sábado, 12 de agosto de 2023

ABRE LA PUERTA AL MONSTRUO

 




      La doncella vivía en su mundo de ensueño, sin nada que turbara su paz. Era una muchacha que, envuelta en oropeles, no conocía el dolor de la vida. Pasaba las horas en una habitación de un antiguo palacio, con su dama de compañía y un hombre que ejercía las funciones de tutor y administrador de la fortuna que sus padres, ya fallecidos, le habían dejado. Al otro lado del palacete, se encontraba la casa del jardinero, una choza de minúsculas proporciones que era refugio de Pierre, un hombre de unos veintiséis años, que cuidaba de las plantas con esmero, manteniendo un jardín agobiado de hermosas especies que daban un toque entre romántico y espectral a los alrededores del palacio. De sus paredes colgaban las enredaderas, las madreselvas y las pasifloras, que se mezclaban con parrales y cubrían casi por completo los muros exteriores del castillo. Las peonías, las rosas inglesas y tulipanes blancos salpicaban de color aquel espacio misterioso, y brezos, adelfas y enebros se dispersaban de manera milimétricamente estudiada, dibujando un conjunto de perfecta simetría, al amparo de dos enormes robles que la acorralaban con sus ramas, prodigando en el verano el frescor de su sombra. Jacqueline, que así se llamaba la muchacha, veía a Pierre cada día desde la ventana de su habitación. Era un joven apuesto e inteligente, dotado de manera exquisita para ejercer su oficio. Pese a desearlo, nunca había hablado con él, pues la nodriza y el tutor se lo tenían más que prohibido, más en su corazón comenzó a habitar un sentimiento desconocido para ella que le impedía dormir, que la cubría de desasosiego y de ansiedad, pero que a la vez, le producía una rara sensación de ternura. Más un día, el jardinero se acercó a ella mientras paseaba por la parte más lejana del jardín, junto a una fuente donde brotaba el agua más valiosa y allí, le declaró su amor. Jaqueline se sintió algo confundida cuando los labios de Pierre se unieron a los suyos. Quiso evitarlo, pero todo fue en vano, y aquel beso se convirtió en una especie de sortilegio que se convirtió en un juramento de amor entre ambos. Cuando el tutor y la dama de compañía se enteraron, horrorizados, encerraron a Jacqueline bajo siete llaves y su habitación se convirtió en una cárcel donde llorar, en un sitio oscuro y lóbrego donde recordar a su enamorado, entre sueños de cristal y oscuras pesadillas que la convulsionaban, llevándola a los límites de la locura. Una noche, mientras dormía, escuchó un ruido que la puso en alerta. Era como un rugido bronco, como el quejido de algún animal extraño, y la inquietud se apoderó de ella. La puerta empezó a temblar y las ventanas crujían y los cristales se resquebrajaban mientras una luz enorme penetraba en la oscura habitación. De repente, la ventana se abrió de golpe, cayendo los cristales en mil pedazos al suelo y pudo ver, aterrorizada, el ojo de una enorme bestia. Era un ojo que centelleaba emitiendo una luz amarilla que inundaba la estancia, confundiéndolo todo. Los muebles comenzaron a moverse ante los movimientos de aquella especie de dragón de cuento que comenzó a caminar entre rugidos, alejándose de allí. La joven cayó desmayada sobre las sábanas y no despertó hasta dos días después. Cuando lo hizo, se encontró con la mirada algo fría de la dama de compañía y los ojos severos del administrador, y más allá, cerca de la puerta pudo ver a Pierre, que le transmitía amor y comprensión. Todo había sido una pesadilla, o, al menos, eso le dijeron. Todo parecía estar en orden. Después se durmió de nuevo y no despertó hasta que desapareció la última estrella. El administrador y su compañera, la dama de compañía, se hicieron dueños del castillo y de la fortuna de Jacqueline, manteniéndola encerrada, sin recibir visitas, ni siquiera la vieja Abby, la antigua cocinera, que la visitaba cada semana, y cada noche, la doncella regaba con sus lágrimas cada rincón de la habitación donde a veces, era maniatada y vejada por el cruel administrador con la complicidad de la nodriza, que se había vuelto cruel e inhumana como su compañero, y que apenas alimentaba a la niña. En cuanto a Pierre,lo encadenaron y lo emparedaron dentro de su cabaña con la intención de dejarlo morir. Más una noche, Jacqueline volvió a escuchar los mismos terroríficos rugidos y las voces de la dama de compañía y del administrador, que gritaban espantados. La puerta de su habitación estaba cerrada y desde dentro, Jacqueline gritaba y gritaba, quería saber qué estaba pasando. Armándose de valor, abrió la puerta y en se momento entró la bestia, que rugía enfurecida, con los ojos amarillos, con sus afilados dientes ensangrentados y escupiendo fuego por la boca. La joven escapó hacia el jardín y mientras recorría los interminables pasillos que la conducían a él, vio los cadáveres del administrador y de la dama de compañía despedazados. Huyó y se refugió cerca de la fuente donde se encontró por primera vez con Pierre, entre los brezos, rodeada de rosas y de peonías, cuando apareció aquella especie de dragón aún rugiendo. La niña gritaba aterrorizada e intentó huir, pero el miedo paralizó su cuerpo, y, mientras resignada esperaba la muerte, pudo ver como la bestia iba calmando su furia, y como poco a poco, se iba acercando a ella, y sus ojos amarillos llenos de ira se iban tornando en calidez, mientras contemplaba a Jacqueline. Finalmente, la bestia inclinó la cabeza cerca de la doncella y ésta comprendió que no tenía intención de atacarla, y, venciendo su miedo, acarició su testuz y entonces pudo ver en los ojos de aquel animal un destello conocido. Cuando besó a aquel dragón, vio sorprendida como éste se transformaba en Pierre, su enamorado, que había vivido bajo la maldición del Viejo Mago del Bosque, ante lo que suponía iba a ser el sucesor del rey, pues era hijo ilegítimo de éste y, en realidad, su único hijo. El reino estaba sin rey y Pierre tenía en su poder el anillo de fuego que lo acreditaba como hijo del viejo monarca, pero su ilegitimidad lo descalificaba como heredero. El administrador y la nodriza no eran sino meros vigilantes del muchacho maldito, sabían que si se enamoraba, saldría la bestia que el Viejo Mago del Bosque introdujo dentro de él y que, iría a reclamar su puesto. No fue así, porque a Pierre, solo le interesaba Jacqueline, y creía firmemente que el amor va más allá de reinos, pócimas y embrujos y que nos acerca cada vez más a nosotros mismos. Amanecía cuando Jacqueline, abandonó el viejo palacio para marcharse con Pierre, y el cielo se abría a la luz en ramillete de colores anaranjados y violetas, azules y grises, que cubrieron el lugar, dando al lugar un aspecto de jardín romántico, mientras los enamorados caminaban abrazados sobre las huellas de la bestia partiendo a un destino incierto, se culminaba el amanecer y una brisa fresca propagó la felicidad de la pareja por todas partes, llenando de paz aquellos lejanos lugares.




    

   

2 comentarios:

  1. enhorabuena por seguir ilustrando con tu fantasía nuestros sueños, y gracias por este final feliz. Saludos

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    1. Muchas gracias por seguir leyendo estas historias que, algunas, como ésta tienen un final feliz, que falta nos hace. Un abrazo.

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