sábado, 26 de agosto de 2023

VERSOS Y POEMAS PARA UN VERANO SIN CIELO

 





"A través de las ventanas,

el tiempo invade 

los rincones de la casa,

donde habitaron felices

las horas de amor que vivimos.

Y en el otoño,

habrá un recuerdo en cada hoja

caída de los árboles,

y un viento de ceniza

replegará los sueños inalcanzados,

mientras un rumor de mar,

nos dejará en la boca

sabor a tuera,

mezclado con la ácida dulzura

de las fresas."





"Sobre tu cuerpo limpio y nacarado

dejó la pólvora su mortal aroma,

a lirios sabe tu corazón de jacinto,

cuando late yacente bajo la tierra.

Ya no llora el alba, Federico,

y la fría noche te acurruca,

mientras siembras el mundo de poesías,

y los corazones, de amores y de naufragios.

Te quisieron matar, y , sin embargo,

de tu rama viva florecida,

nace la savia de poetas nuevos

que te cantan en la madrugada.

Porque tus versos,

resisten al odio y a las balas,

trascienden la vida

trascendiendo la muerte,

y hoy estás, dormido sin dormir,

llenando el mundo de palabras nuevas.

Deja que ponga hoy sobre tu pecho

una flor escrita tibiamente acariciada,

mientras libre, zarandeada por el viento,

emerge incontrolable tu poesía,

inabarcable y eterna,

hermosa e implacable

como un amanecer."






"Espero el timbre de tu voz al otro lado,

mientras la soledad hace mella 

en nuestras cosas.

Sobre el recuerdo de tu nombre

y de tu boca,

cuando tus besos acallaban a la mía,

que gritaba amor a todas horas.

Porque tu triste historia

no fue más que una conversación melancólica

entre tu yo y mis recuerdos,

un sueño sin más,

que como una enredadera

cubrió los muros que me defendían

y que acabaron en tierra,

desdibujados en la montaña de arena

que forjó el olvido."







sábado, 12 de agosto de 2023

ABRE LA PUERTA AL MONSTRUO

 




