Capítulo 2: Reencuentro.
Las miradas parecían clavarse en él casi sin querer y de forma intuitiva trataba de esquivarlas con nerviosos ademanes que no hacían otra cosa que avivar la curiosidad de la gente. Aún llevaba el abrigo mojado y de las mangas todavía escapaba alguna gota de agua que, oculta, chorreaba en sus bolsillos, cálido refugio de sus manos, las cuales, heladas de nuevo, buscaban algún rincón seco del chaquetón de paño que llevaba. Se sintió algo mareado, pero no encontró un sitio vacío en el tren donde sentarse, de modo que continuó de pie, apoyado contra una de las puertas, con la mirada baja, pero observando sin perder detalle el comportamiento de los pasajeros, algunos de los cuales, conocía de verlos cada día en su viaje hacia la capital, donde seguramente tenían su trabajo y sus obligaciones. Él también las tenía, pues trabajaba desde hacía tres años en una imprenta. Hoy seguramente llegaría tarde, pero el jefe ya sabía lo de la enfermedad de su madre y no habría problema alguno, pues era un hombre tranquilo y comprensivo con el que se llevaba razonablemente bien. Estaba tan sumido en sus pensamientos que no se dio cuenta de que había llegado a su destino. Solo el timbre que avisaba de la parada lo volvió a poner en contacto con la realidad, así como una voz de mujer que lo llamó por su nombre: "¡Jules!". Era Andrea, su antigua novia, que apareció ante sus ojos grises con la ingravidez de un fantasma, aunque su cálida sonrisa le hizo pensar que el sol acababa de salir por completo esa mañana, y su cuerpo, aterido de frío, comenzó a tomar calor mientras una vez puestos los pies en el suelo de la estación, la saludaba con un beso. Andrea notó en la mejilla la misma frialdad en sus labios, recordó sus besos de hielo y de golpe, le vino a la mente los motivos por los que lo abandonó. Y sin querer, se puso a temblar como una hoja.
El dibujo que ilustra este capítulo es de José Alcalá, de la serie "Trenes modernos" y está realizado al acrílico.