sábado, 22 de julio de 2023

LA FAMILIA DE KOLDO GARCÍA

 




      La familia de Koldo García había fallecido hacía más de diez años ahogados por la nieve en una montaña no muy lejana a donde poseían la cabaña que era su hogar. Inmersos en una tormenta, fueron sepultados por un alud mientras caminaban intentando encontrar el camino de regreso a casa. La familia de aquel hombre de montaña estaba compuesta por María, la hermana menor, la esposa, Lara, y su hijita, cuyo nombre era Itziar, en honor a la bisabuela de Koldo, de la que presumía por haber sido la última "bruja" de Zurragamurdi, el pueblo donde había pasado la mayor parte de su vida. Cuando murieron, Koldo dejó de existir para la gente y se convirtió en un extraño personaje que paseaba su tristeza y su ira por el mundo, intentando evitar, en la medida de lo posible el contacto con todo ser humano. Al día siguiente del funeral de sus familiares, Koldo quemó la cabaña con todo lo que había dentro y se marchó a una gruta secreta situada en el corazón de la montaña, lejos de las cenizas del que un día fue su hogar y de los recuerdos de sus seres queridos. Bajaba de vez en cuando al pueblo en busca de víveres, pues a veces, lo que cazaba o pescaba no era suficiente para alimentarse, y trabajaba en lo que fuera para conseguirlos. Después, subía de nuevo a la montaña, y se cobijaba en su cueva, sin conseguir aislarse del dolor. Esa era su vida desde hacía más de diez años. A veces, regresaba al lugar donde estuvo la cabaña, se sentaba en el tronco quemado de un árbol y recordaba historias que retorcían su alma, a la vez que un resentimiento hacia sí mismo reaparecía una y otra vez, por no haber evitado aquella desgracia. Si él no hubiera estado en el pueblo borracho, de fiesta con aquella mujer que lo dominaba y le hacía perder la cabeza, hoy, probablemente, su mujer, su hermana y su hijita, estarían vivas y estarían allí, esperándole, tras los cristales de las ventanas que él mismo construyó. A veces soñaba con ellas en su gruta, pero cuando despertaba se encontraba con la oscuridad de aquella cueva y lo que era peor, con la misma angustia que lo atenazó sin tregua desde el mismo momento que supo la noticia del accidente. Un día regresó al lugar donde estaba situada la destruida cabaña, como tantas veces, y no pudo reprimir una expresión de asombro: la cabaña estaba allí, en pie, como si nada hubiera pasado. Frotó sus ojos incrédulo, pues percibía aquello como un sueño, o como una pesadilla. Dentro se veía una tenue luz amarilla que parpadeaba de forma agónica, más lo que lo sobrecogió fue una sombra que atravesó la ventana de forma relativamente fugaz, helándole los huesos y el alma. Aterrorizado, corrió despavorido desapareciendo entre los árboles. Cuando llegó a su refugio, se acurrucó entre las viejas mantas y pasó toda la noche en vela, dilucidando si aquella sombra que había visto, pudiera pertenecer a Lara, su mujer, pues quiso reconocer en ella su perfil de estatua etrusca pese a las brumas y las escasa luz que invadía la cabaña. La mañana amaneció fría y lluviosa, y Koldo se internó en el bosque en busca de leña. La niebla que invadía la montaña, a veces se transformaba en agua nieve que inundaba sus ojos hasta casi cegarlos. Sin embargo, a duras penas pudo ver, muy cerca del pequeño riachuelo que atravesaba la parte oeste del bosque, la figura de una mujer con un bastón, que, caminaba con esfuerzo por entre la vegetación que cubría el paraje. Llevaba en su cabeza como una especie de gorro de lana que, sin embargo, dejaba ver por debajo su pelo oscuro, y un viejo abrigo largo cubría su cuerpo pequeño y frágil. La siguió unos momentos y en un recodo, la mujer se detuvo unos instantes, entonces volvió la cabeza y Koldo pudo ver con escepticismo un rostro familiar y querido. La mujer comenzó a acercarse a él lentamente y quitándose el gorro de lana, lo llamó por su nombre: "¡Koldo!", y él, se quedó perplejo y fuertemente impresionado cuando reconoció en aquella figura a su querida esposa. 

No había luna aquella noche de invierno, cuando Koldo decidió armarse de valor y acudir de nuevo a la cabaña, y, nuevamente, la pudo contemplar en pie. Se estremeció cuando tras la ventana y, envueltos en la bruma de la escasa luz que iluminaba el interior del lugar, vio tres rostros difuminados que lo miraban de una forma extraña, entonces, él creyó reconocer en esas caras hieráticas y tristes a su hermana, a su mujer y a su hija, que, pegadas al cristal movían sus labios, mientras sus bocas desprendían sonidos de ultratumba que repetían su nombre. No tuvo tiempo de ver como los tres espectros salían de la cabaña y se dirigían a su encuentro porque sufrió un desvanecimiento y cuando despertó estaba en el centro de urgencias del pueblo, donde le atendieron y de donde salió a los pocos minutos de despertar. 

La tarde se hacía interminable en aquella soledad donde Koldo habitaba, y su infelicidad iba en aumento, tanto es así, que llegó a pensar que, si eran de sus familiares las tres figuras que se le aparecieron en la fantasmal cabaña, nada tenía que temer, más bien al contrario. Quizá aún tenían tiempo de ser felices todos juntos. Sin más, regresó a la cabaña, donde Lara, le estaba esperando en la puerta, con sus ojos grandes, oscuros y brillantes, Itziar, salió de la casa con una palidez extrema, cubierto su rostro casi por entero con aureolas moradas maquilladas por la muerte. Saltó a sus brazos y Koldo besó sus mejillas, frías y amorosas y supo que su lugar estaba allí, con ellas. Después fue María la que lo recibió con un beso en la mejilla, y con su mano de cera le indicaba el camino para entrar en casa. Al anochecer, Koldo cerró la puerta de la cabaña y sentado en la mesa comenzó a convivir con los espectros, que le habían preparado una cena de bienvenida, mientras afuera, la nieve comenzaba a caer trémula y desganada, cubriendo con su gélida textura la montaña y el bosque, que contrastaba con el calor mortal que despedía el corazón de la cabaña. Tres días después localizaron el cadáver de Koldo sobre los restos cenicientos del que un día fue su hogar, y junto a él, tres sombras lo velaban. Y los que allí estuvieron presentes aquella tarde contemplando esta visión, no volvieron jamás al lugar, como jamás comentaron con nadie el caso de la familia de Koldo García. 






1 comentario:

  1. Gracias por seguir entreteniéndonos en este tórrido verano

    ResponderEliminar