lunes, 27 de febrero de 2023

DÍA DE ANDALUCÍA

 





      Andalucía se levanta cada amanecer entre valles y torres encaladas, sus sueños son la libertad y la luz, el arte y la vida. Andalucía grita su entusiasmo entre el verde ramaje del olivo, entre arañazos de espigas y en medio del olor a pan de aceite. La verde y blanca se ciñe al viento, que acaricia sus suavidades, hechas de lucha, de esfuerzo y de amor a la tierra. Ser andaluz es visitar cada día las estrellas. Cuando el mundo oscurece, Andalucía sueña. 

      Sueña con Federico, de Granada, eterno poeta, espíritu inmortal diseminado por campos vestidos de amapolas. De sus labios sellados, un corazón brota. Y ya de madrugada, disparos de fusiles rompen la luna, y sobre los jazmines llueven cenizas rojas. 

      Andalucía sueña el sueño de Picasso, al que Málaga no olvida, llenando el mar de azules y de rosas, mientras un caballo herido recorre una calle desierta. 

      Sueña Andalucía con Juan Ramón, poeta y hombre de la tierra, encerrado en sus prosas y en sus versos, que subliman del rocío la belleza. Juan Ramón Jiménez a su vez, sueña con Huelva. 

      En Jaén, los olivares dan su sombra a Zabaleta, pintor aceitunero y de la siega, Andalucía con él sueña, pues deja en sus pinceles verdes esquelas de llantos escondidos y de tragedias. Jaén deja en el alma susurros de fuentes escondidas y canciones que a oscuras tintinean sobre los campos de olivos, acariciados por el sol con fuerza. 

      Cádiz se mueve al ritmo de las olas de la caleta y Alberti dibuja una paloma y, marinero en tierra, en su pecho dormido habita la belleza, enardecida por sus versos de nácar blanco y de roca. 

     De un patio de naranjos en Sevilla surge un alma prisionera de poesía, Machado busca un horizonte de libertad y de justicia, de amor y de paz. Ardió la noche ante la bestia negra, descalabrada por el poder de la palabra y los versos vuelan por el aire poniendo en el corazón aromas de tabaco y sabor a miel de caña. Andalucía sueña con Antonio, en esos días azules y ese sol de su infancia.

      La luna cordobesa se quita el velo para verlo pasar. Romero de Torres pasea sus lejanas llanuras y junto a la mezquita duerme el agua. Andalucía sueña con mujeres de ojos oscuros impregnados de noches claras, de dulces piconeras creadas a la luz de sus pinceles. 

      Y en Almería, la alcazaba se doblega. Carmen de Burgos escribe cartas de libertades y sueños, de mujeres silenciadas en el olvido del tiempo. Andalucía sueña con Carmen, carne de mujer, verso suelto, y admira su empuje de rosa fúlgida y poderosa. 

      Andalucía, poetas y pintores, trovadores del mundo, llenaron sus obras con tu esencia inagotable y perpetua, porque siempre has sido libertaria e indómita, como el hombre sin Dios y sin amo o como la Tierra, increíble y eterna. 






martes, 14 de febrero de 2023

DONDE ACABA EL AMOR (Segunda parte)

 




      La vida transcurría con su inevitable cotidianeidad en aquel hogar transido de amor, donde todo se hablaba en diminutivo y donde los amantes esposos trataban de conocerse y sobre todo, de soportarse. Carlos venía de una relación destructiva con Marga, su ex-secretaria, donde no faltaban discusiones y broncas monumentales, llegando a las manos en ocasiones y en donde a veces, era Carlos el que perdía la fragorosa batalla, yéndose a dormir a un hotel con el único equipaje que su cepillo de dientes. Sin embargo, reconocía que con Marga había pasado buenos ratos, ya que era una gran aficionada a la caza, capaz de matar a un oso a escopetazos o incluso con sus propias manos, a la vez que podía enzarzarse con ella en las cuestiones cinegéticas más variadas. Sin embargo, Virginia no quería saber nada de caza y solo hablaba de museos y exposiciones, y de las ventajas que les supondría a ambos volverse veganos. Por su parte, antes de Carlos, Virginia había estado saliendo con Matías, un compañero suyo de la universidad con el que se reencontró años después de separarse y con el que estuvo viviendo unos meses. Fue un error que le costó a Virginia parte de su autoestima, pues a los dos años, Matías la abandonó por Alberto, un stripper del pub "Díselo a Dorothy", dejándola tan maltrecha emocionalmente que renegó del amor para siempre. Pero como Cupido es así de caprichoso, dos semanas después conjuró para que estos dos desgraciados coincidieran, se enamoraran y, lo que es peor, se casaran.

