lunes, 21 de julio de 2025

EL HOMBRE DEL ABRIGO GRÍS

 





La tarde se apaga fría y desapacible, dejándose caer enrarecida, ahogada por una neblina espesa y pegajosa que se extiende con rapidez mientras me dirijo a casa. Las hojas de los árboles crujen a mi paso y bailan nerviosas, como si tuvieran vida, movidas por una brisa hostil y destemplada que envuelve la calle, la cual se va estrechando mientras en mis oídos resuena una melodía extraña, provocada por el crujido de las ramas peladas de los árboles, que se funde con el aullido de algún perro o el graznido seco de algún pájaro perdido. La lluvia no se hace esperar y aprieto el paso. Al fondo, acabo de ver a un hombre enfundado en un abrigo largo de color gris, que ha cruzado la calle rápidamente, de una forma fantasmagórica y fugaz. Ahora soy yo el que la cruza con mi paso cansado y mi figura esbelta, aunque doblegada y dolorida. Ya es de noche y atravieso las oscuridades del parque escuchando el maullido cansado de un gato y la voz grave y trapajosa de Tom, el mendigo borracho que duerme en un banco, cerca del pequeño kiosko, envuelto en cartones, intentando calentar un cuerpo y un corazón derrotados. Continúo mi travesía y me paro frente a la fuente a encender un cigarrillos. La luz del mechero me hace descubrir unos ojos que me observan desde una zona oscura a la que la débil luz de la farola apenas llega. Tiemblo y a duras penas puedo encender el cigarro, pues he visto el brillo del odio en esos ojos, tan oscuros como crispados. Comienzo a caminar deprisa y a mis pasos los persiguen otros. Esta mañana se escapó un loco de un internado psiquiátrico, un maníaco que había acabado a cuchilladas con la vida de tres personas. Siento un escalofrío que recorre mi espinazo y que me hace temblar de la cabeza a los pies. No debo dejarme llevar por el pánico, sin embargo, mi corazón late acelerado como el motor de un coche. Sigo caminando y ya no escucho los pasos que me perseguían. Doy la última calada al cigarro y salgo del parque, la niebla continúa espesa y fría, vuelvo la cabeza y veo cerca de la puerta al hombre con el abrigo largo gris, cuchillo en mano, y a otro que se desploma sobre las baldosas frías y mojadas de la acera. Después, el hombre del abrigo gris se transforma en una sombra que se funde tras el tronco de un árbol. Echo a correr y ya no vuelvo la cabeza atrás. Son las diez de la noche y ya he llegado a casa. No me apetece cenar, solo dormir. Estoy muy cansado y muy lejos de mí mismo. Me refugio bajo las mantas y me doblego al cansancio y a la realidad que, una vez más, vence a los sueños. Escucho la lluvia y su runrún y me sumerjo en un sopor confuso e inquieto, atenazado por completo por la desazón y el miedo.

( Pasada la medianoche, un microrrelato que se debate entre lo real y lo irreal, en una tarde noche de invierno, donde las sombras son las auténticas protagonistas)








viernes, 11 de julio de 2025

LLUVIA Y CAFÉ

 





"Llegué a casa con la lluvia, que no dejó de acompañarme durante todo el camino. Cuando llegué, cerré la puerta, encendí la luz y me dirigí a la cocina para prepararme un café bien caliente. Mientras lo hacía, la lluvia arreciaba y yo me sentí a gusto, en aquella pequeña cocina, al calor del hogar. Mientras se hacía el café pensé en mi pasado y recordé los días felices contigo. Recordé tu voz, llena de músicas variadas, de sinfonías que atravesaban el espacio hasta llegar a mí y tus ojos oscuros y profundos, que parpadeaban nerviosos cuando la alegría te desbordaba. También imaginé tu boca, de carnal apariencia y tus brazos, de suave firmeza. Mientras pensaba en ti, el café silbaba y la cocina se inundaba con su aroma. Me serví una taza y me dirigí a la acogedora sala de estar, corrí la persiana y pude ver los cristales empapados de gotas de lluvia que resbalaban como lágrimas transparentes y abundantes. Apenas se veía la serpenteante calle, pues ya era casi de noche, pero en el húmedo brillo de su empedrado se reflejaba el color anaranjado de la luz que desprendía la salita donde me encontraba. Encendí el brasero y al calor de la mesa camilla tomé a sorbos el café y me quedé abstraído, sintiéndome solo, pero feliz, pues dentro de esa soledad, también me sentía seguro. Seguía lloviendo y el suave ruido del agua al caer me sumió en una somnolencia lenta, como la tarde que acababa de extinguirse. Volví a recordarte, bueno, no, esta vez te soñé en mi duermevela y pude sentir tu cuerpo cerca del mío y tu presencia magnífica, de porte regio y altivo. Me leías con tu voz clara una carta que un día te escribí donde decía cuanto te quería. Era una cara breve que provocó en mi corazón un leve temblor. Desperté y apuré el café, ya casi frío y volví a la cocina. Dejé la taza en el fregadero y volví a escuchar la lluvia, esta vez acompañada de viento y después, me dirigí al dormitorio, necesitaba descansar. Abrí la puerta y atravesé el umbral y en ese momento te vi, esta vez de una forma real. Estabas de pie, desnudándote junto a la cama y me llamabas. Yo acudí a ti con los brazos abiertos y te abracé, pero no te pude sentir, porque tú, etérea y sutil, habías regresado de las sombras para decirme que me fuera contigo. Y yo, todavía enamorado después de tantos años, sin dudarlo ni un segundo, te seguí."

    (Un nuevo relato antes de ir a dormir, con una realidad invernal, romántica y fantasmal)