viernes, 29 de marzo de 2019

AL SON DE LAS CANICAS









      Dejó su infancia prendida al son de una canica, y de mayor, sus juegos le acercaban al pasado del mundo. La vida fue su campo de batalla y en los atardeceres, los fósiles le hablaban del universo. Se alejó meditabundo cuando la noche comenzaba a caer y un olor profundo a primavera lo abotargaba. Pero el invierno marcaba ya sus pasos y el frío comenzaba a hacer mella en sus huesos. Cerca de su casa, una reconocible voz de mujer de timbre sonoro y claro dijo su nombre, pero al volverse no había nadie. Abrió la puerta y se encontró con Adela, su asistenta, que en el fregadero de la cocina limpiaba los terrones que, pegados a un fósil de cuando la tierra era mar, caían desmoronándose y deshaciéndose en el agua.
Respiró y se recostó en el sofá y se durmió mientras escuchaba la voz límpida de su madre, entre el ruido infantil que provocaban las canicas al caer al suelo y los sueños incumplidos de un viejo inquieto y curioso, cuyo corazón aún no se había desprendido de la niñez. "¡Ramiro!", se oyó  y al despertar, sus ojos se abrieron con la zozobra de un barco en alta mar y en sus labios felices se abrió una sonrisa.














jueves, 21 de marzo de 2019

DE LA RUDEZA DE TUS MANOS







 
 
De la rudeza de tus manos
brotarán espigas,
semilla y agua.
De tu rostro marcado por arroyos libres,
dulzura y cansancio,
fuerza y energía.
De tus ojos oscuros
que han visto arder la tierra,
comprensión y paz.
De tu cuerpo doblegado
de sol a sol,
tenacidad y esencia.
De tu corazón,
curtido en batallas férreas,
firmeza y amor.
Y de tu vida,
el abrazo generoso,
la libertad y el pan.
 
 
 
 
     
 Hoy es el Día Internacional de la Poesía, y humildemente, quiero participar publicando un poema en este blog. Un poema dedicado a las generaciones anteriores a la nuestra. A aquellas generaciones que lucharon, que trabajaron y dieron su vida para alcanzar el bienestar social del que hoy disfrutamos. A nuestros padres, abuelos, bisabuelos... generaciones que nos dejaron la huella de su esfuerzo en el día a día y nos abrieron el camino a una vida mejor. Va por todos ellos.
      La pintura que ilustra el poema es de un extraordinario pintor de nuestra tierra, Zabaleta, se titula "El campesino". Vaya mi admiración también por él, porque supo reflejar de una forma extraordinariamente expresiva la realidad de los trabajadores jiennenses de la época.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 



domingo, 17 de marzo de 2019

LOS SUEÑOS DE MURUB







     Murub no tenía una granja en África. En realidad ,no tenía casi nada. Vivía en un pequeño pueblo del Senegal, Kayar, en la región de Thies, donde la precariedad era tan grande como sus ganas de vivir. Murub vino a España en una patera atravesando el océano y arriesgando su vida, como miles de africanos, buscando prosperidad para él y para su familia. Fue una larga travesía, donde a veces, temió no llegar vivo a tocar tierra firme. Murub tuvo suerte y fue rescatado, logrando sobrevivir al ímpetu del oleaje de un mar que parecía querer tragárselo junto con sus asustados compañeros; temblando de frío, casi al borde de la hipotermia, Murub fue llevado a un centro de acogida de inmigrantes donde se le hizo un reconocimiento médico y donde atendieron sus necesidades más básicas. Murub durmió esa noche pensando en su madre y en sus hermanos, de los que tan lejos se encontraba pero a la vez, tan cerca, ya que los llevaba en el rincón más cálido de su corazón. Al día siguiente, le comunicaron que sería devuelto a su país en cuanto se cumpliera el tiempo protocolario. (Todavía no existían las devoluciones en caliente). Se dejó caer sobre aquel camastro que compartía con Elah, un vecino de su pueblo que le había acompañado en su aventura y pensó que había estado a punto de conseguirlo. Pero no se desanimó.
      Murub tenía solo veinte años cuando llegó a España y una noche de marzo escapó del centro. Ahora tenía veintisiete y se buscaba la vida a dentelladas, recorriendo el país de norte a sur, de este a oeste, donde trabajaba preferentemente en el campo. Había estado trabajando en casi todos los sitios: bajo los plásticos de Almería, en la campaña de la fresa en Huelva o en la comarca del Meresme en Cataluña, recolectando naranjas en el Levante o recogiendo aceituna en Jaén.
      Murub apenas sonreía al mundo, sin embargo,  sus vivaces ojos lo delataban y dejaban entrever sus sueños. Quería ser modisto y presumía de que sus hermanos y su madre eran los que mejor vestían de su pueblo, ya que él se encargaba de confeccionarles la ropa, y así debía ser, porque cuando los vi en una foto que llevaba en su móvil, pude comprobar la originalidad de un vestuario de cortes limpios y asimétricos que dejaban entrever la imaginación y la habilidad del muchacho. También me enseñó su "taller", tan humilde como la calidad de las telas empleadas en vestir a su familia.
      A la vez que soñaba con sus parientes más cercanos, Murub soñaba con África, su tierra, tan hermosa y maltratada, tan rica y a la vez tan necesitada, tan poblada de sueños como de gentes que no habían conocido nunca las condiciones de una vida segura y cómoda. Murub soñaba y soñaba, y a veces, en un descanso del trabajo lo veía sonreír tímidamente, como pidiendo permiso. Su cuerpo estaba allí, con nosotros, su pensamiento lo ponía en la misma tierra que lo obligaba a abandonarla y a la que, por supuesto, seguía queriendo tanto.
      Cumplí años en febrero y lo celebré en el olivar, entre el sol (ha sido un invierno cálido, casi primaveral) y el duro trabajo. Compré una tarta y unas cuantas viandas para invitar a los trabajadores y me llevé hasta una pequeña botella de champán que tenía por ahí. Pensé que era la mejor ocasión para descorcharla. Después de comer, nos volvimos a casa. Murub estaba contento, porque ese día sonrió varias veces. Tenía una sonrisa abierta y acogedora, llena de simpatía.
      Me contaba Murub que en Sevilla se había comprado sus gastadas botas de trabajo por dos euros en un lugar donde se vendían artículos de segunda mano y donde se podía comprar desde ropa hasta móviles. Nos enseñó orgulloso el suyo, cuyo precio no había sobrepasado los cinco euros. Murub era tan esencial como la misma tierra.
      Se acercaba el final de la campaña y Murub pensaba en su partida. Ahora dirigiría sus pasos a Huelva, donde trabajaría recogiendo fresas. No siempre lo habían tratado bien, pero no le importaba, el quería seguir trabajando para poder mandar el dinero que tanta falta hacía a su familia. Después, ¡Quién sabe!.
      Cuando nos despedimos, Murub me dio las gracias y un abrazo. Yo también se las di y entonces me dijo: "Estoy feliz contigo". Y yo pensé: "Nosotros también, Murub". Los que hemos compartido contigo tantos días de trabajo nos sentimos felices porque nos has enseñado mucho. En tu compañía hemos aprendido que los seres humanos conectamos, por lejanos que estén los sitios donde vivamos. Que la empatía y el entendimiento no es necesariamente la comprensión de un idioma. Que debemos continuar la lucha para que todos podamos vivir decentemente y que a lo mejor el que menos tiene es el que más da. Todo eso y más hemos aprendido en estos días, trabajando codo con codo contigo y con Elah. Amigo Murub, que tus sueños se cumplan iluminados por la luz de África, tan lejana y hermosa y que el mundo se deshiele al entender que todos somos iguales y todos tenemos el mismo derecho a trabajar y a vivir de una manera honrada y digna, sea donde sea, pues el mundo, así mismo, no es de nadie y es de todos. Mucha suerte.


