lunes, 16 de octubre de 2017

NUNCA HUBO UNA MUJER COMO RITA



Cuando en 1946 se estrenó la película "Gilda", el eslogan publicitario que dió a conocer este clásico del cine, fue: "Nunca hubo una mujer como Gilda". Yo diría más bien que "nunca hubo una mujer como Rita". Y es que Rita Hayworth ha quedado en la memoria colectiva por muchas razones, la principal fue su magnetismo y su fascinación, que partía de premisas que combinaban la naturalidad con una imagen  sofisticada y glamourosa. Porque Rita Hayworth nunca se desprendió del todo de aquella sencilla chica de Brooklyn, hija de un inmigrante español y una humilde corista, y Margarita Carmen Cansino la acompañó en una vida llena de avatares y no siempre fácil. Hoy mi relato nos habla de las dos: de Rita Hayworth, una de las más grandes estrellas del cine, y de Margarita, la chica que bailaba con su padre al son de una guitarra española. Las dos forjaron la leyenda del mito, sin olvidar a Gilda, la otra chica, la que a raíz de despojarse de un guante, las empujó sin remedio a la fama y a la inmortalidad.





Aquella soleada mañana, mientras se dirigía a los estudios cinematográficos donde trabajaba, Rita, se paró en uno de los escaparates de una pequeña y humilde tienda. No quería comprar nada, simplemente, los cristales estaban tan limpios que reflejaban su imagen de manera perfecta. Hoy iba a ser un día importante. Sin apenas maquillaje y con el pelo recogido, parecía una hermosa muchacha que acabara de estrenar mayoría de edad. Frente al luminoso cristal, se soltó el pelo, una melena de un rojo flamígero, indómita y hermosa, que había sido una de sus características personales a lo largo de su carrera cinematográfica. Tras mirarse unos minutos, y con una sonrisa que expresaba ya añoranza e incertidumbre, volvió a retomar su camino.
En los estudios, la estaban esperando. Eran las nueve de la mañana y allí estaba su marido, Orson Welles, y su peluquero, conversando y gesticulando. El director y actor, indicaba al peluquero cómo quería que peinara a su mujer para un proyecto que tenían conjuntamente. Se trataba de "La dama de Shangai", una película basada en una pequeña novela de Sherwood King titulada "Si yo muero antes de despertar", una novela de mediana calidad, pero en la que Orson Welles tenía puestas grandes esperanzas si acometía algunas reformas al texto que ya tenía estructuradas y pensadas.
Besó a su marido con un tímido beso en los labios y abrazó a su peluquero con una amplia sonrisa. Sin decir nada más, se sentó en aquel sillón mientras Orson Welles daba órdenes a Teddy, el parlanchín peluquero, que, algo nervioso, no paraba de relatar sucesos que habían ocurrido el fin de semana anterior en la casa de un famoso actor, donde se había celebrado una fiesta de gran magnitud.
Rita confiaba en su marido, en aquel genio con el que en 1943 había contraído matrimonio y que le iba a proporcionar un papel muy distinto a los que había protagonizado hasta ahora. Se trataba de Elsa Bannister, una mujer fría y ambiciosa, bella y manipuladora, flor del mal.
Los mechones de cabello comenzaron a caer a un lado y a otro del sillón donde estaba sentada. Rita miró a su derecha, y no vio a su marido, sino a Orson Welles, el gran director, el genio que un día realizó aquella obra maestra que se tituló "Ciudadano Kane", y mirándolo a los ojos sintió inquietud y cierto temor. Mientras tanto, las tijeras seguían su cruel trabajo, y mientras Gilda iba desapareciendo, resurgía de las manos expertas del peluquero, guiadas por el director, la figura de Elsa Bannister.
El pelo corto teñido de rubio platino confería a aquella encantadora chica de Brooklyn, la gelidez necesaria como para meterse en la piel de aquella asesina latente, reina de belleza pero a la vez, tan fría como la escarcha. Rita, mirándose una y otra vez en aquel espejo de mano, intentaba reconocer a Margarita, la joven de pelo negro y belleza española que un día llegó a Hollywood con la ilusión de convertirse en una gran estrella, dándose cuenta de que esta muchacha, había quedado muy atrás, al menos físicamente. Orson la miraba con un entusiasmo que le resultaba imposible de disimular: su obra había concluido y su mujer, Rita Hayworth, estaba a punto de dar un salto al vacío en su carrera cinematográfica.
