sábado, 18 de mayo de 2019

BLANCA Y RADIANTE VA LA NOVIA








      Con todo el mimo del que eran capaces de prodigar sus manos, Ceferina iba metiendo una por una las fotografías de su boda en el triturador de papel que había comprado expresamente para tal efecto. Una vez terminó, los jirones de papel que quedaron tras la masacre volvieron de nuevo a aquel artefacto y esos mismos jirones pasaron a ser pedacitos que no superaban ya los cincuenta milímetros. A medida que aquellas fotografías se iban destruyendo, el corazón de Ceferina iba soltando todo el lastre de odio que durante años había ido acumulando y que le pesaba como un costal. Después reflexionó y tras analizar cómo comenzó su matrimonio, no le extrañaba que hubiera acabado como el Titanic.
      Se casó un sábado 29 de mayo en su pueblo, en una calurosa tarde de raras tonalidades grises, propensa a las tormentas y a los chaparrones. Aquel día, compuesta la novia con un vestido blanco de raso y pedrería cuajado de barrocos perifollos y cargada con todas las joyas de que era capaz de soportar su cuerpo, Ceferina se bebía nerviosa su octava taza de tila entre las voces y los gritos de las mujeres de la familia, preocupadas de que todo saliera a pedir de boca. La boda era a las cinco y media y justo cuando iba a salir la novia de su casa, un enorme trueno encogió los corazones de todos los que allí se encontraban. A este trueno siguió otro y otro más y los relámpagos iluminaban el cielo como si se fuera a producir el fin del mundo. Marcelina, la madre de la novia, de mantilla y peineta, había tirado la lámpara del saloncito dos veces en un par de envites ejecutados con la fuerza que dan los nervios y los centímetros de que estaba compuesto el adorno que cubría su cabeza y con el que parecía que fuera echar a volar de un momento a otro. Se asomó al escuchar el enésimo trueno y vio un cielo negro como boca de lobo que, amenazante, cubría el pueblo de punta a punta. El relámpago fue espectacular y Marcelina, dando un grito, entró en la casa.
      Avisada por su madre, Ceferina se asomó por una ventana y vio como sobre ella se cernía aquella negritud que prometía aguarle su lucimiento. Tras la sugerencia  de que se trasladara a la iglesia en coche por si el cielo se desbocaba, ella se negó en rotundo. Nadie, ni humano ni divino iba a estropearle el día más importante de su vida, y por supuesto, no iba a ir a la iglesia arrebujada dentro de un coche. Eso, en el caso de que hubiera espacio suficiente en él para un vestido cuya cola sobrepasaba holgadamente la decena de metros y cuyo velo, más parecía un mosquitero que otra cosa.
      El tintineo se oía por toda la casa cuando la novia, con los nervios de punta iba de un lado para otro. Las tumbagas brillaban tanto como los relámpagos, los collares que cubrían su pecho, botaban sobre él empujados por el brío de los suspiros que exhalaba y que partían de su corazón y las pulseras, de plata y oro y algunas de pura quincalla ponían la banda sonora a la estrepitosa salida de Ceferina.
      No bien hubo puesto un pie en la calle y mientras las damas de honor extendían la cola de la novia, para lo cual tuvieron que retroceder hasta Alaska, los relámpagos coronaron la salida y a toda pastilla, la novia comenzó a caminar del brazo de su padre, al que, con setenta y cuatro años, llevaba a los pies de los caballos. Al doblar la esquina comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia, gordas y húmedas como hipopótamos, que se repartían con una violencia inusitada sobre la comitiva que, alarmada, intentaba refugiarse bajo los balcones y soportales de las casas vecinas. Cuando Ceferina se dio cuenta de su error en su empecinamiento de ir andando a la iglesia era ya demasiado tarde. La tromba de agua no se hizo esperar y se abatió como una negra maldición sobre todos los que en un acto de fe acompañaban a la simpar novia, la cual, aguantaba estoicamente el chaparrón. Poco o nada se pudo hacer, pues en menos de cinco minutos la calle se convirtió en un torbellino de aguas rojizas que la inundaba de una acera a la otra. Ceferina, empapada hasta los huesos, se aferraba con fuerza al brazo de su padre mientras trataba de no caerse en aquel río de aguas despendoladas que anegaban su camino. Lejos de aplacarse, la tormenta seguía descargando hasta tal punto que la novia hubo de parar bajo un misericordioso balcón entre los gruñidos de su padre y las lágrimas que empezaban a resbalar por su rostro, unas lágrimas más cercanas ya a la desesperación que a la emoción. Parecía que las aguas volvían a su cauce y las negras nubes comenzaban a abrirse, cuando la novia volvió a cogerse del brazo de su padre para continuar la odisea que la llevaría al altar. No pudo. La cola de más de diez metros de longitud había cogido tal cantidad de agua y barro que su peso se quintuplicó y por mucho que quería tirar de ella, le fue imposible. Las damas de honor corrieron en su auxilio y arremangadas, se dispusieron a aliviar el peso de la cola retorciéndola por donde podían y tratando inútilmente de extraer de ella los cientos de litros de agua que acumulaba. Los invitados mientras tanto, como una cuadrilla de gatos mojados maullaban exasperados ante el desastre que estaban viviendo y, Marcelina, la abnegada madre, en un acto de rabia y dignidad, se arrancó la peineta que llevaba más torcida que la Torre de Pisa y se dispuso a ayudar a su hija, que entre gritos y llantos se revolvía como una pantera. Cuando llegó a su destino, Ceferina era un amasijo de blondas destrozadas, velos arrugados hechos jirones, flores ultrajadas por las aguas pero además, pudo comprobar desolada como la pulsea de oro que su futuro marido le había regalado el día que se comprometieron oficialmente, dejaba una sospechosa capa de verdina sobre su muñeca. A esto, su cara era todo un poema enmarcado por los churretes que dejaban entrever a todas luces un exceso de maquillaje y sus ojos apenas se adivinaban manchados por el rímel, que se deshacía y provocaba escorrentías en su rostro. Ya dentro de la iglesia, llevaron a la novia a la sacristía con el fin de recomponer un poco y en la medida de lo posible aquel cuadro de bochorno y dolor que era Ceferina. Por fin y a duras penas, la novia llegó al altar entre la conmoción de los asistentes y el agudizado llanto de Marcelina que no ayudaba a controlar aquel naufragio. Amando, el que iba a ser su marido durante siete largos e interminables años dejó escapar una tenue sonrisa maliciosa aguantando la carcajada y cuando el párroco le preguntó si quería por esposa a Ceferina, anduvo unos minutos pensativo, sin decir palabra. Hasta tres veces el cura le preguntó, hasta que con tono resignado y mirando a aquella atribulada novia entonó un "sí" débil y de poca convicción. Ceferina tampoco fue muy allá y su "sí" sonó acongojado mientras miraba a los ojos a su marido que parecían anunciarle desde ese mismo momento que aquella historia que se iniciaba no iba a ser fácil y que se compondría de rayos, truenos y centellas, como aquel 29 de mayo.
      La tarde se apagaba mientras Ceferina terminaba de destruir las fotografías que daban crédito a un matrimonio fallido desde mucho antes de que ella se viera envuelta en aquella marejada de aguas turbulentas, un matrimonio que quizás fracasó desde el mismo momento en que sus ojos se encontraron por primera vez bajo los focos de aquella discoteca. Una vez finalizada su labor, Ceferina descorrió los visillos de la ventana y mientras veía caer la lluvia, sus ojos acristalados se desbordaban por las lágrimas.









