martes, 24 de marzo de 2020

CUANDO TODO ESTO ACABE




 



Cuando todo esto acabe,
ojalá y tu piel se vuelva a rozar con la mía,
y tus labios recorran mi cuerpo tendido
bajo la limpieza que traen los vientos de la primavera.
Cuando todo esto acabe,
juntos seremos invencibles,
porque del amor seremos esclavos,
libres ya de ataduras invisibles.
Cuando todo esto acabe,
seremos tierra y sol, semilla y agua
y abriremos los brazos al tiempo de las flores,
al amparo de nuevas esperanzas.
Cuando todo esto acabe,
volverán a mi casa los amigos,
como pájaros que, volanderos,
regresan a la templanza de su nido.
Cuando todo esto acabe,
volveremos a ser nosotros mismos
y miraremos la vida de otro modo,
como la ven los ojos de los niños.
 
 
      
 
      Ante la situación que estamos padeciendo, hoy he querido publicar este poema, dedicado especialmente a todos los que luchan y ponen de su parte para acabar con ella. Venceremos.
 
 
 
 
 
 
 
 



sábado, 21 de marzo de 2020

CARTA AL AMOR DORMIDO







     Para conmemorar el Día Mundial de la Poesía, que se celebra hoy, he decidido seguir la bonita iniciativa que ha tenido la página de Facebook "Asociación Amigos de Rafael Zabaleta", donde se nos anima a escribir un relato o un poema basado en este cuadro de la primera época del genial pintor jiennense. El que he compuesto se titula "Carta al amor dormido" y dice así:

 
 
Te escribo a ti, amor dormido,
Ausente de mis noches de locura,
De mis cuidados y mis travesuras,
Tan añorado, tan deseado y tan querido.
 
En dos palabras digo que te quiero
Con las ganas del que alcanza la dulzura,
Contando las estrellas una a una
Mientras tímidos alumbran los luceros.
 
Te escribo a ti donde te encuentres,
En el espacio sideral o en mi costado,
O en mi ciego corazón abandonado
Que por ti, se vuelve transparente.
 
No dejaré jamás tu eterno cielo,
De amores y amapolas inflamado,
Pues siempre te recuerdo en mi pasado
Como el vuelo silencioso del jilguero.
 
Te escribo amor con esta muda angustia
De no saber si tus ojos me verán,
Si tus labios de miel me besarán
O si las flores del cariño estarán mustias.
 
Ya me despido, esencia de mis días,
Más soñaré con tus alas y tu vuelo,
Si en el dormir no me encontrase ese desvelo
De los besos que en la boca me darías.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

jueves, 19 de marzo de 2020

HOJAS EN EL AGUA: NO LLEGARÁ LA PRIMAVERA

 
 
 
 



