentalmente en el carisma de la estrella de turno y que se debatía entre el kitsch y la ingenuidad. Salvo honrosos títulos, no tenía una gran calidad, pero visto hoy, resulta ciertamente entrañable, ya que consiguió en su momento lo que pretendía, que no era otra cosa que entretener a la gente con las canciones y con los bailes de aquellas artistas, adoradas por un público fiel que sobrevivió a una cruenta guerra civil, y que encontró en sus canciones y en sus películas algo de consuelo, para sobrellevar la vida dura y gris que impuso la dictadura.
Desde aquí quiero reivindicar un género musical no siempre bien tratado, que formó parte de la historia de nuestro país y que con sus canciones ilustró todo el siglo XX. También quiero poner en valor el cine que en su día se hiciera, porque , pese a sus limitaciones aportó luz y color a aquella España.
En cuanto a las estrellas que representaron a la copla dentro del cine, son muchas, pero en esta entrada, haré una breve semblanza  de tres de ellas, todas muy importantes: Concha Piquer, Lola Flores y Juanita Reina, que son sin duda, tres nombres esenciales de la historia de la copla en el cine. Acompañando a los textos , tres dibujos a tinta que realicé hace unos años y que las representan en su época dorada.

CONCHA PIQUER





María de la Concepción Piquer López nació en Valencia en el año 1906, dentro de una familia de lo más humilde. Debutó a los once años en el teatro Soguero de su ciudad natal, pero no fue descubierta hasta 1922 por el maestro Penella, que la llevó a Nueva York para el estreno de su ópera "El gato montés", y donde interpretó el tema "El florero". Tras este debut, Concha Piquer pasó cinco años más en Estados Unidos donde compaginó el teatro con la canción, llegando a cantar al lado de Al Johnson, y actuando en los escenarios de Broadway. Tras su regreso a España, comienza su andadura en el cine con la película "El negro que tenía el alma blanca" (1930), de Benito Perojo, y la continuaría con títulos como "La Dolores" (1940) , de Florián Rey o "Filigrana" (1949), de Luis Marquina. Tuvo una breve carrera cinematográfica, pues se dedicó  casi en exclusividad a sus espectáculos teatrales que arrastraban a un público de lo más diverso. Para mi, "La Dolores" es su película más importante y donde realiza su mejor interpretación. En ella, Concha Piquer interpreta a Dolores, una joven que trabaja en un mesón aragonés, donde es pretendida por el barbero del pueblo y por uno de los más ricos labradores de la comarca. Pero un día llega al mesón un estudiante, Lázaro, del cual se enamora y es correspondida. El despecho hace que el barbero invente la famosa copla que habrá de calumniar a la joven: "Si vas a Calatayud, pregunta por la Dolores, que es una chica muy guapa, y amiga de hacer favores". La película es un melodrama que, sin ser extraordinario, logra transmitir en algunos momentos la represión  social y moral  que se vivía en aquella época y el sufrimiento que ésta conllevaba injustamente a algunas personas, en este caso a la joven Dolores. En esta película, Concha Piquer canta magistralmente, (como siempre) canciones como "Catalina" o "Para el carro", pero será en "Filigrana" (1949), donde desgrane su insuperable versión de "Ojos verdes", cantando también otra de sus más famosas coplas : "No te mires en el rio". Profesional al máximo, Concha Piquer se distinguió siempre  por su exigencia y alto nivel artístico, herencia probablemente de la dura época en que trabajó en Estados Unidos, donde siendo casi una niña, tuvo que  quedarse sola, pues su madre tuvo que regresar a España, ya que dos de sus hermanas enfermaron de gravedad. Para ella, el maestro Penella le compuso el pasodoble "En tierra extraña", que narra las amargas horas vividas y la nostalgia que sentía por su tierra y por sus seres queridos en aquel Nueva York de los años veinte.
Concha Piquer ha sido una de las más grandes tonadilleras de este país, con una trayectoria profesional impecable tanto en sus espectáculos teatrales y de copla, como en el cine. Fue brillante y consiguió un reconocimiento internacional. Su voz, inimitable, sonará eterna en la memoria de la copla.