8 comentarios:

  1. Bonito relato Juan con un poco de humor,y triste hala vez, tengo que decirte me a venido a mi mente el dia de mi boda le llendo el relato, que se quedó por refrán yo vio más que para la boda de valle, nos casamos un 27 de agosto y cayó una nube que yo llevaba el vestido enbarrizado en tonces no estaban las calles arregladas, pero tengo que decir que gracias a dios he sido la mujer más feliz del mundo.
    Muy bonito es fantástico el relato como todos los que escribes un abrazo Juan Basilio.

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    1. Hola Paqui, muchas gracias por este divertido comentario y celebro mucho que te haya gustado este nuevo relato, el cual, como tu bien has definido es de humor, pero con un toque amargo. Afortunadamente, la lluvia y las tormentas del día de tu boda presagiaron un matrimonio estupendo y feliz. Enhorabuena por tantos años de felicidad al lado de tu marido y gracias por seguir aportando tus comentarios a este blog, al cual complementan y enriquecen. Un fuerte abrazo para ti y otro para Juan Antonio.

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  2. Pobre Ceferina, ese día debieron alinearse todos los astros en su contra, y lo que es peor, el resto de los días también, porque vaya suerte la suya!
    Tu relato se lee del tirón porque es un sin vivir, hasta que no termina, los que somos excesivamente ávidos y vehementes en la lectura,vamos por delante, pensando, algo bueno le va a pasar, pero nada. Suerte que al final, queda la puerta abierta para que la imaginación del lector, le de a la pobre Ceferina,una vida mejor. Eres bueno escribiendo

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    1. Así es, no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista, y Ceferina a partir de su dolorosa ruptura comenzará una nueva etapa en la que, como tu bien dices, será el lector el que ponga la continuación. Por mi parte, pienso que en este nuevo caminar le va a ir muy bien. Muchas gracias por este comentario, Casandra y me alegro de que te gusten estos relatos que cada semana presento. Un abrazo.

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  3. Siempre merece la pena esperar, otro buen relato de humor negro, algunas relaciones desde el principio están abocadas al fracaso,gracias Juan.

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    1. Muchas gracias a ti, Luis por tu comentario y celebro que te haya gustado este nuevo relato, Luis. A veces (no siempre, claro está), hay inicios que presagian los finales, y este es el caso de nuestra protagonista. Saludos.

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  4. Te mueves perfectamente en el relato negro, quizás porque reconoces que a la vida se la ha de mirar desde los dos puntos de vista, el positivo y el negativo, y que quizás en el equilibrio esté el desenlace. Veo que si al final llora tu protagonista quizás no todo fue un desastre, que puede que se arrepienta, que se de cuenta de que en retroceder no está la solución, ni de que todo sean caminos de rosas, simplemente vamos de paso y no siempre podremos dejar un cadaver bonito. Los cuentos de princesas quedaron fuera de nuestro alcance. Hoy también es 29 de mayo, una fecha más. Espero que esta semana sigas alentando la imaginación de todos los que te leemos, gracias y un abrazo.

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    1. Muchas gracias por tu comentario que me parece precioso y acertado. Efectivamente, la vida nos da una de cal y otra de arena, y aunque el humor negro invade este relato, siempre quiero dejar una puerta abierta a la continuidad, a que el ser humano es capaz de remontar los peores fracasos, por el simple hecho de sobrevivir. Cuando hay un fracaso es que antes hubo ilusiones y quizá hasta hechos donde todo marchó bien, por eso las lágrimas de esta heroína cotidiana, que se confunden con las gotas de lluvia que se escurren por el cristal de la ventana y que la incitan a abrirse a una nueva vida, sola y hundida, si, pero con esperanza. Un abrazo!!

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