      La doncella vivía en su mundo de ensueño, sin nada que turbara su paz. Era una muchacha que, envuelta en oropeles, no conocía el dolor de la vida. Pasaba las horas en una habitación de un antiguo palacio, con su dama de compañía y un hombre que ejercía las funciones de tutor y administrador de la fortuna que sus padres, ya fallecidos, le habían dejado. Al otro lado del palacete, se encontraba la casa del jardinero, una choza de minúsculas proporciones que era refugio de Pierre, un hombre de unos veintiséis años, que cuidaba de las plantas con esmero, manteniendo un jardín agobiado de hermosas especies que daban un toque entre romántico y espectral a los alrededores del palacio. De sus paredes colgaban las enredaderas, las madreselvas y las pasifloras, que se mezclaban con parrales y cubrían casi por completo los muros exteriores del castillo. Las peonías, las rosas inglesas y tulipanes blancos salpicaban de color aquel espacio misterioso, y brezos, adelfas y enebros se dispersaban de manera milimétricamente estudiada, dibujando un conjunto de perfecta simetría, al amparo de dos enormes robles que la acorralaban con sus ramas, prodigando en el verano el frescor de su sombra. Jacqueline, que así se llamaba la muchacha, veía a Pierre cada día desde la ventana de su habitación. Era un joven apuesto e inteligente, dotado de manera exquisita para ejercer su oficio. Pese a desearlo, nunca había hablado con él, pues la nodriza y el tutor se lo tenían más que prohibido, más en su corazón comenzó a habitar un sentimiento desconocido para ella que le impedía dormir, que la cubría de desasosiego y de ansiedad, pero que a la vez, le producía una rara sensación de ternura. Más un día, el jardinero se acercó a ella mientras paseaba por la parte más lejana del jardín, junto a una fuente donde brotaba el agua más valiosa y allí, le declaró su amor. Jaqueline se sintió algo confundida cuando los labios de Pierre se unieron a los suyos. Quiso evitarlo, pero todo fue en vano, y aquel beso se convirtió en una especie de sortilegio que se convirtió en un juramento de amor entre ambos. Cuando el tutor y la dama de compañía se enteraron, horrorizados, encerraron a Jacqueline bajo siete llaves y su habitación se convirtió en una cárcel donde llorar, en un sitio oscuro y lóbrego donde recordar a su enamorado, entre sueños de cristal y oscuras pesadillas que la convulsionaban, llevándola a los límites de la locura. Una noche, mientras dormía, escuchó un ruido que la puso en alerta. Era como un rugido bronco, como el quejido de algún animal extraño, y la inquietud se apoderó de ella. La puerta empezó a temblar y las ventanas crujían y los cristales se resquebrajaban mientras una luz enorme penetraba en la oscura habitación. De repente, la ventana se abrió de golpe, cayendo los cristales en mil pedazos al suelo y pudo ver, aterrorizada, el ojo de una enorme bestia. Era un ojo que centelleaba emitiendo una luz amarilla que inundaba la estancia, confundiéndolo todo. Los muebles comenzaron a moverse ante los movimientos de aquella especie de dragón de cuento que comenzó a caminar entre rugidos, alejándose de allí. La joven cayó desmayada sobre las sábanas y no despertó hasta dos días después. Cuando lo hizo, se encontró con la mirada algo fría de la dama de compañía y los ojos severos del administrador, y más allá, cerca de la puerta pudo ver a Pierre, que le transmitía amor y comprensión. Todo había sido una pesadilla, o, al menos, eso le dijeron. Todo parecía estar en orden. Después se durmió de nuevo y no despertó hasta que desapareció la última estrella. El administrador y su compañera, la dama de compañía, se hicieron dueños del castillo y de la fortuna de Jacqueline, manteniéndola encerrada, sin recibir visitas, ni siquiera la vieja Abby, la antigua cocinera, que la visitaba cada semana, y cada noche, la doncella regaba con sus lágrimas cada rincón de la habitación donde a veces, era maniatada y vejada por el cruel administrador con la complicidad de la nodriza, que se había vuelto cruel e inhumana como su compañero, y que apenas alimentaba a la niña. En cuanto a Pierre,lo encadenaron y lo emparedaron dentro de su cabaña con la intención de dejarlo morir. Más una noche, Jacqueline volvió a escuchar los mismos terroríficos rugidos y las voces de la dama de compañía y del administrador, que gritaban espantados. La puerta de su habitación estaba cerrada y desde dentro, Jacqueline gritaba y gritaba, quería saber qué estaba pasando. Armándose de valor, abrió la puerta y en se momento entró la bestia, que rugía enfurecida, con los ojos amarillos, con sus afilados dientes ensangrentados y escupiendo fuego por la boca. La joven escapó hacia el jardín y mientras recorría los interminables pasillos que la conducían a él, vio los cadáveres del administrador y de la dama de compañía despedazados. Huyó y se refugió cerca de la fuente donde se encontró por primera vez con Pierre, entre los brezos, rodeada de rosas y de peonías, cuando apareció aquella especie de dragón aún rugiendo. La niña gritaba aterrorizada e intentó huir, pero el miedo paralizó su cuerpo, y, mientras resignada esperaba la muerte, pudo ver como la bestia iba calmando su furia, y como poco a poco, se iba acercando a ella, y sus ojos amarillos llenos de ira se iban tornando en calidez, mientras contemplaba a Jacqueline. Finalmente, la bestia inclinó la cabeza cerca de la doncella y ésta comprendió que no tenía intención de atacarla, y, venciendo su miedo, acarició su testuz y entonces pudo ver en los ojos de aquel animal un destello conocido. Cuando besó a aquel dragón, vio sorprendida como éste se transformaba en Pierre, su enamorado, que había vivido bajo la maldición del Viejo Mago del Bosque, ante lo que suponía iba a ser el sucesor del rey, pues era hijo ilegítimo de éste y, en realidad, su único hijo. El reino estaba sin rey y Pierre tenía en su poder el anillo de fuego que lo acreditaba como hijo del viejo monarca, pero su ilegitimidad lo descalificaba como heredero. El administrador y la nodriza no eran sino meros vigilantes del muchacho maldito, sabían que si se enamoraba, saldría la bestia que el Viejo Mago del Bosque introdujo dentro de él y que, iría a reclamar su puesto. No fue así, porque a Pierre, solo le interesaba Jacqueline, y creía firmemente que el amor va más allá de reinos, pócimas y embrujos y que nos acerca cada vez más a nosotros mismos. Amanecía cuando Jacqueline, abandonó el viejo palacio para marcharse con Pierre, y el cielo se abría a la luz en ramillete de colores anaranjados y violetas, azules y grises, que cubrieron el lugar, dando al lugar un aspecto de jardín romántico, mientras los enamorados caminaban abrazados sobre las huellas de la bestia partiendo a un destino incierto, se culminaba el amanecer y una brisa fresca propagó la felicidad de la pareja por todas partes, llenando de paz aquellos lejanos lugares.




