sábado, 25 de enero de 2025

LAS MENINAS ASESINAS

 





       El pueblo de Madrid hacía años que vivía inquieto, apenas dormía y vivía en un sinvivir desde que a algún mandatario se le ocurrió inundar la ciudad de esculturas que daban vida (y de qué modo) a Meninas que, inspiradas en el famoso cuadro de Velázquez, paseaban durante algunas semanas su palmito por los lugares más emblemáticos de la misma. Los madrileños, angustiados, porque además, no sabían en qué momento se levantarían y contemplarían con horror el regreso de las Meninas a las calles, bebían adormideras y tomaban por toneladas nembutal para poder conciliar el sueño, así como agotaban las farmacias en busca de diazepán para calmar la ansiedad que les provocaba aquella invasión. Apretando los dientes, se armaban de valor cada mañana a la hora de ir al trabajo, pendientes de que el shock provocado por la visión de alguna de aquellas terribles esculturas, que, según muchos, cobraban vida en las frías madrugadas madrileñas, pudiera ocasionarles algún trastorno psíquico o un ataque al corazón. Por fin había llegado el día y una mañana, pese a estar prevenidos, los habitantes de la capital más madrugadores comprobaron que las Meninas habían regresado, que todo era inútil y que durante unas semanas el imperio del terror estético (y, dicen que físico y psíquico) se extendería por una ciudad que en épocas anteriores había sido considerada una ciudad culta, cosmopolita y abierta al mundo y que hoy, sin embargo, era una sombra de lo que fue, mordidas sus esquinas por un esteticismo atroz. Misterios insondables rodeaban a las Meninas, dicen que eran guardianas instauradas sin piedad por la presidenta de la comunidad, la simpar Maribel Pía Obtuso, para asustar y hacer huir a los inmigrantes (y dicen que consiguió gran parte de su propósito, pues muchos de ellos salieron de Madrid disparados, junto con algunos madrileños aquejados de alguna enfermedad cardiaca), o sanguinarias figuras que cobraban vida por la noche entre las que el alcalde, Pepe Luis Peleteira  se mezclaba confundiéndose en aquel marasmo de estridencias, dándoles las órdenes pertinentes para que nadie escapara al miedo y para que el aborrecimiento se apoderara de los amantes del arte. La cultura estaba prohibida en Madrid, o mejor dicho, era sustituida por este infame remedo de ella, donde junto con el musical "Bolinche", del temido músico Pacho Lano, torturaban sin el más mínimo atisbo de piedad a los visitantes y a los mismos habitantes de la ciudad, que pululaban por ella como almas que lleva el diablo intentando esquivar a las Meninas, que se habían apoderado del entorno de una manera abusivamente atroz. Madrid, en estos días, durante los cuales estas esculturas hacían su agosto, se convertía en algo apocalíptico y caótico, que poco a poco se fue transformando en un lugar tenebroso, albergando en su corazón de cemento el crimen, porque, efectivamente, aquellos seres inermes y estéticamente reprobables, se llenaban de vida para cometer todos los delitos y tropelías habidos y por haber, llegando incluso a asesinar. 


LA MENINA ROJA





      La Menina Roja, situada por delante de la Puerta de Alcalá, tenía fama de peligrosa y contestataria, y, había sido capitana de una nave aragonesa y jefa sindical. Allí, con sus brazos en jarra como diciendo "aquí estoy yo, y a ver quien tiene cojones a pasar", la Menina Roja gobernaba el tráfico con la seguridad y el don de mando de un ministro inquisitorial. Sin embargo, a lo  más que llegó en cuanto a maquinaciones y maldades fue a robarle a Victoria Petronila un collar de perlas nacaradas que le había regalado su abuelo, el anciano rey emérito, y que previamente había birlado a su esposa, la reina doña Porfía para venderlo y redistribuir el dinero que había conseguido en este estraperlo entre las gentes más pobres de Lavapiés. Las malas lenguas dicen que también robó un recogecoletas de su madre, la infanta Helela, pero eso no está plenamente constatado, pues la Menina Roja siempre fue muy discreta a la hora de hablar y muy misteriosa y además, tenía un gusto exquisito. Parca en palabras, pero llena de expresividad, ahí la tenemos, disfrutando de Madrid y haciendo temblar los bolsillos de la realeza. Todo un carácter.


