sábado, 10 de agosto de 2019

LOS FANTASMAS DE LA ESTACION SUR









      La estación en el mes de agosto estaba desolada. El calor se cernía sobre aquella ciudad de Andalucía de una forma desaforada. Eran las cuatro y media de la tarde y no había apenas gente en aquel espacio donde siempre solía existir el bullicio rutinario del vaivén de los pasajeros. Era un domingo de agosto más cruel y solitario de lo habitual donde solo había dos familias con sus respectivos hijos en la pequeña cafetería donde el viajero se encontraba. Ni siquiera el café con hielo podía mitigar un poco el exasperante calor que soportaba y su paciencia estaba empezando a colmarse tras soportar durante más de un cuarto de hora los gritos y las carreras de los niños. Los padres, lejos de controlarlos, los dejaban ir y venir a su antojo y en consecuencia, un helado de chocolate y vainilla fue a parar al pantalón del viajero, que no pudo evitar enfadarse y alzar la voz. Una de las madres se disculpaba débilmente mientras trataba en vano de frenar a aquellos pequeños seres hiperactivos que recorrían una y otra vez la cafetería. La camarera, con una mirada cómplice, dio la razón al viajero que seguía, después de limpiarse el helado, degustando su café. Las familias abandonaban la cafetería mientras el joven apuraba la bebida y la camarera se apoyaba con desgana en la barra. Salió del lugar, donde por cierto, el aire acondicionado parecía estar racionado y, limpiándose el sudor comenzó a caminar.
      Ahora no había nadie absolutamente en la estación. Las tiendas de recuerdos abiertas parecían abandonadas a su suerte y las taquillas ,que no estaban cerradas, se encontraban vacías, sin nadie que las atendiera. El viajero se quedó absorto con la ausencia de gente, con aquel silencio extraño solo roto por el chirriar de alguna puerta o por algún golpe, se sentó inquieto a la espera de su autobús, que llegaría sobre las seis y media. La Estación Sur era grande y desangelada, muy impersonal, diseñada y pintada en un tono gris que la oscurecía y le daba un toque de desaliento que transmitía directamente al joven de veintiocho años, que se mostraba algo nervioso recorriéndola de una punta a otra.
      Afuera, el sol seguía demostrando su fuerza y su impiedad achicharrándolo todo. Las plantas se agachaban frente a su poder y los árboles veían como sus hojas se arrugaban ante los envites del astro, que no calmaba su intensidad. Mientras tanto, el muchacho acabó por sentarse un minuto sobre uno de los bancos situados a la sombra y se puso a mirar su correo electrónico a través del móvil. De repente, al alzar la vista, vio a una mujer vestida de negro con un niño de la mano que, con una expresión de angustia, recorría la estación portando una fotografía, escudriñando cada rincón, preguntando en voz alta: "¿La habéis visto, alguien la ha visto?". El joven pasajero se levantó y se dirigió a la mujer que se había parado en el centro de la estación. Su figura alta y delgada era acentuada por el vestido negro de corte clásico que llevaba y que estilizaba aún más su figura. Sus zapatos, de tacón bajo, y su bolso, más parecían de los años cuarenta o cincuenta que del 2019. Y el niño que, debía de ser su hijo, parecía tener como unos nueve años y se aferraba de la mano de su madre con fuerza. Cuando el viajero llegó hasta donde se encontraba la mujer, esta había desaparecido. Aquello estaba desierto, pero en el suelo había una foto en blanco y negro de una muchacha de unos dieciséis años y en el aire, un olor a finas rosas que se filtraba en el caluroso ambiente y que dejó en su alma el sentimiento del miedo.
      Con la foto en la mano, salió de nuevo y volvió a sentarse, no sin antes sacar de una máquina una botella de agua fría que bebió de un trago sin pensarlo. Nervioso miró la fotografía y pudo comprobar la dulzura de unos ojos serenos y grandes, los más bonitos que jamás vio. Luego miró el reloj y así supo que aún faltaba media hora para las seis. Curiosamente,  en más de una hora no había llegado ningún autobús y los que allí había estaban cerrados a cal y canto, sin conductor, sin pasajeros y a la espera, una espera que al viajero le parecía eterna y desesperante.
      Eran ya las seis y diez cuando al otro lado de la parada, enfrente de donde él se encontraba, pudo ver de nuevo al niño, esta vez solo, que, llorando, buscaba desconsolado a su madre repitiendo sin cesar  un nombre: Matilde. El joven se levantó inquieto y vio como la figura del niño se dirigía hacia el andén número ocho al oír una voz de mujer que lo llamaba y no dio crédito cuando lo vio subir por unas escalerillas imaginarias y desparecer. En el andén número ocho no había autobús, ni nada y el silencio era sepulcral en la estación.
      La fotografía de aquella joven había turbado al muchacho de tal modo que a su memoria venía la voz de aquella mujer, que según él pensó, debía de ser su madre, "¿la habéis visto?, ¿alguien la ha visto?", y un escalofrío recorrió su espinazo y, desanimado, se sentó sobre su maleta.
      Eran las seis y media cuando llegó el autobús que lo llevaría a su destino. Solo venían dos pasajeros, el conductor y una muchacha. El conductor le indicó donde debía colocar la maleta y sin más, la puso en el lado izquierdo del autobús, en un maletero totalmente vacío. Al levantar la cabeza se topó con la chica que había descendido ya del autobús y tembló de pies a cabeza cuando comprobó el parecido que tenía con la de la foto. Eran los mismos ojos los que le miraban con una mezcla de compasión y de ternura que lo desbarató y tartamudeando apenas acertó a decir: "¿Quién eres?". Ella no dijo nada y metiendo la mano en el bolsillo de la camisa del muchacho, sacó la fotografía que este había recogido del suelo y le contestó: "Soy Matilde, y vengo a reencontrarme con mi madre y mi hermano pequeño. Después de tantos años de ausencia, deseo verlos y quedarme con ellos". Y dicho esto, volvió a colocar la fotografía en el bolsillo del joven y lentamente comenzó a alejarse de los andenes hasta que su figura se difuminó a través de los emborronados cristales de las puertas, que permanecían entreabiertas como si fueran a recibir a los fantasmas de un pasado algo lejano, que todavía pululaban por allí.
      El conductor animó al joven a subir al autobús y cuando éste le preguntó por la muchacha le respondió que con él no había venido nadie y que él sería el primer viajero del día. "No puede ser, ¡yo he visto como una chica bajaba del bus hace unos minutos! mire, aquí tiene la foto, esta es la chica!", pero cuando se llevó la mano al bolsillo para mostrarle la foto, allí no había nada. Subió desconcertado al autocar y cuando el altavoz anunciaba que su autobús partía, aún resonaban en su cabeza las preguntas de aquella mujer de negro: "¿La habéis visto?, ¿alguien la ha visto?" y volvió a ver los ojos de Matilde, la joven de la foto, tan intensamente dulces y extraños que se quedarían ya instalados en su memoria para siempre, al igual que el viaje que ahora mismo iba a emprender desde la Estación Sur.
      Un día del año 1951, Matilde debía llegar a la ciudad para asistir al funeral de su madre y de su hermano de nueve años, pero nunca llegó, pues fue secuestrada arrebatándole la vida el mismo día que iba a tomar el autobús. Nunca pudieron despedirse, pero en el más allá, anduvieron buscándose sin tregua, hasta que un domingo de verano del año 2019, Matilde llegó por fin a su destino y por fin pudo abrazar a su madre y a su hermano, que desde entonces la estaban buscando. Así, mientras partía su autobús, el joven viajero pudo ver, estremecido, junto a la puerta de salida a los tres fundirse en un abrazo. Matilde estaba ya en casa.