    

   

domingo, 6 de agosto de 2023

CUENTOS DEL CEMENTERIO PERDIDO

 





     Al sur de la ciudad se erigía el cementerio, en un paraje donde reinaba la anarquía. Los árboles se cerraban unos con otros, abrazándose con sus ramas flacas y resecas, conformando un paisaje tenebroso, donde la mayoría de las veces, ni se veía el cielo cuando algún visitante paraba para recordar a algún familiar o amigo. Bien es verdad, que después de la primera visita, el visitante no regresaba, tal era las sensaciones que sentía tras pasear por aquel galimatías de tumbas y de nichos, dispuestos de forma no ya laberíntica, sino infernalmente desigual. Los túmulos y mausoleos se mezclaban sin orden ni concierto, y ni de día, aquel camposanto reflejaba paz pues lo que transmitía no era sino desasosiego, inquietud y miedo, como si las almas que allí reposaban no hubieran merecido su eterno descanso. Porque allí, contaban quienes paseaban por el laberinto perpetuo de sus calles, a menudo cortadas por túmulos derruidos, sucedía algo extraño. Ni siquiera era por la tarde cuando Ramiro y Elena constataron esa extrañeza. Era a mediodía y hacía un sol de justicia cuando llegaron, pero conforme iban adentrándose en el cementerio, una gelidez mortal iba atrapando sus cuerpos y un olor como a resina y azufre se expandía en un aire cada vez más denso que los obligó a detenerse un poco antes de llegar ante el mausoleo de sus abuelos. Cuando depositaron el ramo de flores en él, una grieta crujió en la escultura del ángel moribundo que la presidía y el sonido quejumbroso de una voz surgió de dentro del panteón y una mano a la que le faltaba el dedo corazón se dejó ver mientras el sol era oculto por las nubes más negras que podáis imaginar. Tras la mano una voz de ultratumba los llamó por su nombre, y entonces fue cuando echaron a correr y no pararon hasta saltar los muros del cementerio y llegar al pueblo, donde la vida transcurría plácida y el cielo, de azul añil, daba luz a sus calles junto con el sol, que permanecía perenne en lo más alto, como si aquello fuese otro mundo, otro planeta, pese a que el cementerio se encontraba a escasos dos kilómetros. Después de aquello, Elena sufrió una crisis nerviosa que no superó y, a partir de este momento, su vida transcurrió entre psiquiátricos, mientras que Ramiro no quiere ver a nadie, sufre ataques de ansiedad continuos, y la epilepsia se ceba en él de vez en cuando haciendo de su día a día un auténtico infierno.

     Raquel era una joven hermosa, aunque enfermiza, su piel nacarada dejaba ver a veces la palidez que la falta de salud cincelaba en su bella piel. Era frágil como una mariposa y necesitaba muchas horas de reposo al día, pues su cuerpo no respondía de una forma firme a los remedios que el médico le imponía. Raquel tenía enterrada a su madre en aquel cementerio dejado de la mano de Dios y aquel viernes por la tarde, quiso ir a visitarla después de mucho tiempo de no hacerlo, dada la enfermedad que había ocupado su cuerpo durante más de un año. Hoy, se encontraba algo mejor, y, acompañada de su chófer, empujó la puerta con las pocas fuerzas que poseía y penetró en el recinto, a la vez que ordenaba al chófer que se quedara fuera. Caminó unos metros y se dirigió hacia la izquierda, donde estaba el túmulo con los restos mortales de la que un día le diera la vida y, conforme iba penetrando entre las tumbas, la inquietud se iba apoderando de ella, pues parecía escuchar entre los silbidos del viento, que cada vez era más fuerte, los gemidos de alguien, como un llanto inconsolable que le llegaba a sus oídos cada vez más nítido y que, poco a poco, se le iban metiendo muy adentro, helándole de golpe el corazón. Giró a la derecha y se sentó en un pequeño banco que había poco antes de llegar a donde estaba su madre y respiró hondo, intentando controlar sus nervios y su miedo, que iba en aumento, sobre todo cuando escuchó una voz familiar que la llamaba: "Raquel, ¿donde has estado, hija?" La joven, paralizada frente a la lápida donde descansaban los restos de su madre, se arrodilló ante ella y dejó unas flores moradas sobre la misma. La voz volvió a realizar la misma pregunta, provocando el escalofrío de la chica: "Raquel, ¿hija mía, donde has estado?" "Ven, ven conmigo". Raquel, aún de rodillas, no podía levantarse, no podía ni siquiera moverse. Su piel se tornó más pálida que nunca y de sus ojos vidriosos comenzaron a brotar las lágrimas. Por fin se derrumbó sobre el túmulo y entonces, una mano descarnada acarició el pelo largo de la muchacha, y, emergiendo del sepulcro, el espectro, vestido con un sudario blanco, la tomó entre sus brazos y le inoculó con un beso el veneno de la muerte, después, regresó a las tinieblas, llevándose consigo el alma de su hija. Cuando al oscurecer llegó el chófer, solo vio el cuerpo de Raquel sin vida, y un trozo de sudario blanco que asomaba entre la rendija que se abría en una lápida con apariencia de haber sido removida. 

