viernes, 21 de diciembre de 2018

LA MUJER Y EL MAR







      Renació con la ayuda del mar, un mar sereno que la abrigaba, que curaba sus heridas, que la adormecía cantándole canciones de otros tiempos. Un mar que se transformó en confidente de sus atardeceres y de sus noches y en fiel guardián de sus secretos más íntimos.
      Se desnudaba pausadamente, notando las caricias de sus ropas cuando caían lentamente a sus pies y se sentía libre. A veces, cuando había luna su cuerpo se iluminaba y en sus bellas formas se dibujaban tonalidades blancas y azules solo rotas por las gotas del agua del mar, que tras el baño se resistían a desaparecer y andaban y desandaban su cuerpo en una conjunción de brillantes peregrinos que componían una oración de religioso sosiego.
      Dirigió sus ojos hacia el horizonte y se contempló a sí misma cuando sus anocheceres eran cárceles infranqueables y su cuerpo, era un conjunto de dunas moldeadas por el viento ardiente del abandono. Ahora el aire era plácido y las nubes se movían alegres y nerviosas al detectar su presencia, hecha carne y espíritu en su total desnudez.
      Una noche tras otra, ella acudía fiel a su cita y se bañaba en aquel mar de sal, cuyas olas golpeaban su cuerpo y lo despertaban como Dios despierta las conciencias. Nunca tuvo tanto conocimiento de sí misma y nunca tuvo tan claro lo que quería. Comenzaba una nueva era, una etapa donde poder poner en práctica lo aprendido, lo vivido. Se dirigió hacia las rocas tras su último baño y se recostó mientras la luna la cubría con su manto blanco. No tardó mucho en dormirse, arrullada por el dulce son de la brisa, mientras el mar parecía callarse respetando el sueño de aquella
mujer, que tenía bajo sus pies el universo.









viernes, 14 de diciembre de 2018

EL OLIVO Y LA SETA (Un cuentecillo de otoño)







   
  Cuando el olivo se dio cuenta de la presencia de la seta, ésta ya había hundido las raíces en su corazón. Nada pudo hacer por rechazarla ni tampoco lo pretendió. Al contrario, le brindó calor y protección transformando la ruda madera de su cuerpo en un hogar. La seta, agradecida, le contó mil historias arropada por las verdes hojas que le brindaba su benefactor, el cual se complacía en ellas y lloraba a veces, cuando la seta presentía el invierno y con él, el final de sus días. En los comienzos de la fría estación, el olivo recogía su ramaje en torno al recoveco donde se encontraba su frágil huésped intentando que el viento no la dañara. Todo fue inútil y una noche de diciembre, el olivo notó que las cosquillas que las raíces de la seta provocaban en su corazón habían desaparecido y sus lágrimas se fundieron con las gotas de lluvia que en aquellos momentos comenzaban a caer.










viernes, 7 de diciembre de 2018

EL MITIN







      Dejé mi coche algo lejos del circuito de edificios donde se iba a celebrar el mitin, puesto que sabía que alrededor del mismo estaría todo copado. Lo dejé en un barrio cercano, en una calle amplia que daba a unos pequeños jardines y comencé a caminar en dirección al pabellón deportivo, lugar en el que se iba a celebrar el acto político. Doblé a la izquierda para dirigirme al emplazamiento, donde, efectivamente, estaba todo lleno de coches y varios autobuses comenzaban a parar. Multitud de gente se arremolinaba en torno a la entrada y poco a poco y casi de forma espontánea se había formado una larga cola. El mitin era a las once y media de la mañana. Eran las once menos cuarto y aquello estaba a rebosar. Me abroché el abrigo, puesto que era una mañana otoñal más fresca de lo habitual y me acerqué a unos cuantos simpatizantes que charlaban precisamente del tiempo que hacía mientras aguardaban turno en una fila donde hombres, mujeres y niños esperaban impacientes entrar al pabellón para escuchar a su candidato. Los saludé y me devolvieron el saludo comenzando a hacer cábalas sobre quiénes acompañarían al político en el mitin. Detrás de mí, una anciana con su nieto de apenas ocho años expresaban su deseo de conseguir hacerse una fotografía con él, tal era la ilusión que los acompañaba. Poco a poco la cola iba desapareciendo engullida por la boca de aquel edificio donde se habían celebrado todo tipo de actos: desde espectáculos musicales a congresos literarios o políticos , como en este caso. Penetré por fin en el pabellón y con la mirada intenté buscar un sitio donde colocarme para escuchar a aquel hombre que había despertado en mí y en toda aquella gente la ilusión de que las cosas se podían mejorar, de que la vida de las personas puede cambiar si las leyes que se dictan son ecuánimes, justas y solidarias. No cabía ni un alfiler, de modo que opté por quedarme atrás y, sin más, localicé una silla vacía y me senté.
      Dos pantallas enmarcaban el escenario y, en el centro, una foto de gran tamaño del líder , cuyos ojos controlaban toda la sala y cuya sonrisa parecía dar confianza a todos sus simpatizantes, que no dejaban de hablar y de acomodarse. Estaba a punto de comenzar el mitin y la música del partido sonaba con rotundidad, señal de que el líder había llegado y estaba a punto de entrar. Los aplausos y vítores comenzaron y una marabunta de cámaras y de micrófonos envolvían la figura de aquel hombre, que en traje de chaqueta y sin corbata comenzaba a abrirse paso saludando a todo aquel que le tendía la mano. Por fin llegó al escenario y tras una breve presentación del alcalde de la ciudad donde se celebraba el evento, dio comienzo el discurso. No llevaba más de diez minutos hablando el candidato cuando volví la cabeza y cerca de mí descubrí a un hombre de unos treinta y tantos años, moreno y de complexión menuda que parecía no perder detalle de lo que nos decía el político. Estaba de pie, llevaba unas zapatillas deportivas sin una marca específica gastadas por el uso, unos vaqueros y un jersey y en su mano portaba una cazadora tan humilde como su apariencia personal. Cada vez que el candidato terminaba una frase, las manos maltratadas de aquel hombre aplaudían de forma clara, sincera y digna, y su cara se iluminaba a cada párrafo que escuchaba en una voz que le hablaba de igualdades, derechos y oportunidades. Asentía una y otra vez con una sonrisa confiada y orgullosa y sus ojos no parpadeaban. Sonó su práctico y esencial móvil y tras una brevísima conversación volvió a coger el hilo del discurso y su mirada, franca y honesta, se quedó prendida entre la emoción y los anhelos. Así, puedo decir que vi de forma clara la esperanza en los ojos de aquel muchacho, de aquel trabajador. La esperanza y la confianza en alguien que ni siquiera conocía a nivel personal, pero que había conseguido implantar en él la ilusión de una vida más cómoda y llevadera. Cuando terminó el mitin, aquel hombre se recogió en el fondo de su cazadora, la abrochó y frotándose las manos salió a la calle. Lo vi marchar con paso firme, que denotaba seguridad y confianza en el futuro y no pude por menos que desearle toda la suerte del mundo. Luego miré al candidato, que desaparecía entre una nube de periodistas y también le deseé algo: que no decepcionara nunca miradas como la que había visto en mi vecino de mitin y que no apagara nunca el brillo que reflejaron sus ojos.