10 comentarios:

  1. Hola Juan, fíjate que ese chico podemos ser uno de nosotros en un día de verano donde el calor y la soledad de una estación nos hagan ver fantasmas, te he dicho en alguna ocasión que admiro tu capacidad creativa?? pues si no lo he dicho, que quede reflejado hoy para siempre, saludos.

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    1. Así es, Luis, podemos ser cualquiera de nosotros los que pudiéramos vivir lo que le ocurrió al protagonista de este relato, el cual, a plena luz del día fue testigo de un reencuentro, aunque esta vez un reencuentro entre fantasmas. Todo vuelve a su sitio después de transcurrir el tiempo y Matilde tras décadas de búsqueda regresó al lado de su madre y de su hermano en pleno año 2019. Muchas gracias por tus palabras, Luis y también gracias por seguir el blog, me alegro mucho de que te guste lo que escribo. Saludos.

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  2. Excelente este nuevo cuento de fantasmas, espero con impaciencia el próximo. Un saludo y siga así, nos emociona retornar a esos cuentos que leíamos de jovenes.

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    1. Muchas gracias por su comentario y me alegro mucho de que le haya gustado, y gracias por seguir este blog. Un saludo.

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  3. Sensacional este cuento parece tan real, me encanta todo esto relatos de los fantasmas, con esa imaginación me he visto reflejada una vez que fui a Valencia que paramos en un sitio donde estaban las vías del tren, había una estación de trenes que estaba ya cerrada y esta historia de los fantasmas me lo ha recordado sensacional Juan Basilio a por la próxima.

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    1. Me encanta que mis relatos sirvan aparte de para entretener, para recordar sensaciones o emociones vividas. Lo que tu has recordado forma parte de la realidad y aunque no hubiera fantasmas, si está la soledad de esa estación de tren cerrada y ese ambiente predispuesto quizá para que alguno de ellos regresara para hacernos saber que no estamos solos. Un fuerte abrazo, Paqui, y me alegro de que te haya gustado este nuevo cuento.

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  4. Una fotografía ha sido el punto de inicio de este relato tan particular. Es cierto que hay personas que, sin saberlo, tienen la mente abierta a lo que la gran mayoría no podemos acceder. Una muestra más de tu ingenio, gracias por deleitarnos. Un abrazo.

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    1. Gracias a ti por tus estupendos comentarios. Esta es una historia de fantasmas provocados por la tragedia y por la mala suerte. Quedaba pendiente esa reunión entre la madre y el hijo con Matilde, la hija cuyo camino fue sesgado cuando se dirigía a darles el último adiós. Y por casualidades de la vida, este joven viajero percibe de forma sobrenatural este reencuentro familiar. Un abrazo, Rosa!

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  5. Te está sentando bien el calor Juan, estas historias tan bonitas y tan bien traídas,deben ser producto (además de tu innegable capacidad creativa,e imaginativa), de la vasodilatación por efecto del calor o algo así ,porque chiquillo, estás sembrado.

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    1. Muchas gracias, Mía por tu comentario. Todo se conjuga para que estas historias salgan bien, entre otras cosas, vosotros que las leéis y que me ponéis estos comentarios que sin duda, sirven para animarme a seguir escribiendo y publicando. Un abrazo!

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