Capítulo 10

      A Jules lo detuvieron una tarde de sábado en su casa. Cuando escuchó el timbre de la puerta dormía un sueño inquieto, un duermevela que dejaba en su cuerpo el hormigueo de la desesperación y en su cabeza, el pitido de la locomotora de un viejo tren a punto de descarrilar. Su cuerpo perpetuaba una palidez enfermiza y su corazón se aceleraba tanto que a veces lo despertaba de un estallido, otras veces, sin embargo, ni notaba sus latidos. Era entonces cuando más a gusto se encontraba, abrazado a la almohada, mientras el mundo giraba a su alrededor en su vaivén de descabellada locura. Adormilado aún y con el regusto del tabaco y del alcohol en la boca, se levantó y tras vestirse con desgana, se dirigió a la puerta y la abrió.Tras explicarle sus derechos, juntaron sus manos y lo esposaron, mientras se estremecía al contacto del frío acero de las esposas sobre su piel y su dañado espíritu, por fin caía abatido.
      Comenzaba marzo y el aire se había vuelto cálido y dulzón, presagiando ya la nueva estación, pero Jules, dentro del coche de la policía sintió que esta vez la primavera no llegaría. No había motivos, pues lo que hacía brotar las flores de los almendros ya no existía. Ni su madre ni Andrea, su loco amor, estaban ya a su lado y por lo tanto, jamás volvería el esplendor de sus días. Ahora, se preparaba para dejarse llevar por la maraña de acontecimientos que se precipitaban sobre él, y colocando la cabeza entre las rodillas, permaneció en esa posición hasta que el coche policial se detuvo en la puerta de la comisaría.
      La descripción que la policía francesa había dado de Gérard Poirier Deschamps coincidía plenamente con el cadáver del anciano de la fuente del parque: un hombre de estatura media, pelo gris oscuro, cejas pobladas, aunque cuidadas, mentón prominente y fuerte complexión, y la foto que enviaron, aunque de más joven, confirmaba sin duda que era él. Según Simone, su pareja, Gérard había viajado a España en otoño por asuntos familiares y a su vez le dijo que estaría un par de meses fuera. Al principio se comunicaban, pero después estuvo un tiempo sin tener noticias suyas y entonces, denunció. 
      Rovira retomó el caso del anciano, una vez descartado que Jules tuviera algo que ver con el asesinato de Andrea, ya que en el momento en que se produjo, éste se encontraba en el hospital cuidando de su madre, como muy bien declaró él en su momento. Sin embargo, había algo extraño que Rovira intuía, algo que no sabía muy bien qué era, pero que no le permitía dejar de investigar al atormentado Jules. Por eso continuó estudiando cada movimiento que daba: su jornada laboral, entre papel, tinta y caligrafías, sus correrías nocturnas por Tarrasa y Barcelona, donde era amigo de broncas y de juergas sin final y donde el amanecer lo sorprendía la mayoría de las veces vagando como un zombie, como un vampiro de palidez extrema que teme la llegada del sol, porque con ella vendrá su destrucción. Pero nada de eso era un delito. Por otra parte, en su trabajo era un gran profesional, un auténtico artesano cuyas manos tintadas a veces de azules y de negros, eran capaces de reparar el libro más desvencijado que pudiera imaginarse. De todos modos, algo se les escapaba. Una madrugada, Jules fue visto junto a la fuente donde se había cometido el asesinato, se sentó en su borde y se refrescó con sus aguas y allí permaneció un buen rato. A los pocos días, (siempre en fin de semana) lo volvieron a ver en el mismo lugar y realizando el mismo ritual: se lavaba la cara, se mojaba el pelo y se sentaba amodorrado en el borde de la fuente murmurando entre dientes frases inconexas. Informado, Rovira lo siguió y lo volvió a ver. Había amanecido ya aquel domingo cuando Jules introducía sus manos manchadas de tinta en el agua y se refrescaba el rostro, frotándolo con fuerza y tras unos minutos de pie junto a la fuente, haciendo esfuerzos por mantener el equilibrio, atravesaba el parque y se marchaba a casa. Rovira dio media vuelta y subió calle arriba hasta una cafetería donde había quedado con Vila y con algún subordinado más. Después de llegar a la comisaría,  se volvieron a mandar a analizar las tintas que cubrían la camisa del hombre. Era posible que el diminuto borrón de espesa tinta que apareció en el borde del cuello de la camisa perteneciera a las delicadas y manchadas manos de Jules.
