viernes, 4 de octubre de 2024

LA LLUVIA, EL MAR Y LA TRISTEZA

 





Bajo el tintineo incesante de la lluvia no notaba el sonido latente de su corazón, aunque el corazón de Jaime latía pavoroso, temblándole en el pecho como una tórtola herida, cuando caminaba bajo el paraguas por el boulevard. Acababa de enterrar a su hijo y acababa de dejar a Martina, su mujer, deshecha en llanto y destrozada, en los brazos de su suegro, que le brindaban poco menos que inútilmente, consuelo y protección. Hacía dos meses que se habían separado y aún estaban viviendo ambos el duelo del fracaso, cuando el destino les golpeó de la manera más cruel, dejándolos sin un sendero firme por el que caminar dentro de la cordura. El nicho del pequeño estaba cubierto de flores y el agua, incesante e insistente, mojaba los pétalos de las rosas, escurriéndose hasta caer al suelo, como un río de lágrimas. A él ya no le quedaban, y, tras besar a la que hasta hace poco fue su mujer, se marchó caminando como una sombra, acongojado por la tristeza, pisando los charcos y riachuelos que bordeaban las aceras y dirigiéndose hacia el mar. El mar siempre le ofreció paz y sosiego. Ahora llovía con fuerza y aquel hombre destruido, apartaba el paraguas de su cuerpo y dejaba que el agua lo empapara y aún así, no sentía el frío que, con saña calaba sus huesos. En realidad, no notaba ni sentía nada, salvo una ira descomunal contra sí mismo. Ya estaba cerca de la playa y el mar rugía sin cesar embravecido, entonces, Jaime se paró un minuto y respiró profundamente, como si quisiera liberarse del dolor que lo atenazaba. Recordó el cementerio, los llantos inconsolables de Martina, aferrada a la ropa del niño, rota y con el corazón fragmentado en pequeños cristales que le hacían gritar, los murmullos y las lágrimas de los asistentes al funeral, las rosas blancas que cubrían el féretro y un inmenso cielo gris que lo cubría todo, como un manto de dolor. Llovía y llovía y ya en la playa, Jaime, mientras se internaba en el mar, volvió a escuchar la risa y la voz alegre de su hijo y pensó que volvería a estar junto a él. Solo tenía que dejarse llevar por el vaivén de las olas y estaría de nuevo abrazándolo. Al día siguiente paró de llover, y un barco de pescadores trajo a tierra el cuerpo sin vida de Jaime que un día después, al atardecer, fue enterrado junto al de su pequeño, entre la impotencia, la pena y la desolación de todos aquellos que asistieron al sepelio.

      Hoy os dejo un microrrelato con una historia de ficción inspirada en esta fotografía, donde el agua de lluvia preludia la tristeza. Nada que ver con nuestra realidad, que la tristeza y la desesperanza la provoca la falta de lluvia. Esperemos que por fin llueva y que este sea un otoño donde el agua vuelva a ser la protagonista. Feliz fin de semana.






4 comentarios:

  1. Precioso y emotivo relato
    Ojalá llueva y ojalá esa desdicha real, la de los suicidios, tenga por fin la solución que con tanta urgencia precisa
    Un abrazo

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    1. Me alegro mucho de que te haya gustado este nuevo relato y comparto tus deseos plenamente. Un abrazo, Rosa.

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  2. Te conmueve este relato como la vida misma, triste pero a la vez bonita.

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    1. Muchas gracias, Paqui, por comentar este cuento y celebro que te haya gustado. Un abrazo.

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