LOLA FLORES






¿Qué decir de Lola Flores?. Artista genial e inclasificable, Dolores Flores Ruiz, nació en Jerez de la Frontera en 21 de enero de 1923. De familia humilde, su padre tenía una taberna y su madre, era costurera, para Lola Flores la vida no fue sencilla en sus inicios, librando una ardua batalla hasta llegar a triunfar y a convertirse en una primera figura dentro del mundo de la canción española. Muy jovencita, tras su debut en el teatro Villamarta de Jerez, y tras algunos espectáculos, Lola Flores marcha a Madrid con la esperanza de hallar el éxito. Para ello, su padre no duda en vender el bar que tenían y apoyarla en su gran aventura. Su debut en el cine no tarda en llegar y en 1939 interviene en "Martingala" dirigida por Fernando Mignoni, y aunque no tuvo una gran repercusión, se dio el gusto de trabajar  junto a uno de los mejores cantaores de flamenco de la época: El Niño de Marchena. Mientras tanto, comenzaban sus triunfos como tonadillera y comenzaba a llenar teatros con el genio y el temperamento de que era dueña. En 1943, conoce al cantaor Manolo Caracol y lo contrata por quinientas pesetas diarias. Ambos debutan con el espectáculo "Zambra", con el que obtuvieron uno de sus máximos éxitos populares. Fue un espectáculo musical cuidado y mítico, donde Caracol cantaba "La niña de fuego", mientras Lola Flores, en un alarde de pasión y sensualidad, bailaba a su alrededor. De este espectáculo, salió también una de las coplas más famosas de Lola: "La Zarzamora".
La película "Embrujo" (1947), de Carlos Serrano de Osma fue un intento por parte del director de realizar un cine distinto del que se hacía en aquellos momentos. Encuadrada en el surrealismo, no tuvo, por tanto, el éxito esperado. Sin embargo, es una película interesante que tuvo como protagonista a la pareja del momento: Lola Flores y Manolo Caracol. Sólo coincidirían en otra película más: "La niña de la venta" (1951), que fue el final de su tormentosa relación, tanto profesional como sentimental.
Como artista, Lola Flores fue una creadora, un genio intuitivo para el cante y el baile, una fuerza de la naturaleza que siempre quiso demostrar su talento como actriz. Sus películas, por lo general, tanto las que rodó en México, como las que protagonizó aquí, no le dieron demasiada oportunidad de demostrarlo, puesto que , como ella misma reconocía, solo le daban el papel de gitana graciosa, que cantaba y bailaba como los ángeles, y eso no le costaba ningún esfuerzo. Ella quería demostrar que además de este tipo de papeles, podía interpretar otros con más enjundia dramática y más comprometidos. En los años cincuenta, destacan títulos como "Morena Clara", al lado de Fernando Fernán Gómez, una nueva versión de la película que interpretara Imperio Argentina en los años treinta, o "Ay pena, penita, pena", de Miguel Morayta, rodada en México. También destacar títulos de gran éxito popular en aquel entonces, como "La estrella de Sierra Morena" o "La hermana Alegría", donde Lola vistió hábitos, y donde destaca principalmente, y valga la redundancia, la alegría que le aportaba a sus películas el genio de la artista.
Ya en los años sesenta, a Cesáreo González, el productor de la mayoría de las películas de Lola Flores, se le ocurrió la maquiavélica idea de rodar una película con tres de sus estrellas más destacadas: Carmen Sevilla, Paquita Rico y Lola Flores. "El balcón de la luna" (1962), de Luis Saslavsky, es una entretenida y a ratos divertida película que hizo correr ríos de tinta en su momento. Repleta de canciones, como anécdota, contar que ninguna de las tres artistas quería aparecer la última en los títulos de crédito, así que ,para contentarlas, al productor se le ocurrió la idea de que los nombres de las tres aparecieran en forma de aspa. Los números musicales son una delicia, algunos cantados por las tres, como "¡Ay, que calor! o "Con el carambí", que les da la oportunidad de mostrar su vis cómica. Una película para el recuerdo y para la nostalgia.
Ya en los años ochenta, Lola Flores si pudo demostrar atisbos de un talento dramático escondido entre peinetas y volantes durante casi toda su carrera. Le llega la oportunidad de interpretar algunos de sus papeles más importantes dramáticamente hablando, como el de "Los invitados" (1987), dirigida por Víctor Alcázar y protagonizada, además de por Lola Flores, por Amparo Muñoz y Pablo Carbonell. Se trata de una película basada en la novela de Alfonso Grosso del mismo título sobre el crimen de los Galindos, ocurrido en un cortijo de Sevilla en 1975, y donde murieron varias personas , entre ellas los capataces del cortijo. Lola Flores interpreta a la capataza, demostrando una gran contención dramática en su interpretación. Sin maquillaje, Lola afronta este papel en la desnudez de su extremo realismo, y ofrece la mejor interpretación de su carrera. Por otra parte, en esta época también destaca por su papel en la película "Truhanes", de Miguel Hermoso, junto a Paco Rabal, y por último cabe destacar su interpretación en la serie de televisión "Juncal", también junto a Paco Rabal y con otro gran actor: Rafael Alvarez "El brujo".
Lola Flores fue además una gran recitadora, una artista polifacética que destacó en todo aquello que se propuso, ya fuera la copla, el baile o la interpretación y una trabajadora infatigable. Un genio inolvidable. Un recuerdo para ella.


