domingo, 6 de agosto de 2023

CUENTOS DEL CEMENTERIO PERDIDO

 





     Al sur de la ciudad se erigía el cementerio, en un paraje donde reinaba la anarquía. Los árboles se cerraban unos con otros, abrazándose con sus ramas flacas y resecas, conformando un paisaje tenebroso, donde la mayoría de las veces, ni se veía el cielo cuando algún visitante paraba para recordar a algún familiar o amigo. Bien es verdad, que después de la primera visita, el visitante no regresaba, tal era las sensaciones que sentía tras pasear por aquel galimatías de tumbas y de nichos, dispuestos de forma no ya laberíntica, sino infernalmente desigual. Los túmulos y mausoleos se mezclaban sin orden ni concierto, y ni de día, aquel camposanto reflejaba paz pues lo que transmitía no era sino desasosiego, inquietud y miedo, como si las almas que allí reposaban no hubieran merecido su eterno descanso. Porque allí, contaban quienes paseaban por el laberinto perpetuo de sus calles, a menudo cortadas por túmulos derruidos, sucedía algo extraño. Ni siquiera era por la tarde cuando Ramiro y Elena constataron esa extrañeza. Era a mediodía y hacía un sol de justicia cuando llegaron, pero conforme iban adentrándose en el cementerio, una gelidez mortal iba atrapando sus cuerpos y un olor como a resina y azufre se expandía en un aire cada vez más denso que los obligó a detenerse un poco antes de llegar ante el mausoleo de sus abuelos. Cuando depositaron el ramo de flores en él, una grieta crujió en la escultura del ángel moribundo que la presidía y el sonido quejumbroso de una voz surgió de dentro del panteón y una mano a la que le faltaba el dedo corazón se dejó ver mientras el sol era oculto por las nubes más negras que podáis imaginar. Tras la mano una voz de ultratumba los llamó por su nombre, y entonces fue cuando echaron a correr y no pararon hasta saltar los muros del cementerio y llegar al pueblo, donde la vida transcurría plácida y el cielo, de azul añil, daba luz a sus calles junto con el sol, que permanecía perenne en lo más alto, como si aquello fuese otro mundo, otro planeta, pese a que el cementerio se encontraba a escasos dos kilómetros. Después de aquello, Elena sufrió una crisis nerviosa que no superó y, a partir de este momento, su vida transcurrió entre psiquiátricos, mientras que Ramiro no quiere ver a nadie, sufre ataques de ansiedad continuos, y la epilepsia se ceba en él de vez en cuando haciendo de su día a día un auténtico infierno.

     Raquel era una joven hermosa, aunque enfermiza, su piel nacarada dejaba ver a veces la palidez que la falta de salud cincelaba en su bella piel. Era frágil como una mariposa y necesitaba muchas horas de reposo al día, pues su cuerpo no respondía de una forma firme a los remedios que el médico le imponía. Raquel tenía enterrada a su madre en aquel cementerio dejado de la mano de Dios y aquel viernes por la tarde, quiso ir a visitarla después de mucho tiempo de no hacerlo, dada la enfermedad que había ocupado su cuerpo durante más de un año. Hoy, se encontraba algo mejor, y, acompañada de su chófer, empujó la puerta con las pocas fuerzas que poseía y penetró en el recinto, a la vez que ordenaba al chófer que se quedara fuera. Caminó unos metros y se dirigió hacia la izquierda, donde estaba el túmulo con los restos mortales de la que un día le diera la vida y, conforme iba penetrando entre las tumbas, la inquietud se iba apoderando de ella, pues parecía escuchar entre los silbidos del viento, que cada vez era más fuerte, los gemidos de alguien, como un llanto inconsolable que le llegaba a sus oídos cada vez más nítido y que, poco a poco, se le iban metiendo muy adentro, helándole de golpe el corazón. Giró a la derecha y se sentó en un pequeño banco que había poco antes de llegar a donde estaba su madre y respiró hondo, intentando controlar sus nervios y su miedo, que iba en aumento, sobre todo cuando escuchó una voz familiar que la llamaba: "Raquel, ¿donde has estado, hija?" La joven, paralizada frente a la lápida donde descansaban los restos de su madre, se arrodilló ante ella y dejó unas flores moradas sobre la misma. La voz volvió a realizar la misma pregunta, provocando el escalofrío de la chica: "Raquel, ¿hija mía, donde has estado?" "Ven, ven conmigo". Raquel, aún de rodillas, no podía levantarse, no podía ni siquiera moverse. Su piel se tornó más pálida que nunca y de sus ojos vidriosos comenzaron a brotar las lágrimas. Por fin se derrumbó sobre el túmulo y entonces, una mano descarnada acarició el pelo largo de la muchacha, y, emergiendo del sepulcro, el espectro, vestido con un sudario blanco, la tomó entre sus brazos y le inoculó con un beso el veneno de la muerte, después, regresó a las tinieblas, llevándose consigo el alma de su hija. Cuando al oscurecer llegó el chófer, solo vio el cuerpo de Raquel sin vida, y un trozo de sudario blanco que asomaba entre la rendija que se abría en una lápida con apariencia de haber sido removida. 