     Emilio era el hombre más simple y feliz del pueblo, y tal era así que jamás permitía que la tristeza hiciera mella en su despreocupado carácter. Ni siquiera cuando ocupó el puesto de Toribio, el encargado del cementerio, enterrado hacía unos días tras un ataque al corazón cuando estaba arreglando uno de los viejos nichos que flanqueaban la Puerta de las Flores. Ahora era él el que se ocupaba de las tareas de mantenimiento del recinto, y cada día, mañana y tarde, procuraba ordenar aquel cementerio, donde reinaba el desorden y el caos en cuanto a urbanismo se refiere, pero que él estaba convencido de que aún así, podría a fuerza de voluntad dar una imagen distinta a aquel desastre que Toribio le había dejado en "herencia". Aprovechando su oficio de jardinero, se dispuso a arreglar cualquier mata, arbusto o árbol integrados en aquel lugar a veces tan tenebroso, que ni las ratas hacían acto de presencia. La primera tarea que se encomendó  fue podar y arreglar el bosquecillo que se abría en la zona norte del cementerio, donde árboles de tamaño considerable se mezclaban con otros de menor envergadura, en un marasmo caótico de ramajes y de vegetación que provocaban en los escasos visitantes, el desasosiego y la inquietud de quién está viendo una película basada en una novela de Stephen King. Los árboles secos se mezclaban con los verdes, y los hierbajos y las zarzas atenazaban sus troncos dando una sensación de abandono absoluto de la que Toribio era responsable, pues el miedo le impedía siempre acercarse a semejante bosquecillo. Ahora era diferente, Emilio no tenía miedo y, raudo y veloz, al segundo día de trabajo, llevó su motosierra para arreglar aquel lugar, e intentar darle una apariencia cuando menos, limpia. No llevaba más de media hora cortando zarzales y peleando con la maleza cuando los árboles comenzaron a moverse de un modo extraño, ya que este movimiento partía de la tierra misma y sus troncos temblaban mientras crujían de una manera siniestra las ramas secas de aquellos árboles, que, sin vida, se aferraban a las hojas verdes de los que aún se levantaban erguidos como esculturas tenebrosas. A todo ello, había que sumar el viento, que se levantó de repente, silbando, derribando macetas y arrastrando las flores, en un momento donde la luz del día parecía ocultarse tras unas nubes oscuras y pastosas, que lo tapaban todo. Sin embargo, Emilio no se arredró, y continuó con su faena, cortando y derribando árboles secos y haciéndolos pedazos, pero frenó en seco cuando se dio cuenta de que de cada tronco que cortaba brotaba un manantial de sangre que se fundía con la negra tierra que sostenía a los árboles. De repente, de esa misma tierra comenzaron a surgir figuras extrañas, con ajadas ropas y rostros descarnados, de manos cuyos dedos afilados rematados en unas uñas descomunales, emitían sonidos guturales e inconexos, mientras, al pobre Emilio se le acabó la alegría, cuando uno de aquellos seres le desgarró una pierna con aquellas cortantes uñas, mientras otro de ellos hablaba entre frases ininteligibles, pero en las que el jardinero pudo entender algo así como: "¿Quién osa interrumpir nuestro descanso?" "Has destruido nuestra paz y has despertado nuestro sufrimiento..." Mientras, Emilio trataba de huir arrastrándose con la pierna destrozada, pero uno de aquellos espectros, clavó sus uñas en su espalda, lo elevó y lo colgó de las ramas del árbol más alto del bosquecillo, mientras la noche cubría el cementerio, y aquellos zombies, acababan con la vida del nuevo enterrador. No hubo más amaneceres para Emilio, y cuando se hubo encontrado y reconocido su cadáver, el cementerio se cerró y nadie volvió a él. Solo los cuervos y algún grajo despistado, cuyos graznidos se fundían a veces con el sonido espectral de las voces de ultratumba que surgían de las profundidades de la tierra y que provocaban las peores pesadillas a todos aquellos que pasaban por aquel paraje perdido, donde no había descanso para los muertos ni para los vivos.    

     Esto cuentan que sucedió en el cementerio perdido. Irreal o no, ustedes deberán sacar sus propias conclusiones, pero no olviden que esto no es más que un entretenimiento para un verano caluroso y hostil, donde la imaginación se exalta en cuanto uno se pone delante del ordenador a escribir. Espero que les hayan gustado estas tres pequeñas historias que hoy publico. Saludos a todos y que pasen un feliz verano, a lo que ayudará sin duda, una buena película, la lectura de un buen libro, o sumergirse en este modesto blog. Hasta pronto.