domingo, 20 de junio de 2021

HACE UN MILLÓN DE AÑOS

 


      Así se titulaba la película que en el año 1966 lanzó a Raquel Tejada, más conocida como Raquel Welch, al firmamento de las estrellas, convirtiéndola en un mito erótico de primer orden, llenando con su magnética presencia las películas, (mejores o peores), en las que participó durante los años sesenta y setenta del pasado siglo. Pero hoy, aquí no voy a hablar de la película, sino a compartir un texto que he dedicado a esta actriz, inspirado por su participación en ella, donde daba vida a una mujer prehistórica concebida a la manera del Hollywood de la época: cubierta con un estratégico bikini de pieles y explotando un erotismo "camp" y sugerente y legándonos, así mismo, una icónica imagen que aún perdura en la memoria colectiva.




      "Hace un millón de años, cuando los dinosaurios dominaban la tierra, todo era salvaje y puro. El cielo, se abría en las más diversas tonalidades, algunas veces, tan azules como los océanos, otras, los tonos eran anaranjados, casi rojos, poniendo una apariencia de fuego en la llanura y había  días, en que vetas grises, rojas y moradas conformaban una amalgama de color que dejaba en el paisaje pinceladas que aumentaban la desolación del mismo. Los volcanes eran dueños de aquellas tierras y, cada cierto tiempo, por sus empinadas laderas corría la lava y las cenizas lo cubrían todo, una vez escupidas por el respiradero hirviente que conducía a las entrañas de la tierra, removidas a su vez por el vómito implacable que provocaban los gases encerrados en ella. Los ríos estaban lejos, pues, y los campos verdes se presentían como una promesa incierta. Pero allí estaba ella, inmensa entre las rocas, hermosa y feroz, sobreviviente a la destrucción y a la nada. Su cuerpo era alimentado por el frío de las noches y modelado por el roce ardiente del viento que lo pulía con el mimo de un escultor que acaricia las formas del pedestal con el que trabaja. Ella lo era todo en aquellos tiempos de peligros inimaginables y era respetada por el Sol y  por los planetas circunscritos a él. A veces se alejaba de allí y se miraba en las aguas de algún pequeño riachuelo que emergía sin explicación de entre las piedras y sentía en su corazón que se encontraba en los orígenes del mundo. Un día, decidió ir en busca de las flores, en busca de los frutos y de los bosques, de la exultante vida que barruntaba que se escondía tras aquellos montículos de ceniza, que rodeaban aquel valle como murallas oscuras y ásperas, encendidas por el calor de los volcanes. Caminó y caminó y a su paso solo escuchaba el vuelo y los chillidos de algún pájaro que se perdía entre las nubes. Tardó mucho tiempo en llegar a su destino y, para ello, tuvo que abrirse paso entre animales feroces, como los megalanias o los tigres, cuyos dientes colgaban como afilados sables de sus húmedos hocicos, o entre tribus que no dudaban en atacarla, pero que caían rendidos ante ella, creyéndola una divinidad enviada por la luna. Por fin, mucho tiempo después, atravesó las montañas y vio un paraje distinto, donde el gris oscuro dio paso a toda una gama de colores y donde el páramo se trocó en un paraíso donde los árboles se elevaban hasta acariciar las nubes con sus copas, y flores ancestrales crecían como magnolias a lo largo de los bordes de un río de enorme envergadura. Se zambulló en él, en una ceremonia impulsada por la Naturaleza, lavó su cuerpo con sus aguas perfumadas por los nenúfares y se recostó después sobre la hierba fresca, bajo la sombra de uno de aquellos enormes árboles. Ella, que había sobrevivido al infierno originario, a animales descomunales y feroces, a las luchas de las tribus y al fuego de los volcanes, no sabía, sin embargo, si el Nuevo Mundo al que había conseguido llegar sería el suyo, y en esta duda, comenzó a añorar el valle, su anterior casa, porque ella era una flor volcánica, una hermosa flor que renacía una y otra vez entre el humo del magma. Hoy, su cuerpo fresco y limpio echaba de menos la suciedad ardiente de la ceniza y todo su ser, agitado por la nostalgia, deseaba regresar al lugar donde fue creada a base de arcilla y lava y donde reinaba cada día a la sombra de los volcanes. Así, tras descansar unos instantes en aquel paraje, decidió volver tras sus pasos y tras atravesar las montañas, se perdió de nuevo en la llanura de donde procedía y en la cual, encontró por fin su lugar en el universo."