El rodaje continuaba sin excesivos problemas. Hacía frío esa tarde, y Rita, mientras tomaba un hirviente café, releía una y otra vez la próxima secuencia en la que participaba. Quería aprovechar al máximo la oportunidad de demostrar otro registro interpretativo más, y el papel de Elsa Bannister, era como un viaje inesperado hacia el conocimiento de sensaciones y de sentimientos que ella no había experimentado jamás, pero que, en su labor de actriz, debía de buscar e investigar dentro de sí misma, para sacar a relucir la complejidad de un personaje perdido en las telarañas de la maldad. Orson Welles no dudaba de la capacidad de su todavía esposa para configurarlo, y ella, tenía el suficiente talento y era lo suficientemente voluntariosa como para recrearlo sin complejos.
Aquel atardecer en Acapulco, se iban a rodar unos primerísimos planos de Rita en la cubierta del yate, un barco que pertenecía a Errol Flynn y que lo prestó para el rodaje de la película, siendo el mismo actor el que lo capitaneaba. Rita no durmió bien esa noche. Una de las cada vez más frecuentes discusiones con Welles, que acabó con un portazo por parte del temperamental director, hizo que la estrella no pudiera conciliar bien el sueño, pero agotada, y quizá algo decepcionada, acabó por dormirse bien entrada la madrugada, encontrando algo de paz en el bálsamo que le proporcionaban sus lágrimas.
Pese a ello, los magníficos primeros planos con los que Welles retrató a su esposa, asombraron a propios y a extraños por la belleza de los mismos. Por su belleza técnica, y como no, por el rostro hermoso e inolvidable de aquella mujer, que un día bailando, y casi sin querer, alcanzó las estrellas con las manos.





Los nervios hicieron presa de ella aquellos días en los que , debía rodar la secuencia final de la película. Se encaminaron hacia un parque de atracciones abandonado para rodarla. Welles, tenía prácticamente planificado el rodaje, que no iba a ser sencillo. En esta secuencia, Elsa, se encuentra con su marido, Arthur Bannister en un laberinto de espejos. Es un duelo a muerte entre ambos, presenciado por O´Hara, el personaje de Welles, un marinero enamorado de Elsa, al que ésta arrastra a un mundo de ambición y destrucción. Vestida de negro impecablemente, Rita miró a su marido en espera de una señal de ánimo para empezar con su interpretación. De repente, la máquina del cine empezó a funcionar, y mirando hacia un lado y a otro, vio su imagen multiplicada por diez y sintió que le temblaban los pies. Miró a Everett Sloane, que interpretaba a su esposo, y disparó. A la misma vez, desde otro punto del fantasmagórico laberinto sonó otro disparo, que provenía del lugar donde estaba situado Everett, y seguidamente, sonó un estruendo de cristales, que cayeron como una lluvia de punzantes cuchillos alrededor de los actores. La secuencia había terminado. Elsa y su marido cayeron heridos de muerte, y Rita en el suelo, mientras su cuerpo temblaba trémulamente, comprendió que aquella película sería clave en su vida y en su carrera, y que había realizado una de sus mejores interpretaciones. También comprendió que su matrimonio había caído como antes cayeron los cristales y que ya no había ni razones ni medios para recomponerlo.
No tenía más de cuarenta años cuando aparecieron los fantasmas. Cuando despertó en aquel lujoso y desangelado hotel de Nueva York, tras una fiesta en la que había bebido demasiado, miró a su alrededor y se encontró perdida en un lugar inhóspito y frío, y sin dudarlo, llamó a Mildred, su asistenta personal, que en esta ocasión no la había acompañado. La llamó una y otra vez, sin obtener resultado. Desesperada, tomó el teléfono, sin embargo, no sabía a quien llamar, no recordaba número alguno y el pánico se apoderó de ella. Se disponía a abrir la puerta y salir a pedir ayuda, cuando al agarrar el pomo, súbitamente volvió a la realidad, y pudo recordar que se encontraba en aquel hotel, donde todo era confort y comodidad, pero donde faltaba el calor que necesitaba en esos momentos. Tras respirar profundamente, se refugió de nuevo en la cama, y abrazada a aquella almohada extraña, volvió a dormirse.