     Emilio era el hombre más simple y feliz del pueblo, y tal era así que jamás permitía que la tristeza hiciera mella en su despreocupado carácter. Ni siquiera cuando ocupó el puesto de Toribio, el encargado del cementerio, enterrado hacía unos días tras un ataque al corazón cuando estaba arreglando uno de los viejos nichos que flanqueaban la Puerta de las Flores. Ahora era él el que se ocupaba de las tareas de mantenimiento del recinto, y cada día, mañana y tarde, procuraba ordenar aquel cementerio, donde reinaba el desorden y el caos en cuanto a urbanismo se refiere, pero que él estaba convencido de que aún así, podría a fuerza de voluntad dar una imagen distinta a aquel desastre que Toribio le había dejado en "herencia". Aprovechando su oficio de jardinero, se dispuso a arreglar cualquier mata, arbusto o árbol integrados en aquel lugar a veces tan tenebroso, que ni las ratas hacían acto de presencia. La primera tarea que se encomendó  fue podar y arreglar el bosquecillo que se abría en la zona norte del cementerio, donde árboles de tamaño considerable se mezclaban con otros de menor envergadura, en un marasmo caótico de ramajes y de vegetación que provocaban en los escasos visitantes, el desasosiego y la inquietud de quién está viendo una película basada en una novela de Stephen King. Los árboles secos se mezclaban con los verdes, y los hierbajos y las zarzas atenazaban sus troncos dando una sensación de abandono absoluto de la que Toribio era responsable, pues el miedo le impedía siempre acercarse a semejante bosquecillo. Ahora era diferente, Emilio no tenía miedo y, raudo y veloz, al segundo día de trabajo, llevó su motosierra para arreglar aquel lugar, e intentar darle una apariencia cuando menos, limpia. No llevaba más de media hora cortando zarzales y peleando con la maleza cuando los árboles comenzaron a moverse de un modo extraño, ya que este movimiento partía de la tierra misma y sus troncos temblaban mientras crujían de una manera siniestra las ramas secas de aquellos árboles, que, sin vida, se aferraban a las hojas verdes de los que aún se levantaban erguidos como esculturas tenebrosas. A todo ello, había que sumar el viento, que se levantó de repente, silbando, derribando macetas y arrastrando las flores, en un momento donde la luz del día parecía ocultarse tras unas nubes oscuras y pastosas, que lo tapaban todo. Sin embargo, Emilio no se arredró, y continuó con su faena, cortando y derribando árboles secos y haciéndolos pedazos, pero frenó en seco cuando se dio cuenta de que de cada tronco que cortaba brotaba un manantial de sangre que se fundía con la negra tierra que sostenía a los árboles. De repente, de esa misma tierra comenzaron a surgir figuras extrañas, con ajadas ropas y rostros descarnados, de manos cuyos dedos afilados rematados en unas uñas descomunales, emitían sonidos guturales e inconexos, mientras, al pobre Emilio se le acabó la alegría, cuando uno de aquellos seres le desgarró una pierna con aquellas cortantes uñas, mientras otro de ellos hablaba entre frases ininteligibles, pero en las que el jardinero pudo entender algo así como: "¿Quién osa interrumpir nuestro descanso?" "Has destruido nuestra paz y has despertado nuestro sufrimiento..." Mientras, Emilio trataba de huir arrastrándose con la pierna destrozada, pero uno de aquellos espectros, clavó sus uñas en su espalda, lo elevó y lo colgó de las ramas del árbol más alto del bosquecillo, mientras la noche cubría el cementerio, y aquellos zombies, acababan con la vida del nuevo enterrador. No hubo más amaneceres para Emilio, y cuando se hubo encontrado y reconocido su cadáver, el cementerio se cerró y nadie volvió a él. Solo los cuervos y algún grajo despistado, cuyos graznidos se fundían a veces con el sonido espectral de las voces de ultratumba que surgían de las profundidades de la tierra y que provocaban las peores pesadillas a todos aquellos que pasaban por aquel paraje perdido, donde no había descanso para los muertos ni para los vivos.    

     Esto cuentan que sucedió en el cementerio perdido. Irreal o no, ustedes deberán sacar sus propias conclusiones, pero no olviden que esto no es más que un entretenimiento para un verano caluroso y hostil, donde la imaginación se exalta en cuanto uno se pone delante del ordenador a escribir. Espero que les hayan gustado estas tres pequeñas historias que hoy publico. Saludos a todos y que pasen un feliz verano, a lo que ayudará sin duda, una buena película, la lectura de un buen libro, o sumergirse en este modesto blog. Hasta pronto.




  

    

2 comentarios:

  1. Desde luego que entretiene leerte, gracias de nuevo

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    1. Entonces, objetivo cumplido, me alegro de que te haya entretenido. Saludos.

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