      El olor que despedía Carlos después de venir de una cacería transportaba a Virginia a las puertas del suicidio. Sucio, lleno de sangre, tras despellejar a los animales y apestando a cerveza, a cubata y a cigarrillo, no dudaba en sentarse en semejante estado en el sofá blanco del saloncito rosa, lo cual era causa de discusiones interminables que terminaban por lo general y por la fuerza del amor, en la cama. Sin embargo, cuando Virginia, sin consenso, dejó de comprar carne e inició su cruzada vegana a sabiendas de que Carlos era un animal carnívoro, ni la cama pudo salvar esta imposición por parte de su mujer. Así, por fin Carlos se enteró de lo que era el tofu y el humus de garbanzos o el de remolacha, la lechuga se hizo plato habitual junto a las coles de bruselas y las espinacas. Leche de soja para desayunar y galletas vegetales. Llevaba una semana sometido a semejante castigo cuando una serie de diarreas se hicieron presentes en el fuerte organismo de Carlos, que no dudó en achacárselas a la dieta vegana impuesta por su mujer. Pese a que el médico le diagnosticó colon irritable, Carlos seguía pensando que la culpa de aquellas diarreas la tenía tanta porquería como, a su juicio, había ingerido por amor, por agradar a su mujer y aquel día comprendió que el amor no merecía tanto sacrificio y que, por amor, prefería ponerse un burka, como decía aquella novela tan cursi, que volver a degustar tan despreciable comida. Por su parte, Virginia trataba de atraer políticamente a su terreno a Carlos, una hazaña tan imposible como la última aspiración sexual de Carlos, a la que Virginia había rechazado con una firmeza parecida a la que en su día tuvo el muro de Berlín. Pese a todo, Carlos le recordaba que hasta el famoso muro alemán cayó.

      Los días iban pasando y entre tanto amor había grietas cada vez más insalvables. A Carlos le gustaba echar la siesta y a Virginia no, el colon irritable de Carlos provocaba un auténtico bombardeo de gases que ni el más potente de los ambientadores podía ocultar, Virginia se empeñaba en enseñar a Carlos el lenguaje inclusivo "todes les díes". Carlos, cada vez más reaccionario, cambió el sonido de llamada del móvil y sustituyó el canto del gallo que tenía por el "Cara al sol", y si ya el canto del gallo avergonzaba a Virginia, el soniquete fascista la hacía meterse debajo de las piedras. No a más tardar comenzaron a comprender que en el amor, no es oro todo lo que reluce, y entre fisura y fisura, comenzaba el desánimo entre ambos, un desánimo que llevó a Virginia a plantearse el divorcio y a Carlos a regresar con Marga. 

Cuando los pilló en pelotas en el saloncito rosa, Virginia no tuvo más dudas sobre la separación, sin embargo, logró controlar su ira, para después aconsejar a Marga una reducción de estómago y de glúteos y que recogiera sus caídos pechos del suelo. De Carlos no dijo nada, pero cierto es que jamás logró encontrar una  escultura de marfil realizada con uno de los colmillos del elefante que un día matara en la lejana África y que era su favorita, pues mandó que esculpieran en él la figura oronda y autoritaria de Mari Tere, su madre. Aquello le costó a Carlos la última bronca con Virginia llegando así al triste final del amor, tras un par de años entregados a sus dulces mieles.