JUANITA REINA






 Juana Reina Castrillo nació en Sevilla el 25 de agosto de 1925, y fue una de las más grandes damas de la copla. Su señorío y empaque, unidos a una voz prodigiosa, hicieron de ella una máxima figura. Dedicada más a los espectáculos teatrales y musicales, Juanita tiene una carrera cinematográfica breve, aunque llena de éxitos populares. Intervino en 12 o 13 películas debutando en 1941 en "La blanca paloma", de Claudio de la Torre, y continúa en 1943 con "Canelita en rama", dirigida por Eduardo Maroto, al lado de Pastora Imperio, y que significó su primer éxito en el cine. Son vehículos exclusivos para su lucimiento, donde Juanita interpreta con desparpajo, pero sobre todo, canta. Aquí la acompaña también el actor Miguel Ligero, que aporta el humor a una película endeble e ingenua. Entre tanto, Juanita no deja de triunfar en los escenarios, en espectáculos como "Los churumbeles",  o con "Tabaco y seda", con música compuesta en su totalidad por Quintero, León y Quiroga. En 1947, realiza una de sus mejores interpretaciones cinematográficas en "La Lola se va a los puertos", dirigida por Juan de Orduña y basada en una obra de los hermanos Machado. En esta película, entre canciones, Juanita da vida a Lola, una cantaora que se debate entre el amor que siente por ella su guitarrista, y el del hijo de un señorito andaluz. Impresionante el primer plano de la artista, cuando en el film ,se marcha de San Fernando a San Lucar de Barrameda, y en el barco, repleta de juventud y belleza, nos canta el tema que da título a la película. Otro de sus grandes éxitos, esta vez ya a principios de la década de los cincuenta, es "Lola, la piconera" (1951), dirigida esta vez por Luis Lucia. Otro gran vehículo de lucimiento para la tonadillera, que aparece radiante y en la plenitud de su arte. Fue un éxito tremendo y volvió a dar señales de su talento como actriz. En ella, canta alguno  de sus más grandes y famosos temas, como la zambra "Callejuela sin salida", "Con las bombas que tiran", "Como dos barquitos" o la canción que da titulo a la película: "Lola, la piconera".
Los éxitos en el teatro se siguen sucediendo, a la par que en el cine, donde interpreta la película "Sucedió en Sevilla" (1955). Y ya en 1959, pone fin a su carrera cinematográfica con "La novia de Juan Lucero", dirigida de nuevo por Luis Lucia, y que es sin duda una de las películas más flojas de su trayectoria.
Juanita Reina fue una de las artistas de copla con más carisma, que se acercó con mucho respeto al cine y que logró con su talento varios éxitos que hoy, todos recordamos. Su impresionante voz, de contralto, hizo que en un determinado momento, muchos le instaran a cantar ópera o zarzuela, pero declinó la propuesta, porque a ella lo que realmente le gustaba era cantar copla. Y así, Juanita Reina se dedicó siempre por entero a su gran pasión, y ya en su madurez, en el espectáculo musical "Azabache", creado para la Expo del 92, y en su Sevilla natal, y aunque su voz ya no era la misma, dio unas cuantas lecciones de cómo pasear un escenario con elegancia, de cómo vestir la copla y de cómo dramatizarla. No en vano fue la reina en su oficio, que no fue otro que el de sublimar con su cante, los versos que grandes poetas como Rafael de León, escribieron para ella.










