"Querida madre:
Te escribo esta vez para decirte lo que ya sabes por mi voz, que todo en mí eres tú, que mi entendimiento solo responde a tu mandato y que por ti, soy, hoy por hoy, prisionero de mi mismo. También por ti, me arranqué el brillo de los ojos hasta dejarlos como carbones sin luz, apagados por la humedad de mis lágrimas. Te diré que fui feliz en las tinieblas de mi habitación oliendo tus ropas y usando tus perfumes, recordando lo que me decías: "Norman, te debes a mí". Madre, soy yo quién más te ha querido, soy yo quien más te ha hecho sufrir, soy aquel que olisquea tus pasos, que persigue tu sombra fría entre las bambalinas que imagino dormido. Lloro a veces, porque en tus brazos de hierro no me sentí seguro, porque tus besos, ausentes casi siempre, despertaban en mí desasosiego y miedo. Pero yo te quería. Te quería y te quiero con toda la fuerza que me da la juventud de mi cuerpo y la que obtengo de mi pensamiento, tan parecido al tuyo. Y tú, me arrastras con tu impaciencia, tu ímpetu y tu ira a la fina frontera que delimita la cordura y la demencia. Madre, recuerdo tu voz golpeando mis huesos como un huracán, agitando mi interior, continuamente en guerra: "Norman, sígueme, me perteneces", y me callo mientras me cobijo bajo la almohada, imaginándome abrazado a ti, a tu cuerpo maternal e hiriente que me desencaja en su deseada frialdad. Quiéreme tú también madre, quiéreme aunque no me quieras, porque yo te daré mi vida si me acunas en tus brazos mientras me dejo morir soñando con el arrullo del mar, que con tu mejilla pegada a la mía, me acerca a los latidos de tu corazón. Nada más tengo que decirte, me despido ya, pues tengo trabajo. Acaba de llegar una cliente, desde aquí puedo ver su rubio pelo. Parece azorada en esta noche oscura sin más luz que la del motel, pero no te preocupes por ella, porque para mí, madre, solo existes tú.
Te quiere, tu hijo Norman."