     Fue un frío día de diciembre cuando Carlos regresó con Marga definitivamente. Siempre supo que lo suyo con su secretaria no era amor ni era nada, pero a fin de cuentas, Marga le dejaba entrar por la puerta de atrás, mientras que Virginia había frenado las ardientes ansias de su ya ex-marido de mil formas distintas, dejándole meridianamente claro que la conquista de esa plaza la tenía perdida de antemano, pues era inexpugnable para él y para todo aquel que osara proponerle semejante cosa. No hay mal que por bien no venga - pensó-, mientras apuraba la copa de coñac y aspiraba con fruición su apestoso puro, no todo en la vida ha de ser amor. Y así, dándole un pico a su pichoncita, partieron hacia un destino tan incierto como la próxima montería a la que estaba invitado Carlos. Era en Andújar, en la antigua finca del torero Luis Miguel Dominguín, y Marga, que conocía palmo a palmo el sensible carácter de su amante amigo, le regaló un cuchillo de destripar gamos con mango de marfil negro, mientras que a ella, Carlos le renovó el carnet de caza y le compró una escopeta y una caja de cartuchos. ¡Eso si que era amor y lo demás  tonterías!.

      Por su parte, Virginia, tras este nuevo fiasco sentimental y matrimonial, juró y perjuró que jamás volvería a caer en las engañosas y destructivas redes del amor, sin embargo, no bien estaba pensando esto, cuando notó que su corazón latía un poco más deprisa, acelerando cuando vio llegar por el pasillo a Luis Alfonso, su nuevo compañero de partido. Y pensó candorosamente: "¿Y si a lo mejor, a la tercera va la vencida? y, también candorosamente, le puso ojitos de ternera degollada a su futuro nuevo marido.

      Una madrugada, Jiménez, un compañero de correrías de Carlos que trabajaba en la recogida de basuras de la ciudad, se encontró con las fotos de boda de su amigo y de Virginia junto a uno de los contenedores, sorprendiéndose mucho: "¡Con lo que se querían!" -pensó-. Jiménez era soltero y no había conocido nunca el amor y tampoco sabía, por defecto, como surgía ese sentimiento sublime, pero ahora al menos, supo donde acababa, y tras lanzar con fuerza los cuadros al camión, se puso a silbar una melodía inteligible, tanto como los designios de esa broma física y química a la que llamamos amor y que tiene su celebración tal día como hoy, un 14 de febrero, Día de los Enamorados. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

      







sábado, 11 de febrero de 2023

DONDE ACABA EL AMOR (Primera parte)

 





      Lo suyo fue un amor a primera vista, un flechazo vigoroso que Cupido había lanzado hasta con crueldad sobre sus corazones, que, heridos por el aguijonazo, recibieron el veneno de la pasión de forma espeluznante y brutal. Desde aquel veintisiete de febrero, las vidas de Carlos y Virginia se soldaron a fuego y plomo y en sus pechos anidaron miles de jilgueros que revoloteaban una y otra vez, azotando con sus alas las profundidades emocionales de los dos incautos, que cayeron en una vorágine de ceguera, adoración y celos que los arrastraba a perder la razón (si es que alguna vez estuvieron cuerdos) y la dignidad. Todo por el amor, ese algoritmo físico y químico que cura las almas derruidas de soledad, pero que también puede abrir los balcones de la desolación. ¡Ah, el amor!, que bella acepción para los pobres mortales que lo persiguen sin tregua, con la esperanza de recibir unas migajas antes de irse al otro barrio. El amor sin embargo, no tiene reglas y a veces llega en un camión de mudanzas repleto de trastos inútiles que no sabemos que hacer con ellos, ni como gestionar la basura que suponen. Porque de lo que se trata es de basura emocional y el romance entre Carlos y Virginia dio luz verde a muchas emociones intensas y poderosas (en el primer mes, apenas salieron de la cama, tal era la tormenta pasional que los ahogaba), pero también y, poco a poco, fueron descubriendo que su capacidad de aguante no superaba el tedioso empalago a que se había sometido su día a día, que parecía resquebrajarse cuando paulatinamente, iban descubriendo todo un bagaje de defectos y de resabios que aportaban cada uno a este matrimonio imbuido en las trampas más abyectas del amor. Todo esto lo supieron al tercer día de la boda, que se celebró unos meses después de que sus ojos, sedientos de amor, chocaran en una conferencia que daba Virginia y a la que asistió Carlos como empresario de la casa comercial "Pesca como quieras y Caza a tu antojo", dedicada como habéis podido deducir, a la caza y a la pesca. Virginia daba una serie de cursillos donde se explicaba la nueva ley de caza que había preparado el gobierno y fue allí, en Toledo, en el salón de actos del ayuntamiento, mientras Virginia hablaba y hablaba delante de más de treinta personas, cuando en uno de los escasos silencios de la ponente, se escuchó el estruendoso "kikiriki" de un gallo que rompió el hilo conductor del discurso. Tras tres "kikirikis" más, Virginia descubrió a Carlos, que, sin inmutarse, cogía su móvil y respondía al canto del gallo saliendo inmediatamente de la sala. Esto podía haber sido la primera señal de advertencia para ella, siempre tan exigente y estricta a la hora de elegir sus relaciones tanto de amistad como amorosas, pero sus miradas ya habían colisionado y ya no hubo marcha atrás. Se quedaron enganchados el uno del otro en menos que canta un gallo. Se casaron a los tres meses,  en una iglesia madrileña donde Carlos había sido bautizado. Ella, aunque había estado ya casada una vez, por amor se volvió a vestir de novia como Dios manda: de blanco intenso y con un velo de tul que daba dos vueltas al recinto religioso, mientras que él iba de chaqué, repartiendo puros a todo aquel que se cruzaba en su camino, riéndose y pavoneándose como buen papanatas que era.