viernes, 9 de junio de 2017

BARBARA STANWYCK: EL PODER DEL TALENTO.



Creo que la primera vez que tuve noticias de Bárbara Stanwyck fue de niño a través de una película que se titulaba "Stella Dallas", un excelente melodrama de King Vidor donde ella realizaba una de sus grandes interpretaciones. Era en una sesión de noche en televisión. Fue todo un descubrimiento. Allí estábamos los tres, mi madre, mi hermano y yo, embelesados con las proezas interpretativas de una hasta ahora para nosotros desconocida actriz, pero que se convertiría en alguien familiar, ya que desde ese momento fuimos fieles seguidores de la estrella, intentando no perdernos ninguna de sus películas.
Bárbara Stanwyck sigue siendo para mi, una de las mejores actrices que ha dado Hollywood, caracterizada por una fuerte personalidad y por un talento y una versatilidad excepcionales. Sigo revisitando sus películas y disfrutando de sus calidades y cualidades, que son muchas. El talento de la Stanwyck aparece en cada film desde el momento mismo de su aparición. Basta con su presencia, con sus ademanes y su actitud para darnos cuenta  de que estamos ante una gran actriz. Sobran las palabras. Hoy, en "Desde Strómboli", le dedico este homenaje, este pequeño recorrido por su vida y obra, agradeciendo a ella y a los grandes directores que la acompañaron en su espectacular viaje por el difícil camino de la interpretación, el hecho de hacernos partícipes de toda una serie de historias muy bien contadas, que a veces nos emocionaron, otras nos hicieron reír, y otras, nos trasladaron de la realidad a los sueños en un abrir y cerrar de ojos. Bárbara Stanwyck fue una actriz de carácter, que dominó tanto el drama como la comedia, donde nos demostró, sin duda con gran generosidad, el poder de su talento.






Ruby Catherine Stevens, nació el 15 de julio de 1907 en Brooklyn.Su infancia fue un constante peregrinar por casas de acogida, ya que su madre murió cuando ella era muy pequeña y su padre, poco después, la abandonó. Tuvo por tanto, una niñez dura e inestable que indudablemente la marcó, pero que no le impidió conseguir sus sueños y ser la gran estrella que fue. Trabajó de telefonista y sus primeros escarceos en el mundo del espectáculo los realizó a través del vodevil. Llegó a Broadway, donde conoció al que sería su primer marido, un actor llamado Frank Fay, que intentó por todos los medios introducirla en el mundo del cine y que triunfara. Su debut en el cine se produce en 1927 con la película "Noches de Broadway" y colaborará con directores de la talla de Frank Capra o John Ford, entre otros, pero su gran oportunidad llega con la película "Stella Dallas" , de King Vidor, en el año 1937.  En este melodrama, Bárbara Stanwyck interpreta a una mujer de clase obrera que aspira a ascender de status social algún día, para ello se casará con el jefe de la empresa donde trabaja su hermano. Sin embargo, su forma de afrontar la vida, sincera y sin hipocresía, le crea problemas entre la sociedad a la que ella quiere pertenecer a toda costa, una sociedad donde impera el prejuicio y el clasismo. Separada de su marido por propia voluntad, y porque no acepta las reglas que la alta sociedad le trata de imponer, Stella criará a su hija ella sola, con muchos sacrificios, y hará de ella el centro de su vida. Finalmente, las diferencias sociales y educacionales, harán que Stella realice el mayor sacrificio que puede realizar una madre por su hija: renunciar a ella, para que pueda tener los recursos, la educación y oportunidades que en su momento ella no tuvo. La interpretación de la Stanwyck es conmovedora, llenando la película con su presencia y dotando al personaje de una gran humanidad y realismo. Aparece arrolladora con un vestuario barroco y vulgar que confiere al personaje una gran ternura y vulnerabilidad. La magia de esta película reside en la luminosa interpretación de esta gran actriz, la cual conseguirá su primera nominación a los oscars.
El año1941 fue un año productivo a todos los niveles para nuestra estrella, que rueda tres de sus mejores películas: "Bola de fuego", de Howard Hawks, junto a Gary Cooper, una comedia ya clásica, que le valió su segunda nominación a los oscars. "Juan Nadie", dirigida por Frank Capra, y repitiendo cartel con Gary Cooper y por último "Las tres noches de Eva", de Preston Sturges, con Henry Fonda como compañero y protagonista junto a ella. Son tres comedias de alto nivel, pero nos detendremos en esta última "Las tres noches de Eva", donde brilla con luz propia el talento de estos dos grandes actores, magistralmente dirigidos por un artesano del cine como fue Preston Sturges.