      Comenzó el interrogatorio, y bastó una sola pregunta por parte de Rovira para que el joven confesara.
      - "¿Conoces a un hombre llamado Gérard Poirier Deschamps?"
      - "Sí, es mi padre", contestó secamente Jules. Y sin más, sin importarle nada, comenzó a relatar al inspector de forma mecánica y sin apenas emoción lo que sucedió aquella mañana de otoño junto a la fuente del parque:
      Gérard andaba sumido en uno de sus proyectos cinematográficos imposibles y para ello, había conseguido la financiación por parte de Simone, su pareja, una francesa de cierto nivel económico que no dudó en intentar echarle un cable aún a sabiendas que perdería todo lo invertido. Aquel hombre elegante y refinado, se había pasado la vida intentando destacar en algo para lo que poseía una más que dudosa capacidad: el cine, pero era tal su obsesión que hasta el último momento pensó que podía dar la gran sorpresa y triunfar. Pero el dinero de Simone no era suficiente. Así, llamó a Jules y quedó con él en el parque y allí, sentado al borde de la fuente le explicó que estaba inmerso en un proyecto importantísimo y que era su gran oportunidad, pero que necesitaba dinero para financiarlo. La mitad del piso de La Maurina donde Jules vivía con su madre le correspondía y le exigió al muchacho su venta para sacar el dinero que faltaba para producir la película.
      - " Maldito idiota, ¿Pretendes dejarnos en la calle?", dijo Jules con toda la furia de la que era capaz.
      - " Es mi oportunidad, ¿entiendes?, esta película será un gran éxito y después, os compensaré, os compraré a ti y a tu madre una casa mejor, no os faltará de nada", replicó el padre en un tono altanero y suplicante a la vez.
      - " Durante todos estos años no te has preocupado en absoluto de nosotros. No hemos recibido ni una llamada tuya para interesarte ni siquiera por mamá, y ahora, ¿no nos va a faltar de nada?" dijo Jules en un tono grave y amenazante. Tu mujer lleva años postrada en una cama por tu culpa, sin otras atenciones que las que yo puedo darle y tú, lunático hijo de puta, ¿te atreves a decir que no nos faltará de nada?".
El hombre descubrió en los ojos de su hijo los destellos del odio más profundo y cambió de tono y de actitud.
      - "Mira, solo he venido a ver si era posible..."
      No pudo seguir hablando porque las manos de Jules rodearon su cuello con violencia hundiendo su cabeza dentro de la fuente y después, cuando ya no le quedaba vida, arrojó el resto de su cuerpo, que quedó cubierto por las hojas secas que el viento había arrastrado y que flotaban como pequeños barquitos a la deriva, como la vida del joven. Después se marchó y un poco más tarde se encontró con Andrea y así, su vida se fue debatiendo entre el infierno y el cielo, la luz y las tinieblas y entre las páginas de los libros que tan a menudo leía.
      Ahora, mientras declaraba ante la policía, se sentía bien, porque estaba seguro de que todo lo que había hecho en su vida estaba en regla y de que había cumplido con solvencia su papel en la vida. Sin embargo, mientras lo volvían a esposar para llevarlo a prisión, Jules sintió un escalofrío y sin más, como el joven Werther, no paró de llorar acordándose de Andrea, su joven enamorada.

