domingo, 25 de febrero de 2024

LA ACTRIZ

 




     La noche se cernía sobre la ciudad desapaciblemente invernal. La lluvia no cesaba en su empeño formando riachuelos en los bordes de las aceras y aturdiendo las calles con un tintineo persistente que se agudizaba bajo el paraguas. A Ángela le gustaba la lluvia y, enfundada en su gabardina, recorría la Quinta Avenida inmersa en la ilusión de sus aspiraciones. Quería ser actriz de teatro y abarrotar los escenarios de gente y conmoverlos con su arte. Para eso había venido a Nueva York. Aquella noche se sentía libre bajo aquel paraguas negro manchado de rojo, aunque eran muchas las noches en las que se sentía a la deriva, como una estrella de mar zarandeada por sus aguas. Aunque lo pareciera, ella no era de roca, era de arena y, a veces, se sentía diluir entre las esquinas de aquella ciudad enorme y bulliciosa. De día, trabajaba en una biblioteca, Shakespeare y Tennesse Williams eran sus autores de cabecera. Tan distintos y tan emocionantes. Sus noches pertenecían al teatro. Caminaba despacio, sin importarle lo desapacible de la noche, mientras las luces de la ciudad la acompañaban en un baile teatral de múltiples colores. 

    Lo había dejado tendido en la cama, después de dispararle tres veces en el pecho. No era nadie, solo un hombre que se equivocó de habitación y se encontró con la maléfica dulzura de Ángela, solo un amante infortunado que quiso probar el amargor nacarado de su cuerpo, pero que descendió a los infiernos, envuelto entre las sábanas de seda de Ángela, que ya había encontrado inspiración para su próximo personaje, una mujer ambiciosa, una dama vestida de negro que conocía el color de la sangre y la emoción enajenante de matar. Sería su primer gran éxito.






domingo, 18 de febrero de 2024

MILDRED, DESEO Y AMBICIÓN

 




Mildred Rogers (Bette Davis) nunca fue una mujer para él. Era perversa, egoísta y ambiciosa, pero el deseo atrapó a Philip Carey (Leslie Howard), un estudiante de arte y después de medicina, que se enamoró perdidamente de ella. Para Mildred, Philip era un juguete, alguien a quien utilizar en su escalada. Mildred trabajaba de camarera y sabía hasta qué punto él se había enamorado y pensaba utilizarlo en su provecho, mientras aparecía algo mejor y así lo hizo. Humillaciones y desprecios, amantes ocasionales, pero Philip parecía de mantequilla en las manos de aquella mujer cuyos sentimientos eran para él cuchillos de hielo que laceraban su cuerpo y su espíritu y a los que no podía renunciar. Mildred se iba y volvía, y a la vez, le iba arruinando la vida a Philip, que dejó a Norah (Kay Johnson), su novia, dulce y sensata, por el vértigo de la aventura de vivir de nuevo con ella. Mildred se volvió a marchar una vez más y lo dejó al borde del desastre, evitando de nuevo por Norah, su ángel protector. Pero volvió de nuevo, esta vez, embarazada y de nuevo obtuvo la ayuda de su antiguo amante. ¿Hasta cuando podrá soportar el corazón de Philip los vaivenes de Mildred y su continuo desprecio? Para saberlo, nada mejor que ver la película "Cautivo del deseo" (1934), dirigida por John Cromwell y magníficamente interpretada por por Bette Davis y Leslie Howard, que dan la medida de unos personajes perdidos en sus emociones, pasionales y contradictorias, pero entresacadas de la vida misma. La película, basada en la novela "Servidumbre humana", de Somerset Maughan, es una auténtica joya del cine, llena de dramatismo y de fuerza, dirigida por un maestro como Cromwell y con el talento de dos grandes actores. En la fotografía, la impactante imagen que luce Bette Davis en este clásico y donde se aprecia la turbadora personalidad del personaje que interpreta, la camarera capaz de despertar en los hombres el deseo más atroz, para luego llevarlos casi a la destrucción.







domingo, 11 de febrero de 2024

¡AHÍ VA "LA DIVINA"!

