lunes, 16 de diciembre de 2019

HOJAS EN EL AGUA: BÚSCAME EN TU CORAZÓN







Capítulo 4

      El día que conoció a Andrea sintió que algo nacía dentro de su pecho, el cual, era hasta ahora, como una presa de acero que protegía su corazón del exterior, impermeabilizándolo todo, sin dejar ni una fisura por donde dejar escapar la humedad de las emociones. Pero fueron los ojos de la joven los que comenzaron a socavar esa presa, unos ojos menudos y vivaces que, sin ser especialmente bonitos, se detuvieron pausadamente en los suyos comunicándole que comenzaba un tiempo nuevo en su vida, donde tendría que aprender a abrir las compuertas de ese dique de metal si quería vivir en perfecta armonía con él.
      El primer beso sucedió de forma fortuita y fue Andrea la que se decidió a propiciarlo tras un regalo que inesperadamente Jules le entregó. Se trataba de un libro editado en Barcelona en el año 1945 de la obra "Las penas del joven Werther", de Goethe, una pequeña joya encuadernada en pergamino y con unas bellísimas ilustraciones de D´ivory Joan Vila. Sus labios quedaron grabados en los de Jules a partir de ese momento y ya todo fue una búsqueda de Andrea, de su espíritu y de su cuerpo, entregando cada minuto del día a la veneración de aquella muchacha de risa contagiosa y cabello oscuro que comenzaba a erradicar poco a poco el frío invierno que azotaba el interior de Jules. Pero el joven, al contrario que Werther con su adorada Charlotte, sí pudo conocer los escenarios que dibujan el amor y el deseo, escenificándolos cada vez que podía en un pequeño apartamento alquilado cerca del casco antiguo de Tarrasa. Allí quedaban los dos amantes cada vez que sus horarios se lo permitían y en esos encuentros a salto de mata, Jules bajaba a veces la guardia y dejaba que Andrea fuera descubriendo poco a poco la sinuosidad perpetua que embargaba su espíritu, forjada al calor de la indiferencia, la amargura y las ausencias de un padre, y de una madre ahogada en un matrimonio fracasado desde el mismo momento en que fue depositaria de las derrotas de su marido y cuya dulzura le fue transmitida a plazos, ejecutados con tanta diferencia en el espacio y en el tiempo que a Jules no le quedó apenas referencia de la misma.





      A veces, entre la lava del volcán, Andrea se estremecía notando en su cuerpo como una bocanada de aire frío que la apagaba y la hacía acurrucarse contra la almohada, y otras veces, cuando sus manos acariciaban la espalda de Jules, él daba un respingo y se ponía a temblar durante unos instantes. Después, se levantaba, iba al baño y al volver, su humor había cambiado tanto que no parecía el mismo hombre con el que había hecho el amor hacía unos minutos. Al poco y sin decir palabra, él se marchaba llevando en su mirada una brizna de insatisfacción y violencia latente. Algo no funcionaba bien en aquel tiempo de azúcar en el que vivían sumergidos, tanto es así que a veces dejaba un sabor amargo en los labios de la muchacha.
      Las discusiones con Jules eran cada vez más frecuentes y a veces por los motivos más insignificantes. Su carácter cambiante hacia Andrea, unas veces cariñoso en extremo, otras, frío y casi hostil, iban socavando una relación que la joven hacía todo lo posible por salvar, pues adoraba a Jules, pese a su hermetismo emocional. A veces, el joven desaparecía, no contestaba a sus llamadas y ni tan siquiera podía ir a buscarle a su casa, pues no le dijo nunca donde vivía. Llevaba más de una semana sin noticias de él, cuando averiguó su dirección a través de Mateo, uno de sus compañeros de trabajo, y sin pensárselo dos veces, cogió el autobús y puso rumbo al barrio de la Maurina, concretamente a la calle Orán, en la cual, Jules vivía con su madre en un tercer piso del número 56.






