"Quédate bajo mi piel", musitó mientras la abrazaba con sensualidad, pero Nadia ya había decidido escapar de ella. Sería por la mañana y solo lo puesto se llevaría de aquel lugar donde había vivido la ilusión de un amor feroz, pero sin rendijas por donde dejar entrar la brisa fresca y renovadora de la aventura. Se apartó de él y muy pronto se durmió confiada en que dentro de unas horas comenzaría una nueva vida al lado de Mateo, su amor clandestino. Él había devuelto a su vida la intemperancia de la sorpresa, la emoción de los juegos y la inquietud que provoca el riesgo de amar sin parapetos ni prevención, dando rienda suelta a la fascinación de lo imprevisible. Por la mañana, lo escuchó como tantas veces ir al baño oyendo el agua de la ducha derramarse sobre el que hasta ahora había sido su compañero. Después, sintió como regresaba al dormitorio y notó sus labios en su pelo y en su mejilla, despidiéndose como lo había hecho tantas mañanas, hasta el final de la tarde, cuando regresara del trabajo. El roce de aquellos labios en su mejilla supuso un indicio de duda en su corazón, al que creía totalmente convencido de la huida. Se cerró la puerta y ella se levantó y se dirigió a la cocina donde con parsimonia se preparó un café oscuro y medianamente dulce, como le gustaba, y pensó en Mateo, su nueva ilusión, y en todo lo que le había dado en esos meses. Hizo balance y constató que aportó vitalidad a una juventud que estaba a punto de marcharse, ganas de absorber la vida y el mundo, de conocer y conocerse y una nueva oportunidad de abrazar el amor. Por su parte, Jaime siempre fue extremadamente protector, demasiado confiado en la seguridad de que ella le pertenecía y demasiado previsible en ciertos aspectos. Sin embargo, poseía cualidades de las que carecía Mateo como la elegancia innata de una desmedida serenidad y, en otros aspectos, su incuestionable capacidad para resolver todos los problemas. También sabía cuánto la quería, por eso, mientras tomaba el café no dejaba de calibrar una decisión que había tomado con firmeza hacía más de un mes. Se levantó y se preparó para ducharse. Después, se vistió con un vaquero, una camisa de lino y un jersey, mientras la luz del día ya era un hecho, y la casa se dejaba ver en la tranquilidad del amanecer. Mateo la esperaba a eso de las diez y con él partiría hacia el norte y vivirían en una casa junto al mar. El mar se había hecho imprescindible para ella, que era una mujer de interior. Lo soñaba cada noche con su música de agua y arena, que, cuando estaba junto a él, como un cántico la ayudaba a dormir. Necesitaba otro café. Entonces miró por la ventana y vio llegar a Jaime caminando con rapidez, casi corriendo. La encontró vestida, sentada en la cocina apurando su segundo café. Ella le preguntó: "¿has olvidado algo?", él no respondió, solo la miró con la inocencia y dulzura de sus ojos, últimamente desatendidos por los suyos y sin más, le entregó un girasol de papel, la cogió por la cintura, la besó y le dijo: "Hoy hace seis años desde que soy feliz". El corazón le temblaba como las hojas del girasol y solo acertó a decir: "no me dejes". Después la volvió a besar y se marchó antes de que ella pudiera llamarlo. Cuando volvió por la tarde, Nadia le había preparado una cena sorpresa en la terraza a base de pescado y ensalada, había abierto una botella de vino que reservaban para las grandes ocasiones y como única decoración sobre el blanco mantel, el girasol de papel que le había entregado por la mañana y que, con el leve viento que comenzaba a levantarse, no paraba de dar vueltas y vueltas, abriendo con ellas las ranuras no de la aventura, sino de un amor firme y duradero. Entonces, frente a frente, volvió a mirarse en los ojos de Jaime e irremisiblemente, se ahogó en ellos.
La pintura que ilustra el relato se titula "Triangulo amoroso" y es del pintor José Andrés Díaz y es un cuadro que sugiere perfectamente lo que acabo de contar en este nuevo relato.