lunes, 14 de febrero de 2022

CUPIDO

 





" Si Cupido te alcanza con su dardo,

con el veneno del amor ungido,

deja que empape los latidos

del corazón por él atravesado..."










sábado, 5 de febrero de 2022

RENÉ ROBERT, FOTÓGRAFO





RENÉ Y LA INDIFERENCIA

      A sus ochenta y cuatro años, René Robert, peleaba por no dejarse vencer por el tiempo, por eso, y a pesar de los achaques propios de la edad, llevaba una vida lo más activa posible, pese a que hacía muchos años que estaba jubilado. Teatro, cine o exposiciones, eran su pasatiempo habitual en la ciudad del Sena y las cenas y tertulias con amigos formaban parte de su cotidiana realidad. Aquella noche, como tantas veces, René salió a cenar a un restaurante cercano a su casa, en una céntrica calle de París, cercana a la Plaza de la República, para después dar su acostumbrado paseo nocturno antes de ir a dormir. Hacia el número 89 de la calle de Turbigo, sufrió un desvanecimiento y  cayó al suelo. Eran las nueve de la noche y la calle bullía de gente que regresaba de trabajar, que simplemente paseaba o que se dirigía hacia algún restaurante a cenar  o a tomar algo. Todo el mundo caminaba con rapidez, con tanta prisa que no dieron importancia a aquel cuerpo tendido entre la tienda de vinos y la óptica. La noche se abatía en su frialdad de enero y René comenzó a recobrar el conocimiento, pero no podía moverse, no podía levantarse, pues sus fuerzas no le respondían. Los transeúntes se deslizaban sobre las baldosas de la calle en un ir y venir constante y sus caras, reflejaban una peligrosa indiferencia. El tiempo  pasaba despacio en aquella calle parisina para René, que, a duras penas, intentaba pedir auxilio a los viandantes, que pasaban a su lado como si bajo aquel abrigo largo que había tirado en el suelo, no hubiera un ser humano. Eran ya las doce de la noche y el frío se había agudizado tanto que el frágil cuerpo del hombre comenzó a dejar de responder entrando en una fase de escalofríos y pérdida de consciencia, unida a una extrema debilidad que no le permitía ya ni quejarse. No podía hablar y sus ojos, poco a poco se iban resquebrajando mientras pensaba en cómo escapar de aquella situación a la que se había visto abocado y a la que nadie parecía querer poner remedio. Avanzaba la madrugada en aquella arteria central de París, donde se mezclaba el lujo y el bienestar con la deshumanización y René Robert, sintio que iba a morir allí, solo y desamparado, muy cerca de su casa. A las seis y media de la mañana, un hombre sin hogar llamó a una ambulancia, pero ya era muy tarde, pues el objetivo de la cámara vital de René estaba a punto de cerrarse para siempre. Después, mientras el sintecho se dirigía a algún otro lugar de la ciudad, conmocionado, pensó que un día tal vez le tocara a él verse en esa situación y al torcer la esquina de aquella calle interminable, volvió con cierto pesar la cabeza, para escuchar entre la bruma helada de la mañana, el sonido naranja de una ambulancia.


RENÉ Y LOS SUEÑOS

      "Soy un fotógrafo suizo que vive en París, por eso me siento también francés y a la vez, un poco español, por ser vecino de España, un país al que he visitado y fotografiado mil veces. De este país tan querido para mí, una de las cosas que más me gustan es el flamenco, las noches de tablao, conocer a las figuras del género y captar sus arrebatos de genio con mi cámara. Me gusta el blanco y negro, con el que suelo trabajar, enfrascándome en buscar los ángulos más audaces de los artistas y de las cosas. El flamenco es en sí mismo puro expresionismo, flashes de fuerza y energía que trato siempre de captar, aunque algunas veces, se escapan entre el humo de los cigarrillos que envuelve los tablaos. Siempre he soñado con tocar en algún cuadro flamenco, aunque fuera de palmero. Estar sumergido de verdad en el ritual de la música y el cante de raíz, de la autenticidad, porque en el flamenco no hay impostura, es algo puro y lleno de misterio. Hoy, Camarón canta así unos tangos y no los vuelve a cantar del mismo modo, eso si, respetando siempre la esencia de este cante festivo. Ahí está la magia. Paco de Lucía embelesa con su técnica prodigiosa mientras templa con poesía las cuerdas de su guitarra, y Sara Baras baila al compás del mundo por bulerías, por soleares o por cantiñas, todo de una forma asombrosa y profunda. Sin embargo, si  he logrado cumplir el otro de mis sueños, y es haber sido fotógrafo, un fotógrafo honesto que ha querido llevar al mundo una visión personal del mismo, y que a mi manera, creo que lo he conseguido. Hoy, me he dejado llevar por la nostalgia, pero, ¿ qué queréis? , tengo ochenta y cuatro años y ahora, aparte de descansar, he querido recordar lo que me ha hecho feliz en esta vida, donde hay tanto que celebrar. Me voy ya, pero antes de marcharme, esperad, quiero haceros una fotografía, un momento, por favor..."


Mi relato de hoy está dedicado a René Robert, un gran fotógrafo, que falleció por hipotermia, tirado en una calle de París ante la indiferencia de todos cuantos por allí transitaban, exceptuando a un sintecho, que fue el único que se conmovió. Esto ocurrió el mes pasado, un mes de enero tan frío como la actitud de los que lo vieron y no hicieron nada por ayudarle.

      A continuación, os dejo algunas fotografías en las que Robert supo plasmar de manera genial toda la fuerza y el arte del cante y el baile flamenco. 


Juan Marín (1967)


Paco de Lucía (1987)


Carmen Linares, Aguilar de la Frontera (1993)


Sara Baras y Javier Barón, París (1992)


Chocolate, Auvierilliers (2000)


Camarón de la Isla y Tomatito, París (1987)


Cristina Hoyos y Antonio Gades Versailles (1970)