viernes, 5 de octubre de 2018

LA PEOR PESADILLA







      Allí estaba la vieja, delimitando la realidad de sus sueños con su presencia infame. Desdentada, abría su boca pestilente rebosante de babas y cuajada de enfermedad. Toda ella apestaba a muerte. Un sudor frío se expandió por toda la piel de Eloísa cuando creyó ver en el hueco de aquellos ojos cenagosos un atisbo de lo que un día fue su odiada suegra. No podía ser, pues había muerto hacía algún tiempo, para descanso de todos. Se frotó los ojos y los abrió buscando una luz que clarificara sus dudas. De repente, bajó la mirada y descubrió en uno de los sarmentosos dedos de aquella espantosa figura un anillo de plata gastado, ahora envuelto en mugre y mucosidad, que identificó con el de su madre política. Hacía un frío infernal en aquella habitación mientras la vieja se acercaba torpemente a los pies de su cama. Se quitó el pañuelo y dejó caer un pelo gris y áspero cuyas greñas en cascada daban un aspecto aún más terrorífico a su descarnado rostro. Abrió la boca y profirió un gruñido parecido al de un animal dejando un hedor a carne podrida que impregnó el corazón de Eloísa que, aterrada, se refugiaba puerilmente bajo la colcha. Sintió una mano fría sobre su muslo que la removía en la cama y comenzó a gritar con toda la fuerza que le proporcionaba el pánico. Esto no hizo sino provocar  estruendosas risotadas en la vieja, que, destapándola, la invitó con voz de sargento alemán a que se levantara a desayunar. Eran las siete y media de la mañana y la joven, temblando entre sudores, comenzó a vestirse y a volver a la realidad. Todo había sido una pesadilla. Tras ducharse, se dispuso a tomar el desayuno. Su marido hacía rato que se había marchado a trabajar y allí estaban las dos: ella y su suegra, que meñique en alto apuraba una taza de café con leche y que no dejaba de mirarla en actitud despectiva y feroz. El brillo de la sortija de plata casi la deslumbra, y a una mirada de la vieja, se levantó como una centella y se dispuso a lavar los platos con prestancia, mientras la suegra le daba las instrucciones del día y le recordaba los orígenes de los que provenía, de cómo su madre era una borracha y su padre un vividor, y que ella y su hijo le habían dado una vida digna. Eloísa calmó sus nervios mordiéndose la lengua casi hasta hacerla sangrar. Comprendió que la pesadilla real comenzaba ahora, como cada día y que la vieja bruja que la acosaba en el sueño era real y tangible, tanto, que tras oír su voz que mezclaba la ira con el desprecio, sucumbió al mundo real deseando con todas sus fuerzas regresar a la pesadilla, donde al menos, aquella vieja y fantasmagórica alimaña no abría el pico y bien mirado, hasta tenía mejor aspecto que la que ahora mismo la insultaba desde el fondo del pasillo. Tras fregar los cacharros, la muchacha subió a arreglar la leonera de la suegra, mientras dos lágrimas de rabia e impotencia resbalaban por su sufrido rostro y la desolación y el frío volvieron a ocupar por entero su alma acorralada. Abrió la ventana y una bocanada de aire fresco puso vida en su rostro, que empezó a componerse tras una noche de desvaríos y una mañana de infierno cotidiano, pero no le insufló el ánimo suficiente como para coger la maleta y marcharse. "Otro día más...", pensó. Y en silencio se dispuso a trabajar mientras el sol se afianzaba extendiendo sus rayos conformando con ellos los barrotes de una cárcel inexpugnable.








4 comentarios:

  1. Efectivamente las pesadillas pueden doblemente ser efectivas cuando recaen entre la realidad y la ficción sobre idéntica víctima, romper el círculo parece inexpugnable, la situación que nos dejas en tan real como habitual, hasta el viernes. Saludos.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Luis. Las relaciones humanas a veces se convierten en una auténtica pesadilla que puede ser eterna si no se tiene el valor de poner fin a la misma. Eloísa parece no tenerlo, pero en el fondo de su ser existe la fuerza para marcharse, solo tiene que encontrarla. Saludos y me alegro de que te haya gustado el relato.

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  2. De entre todas las pesadillas, esa amplia gama que nos hacen enloquecer, se encuentra ésta precisamente, la de estar atrapada en tu propio hogar, la de estar privada de esa libertad que es el único regalo que se nos entrega y nos permite afianzarnos por estos caminos que nos vamos encontrando. Elegimos mal, nos equivocamos, pero no tenemos opción para retroceder. O repetimos lo que a nuestro lado ha ido creciendo o no tenemos valor para enfrentarnos. Desde pequeños justo en ese lado de el aprendizaje en tantas cuestiones tendría que ir creciendo esa semilla de que nadie es ni mejor ni peor que otro. Y deberíamos reconocer que siempre hay que pedir ayuda.
    Agradezco que como trasfondo en tus relatos siempre surgan esas cuestiones que nos hacen recapacitar. Un abrazo.

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    1. En ocasiones las peores pesadillas no las vivimos en sueño sino en la realidad y a veces, éstas se confunden llegando en desatar en nosotros desasosiego e impotencia, y como tu bien dices, debemos reconocer que hay momentos en que necesitamos ayuda a la hora de afrontarlas. La protagonista parece no tener salida a su situación, sin embargo, todos guardamos en nuestro interior el valor suficiente como para resolver las situaciones más complicadas, y Eloísa acabará tarde o temprano por derruir los barrotes que la mantienen prisionera, que no son otros que los que le imponen su marido y su suegra. Muchas gracias por tu brillante comentario, como siempre, añades sabias reflexiones a estos relatos que en algunos casos, como éste, nos invitan a recapacitar. Nadie es mejor ni peor que otro como tu dices y la libertad individual está por encima de otras cuestiones. Llegar a ella puede que no sea fácil, pero no es imposible. Un fuerte abrazo.

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