LA MENINA DE LOS BOTONES





      Como, según algunas, coser empodera a la mujer, aquí tenemos a esta costurera de gesto torcido y lengua maledicente que, cubierto su cuerpo de botones, no deja de provocar las más diversas reacciones de la gente, entre ellas el miedo y la incertidumbre. Se dice que una noche atravesó con sus tijeras a un hombre que, con unas copas demás, intentó besarla, y que después le puso un botón en la boca, cosiéndosela para siempre, y en otra ocasión, fue una mujer la que recibió varios cortes en la cara, propinados con las mismas tijeras, cuando se burló del atuendo cuajado de botones que cubría su cuerpo. "Con la de los botones, poca broma", decían los madrileños, y se alejaban de aquella Menina costurera y malévola y con las intenciones de un Mihura.


LA MENINA PICOLETA





      Tenía don de mando e imponer el orden y la ley era lo suyo, pero la Menina Picoleta andaba por veredas peligrosas y escarpadas, pues estaba sentimentalmente unida a un traficante de sujetadores de Dior, que coqueteaba también con el estraperlo de bolsos de Gucci. Su única obsesión era que al tricornio debían dar un aspecto más femenino y soñaba con una reforma integral del susodicho sombrero, al que, según ella, habría que añadirle unas lentejuelas esparcidas graciosamente sobre el negro acharolado que lo conformaba y, en todo caso, añadir un velo de chantillí detrás, de modo que pareciera una peineta. Todo eso eran sueños que la perseguían, como ella perseguía a los madrileños por esas calles de Dios, controlando que no cometieran algún delito, tales como beber horchata por la calle o no llevar la bandera de España en la muñeca, en los tirantes o en el busto, esposando y trasladando a chirona a los incautos que osaban contradecirla en sus despropósitos. Hasta que un buen día, descubrieron sus compañeros de cuerpo que el armario donde se cambiaba de ropa, era un pequeño almacén de objetos carísimos presumiblemente robados y además, había un cuchillo con el que la Menina Picoleta había matado a su amante días atrás, cuando se negó a entregarle un bolso de Dolce y Gabanna de más de medio millón de euros. Así, la Menina Picoleta fue a juicio por robo y asesinato, y aunque la condenaron a varios años de trena, no se le quitó esa obsesión suya por la moda cara, y rogó a la caudilla de Madrid, Maribel Pía Obtuso que la indultara. No se hizo esperar el indulto y, cuando Maribel Pía Obtuso reapareció en Madrid para su discurso de Año Nuevo, muchos  pudieron ver que llevaba en bandolera un bolso de medio millón de euros de Dolce y Gabanna y que la Menina Picoleta, estaba allí, a su lado, con el tricornio lleno de lentejuelas y un velo de chantillí que le llegaba hasta la rabadilla. La imagen ofrecida por ambas dio mucho que hablar en el noble pueblo de Madrid y aún en nuestros días, se recuerda aquel cuadro no sin cierta ironía hacia las protagonistas, que hoy por hoy, siguen en la brecha. 


LA MENINA FUTBOLERA



 
Sus muslos nada tenían que envidiar a los de Messi, y su carácter combativo y guerrillero y su fuerza, hacían de la Menina Futbolera una Sansona cocainómana y marrullera, una auténtica "joyita", que jamás supo lo que era la deportividad y que cometía las más abyectas tropelías en el campo de juego, la última, la lesión de una patada en la espinilla a una de sus rivales que le fracturó el hueso y que le dejó el pie bailando, quedando tullida de por vida. A otra le arrancó de cuajo las trenzas cuando intentó marcar un gol tras haber burlado a la defensa. Tras ello, la joven se hizo experta en pelucas, pues de su cuero cabelludo jamás volvió a brotar nada que no fuera una escasa pelusa de tórtola. La Menina Futbolera, aunque con métodos poco ortodoxos, jamás había perdido un partido, por eso estaba ahí, en un sitio de honor de la ciudad, con sus muslos de acero y su gesto de matona, llenando de patadas a los transeúntes que pasaban a su lado, de una manera consciente y traicionera. Una mañana desapareció, y todos respiraron aliviados, y dicen que la vieron en Argentina, fichada por Piley, el presidente de esa hermosa nación, que la puso al frente de la selección nacional de fútbol y que le regaló un motosierra con una recomendación: "No te cortes". Y así, hoy la selección argentina es líder mundial, mientras aún están recogiendo los desmembrados cuerpos de algunos de los oponentes de esta singular Menina, irreductible e impasible al desaliento y al fracaso.


