sábado, 2 de julio de 2022

EL ODIO Y LA LOCURA








      Cuando vio a su hermana al lado del hombre del que estaba enamorada, a Margot le cambió el gesto y su rostro se vistió de una palidez que refulgía bajo el exceso de maquillaje que lo cubría. Mientras tanto, sus manos, temblorosas por el desconcierto y la ira, destrozaban una caja de cigarrillos, que caían al suelo en tromba, desparramándose sin que ella pudiera evitarlo. Arrugó con rabia la cajetilla vacía y de un golpe se agachó y recogió uno. Se lo llevó directamente a la boca y con energía encendió una cerilla y comenzó a quemarlo aspirando el humo con ansiedad, como si la primera bocanada que penetrara en sus pulmones se adueñara de todo su ser, proporcionándole a su vez, un engañoso indicio de calma. Después de este cigarrillo hubo otro y luego otro, hasta que finalmente, recogió los restantes uno por uno y los lanzó al cubo de la basura. Era una tarde calurosa y la cafetería estaba a medio gas, con un par de estudiantes que trataban de meterse mano en el rincón más íntimo del lugar y el señor Andrews, un inglés orondo y entrado en años que hacía tiempo iba detrás de Margot. Cerca de la puerta, se encontraba el dueño del establecimiento para el que trabajaba, y en una mesa, tres mujeres debatían sobre la llegada del verano y sobre sus destinos vacacionales. Margot se encontraba frente a la ventana y observaba como aquel apuesto joven se despedía de su hermana con un beso, y su corazón se retorció una vez más a la vez que sus ojos, duros y poderosos, desplegaban la cortina y dejaban escapar todo el odio que atenazaba su interior, que era mucho. Se dio la vuelta y volvió tras el mostrador y se sirvió un whisky que tomó de un trago, increpando al señor Andrews, que tras un tímido intento de alabar el aspecto de Margot, (que lo miró con tanto desprecio como era capaz de expresar desde lo más profundo de su ser), descabalgó del taburete y tras pagar, se fue directo a la puerta de salida. El horno no estaba para bollos. 
      Margot compartía con su hermana Elena un pequeño apartamento en una de las zonas más deprimidas de Brooklyn, y ambas sobrevivían gracias a su trabajo como camarera. Elena, a sus diecisiete años era una muchacha soñadora que se empleaba en dar clases de danza y arte dramático que, según ella, la transportarían lejos de aquel barrio miserable, pues quería ser bailarina y actriz, casarse algún día y formar una familia. Pese a su juventud, todo lo tenía perfectamente estudiado y planificado, sin embargo, con lo que no contaba era con que Margot, su querida hermana, la odiaba desde el mismo día en que nació.
      Un día Elena confesó a Margot su amor por Steven, el muchacho de pelo rubio y ojos celestes al cual, Margot había echado el ojo hacía tiempo. La respuesta de Margot fue mirarla despectivamente mientras recogía los platos de la mesa, dirigiéndose después a su habitación dispuesta a arreglarse. Eran las ocho de la tarde, y había quedado con Steven, en una cafetería alejada de su domicilio. Llevaba un ceñido vestido de cuadros, la mejor de sus pulseras y un maquillaje que, lejos de su objetivo de hacerla parecer más joven, le acentuaba una edad cercana a la madurez y le endurecía aún más sus facciones, si es que esto era posible.
      Steven la estaba esperando en la puerta, y aunque apenas la conocía, la saludó con abierta amabilidad. Después de tomar un café, Margot pidió una copa y con un gesto de dulzura impostado, lo miró a los ojos. Steven no pudo aguantar la mirada de su futura cuñada, que parecía querer introducirse en lo más recóndito de su cerebro, así, se levantó y pidió un refresco. Cuando se sentó frente a ella, le habló de Elena, de lo mucho que la quería y de como algún día llegarían a casarse, de su trabajo en un periódico local, con cuyo sueldo estaba ayudándola a pagar sus estudios, y de sus ojos almendrados, tan llenos de dulzura y comprensión. Y así, mientras hablaba de los ojos de Elena, los suyos chocaron con los de Margot, que había bajado la guardia en su actuación y, pudo ver, el brillo candente de la ira en ellos y de refilón, una hiriente mezquindad. 