 




"¡Ahí va la Divina!", exclamaba la gente a su paso, pese a sus vanos intentos de no ser reconocida. Y allí iba, enfundada en su abrigo largo, su cabeza de esfinge abrigada por un sombrero y su rostro hermoso y hermético dibujado bajo él. Había dejado el cine hacía unas semanas y se sentía segura y perdida a la vez, como una niña que cambia continuamente de un hogar a otro. En Hollywood, las cámaras lloraban su ausencia y reclamaban sus ojos, que encendían las salas de cine como dos luminarias, mientras sus labios, finos y de una perfección implacable, se abrían a aquellos besos de ficción que volvían locos al público, un público acostumbrado a su presencia, siempre etérea, siempre carnal. Paseaba cruzando las calles, sorteando los charcos, sumida en sus pensamientos. El viento arreciaba y, a su vez, comenzaba el mito de Greta Garbo, y lo hacía rodeado de un misterio solo comparable al de alguna de sus películas, un misterio que aún continúa. Nueva York, acoge a la esfinge sin inmutarse, pues nadie, ni siquiera la Garbo, es más grande que ella, la ciudad de los rascacielos. Entre sus calles, la estrella no es más que un pequeño ser humano que va y viene, sin más amparo que su voluntad y la fuerza de un destino propiciado por ella. Sin embargo, cuando anochece, los briosos destellos de las estrellas cubren su rostro, y comenta quién pudo verlo, que aquel rostro perdido en la multitud, adquiría la grandeza de las diosas y su cuerpo, abandonaba su esencia humana componiendo, rostro y cuerpo, un hermoso fantasma, capaz de hechizar a todo aquel que se cruzara en su camino, porque Greta Garbo, "La Divina", nunca se fue del todo, y cuentan que a veces la ven portando su divismo a deshoras, cuando muy pocos la pueden ver, solo los afortunados enamorados de la luna y de las leyes que impone la noche."

     De madrugada, escribo este texto dedicado a una estrella de cine dueña de un misterio inquebrantable. Se llamó Greta Garbo y hoy, como ayer, nos sigue fascinando. 







domingo, 4 de febrero de 2024

NOTRE-DAME DE PARÍS


A ESMERALDA, LA ZÍNGARA




"Si mi pasión, sublimada en la rosa,
queda a tu corazón sometida,
desde mi torreón te digo
que encontré la libertad.
Si mi fealdad, se mide con la gárgola
que desagua Notre-Dame,
mi amor se mide con el Sena,
tranquilo en su remanso 
y enorme y profundo en su recorrido.
Nada hay en tu hermosura
como tu corazón,
que sabe ver más allá de lo que soy.
Desde mi torre grito tu nombre:
¡Esmeralda!
Y todas las campanas
acompañan a la tosquedad de mi voz
como un delirio de violines,
que resuenan al filo de la mañana,
igual que una bandada de ruiseñores."


    
En 1956 se estrenó la película "Notre-Dame de París", dirigida por Jean Delannoy, basada en la inmortal obra de Víctor Hugo. En ella, dos grandes actores brillan con luz propia en los papeles de Quasimodo y Esmeralda, la zíngara. Anthony Quinn y Gina Lollobrígida se meten en la piel de estos inolvidables personajes y nos hacen vivir esta romántica historia con toda la ternura y la emoción que subyace en la novela del gran escritor francés. Con estos versos, homenajeo a la película, a la novela y a sus personajes, Quasimodo, el deforme ser encargado de hacer sonar las campanas en uno de los edificios más bellos de Francia, la catedral de Notre-Dame, en París y, a Esmeralda, la hermosa gitana de la que se enamora y que lo tratará con respeto, ternura y amabilidad. Y también, como no, a los dos grandes intérpretes que los encarnaron, Anthony Quinn y Gina Lollobrígida, en el cénit de su carrera, con esta hermosa fotografía que ilustra esta nueva entrada. Saludos.