LA MENINA DE LOS SALIENTES





Según los madrileños, la Menina de los Salientes, es la que tiene peor leche de todas. Sus ojos resecos y agudizados por una maldad intrínseca, aparecen ocultos por un antifaz que en nada puede ocultar el veneno de su mirada. Se dice que enviudó hacía medio siglo, que era esposa de un médico de Madrid que estiró la pata sin comerlo ni beberlo, aunque las malas lenguas dicen que si que comió y que bebió, una comida y unos vinos adobados con las cantidades suficientes de arsénico como para matar a un elefante. El entierro aún así, fue elegante. De ello se hizo cargo la Menina de los Salientes, llamándosele así porque desde que enviudó, no permitía que ningún hombre se le acercara con aviesas intenciones, cosiendo a sus vestidos afilados clavos que desgarraban de un golpe seco las pelvis de todos aquellos que osaban acercarse a abrazarla. Y ahí estaba, de brazos caídos y abanico en mano, pero alerta, desgarrando medias y abrigos de las damas que paseaban por la Castellana, y dejando sin atributos a todos los incautos que querían jugar con ella. (La de detrás, que parece decir "cu-cu", es Eduvina, la criada,  que está atornillando algunos de los salientes, que se han debido aflojar con tanto trajín. No es mala, pero si un poco lerda, y trata como una posesa de limpiar el honor de su ama, la Menina de los Salientes, la cual, aún no había logrado quitarse de encima la sospecha y el estigma de haber asesinado a su esposo. Eso sí, le fue fiel toda la vida.


LA MENINA DE LA CALACA





La Menina de la Calaca llevaba la muerte por bandera. Era hostil a la vida y prefería las agujas de los cardos a los pétalos de las flores. Era un ser maligno que disfrutaba martirizando a los demás y dejaba traslucir, tras sus lujos y oropeles, el esqueleto pelado de la maldad. Cuentan que Maribel Pía Obtuso la eligió personalmente para colocarla en las calles de Madrid, para enseñar a los madrileños que hay que ser libres por encima de todo, aunque la calaca nos aceche en forma de virus y nos arrastre de los pelos a las cavernas más profundas del infierno. La Menina de la Calaca fue una niña severamente antipática, que dejó una huella profunda en su madre arrojándole un litro de ácido sulfúrico a la cara, dejando por sentado, que no le gustaba el maquillaje que usaba y que, no hacer caso de sus advertencias, podría tener consecuencias no deseables para ninguna de las dos. "Me duele más que a ti", le decía la niña a su madre, que perdió un ojo y parte de los labios, dejando en ella una expresión patética, como de perro a punto de ladrar. No fue la única tropelía que la Menina de la Calaca cometió siendo pequeña. A su abuelo, le laceró el estómago con un cuchillo infectado de sarna que lo llevó a la tumba directamente y a su primo, le partió los dos brazos atándolo a la rueda de un antiquísimo molino, que utilizó como potro de tortura. Los madrileños sentían repelús y verdadero pánico cuando tenían que ir a algún recado y debían pasar obligatoriamente al lado de la Menina de la Calaca, que los miraba como un buitre mira a su presa muerta, con el ánimo de abalanzarse sobre ellos y devorarlos. Decían que de noche, se oían crujir los huesos de la Menina, que acompañaban a las marchas fúnebres con una siniestra melodía de carracas, y que, de madrugada, esos mismos huesos, se apartaban de la Menina para clavarse en todos aquellos seres noctámbulos que pululaban sin rumbo, ebrios de soledad. Se decían tantas cosas, que Madrid se ensombreció, se apagaron todas las luces y los sueños, y la Menina de la Calaca, llamó a Belcebú, para rematar aquella ciudad, pero fracasaron en su empeño, porque Madrid solo estaba dormida y resucitará cuando un amanecer no muy lejano el olor a café recién hecho la despierte de su transitorio letargo y cuando vuelvan a correr nuevos tiempos, unos tiempos proclives a la empatía, donde las Meninas sean sustituidas por libros, y la gente disfrute de un arte puro y duradero, como el que albergan tantos grandes museos de Madrid.






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