       Este relato no es un cuento. Es un pequeño pedazo de realidad y está dedicado a Murub, a Elah y a todos los que un día se marcharon de sus países dejando atrás un hogar y una familia en busca de una oportunidad.



" Nadie abandona su hogar a menos que
el hogar sea la boca de un tiburón.
Solo corres en la frontera
cuando ves a toda la ciudad corriendo también.
Tus vecinos corriendo más rápido que tu
aliento sanguinolento en sus gargantas.
El chico con el que fuiste a la escuela,
el que te besó tontamente tras la antigua fábrica de latas,
está sosteniendo un arma más grande que su cuerpo.
Sólo abandonas tu hogar
cuando el hogar no te permite quedarte."
                                                       
 
Warson Shire, escritora keniana.
 
 
 
 

 
 
 

 

viernes, 8 de marzo de 2019

FLORES DE ALMENDRO








      El monstruo, cuya feroz presencia provocaba el pavor de las gentes de aquel condado perdido, se alimentaba de flores de almendro, y su sed la calmaba con las gotas de lluvia que el cielo, a veces generoso, prodigaba sobre la tierra. Su piel era tan dura que parecía hecha de una poderosa aleación de acero y cemento, pero cuando recibía las primeras gotas de agua que esparcían las nubes se volvía permeable y blanda como la arcilla.






      A punto de llegar la primavera, el monstruo se dejó atrapar por aquella tarde de viento y lluvia que traía a su finísimo olfato el perfume de las primeras flores amarillas que empezaban a poblar los campos. No era una primavera típica,  pues se había retrasado tras un año de sequía infame, en el que la enorme criatura estuvo a punto de perecer de hambre y de sed.






      Los almendros empezaban a dar sus flores con generosidad y junto con el agua que caía aseguraban la supervivencia del monstruo, que andaba de un lado para otro con la creencia de que su vida estaba protegida en aquel paraíso en que se había convertido su hábitat.





      Nada más lejos de la realidad, pues las gentes, cuyo pánico era muy superior a su piedad, decidieron expulsar al monstruo de aquellos lares y la forma de hacerlo era evitar la lluvia, con lo cual, los almendros no florecerían y acabarían así con el alimento de la criatura. Con aviones y avionetas dividían las nubes y el cielo gris se tornaba de un amenazante azul añil. Llevaba casi dos años sin llover y el monstruo languidecía y su corazón, cada vez más débil, ya no se oía a lo lejos, como cuando su fortaleza lo impulsaba en aquel sonido que aterrorizaba a los vecinos, y sus ojos centelleantes se encontraban atenazados por la escasa luz que prodigan las tinieblas.






      Antes de morir, dirigió sus pasos hacia el cortijo de pastores abandonado, rodeado de almendros que había sido en otros tiempos su hogar y, al cobijo de uno de ellos, se fundió para siempre con las estrellas del universo.






      Esta historia se me ocurrió un día lluvioso de primavera mientras visitábamos las huellas de dinosaurio que se encuentran en Santisteban del Puerto. Los almendros, los dinosaurios y el entorno en general fue propicio para imaginar este relato. Y es que a veces, debajo de un aspecto temible puede encontrarse un corazón tierno. Solo hay que detenerse a comprobarlo.