"Las tres noches de Eva" es una comedia ágil, moderna y atrevida para la época en que se rodó. Stanwyck interpreta a Jean Harrington, una timadora que viaja con su padre en un transatlántico en el que coinciden con Charles Pike,(Henry Fonda), un joven multimillonario, científico y estudioso de las serpientes, que regresa de pasar un año en la selva estudiando los susodichos animales. Charles, no tarda en enamorarse de Jean, pero tras un viaje cargado de emociones, descubre que en realidad es una jugadora de cartas, que se dedica junto a su padre (un extraordinario Charles Coburn), y otro colaborador a desplumar incautos y abandona a Jean, la cual, se encuentra realmente enamorada de él. Pero las cosas no quedarán así, y Jean, promete venganza. La ocasión surge cuando los Harrington se encuentran con un estafador , compañero de correrías que tiene relación con la alta sociedad a la que pertenece Charles y que por casualidad, lo conoce. Jean le propone hacerse pasar por su sobrina y así, se convertirá en Lady Eve Sidwich. Charles la conocerá en una fiesta y no puede evitar sentirse turbado por el gran parecido existente entre Eva y Jean. A partir de ahí, los continuos equívocos y las situaciones más cómicas, harán de esta película , una comedia excepcional.
"Las tres noches de Eva" es una obra maestra, ejemplo de lo que sucede cuando una película está dotada de un excelente guión, unos actores de primer orden y un director magistral. Maravillosa y delirante la secuencia donde Jean seduce a Charles: pegadas las mejillas, la voz susurrante de ella, su sensual perfume y  unas caricias medidas que revuelven el pelo y que tocan su oreja de una forma hábil e irresistible, son como un resorte que provocan la excitación del científico, el cual , lleva un año en la selva, sin contacto físico con mujer alguna. El juego de seducción, plagado de erotismo por parte de los dos actores (la cara de Henry Fonda es un poema), está lleno de encanto y comicidad, la única manera de poder realizar  esta secuencia y que la censura no actuara.

En el año 1944, Bárbara Stanwyck realiza una de sus mejores interpretaciones en una película mítica: "Perdición", del maestro Billy Wilder. Aquí, la actriz cambia totalmente de registro interpretativo para interpretar a Phillys Dietrichson, una mujer que hace de la maldad y la manipulación una forma de vida. Con guión de Raymond Chandler y basado en una novela de James. M. Cain, la película está  interpretada también por Fred MacMurray y Edward G. Robinson, ambos estupendos en sus respectivos papeles. El film es en sí mismo, una obra maestra del cine negro y el personaje de la Stanwyck es el paradigma de la mujer fatal, ambiciosa y sin corazón, que planea junto al vendedor de seguros Walter Neft (Fred MacMurray), el asesinato de su marido, con el fin de cobrar el dinero del seguro que tiene con la empresa para la que trabaja Walter. Teñida de rubio platino, y acentuando de este modo la perversidad del personaje y aumentando también su capacidad de seducción, Bárbara Stanwyck compone uno de sus mejores personajes que quedará para los anales de la Historia del Cine. Y también para los anales de otra historia, la del erotismo, quedará su fascinante y turbadora imagen con un liviano vestido blanco y una pulsera en el tobillo, que volverán loco a su futuro cómplice. En definitiva, una obra maestra absoluta del cine negro y del genio del cine Billy Wilder, con la que Bárbara obtuvo su tercera nominación a los oscars, pero injustamente, tampoco lo logró.