 
"Vendrán los días grises
y dejarán su huella en el paisaje.
Y ocultarán tu nombre
bajo el oleaje de las nubes.
La gente dirá: "habrá un mañana",
pero tú, adolescente inquieto,
ya no estarás para verlo,
porque te quedaste enredado
en el sonido de tus propias sombras"
 

   
FIN
 
 








sábado, 14 de marzo de 2020

HOJAS EN EL AGUA: DÍAS GRISES








Capítulo 9

      Transcurría enero de forma algo caótica para Jules. Tras el entierro de su madre, sus inseguridades fueron en aumento, hasta el punto de vagar con más intensidad si cabe por esas calles de la Barcelona nocturna, por esos barrios de cenicientas oscuras, de sórdidos personajes que le vendían la felicidad en forma de la blanquecina espuma que le hacía perder los sentidos y lo trasladaban lejos de su vida. Su trabajo pasó a un segundo plano y en aquellos días grises, faltó tanto que acabó siendo despedido, sin embargo, no hay nada como un jefe comprensivo, un hombre de buena voluntad como era Antonio, propietario de la imprenta, que además sentía una especial simpatía por Jules, del que conocía su historia y que lo volvió a readmitir siempre que cumpliera con su obligación, que era acudir puntual a un trabajo que era ahora mismo, su única forma de ganarse la vida.
      Mientras tanto, Rovira continuaba la investigación del crimen de Andrea y sus pesquisas lo llevaron directamente hasta la imprenta. Aquella tarde, solo Jules y Marcos, uno de sus compañeros, se encontraban en el local trabajando en el arreglo de unos libros compuestos por folletines de los años sesenta que una señora había llevado en un estado bastante deteriorado, pero que con gran habilidad y paciencia, estaban consiguiendo restaurar.
El inspector entró con aspecto adusto, el semblante serio y un cigarrillo que enseguida apagó. Saludó y sin más preguntó por Jules.
- "Soy yo", contestó el muchacho.
- "¿Tiene unos minutos?" preguntó Rovira.
- " Claro, ¿Quién es usted?"
- " Soy el inspector Rovira, de la policía y me gustaría hablar con usted a solas".
Mientras a Jules el rostro se le descomponía, Marcos hizo mutis por el foro mirando a su compañero y dejándolos a solas.
Frente a frente, los ojos del muchacho esquivaban la mirada directa y grave de Rovira que, sacando de su bolsillo un papel doblado cuidadosamente, lo abrió para luego mostrárselo. Jules lo reconoció enseguida: era la última carta que le había escrito a Andrea.
- "¿Conoce usted esta carta?"
- "Sí, la escribí yo"
- "¿Qué relación mantenía usted con Andrea Ripoll?"
El muchacho, temblando como una hoja, le explicó que había sido su novia durante unos años, que rompieron y que estuvieron mucho tiempo sin verse, hasta que hace unos meses se reencontraron en el tren. Tras ese reencuentro, continuó Jules, quedaron para tomar un café en Barcelona. Después, le escribió esa carta con la esperanza de volver a retomar la relación. Desde entonces, no la había vuelto a ver. Cuando terminó de hablar, los nervios se habían introducido dentro de su cuerpo como una descarga eléctrica y hubo de apoyarse en la mesa de trabajo para sostenerse.
- "A Andrea la asesinaron hace un par de semanas."
Jules no daba crédito a las palabras de aquel hombre y por fin, hubo de sentarse en un taburete. Sus ojos tan fríos, de repente se ahogaron en un mar de lágrimas que recorrieron silenciosamente su rostro. Sin saber qué decir, cogió su abrigo y salió de su lugar de trabajo acompañando al inspector Rovira hasta la comisaría donde le tomaron declaración y donde se rompió en mil pedazos repitiendo entre sollozos cuánto la amaba y que él no era el autor del crimen. Hubiera dado su vida por ella o hubiera matado si hubiera sido necesario y mientras lloraba amargamente refugiando el rostro entre sus manos, oyó la voz grave de Rovira que le invitaba a marcharse. En realidad no había pruebas fehacientes contra él, y entregándole el chaquetón, le pidió que no se marchara de la ciudad. Jules asintió y temblando se acomodó dentro del abrigo, salió de la comisaría y se perdió por las calles mientras comenzaba la lluvia que, siempre implacable, no cesaba de acompañarle en aquellos días de enero, donde había perdido a su madre y ahora a Andrea, el amor de su vida.
      El subinspector Vilas, por su parte, continuaba la investigación del crimen del anciano. Nuevos análisis de su ropa revelaron que en su camisa manchada había dos tipos de tinta, la de la estilográfica que el asesino destrozó mientras estaba cometiendo el crimen y una huella casi imperceptible en el borde del cuello de la camisa. Esta era de una tinta más espesa y sólida que el agua apenas alteró. Por otra parte, desde la Borgoña, la policía francesa buscaba a un hombre desaparecido con las características del anciano. Parecía que la investigación comenzaba a tomar un nuevo rumbo mientras el mes moría y le abría la puerta a febrero. Sin embargo, continuaban para Jules los días grises, que transcurrían férreos entre el dolor, las borracheras y el miedo. Porque ahora, además de solo, se sentía cercado.