      Este encuentro sirvió para que Margot se diera cuenta de que no podía hacer nada para conquistar el corazón de Steven, pues este, había dejado claro que era Elena la que lo tenía en legítima propiedad, sin embargo, no se rindió y al día siguiente fue a visitar al joven a su trabajo para hablarle de lo que sentía por él. Steven tenía que ser suyo y ni la mosquita muerta de Elena podría con el deseo de vivir lo que le quedaba de vida junto al muchacho. Volvieron a charlar, esta vez en la cafetería del periódico, y Margot, le declaró su amor abrazándose a él fuertemente e intentando sin éxito besar sus labios. Steven, sorprendido, la apartó de una manera suave, pero firme, indicándole que él no estaba enamorado de ella, sino de su hermana. Margot no cedía y volvió a abrazarle con la misma virulencia con la que él, esta vez, la separó de su lado. La boca de Margot esta vez si había logrado aprisionar la de Steven, en un beso violento y febril, ultrajante para el joven, que notó la frialdad viscosa de sus labios. Entonces, limpiándose con el dorso de la mano la boca, Steven le pidió que se marchara, y ella, humillada, se dejó llevar por un sentimiento de desesperación y de intensa rabia que la enervo. Ella, Elena, era la culpable de todo. Por su culpa, Steven no la quería, pero si su hermana no estuviera, quién sabe, todo sería diferente. Así, mientras caminaba para el apartamento donde la estaba esperando Elena, sintió que el odio se le desbordaba, y mientras sacaba las llaves para abrir la puerta, en un fuerte ataque de ansiedad, las apretó tanto, que ni se dio cuenta de que cuando entró, la sangre chorreaba por su mano derecha. 
      Elena comenzó a sentirse mal en el comienzo de la primavera de 1941 y a los pocos días, ya no podía levantarse de la cama. Margot se encargó de que nadie pudiera visitarla, incluido Steven, que pasó más de dos semanas sin poder comunicarse con ella. Ante las continuas negativas de Margot de que el joven pudiera visitarla, este llamó a la policía, la cual arribó al pequeño apartamento de Brooklyn donde vivían las dos hermanas cuando Margot se encontraba trabajando. Tras derribar la puerta, se encontraron a Elena en su habitación en un estado de suciedad y descuido lamentable: las heces, los vómitos y la orina inundaban la cama, y ella, hinchada por el veneno, apenas se movía. Se internó en el hospital esa  misma tarde, aunque ya no hubo remedio para ella. Steven fue a verla, pero solo pudo despedirse sin recibir respuesta, y entre lágrimas, decirle cuánto la quería. A Margot la esperó la policía en su casa y fue detenida por el asesinato de su hermana, a la que había estado suministrando miligramos de cianuro en las comidas. Cuando la policía le comunicó la muerte de Elena, los ojos pétreos de Margot se humedecieron por primera vez en mucho tiempo. Ahora podría conquistar a Steven y casarse con él. Ya había comprado el vestido y las flores, y partirían a algún lugar donde ser felices. Antes de ser esposada, Margot pidió permiso a la policía para cambiarse y apareció radiantemente patética, con el velo de novia y las flores que adornaban su cintura y su pecho. Entonces preguntó por Steven, y lentamente, con el cortejo de policías detrás, desapareció por la puerta.

      La actriz inspiradora de este nuevo relato es Joan Crawford, uno de los grandes mitos de Hollywood, cuyos característicos rasgos quedan patentes en esta fotografía de la película "LLuvia" (1932) del director Lewis Milestone. Los duros rasgos de esta actriz y su mirada esconden, para mi, la historia que acabo de narrar.





6 comentarios:

  1. Sigue escribiendo Juan, no solo eres un apasionado de cine, sino que además, tu imaginación vuela !!

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    1. Muchas gracias, seguiré inventando historias para sobrellevar este verano, saludos!!

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  2. Un gesto encierra historias por contar, una propuesta interesante
    Gracias Juan

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    1. Así es, y nada mejor que las miradas transmitidas por estos grandes actores y actrices para inventar la historia que pueden esconder sus ojos. Muchas gracias por leer y comentar. Saludos!!

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  3. Una muestra más de tu capacidad inventiva y narrativa a partir de un simple gesto, una mirada...
    Un abrazo y gracias por compartir tus sensaciones.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Esther, es verdad que cada gesto o la expresión de unos ojos pueden tener una historia detrás, eso es lo que voy a hacer las próximas semanas a través de las fotografías de actores y actrices de todas las épocas. Un abrazo!!

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