domingo, 27 de octubre de 2024

UNA NANA A LA LUNA

 




"A la luna te fuiste,

Luna, Lunilla,

montada en una estrella

que brilla y brilla.

Los ángeles del cielo

cantan y cantan

y las nubes sonríen

mientras te abrazan.

Ea la ea, ea la ea,

que mi Luna se duerme,

miel de azucena.

Ea la ea, ea la ea,

se deja su dulzura

aquí en la Tierra.

Ya te encuentras jugando

con los luceros,

y contenta y alegre

maullas al cielo.

El sol te hace cosquillas

cuando amanece

y hace que resplandezcan

tus ojos verdes.

Ea la ea, ea la ea,

Lunilla duerme y duerme,

que Dios te vela.

Ea la ea, ea la ea,

mientras duerme mi Luna,

Dios está en vela."






lunes, 14 de octubre de 2024

UN CUENTO DE OTOÑO

 




"A mediados de otoño, la casa de María estaba ya habitada por el invierno. Las paredes, antes cálidas y protectoras, hoy rezumaban la frialdad de unos sentimientos que hacía mucho tiempo que estaban puestos en una cuarentena cada vez más rigurosa. En principio, no fue la infidelidad de Ángel, su marido, la única causante de la desgana emocional que la atravesaba de parte a parte. Era más bien el proceso de descomposición lento, pero firme, de los cimientos de un amor profundo que se construyó desde la primera adolescencia, pero que hoy, cuando María aún no había cumplido los cuarenta años, se deshacía como la nieve cuando recibe sin filtros el sol que da paso a la primavera. Se dejó caer en aquella vieja mecedora, que había pertenecido a su abuela y se dispuso a leer. Habían pasado dos horas y de aquellos cuentos de Capote, solo había leído dos. Caía la tarde y el rumor de la lluvia penetraba en los recovecos de su corazón y de su alma, sintiéndose a la deriva, pero en paz. Cuando escuchó la voz de Ángel, que llegaba del trabajo llamándola como siempre, con esa dulzura que la doblegaba y enternecía, pero que hoy carecía de la convicción y de la certeza de otros tiempos, comprendió que realmente, todo había acabado. Cerró el libro y besó a su marido, con la misma falta de convicción y de pasión con la que él la había llamado por su nombre y de la misma forma se dispuso a preparar la cena. Las ramas del viejo roble que cubría parte del jardín golpeaban contra la ventana y la lluvia, se reafirmaba en su fina cadencia, entonces sintió frío y antes de acabar de poner la mesa, subió al dormitorio, se tendió en la cama y se cubrió con una pequeña manta. Abajo se volvió a escuchar la voz de Ángel que la llamaba: "¡María!", y la congoja se apoderó de ella como el mar de las aguas de un río."





 

viernes, 4 de octubre de 2024

LA LLUVIA, EL MAR Y LA TRISTEZA

 





Bajo el tintineo incesante de la lluvia no notaba el sonido latente de su corazón, aunque el corazón de Jaime latía pavoroso, temblándole en el pecho como una tórtola herida, cuando caminaba bajo el paraguas por el boulevard. Acababa de enterrar a su hijo y acababa de dejar a Martina, su mujer, deshecha en llanto y destrozada, en los brazos de su suegro, que le brindaban poco menos que inútilmente, consuelo y protección. Hacía dos meses que se habían separado y aún estaban viviendo ambos el duelo del fracaso, cuando el destino les golpeó de la manera más cruel, dejándolos sin un sendero firme por el que caminar dentro de la cordura. El nicho del pequeño estaba cubierto de flores y el agua, incesante e insistente, mojaba los pétalos de las rosas, escurriéndose hasta caer al suelo, como un río de lágrimas. A él ya no le quedaban, y, tras besar a la que hasta hace poco fue su mujer, se marchó caminando como una sombra, acongojado por la tristeza, pisando los charcos y riachuelos que bordeaban las aceras y dirigiéndose hacia el mar. El mar siempre le ofreció paz y sosiego. Ahora llovía con fuerza y aquel hombre destruido, apartaba el paraguas de su cuerpo y dejaba que el agua lo empapara y aún así, no sentía el frío que, con saña calaba sus huesos. En realidad, no notaba ni sentía nada, salvo una ira descomunal contra sí mismo. Ya estaba cerca de la playa y el mar rugía sin cesar embravecido, entonces, Jaime se paró un minuto y respiró profundamente, como si quisiera liberarse del dolor que lo atenazaba. Recordó el cementerio, los llantos inconsolables de Martina, aferrada a la ropa del niño, rota y con el corazón fragmentado en pequeños cristales que le hacían gritar, los murmullos y las lágrimas de los asistentes al funeral, las rosas blancas que cubrían el féretro y un inmenso cielo gris que lo cubría todo, como un manto de dolor. Llovía y llovía y ya en la playa, Jaime, mientras se internaba en el mar, volvió a escuchar la risa y la voz alegre de su hijo y pensó que volvería a estar junto a él. Solo tenía que dejarse llevar por el vaivén de las olas y estaría de nuevo abrazándolo. Al día siguiente paró de llover, y un barco de pescadores trajo a tierra el cuerpo sin vida de Jaime que un día después, al atardecer, fue enterrado junto al de su pequeño, entre la impotencia, la pena y la desolación de todos aquellos que asistieron al sepelio.

      Hoy os dejo un microrrelato con una historia de ficción inspirada en esta fotografía, donde el agua de lluvia preludia la tristeza. Nada que ver con nuestra realidad, que la tristeza y la desesperanza la provoca la falta de lluvia. Esperemos que por fin llueva y que este sea un otoño donde el agua vuelva a ser la protagonista. Feliz fin de semana.