      Cuando llegó, la puerta estaba abierta y unos enfermeros entraban con rapidez en la casa donde Jules, visiblemente nervioso, los guiaba hasta el dormitorio de su madre, la cual, había sufrido una crisis. No advirtió la presencia de la joven hasta que el médico hizo reaccionar a la madre y mirándola gritó: "¿Qué haces aquí? ¿Cómo has sabido donde vivo?", y cogiéndola por los hombros la zarandeó hasta que la joven entre sollozos, acertó a decir: "Quería saber cómo estabas... hace días que no sé de ti..." Jules, la empujó hacia la puerta entre gritos "¡No tenías ningún derecho!" no cesaba de repetir furioso mientras sus ojos se clavaban amenazantes en los de Andrea que, rebosantes de lágrimas, expresaban incrédulos el pánico de la decepción.
      No lo volvería a ver hasta unos días después. Era una tarde grisácea y extraña donde parecía que la lluvia se iba a cerner de un momento a otro sobre la ciudad, pero se contenía y solo se atrevía a lanzar cuatro gotas de agua desperdigadas con la ayuda del viento.
Jules le pedía perdón entre lágrimas buscando el cobijo de sus caricias, pero Andrea presentía ya en lo más hondo de su corazón que debía alejarse de aquel hombre asustado, abrumado por su propia existencia, más se quedó allí de pie, mientras él, de rodillas se abrazaba a su cintura como un niño que acabara de encontrar a su madre después de muchas horas de andar perdido.
      Volvió el tiempo del azúcar y durante una temporada todo fue plácido y apasionante. Andrea disfrutaba muchísimo con la amplia cultura autodidacta de Jules y mantenía con él largas conversaciones y disputas marcadas por el amor de ambos hacia la literatura. Jules, amante de un romanticismo exacerbado frente al moderado racionalismo de Andrea, era una combinación explosiva que los llevaba por lo general al lecho, donde las palabras daban paso a los besos y donde permanecían abrazados hasta el amanecer.
      Sin embargo, el frío siempre acababa volviendo, filtrándose cada día por entre las grietas que conformaban el espíritu de Jules y ni se daba cuenta de que, mientras a él lo ahogaba el calor, a ella el corazón lo cubría por momentos una breve y fina capa de escarcha.
      A veces, ella oía los pasos de Jules de madrugaba y lo escuchaba hablar solo en un diálogo absurdo de preguntas sin respuesta, de frases inconexas en las que a veces parecía escuchar su nombre: "Andrea". Luego, él volvía al dormitorio y se quedaba sentado en el sillón durante largo rato y la miraba en una oscuridad solamente mitigada por la luz escasa que penetraba por la ventana. Ella sentía los ojos acerados de Jules recorriendo su cuerpo y no podía evitar inquietarse. Cuando regresaba a la cama, pegaba sus labios a su cuello y los sentía ajenos, no los reconocía, y entonces le sobrevenía un escalofrío.
      Una noche fue a más, y entre caricias, Andrea notó sobre su cuello una vez más la textura de las manos de Jules, cuya suavidad, interrumpida por las asperezas dejadas por el trabajo que desempeñaba en la imprenta, lo recorría y cercaba de forma pausada, sin prisas, hasta rodearlo. Entonces notó que se asfixiaba y de golpe apartó a Jules fuera de la cama. Se levantó rápidamente y buscó torpemente sus ropas dispersas por el suelo, mientras Jules, alarmado, pedía disculpas una y otra vez rogándole que no se marchara. Andrea se vistió y sin encender la luz, se fue escaleras abajo. Eran las tres de la mañana. No volverían a verse hasta el día de su reencuentro en el tren. Pese a todo, días más tarde recibió una carta de Jules, donde expresaba cuanto la amaba y que sin ella, estaría perdido. Ella la guardó y pensó en él y después de analizar aquellos tres años de extraño amor, buscó en su corazón y desconcertada, comprobó que después de todo lo que había pasado, Jules seguía estando ahí.










8 comentarios:

  1. Apasiona poder seguir el relato de la vida de Jules, con los tiempos marcados en la espera, para que tengamos paciencia y sepamos saborear ese gusto por la incertidumbre, por el desconocimiento. La idea surge cada semana, está en tu cabeza y está en nuestra admiración. Gracias Juan por continuar con esta nueva forma de soñar despiertos, un abrazo.

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    1. Muchas gracias por este bonito comentario y por tu apoyo en esta nueva empresa de escribir una pequeña novela paso a paso. Una idea estupenda que a mi también me apasiona, porque yo voy trazando la línea a seguir, pero no sé tampoco qué puede pasar exactamente en esta historia. Me alegro de que te vaya gustando, Rosa, ¡¡un abrazo!!

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  2. Juan bonito relato yo que pensaba que ya lo habías terminado, y he mirado y me he llevado la sorpresa me encanta la imaginación que tienes,entre disputas y amor en el relato un abrazo.

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    1. Hola Paqui, celebro que te guste y decirte que durante unas semanas más continuará esta historia que espero siga siendo de tu agrado.¡¡Un abrazo!!

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  3. Continua Juan, no nos dejes con la miel en los labios, hoy es sabado.

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  4. Genial la idea de relatar en fascículos la vida y amores del misterioso Jules. Estoy deseando que llegue la próxima entrega.
    Tú continúa escribiendo para que nosotros podamos disfrutar de tu ingenio.
    Un abrazo grande.

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    1. Hola Esther, muchas gracias por tu comentario y me alegro de que te guste el relato y de que lo sigas. Un fuerte abrazo!!

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