
"Llegué a casa con la lluvia, que no dejó de acompañarme durante todo el camino. Cuando llegué, cerré la puerta, encendí la luz y me dirigí a la cocina para prepararme un café bien caliente. Mientras lo hacía, la lluvia arreciaba y yo me sentí a gusto, en aquella pequeña cocina, al calor del hogar. Mientras se hacía el café pensé en mi pasado y recordé los días felices contigo. Recordé tu voz, llena de músicas variadas, de sinfonías que atravesaban el espacio hasta llegar a mí y tus ojos oscuros y profundos, que parpadeaban nerviosos cuando la alegría te desbordaba. También imaginé tu boca, de carnal apariencia y tus brazos, de suave firmeza. Mientras pensaba en ti, el café silbaba y la cocina se inundaba con su aroma. Me serví una taza y me dirigí a la acogedora sala de estar, corrí la persiana y pude ver los cristales empapados de gotas de lluvia que resbalaban como lágrimas transparentes y abundantes. Apenas se veía la serpenteante calle, pues ya era casi de noche, pero en el húmedo brillo de su empedrado se reflejaba el color anaranjado de la luz que desprendía la salita donde me encontraba. Encendí el brasero y al calor de la mesa camilla tomé a sorbos el café y me quedé abstraído, sintiéndome solo, pero feliz, pues dentro de esa soledad, también me sentía seguro. Seguía lloviendo y el suave ruido del agua al caer me sumió en una somnolencia lenta, como la tarde que acababa de extinguirse. Volví a recordarte, bueno, no, esta vez te soñé en mi duermevela y pude sentir tu cuerpo cerca del mío y tu presencia magnífica, de porte regio y altivo. Me leías con tu voz clara una carta que un día te escribí donde decía cuanto te quería. Era una cara breve que provocó en mi corazón un leve temblor. Desperté y apuré el café, ya casi frío y volví a la cocina. Dejé la taza en el fregadero y volví a escuchar la lluvia, esta vez acompañada de viento y después, me dirigí al dormitorio, necesitaba descansar. Abrí la puerta y atravesé el umbral y en ese momento te vi, esta vez de una forma real. Estabas de pie, desnudándote junto a la cama y me llamabas. Yo acudí a ti con los brazos abiertos y te abracé, pero no te pude sentir, porque tú, etérea y sutil, habías regresado de las sombras para decirme que me fuera contigo. Y yo, todavía enamorado después de tantos años, sin dudarlo ni un segundo, te seguí."
(Un nuevo relato antes de ir a dormir, con una realidad invernal, romántica y fantasmal)
Siempre se agradece que en verano regreses a este tipo de relatos donde te mueves “como pez en el agua” Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar y me alegro de que te haya gustado. Tenemos que sobrevivir de alguna manera al verano. Un abrazo.
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