viernes, 25 de enero de 2019

TE DEJO MI CORAZÓN








      Cuando despertó, él ya se había marchado. El lado izquierdo de la cama se había convertido en un lugar tan inhóspito como un desierto polar. Se levantó y se dispuso a preparar el desayuno. Puso dos tazas sobre la mesa mientras la cafetera comenzaba a hervir llenando la mañana de un espeso aroma a café y a soledad. Llevaban semanas hablando sobre la partida sin llegar a un acuerdo sobre la misma. Él, sin perspectivas de futuro como artista (era un excelente dibujante y pintor), había decidido marcharse del país en busca de oportunidades. Ella, trataba de convencerle de que no se marchara, pues su talento tarde o temprano emergería imparable de entre las aguas oscuras en las que se ahogaba. Todo era cuestión de tener esperanza. No logró convencerle y hoy, una otoñal mañana de octubre, la  había abandonado.
      Llenó las dos tazas y entre lágrimas se bebió el café más amargo de su vida. Después, con desgana, se fue directa a la ducha.
      Aquel sábado, ella no tenía que acudir al trabajo, una pequeña librería de su propiedad que mantenía en pie con toda la fuerza que le daba su amor por la lectura y la que surgía de su convicción de que aquel espacio era una parte más de sí misma. Tras beberse ya frío el café de Ricardo, se vistió y comenzó un recorrido por las estancias del pequeño apartamento que hasta esta mañana había compartido con él y que si ayer le parecían acogedoras y cálidas, hoy se le mostraban desapacibles, tanto, que la impulsaban a marcharse, a salir corriendo de allí. Pero antes, se detuvo un momento en el pequeño estudio de Ricardo y entre cientos de bocetos revueltos y dibujos de finos trazos encontró uno que le hizo a ella mientras dormía recostada en el sofá de la salita, donde la luz se mezclaba con las sombras y creaba en sus juegos un ambiente lleno de intimidad y belleza. Era un dibujo que reflejaba el equilibrio y la serenidad de quien había encontrado por fin su destino. Hoy, el destino se le aparecía incierto, lo único seguro que tenía era su amor por Ricardo y aquella parte de sí misma que cada lunes abría al público y donde se perdía en universos de muy diversa índole proporcionados por los más grandes maestros de la literatura.
      Salió a la calle y comenzó a caminar sin rumbo bajo una ligerísima llovizna que le agradaba, que refrescaba su rostro, el cual, hasta ahora de una palidez extrema dibujada por la tristeza, comenzaba a tomar color a cada paso que daba y conforme se iba alejando de su domicilio, invadido ahora por los vestigios de la melancolía. En su devenir, Aurora se dejó subyugar por la belleza de aquella capital de provincias donde vivía y se paró unos minutos delante de una iglesia que había cerca de su barrio. De estilo románico, los arcos que componían su portada parecían saludarla y las palomas que reposaban junto a ellos levantaban el vuelo para buscar algún recoveco en el edificio con el fin de guarecerse de la incipiente lluvia. Continuó caminando y muy cerca de la iglesia atravesó una vez más un pequeño parque que hoy se encontraba casi desierto y cubierto de hojas que acompañaban su recorrido y que a ratos volaban transportadas por la brisa.
      No supo cuando ni como, pero al cabo de un tiempo se encontró en la estación del tren. Había parado de llover y medio empapada buscó con la mirada la cafetería, y tras dar con ella, buscó cobijo al abrigo de otro café y de las voces de los pasajeros que se preparaban para marchar a sus destinos. Un cuarto de hora más tarde, Aurora salía de la estación cuando el sol luchaba por abrirse paso entre las grises nubes, que insolentes se cerraban empeñadas en seguir siendo sus carceleras. Al menos ya no llovía y es que la lluvia ahora la acaparaba su corazón, que trataba con denodados esfuerzos no sucumbir cuando la fuerza del agua lo arrasaba anegándolo de tristeza.
      Su paseo continuó y sus pies la llevaron a enredarse en viejas vías de tren  carcomidas por la maleza, paradas en el espacio y en el tiempo y sumidas en un abandono que se mimetizaba con el suyo. Se adentraba asimismo en la antigua estación y tras subir a uno de aquellos viejos andenes se detuvo frente a una pintura que ocupaba gran parte de una ruinosa pared. Era un graffiti de extraordinaria factura y originalidad que desde el primer momento la fascinó. La obra representaba la mitad de un corazón en cuyo centro podía verse la figura de una mujer cuyos pies reposaban sobre un vagón de tren impulsado por una locomotora, que también transportaba a aquel corazón dividido y enorme cuyo peso la hacía tambalearse hasta casi hacerla descarrilar. Atravesando el corazón, algún tren más continuaba su viaje entre velocidad y humo. Mientras, su propio corazón estaba sitiado por un sinfín de sentimientos que lo ponían en solfa una y otra vez. Miró el reloj y había pasado casi una hora desde que avistó aquella obra desconcertante, pero no se marchó. Continuaba allí, de pie, a merced del viento que se hacía cada vez más potente y que recorría la estación de una punta a la otra y que ponía una nota más de desolación a la mañana. Por fin se sentó sobre un sucio bloque de hormigón donde descubrió un sobre de papel pegado a él. No llevaba nombre ni dirección, pero Aurora enseguida supo que era para ella. Lo abrió con ansiedad y solo había una nota que decía: "Amor mío, te dejo mi corazón, el cual nunca estará completo sin el tuyo. Ricardo".
       El sol por fin se liberó de las espesas nubes y comenzó a acariciar el rostro de Aurora, la cual respiró profundamente y acelerando el paso, se alejó de allí.












viernes, 18 de enero de 2019

PAN Y ESCARCHA









De mañanas de hielo
el olivar se viste.
De dureza el trabajo aceitunero
que zarandea los cuerpos.
De jornadas embebidas
de salvajes asperezas.
De amor al campo y a la tierra.
Pan y escarcha.