sábado, 21 de diciembre de 2019

HOJAS EN EL AGUA: TE VERÉ EN EL MÁS ALLÁ







Capítulo 5

      La policía había iniciado sus pesquisas tras el reconocimiento del cadáver hallado en la fuente del parque. No llevaba encima identificación alguna, tan solo un reloj y una pluma estilográfica que, destrozada, había manchado el chaquetón y la camisa de aquel hombre desconocido. La autopsia reveló su muerte por un fallo cardíaco provocado por un intento de asfixia y su cuello reflejaba marcas de violencia y moratones. Habían pasado varios días desde el desgraciado suceso y no había ni una sola pista que condujera la investigación hacia el autor del crimen.
      El inspector Rovira era un hombre más bien taciturno, encargado del departamento de homicidios de la policía de Barcelona y sobre el que había recaído el asunto. Caracterizado por una innata sagacidad, era, sin embargo, una persona en cierto modo introvertida y de modales ásperos que andaba enemistado con la mayoría de los compañeros, los cuales lo consideraban poco menos que un pequeño tirano. En realidad, era un hombre hecho a sí mismo, curtido por un trabajo duro que había desarrollado desde los veinticuatro años, cuando ganó la plaza como policía en Figueras. Había investigado y desentrañado con éxito muchos casos de asesinato y estaba acostumbrado al juego esquivo de indagar, zambulléndose para ello sin miedo en las más turbulentas aguas. Desde el mismo día en que sucedió, Rovira no cejó en su empeño de aclarar las circunstancias del triste acontecimiento. Entrevistó a los jardineros del parque, los cuales aseguraban no haber visto nada, pues comenzaban su trabajo sobre las ocho y media y el presunto crimen, según la investigación, sucedió sobre las siete y cuarto de la mañana. Solo uno de ellos, que pasó por allí antes de ir a desayunar a una cafetería cercana declaró que sobre las ocho menos diez había visto a un hombre que atravesaba el parque con cierta precipitación, y otros dos jóvenes estudiantes que se dirigían a la parada de autobús para ir a la universidad. Por lo demás, el parque estaba desierto, o por lo menos, él no había visto a nadie más. Después entrevistó a Carmen, una mujer de unos sesenta años que regentaba el quiosco, situado a unos cientos de metros de la fuente de donde sacaron el cadáver, y tampoco vio nada según dijo, excepto al señor Verdaguer, dueño de la cafetería que había enfrente, que, como cada mañana temprano, se acercaba al establecimiento en busca de los periódicos del día. Con esto, Rovira poco podía hacer. Pero no se desanimó y volviendo al lugar de los hechos, encontró flotando en el agua de la fuente, entre las hojas, un pequeño papel doblado donde había una anotación escrita, pero el contacto con el agua había hecho que ésta fuese casi ilegible. Lo guardó en una pequeña bolsa de plástico y lo llevo al departamento para intentar averiguar qué era lo que ponía en aquellos garabatos emborronados. Después se tomó un café bien cargado y convocó una reunión donde dio las órdenes pertinentes para averiguar la identidad del desconocido de la fuente. Todos se pusieron manos a la obra, mientras Rovira, sentado en el sillón de la oficina, se fumaba un cigarrillo y pensativo, se abstraía con las noticias que lo saturaban desde la pantalla del ordenador.
      Se acercaba la Nochebuena y en estas fechas se acentuaba la angustia vital de Jules llegando a desesperar al joven que se sentía más abandonado que nunca, pero también más furioso. Furioso con su padre, con su madre y con el mundo. Solo se sentía mejor en el trabajo, donde por unas horas se liberaba de la carga psicológica que arrastraba desde que hacía más de dos años, cuando su madre se había convertido en un cuerpo que apenas reaccionaba, que no sentía, pero que padecía y sobre todo, involuntariamente, por supuesto, hacía padecer. Porque para Jules la vida era un sufrimiento, aunque contaba con la ayuda de una vecina a la que contrataba por horas para que la cuidara, la mayor parte del tiempo era él el que se encargaba de sus cuidados: la lavaba con agua y jabón concienzudamente y después, enjuagaba y secaba su cuerpo en un ritual que solo un hijo podría hacer con tanta delicadeza, procurando siempre mantener su piel y la ropa en contacto con ella limpia y seca. Cada cierto tiempo, cambiaba de postura aquel cuerpo inerte, condenado para siempre a no sentir otras emociones que no fueran las del padecimiento, y con el fin de que las úlceras no hicieran su aparición, le aplicaba el consuelo de una crema hidratante. A la hora de comer, Jules enseñaba a su madre como abrir la boca, ponía en la cuchara un poco de dulce de leche que sabía que le agradaba, alternándolo con el puré proteínico que tomaba a diario. Todo con una paciencia extrema, en una relación de amor y frustración que llevaba a Jules a un desasosiego devastador. A veces, necesitaba escapar y se marchaba a Barcelona, perdiéndose en los tugurios más sórdidos y entregándose de lleno al alcohol y al sexo fácil. Casi siempre solo, por Vía Laetania o por algún suburbio de la ciudad, se sentía como un animal enfermo, herido de muerte y a punto de caer en cualquier portal, acechado por la luz insolente de la luna, que blanqueaba todo su cuerpo y traslucía sus emociones, hasta que el sol la desplazaba en un grito de luz que ponía en evidencia su dolor.
      Andrea aceptó tomar un café con Jules y para ello quedaron en Barcelona, cerca del mercado de la Boquería, en un lugar íntimo y cálido que ambos conocían bien porque cuando estaban juntos lo visitaban con frecuencia. Era una cafetería cuyo máximo atractivo era, además de un excelente café, la posibilidad de examinar y de poder adquirir libros de primera o segunda mano que, expuestos en estanterías, contribuían a su decoración. Aquella especie de librería-café era un paraíso terrenal donde quizá surgiera la esperanza de poder reconquistar a la joven, o al menos, eso pensaba Jules, totalmente obsesionado con esa idea, que se reafirmó cuando Andrea dijo que sí a la cita.
      -"Eres mi amor", comenzó diciendo el muchacho, mirándola como si hubiera descubierto por primera vez la dulzura de sus ojos.
      -"Fui tu amor", contestó Andrea, mirándolo con cierta desconfianza y bajando la mirada, aunque sonriendo.
      -"No puedes imaginarte lo que ha sido mi vida sin ti estos años -continuó el joven- , ha sido un descenso al infierno que aún perdura"
La joven lo miraba algo aturdida y veía el nerviosismo de Jules, que no dejaba de jugar con la servilleta de papel, la cual, llevaba impresos unos hermosos versos de Rosalía de Castro:

"No son nube ni flor los que enamoran,
Eres tú corazón, triste o dichoso,
Ya del dolor y del placer el árbitro,
Quién seca el mar y hace habitar el Polo"






      El corazón de Andrea andaba tranquilo. Hacía mucho tiempo que no sabía de revoluciones y la que mantuvo con el de Jules, parecía sofocada desde hacía mucho tiempo. El corazón de Jules, siempre tortuoso, no olvidó nunca al de Andrea, aún a sabiendas que solo provocaría en él escoceduras y llagas.
      -"No pude salvarte, y lo intenté de veras", replicó la joven, "Cuando me fui, lo hice sin dejar de quererte, intentando con todas mis fuerzas no volver la cabeza cuando bajaba las escaleras de nuestro piso, porque si lo hacía, sabía que no podría abandonarte, sin embargo, fui fuerte".
      -"Fuiste fuerte y cruel", respondió en tono dolorido Jules.
      -"¿Cruel?, no, fui justa contigo y conmigo" dijo Andrea a punto de que las lágrimas cubrieran su rostro, mientras sus labios temblaban.
      -"¡Vuelve a mi lado!". La súplica llegó a calar tan hondo que casi toca el corazón de Andrea, pero tuvo suerte y colocó a tiempo un débil parapeto de racionalidad que la salvó. Después, apurando el café con leche, se levantó y se despidió con un beso. Los ojos de Jules la vieron alejarse entre la gente para después, volver a posarse en ella y comprobar que su corazón latía todavía por Andrea, la cual, sería suya de nuevo y volverían a vivir juntos bajo los auspicios del amor, que es el que en realidad, mueve los hilos.
      La investigación seguía su curso intentando ahora resolver el enigma de la nota que el inspector Rovira encontró. Podría arrojar luz al caso del que hasta ahora solo había un cadáver y un desconocido que caminaba a paso firme por entre los árboles del parque y al que estaban tratando de encontrar. Tras los pertinentes análisis, el peritaje caligráfico determinó que la tinta de la nota no era la misma que la esparcida por la estilográfica rota y que manchó la camisa del cadáver. Ahora tocaba intentar descifrar su texto, y fue una tarde, cuando Rovira recibió una llamada del departamento de caligrafía forense, para decirle que, aunque con dudas, analizada y estudiada la nota, la frase que albergaba era la siguiente: "Te veré en el más allá". El inspector apagó el cigarrillo, se levantó del sillón y sin decir palabra salió a la calle.






Continuará...
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


4 comentarios:

  1. Juan, solo un deseo que debe tener varias ramificaciones: que para el año próximo sigas deleitándonos con las vicisitudes de Jules o de cualquier otro, o con los versos dedicados a lo más sencillo de este mundo pero con tanta sensibilidad, y que los dibujos te devuelvan los tiempos pasados en los que los tinteros siempre estaban funcionando a toda velocidad, y por encima de todo, que nuestra amistad siga por los mismos derroteros, con las mismas inquietudes, entre la literatura y la juventud que se estanca aunque tome otras formas, porque seguiremos siempre siendo los mismos. Un abrazo.

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    1. En principio, muchas gracias por este emotivo comentario. Yo también deseo que tú sigas deleitándonos con esos viajes maravillosos, con esos lugares misteriosos y mágicos que nos muestras con tus fotografías y que nos describes con tu fantástica narrativa, lugares que probablemente no vayamos a visitar nunca, pero que los hemos visto y disfrutado gracias a ti, que tienes la generosa cualidad de compartir lo que tu has vivido y de hacérnoslo vivir de una manera diáfana y poética. Muchas gracias por estar ahí después de tanto tiempo. La juventud, como tú muy bien dices toma otras formas, y es no perder nunca la esperanza, seguir nuestro camino acompañados por quienes nos quieren, y aferrarnos a lo que amamos. Son muchos años de amistad y de ratos compartidos y así, seguiremos la ruta que nos llevará a nuevos momentos felices. ¡¡Un fuerte abrazo!!

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  2. Feliz navidad Juan y que sigas enganchandome con esta apasionante novela a entregas

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    1. Igualmente, feliz Navidad, Luis y un feliz Año Nuevo también. ¡¡Muchas gracias!!

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