Otras grandes películas de los años 40 fueron "El extraño amor de Martha Ivers" (1946), de Lewis Milestone o "Voces de muerte" de Anatole Litvack, por la que obtuvo su cuarta y última nominación al oscar.





Los años cincuenta fueron también fructíferos para la actriz, interpretando grandes papeles. Entre ellos, uno que personalmente me gusta mucho, en un western atípico dirigido por Rudolph Maté en 1955, "Hombres violentos", al lado de grandes actores como Glenn Ford o Edward G. Robinson. Es un western vigoroso, lleno de acción y con un guión extraordinario. En él, Bárbara Stanwyck es Martha, la esposa de Lew Wilkinson (Edward G. Robinson), un ganadero que poco a poco y no siempre por medidas legales, ha conseguido apoderarse de todos los ranchos del valle, con la inestimable ayuda de su esposa, Martha, y de su hermano, Cole, con el cual Martha tiene un "affaire". El único que se opone a sus ambiciones es el joven ganadero John Parrish (Glenn Ford), el cual hará frente a Lew y a su malvada esposa, imponiendo la ley y el orden de nuevo en el valle.
La aparición de Bárbara Stanwyck en la película es memorable. Vestida por Jean Louis, uno de los grandes modistos del Hollywood de la época, su vestuario refleja perfectamente la personalidad y el fuerte carácter de Martha. Con un vestido azul marino, sobrio y elegante, severo en sus formas, con los hombros rectos, sin un detalle que sugiera debilidad, aparece Martha Wilkinson a las puertas del rancho, altiva y erguida, y sin hablar, nos hace comprender a los espectadores que estamos ante una mujer de armas tomar. Una mujer fuerte, pero ambiciosa y malvada. Después, a lo largo de la excelente película, podremos comprobar con asombro el grado de perversidad y dureza del personaje, uno de los más ásperos de su carrera, junto con el de Phillys Dietrichson  de "Perdición". Bajo una impecable dirección de Rudolph Maté, todos los actores están geniales, y Bárbara Stanwyck compone una de las grandes villanas del cine.

En los años sesenta, la actriz sigue trabajando, combinando excelentes papeles como el de Jo Courtney en "La gata negra" (1962) de Edward Dmytryk, donde está imponente interpretando valientemente al primer personaje abiertamente gay de la Historia del Cine, con otros de menos envergadura, como el papel que realiza en la película de Elvis Presley "El trotamundos" en 1964.

A partir de los años setenta, Bárbara Stanwyck se dedicará casi por entero a la televisión, donde trabaja en series como "Valle de pasiones", y ya en los ochenta, participará en la famosa serie "Dinastía", así, como en "Los Colby", donde actúa al lado de otra vieja gloria de Hollywood, Charlton Heston. También dejará la huella de su buen hacer en "El pájaro espino", con Richard Chamberlain y Jean Simmons, otra gran actriz del cine que aunque relegada en estos años a la televisión, no deja ni un momento de demostrar su oficio y su talento.

Finalmente, en el año 1982, Bárbara Stanwyck recibiría un oscar honorífico, reconociendo una carrera larga, rebosante de excelentes trabajos. Un reconocimiento tardío, ya que la actriz había hecho méritos más que suficientes para haber recibido tal galardón en más de una ocasión por varios de sus excelentes personajes. La industria del cine es así de injusta y olvidadiza a veces. Sin embargo, como tantas otras grandes actrices, no necesitó nunca de premios que avalaran su talento, pues éste estaba muy por encima de ellos, dejándonos boquiabiertos con su extraordinaria versatilidad y dejando constancia de su gran profesionalidad. Bárbara Stanwyck pertenece a esa clase de actrices que no necesitan presentación, basta con su sola presencia para darnos cuenta de sus capacidades y para arrastrarnos a un mundo donde el arte de la interpretación se sublima.