      El piso donde habitaban estos dos enfermos de amor estaba situado en la Castellana y era un piso amplio y de cierto lujo, pues a Carlos le iba muy bien con su empresa de caza y pesca, y a Virginia le venía muy bien como cuartel general donde centrarse en su carrera política. Pronto vendrían los primeros roces y desavenencias, y es que, fuera del sexo a destajo en un hotel, el amor no entiende de pasión cuando llega la rutina, que nos permite ir descubriendo que el amante perfecto no lo es tanto y que ni Cupido puede hacer desaparecer aquello que tanto nos fastidia de él. Una mañana, Virginia descubrió en Carlos algo en lo que hasta ahora no había reparado, y es que cuando dormía, aparte de roncar como un descosido, las aletas de la nariz se desplegaban produciendo como un pitido que se agudizaba cuando expulsaba el aire. Esa mañana, cuando lo vio de perfil absorbiendo la almohada con la nariz, le pareció que Carlos era algo así como una especie de marsupial, un mamífero metatetario de la estirpe de los koalas australianos. Por su parte, él se dio cuenta de los pequeños gruñidos de Virginia, unos  extraños sonidos guturales que, entrecortados, lanzaba la que ahora era su mujer cuando algo le desagradaba, como cuando él se dejaba la tapa del retrete levantada o como cuando Mari Tere, su madre, venía a visitarlos. Le provocaba tal dentera que era incapaz de mirar a su esposa sin desear que de una manera o de otra, fuera pronto abducida por los extraterrestres, un tema por cierto que a Virginia le encantaba, y que a Carlos se la traía al pairo. La foto de boda en blanco y negro, llena de supuesta elegancia, la tenían puesta en el dormitorio, a mano izquierda, y otra de ella sola, envuelta en gasas, en el salón, ambas exponentes de la viva felicidad que embargaba al matrimonio. Por el contrario, y esto lo llevaba Carlos clavado como una espina de acero en el corazón, sus fotografías de caza, (entre la que se encontraba su favorita, una en la que estaba sentado en la cabeza y aferrado al cuerno de un enorme rinoceronte muerto), estaban semiocultas en el pasillo que daba al trastero, como si a Virginia le diera vergüenza exhibirlas. Los intentos de Carlos por sacar de aquel túnel sus triunfales fotografías de cazas y safaris fueron en vano, pues Virginia, aunque a veces no lo pareciera, tenía cierto sentido de la estética y del buen gusto...

                                                                   (Continuará...)