Cuando Margarita bailaba, parecía emprender el vuelo hacia algún lugar donde era arropada por las nubes, que intentaban seguir la agilidad de sus pasos, y que le hacían guiños de complicidad y aprobación. Sus bailes en solitario o en pareja, hacían vibrar a un público entregado al carisma y al talento de su nueva estrella, que agradecida, ponía lo mejor de sí misma en aquellos frenéticos números musicales. Ahora, sentada en un rincón de un pequeño café de la Quinta Avenida, sin maquillajes que pudieran distorsionar su imagen de mujer madura, Rita tomaba un café bien cargado aquella tarde de invierno, cuando la intemperie era fría y húmeda. Se sentía bien, reconfortada por cada sorbo de café caliente que tomaba, y en compañía de sí misma. Su imaginación, incontenible y excitada, la llevó a aquel cine, donde junto a Fred Astaire, asistió al estreno de su primera película juntos "Desde aquel beso" (1941), dirigidos ambos por el director Sidney Landfield. Sonrió levemente al recordar como la juventud es atrevida, y como tal, se atrevió a enseñar a Fred Astaire algunos pasos de baile españoles que le había enseñado su padre, Eduardo Cansino. Fred Astaire, divertido, no sólo aceptó aquellas enseñanzas de Margarita, sino que se unió a ella en un improvisado número, donde ambos bailaron al ritmo que les marcaba el instinto, y que, desgraciadamente, nunca fue grabado.
Había pasado más de una hora y, mientras apuraba su segundo café, aquella mujer anónima durante este tiempo, dejó de serlo cuando a su lado sonó la voz de un joven que le dijo: "Usted es Rita Hayworth, ¿no?". Ella levantó la vista, lo miró con aquellos ojos maduros, pero llenos de luz, y le contestó: "Sí, soy ella". Y, recogiendo su pañuelo y colocándolo en su cabeza, se apresuró a salir de aquel café, que por una hora, se había convertido en un hospitalario refugio para su alma cansada.
Harry Cohn, el presidente de la Columbia, estudios a los que Rita pertenecía desde hace unos años, era un directivo feroz y de una dureza extrema. Trataba a todo el mundo muy mal y pensaba que las estrellas que contrataba le pertenecían. Hasta que llegó Rita Hayworth, una chica sencilla y hermosa, a la cual persiguió sin tregua ni descanso, con el fin de hacer de ella poco menos que su concubina. No consiguió lo que pretendía, y bronca tras bronca, trataba de humillarla una y otra vez, pero todo era inútil. Rita Hayworth había protagonizado ya "Gilda"(1945), y  era la estrella más poderosa con la que contaba la Columbia, unos estudios que no podían alardear de contar con muchas estrellas de la magnitud de Rita. La Columbia, a diferencia de otros grandes estudios cinematográficos como la Warner ( a la que pertenecían Bette Davis o Cary Grant, sin ir más lejos) o la Metro Goldwyn Mayer (con estrellas del fulgor de Ava Gardner o Elizabeth Taylor), tenía "estrellitas", que pese a todo, sacaban las castañas del fuego a la productora. La estrella de mayor relumbrón que tuvo nunca Columbia fue Rita Hayworth, y de actores, Glenn Ford se alzaba con el cetro, siendo el rey entre todos aquellos actores que iluminaban como buenamente podían las pantallas de los cines de los años cuarenta. No es de extrañar que Rita Hayworth y Glenn Ford fueran emparejados varias veces por la productora, dado los pingües beneficios que le reportaban.
La primera vez que hicieron un papel protagonista juntos fue en "Gilda" (1945), dirigida por un director de talento, un artesano del cine, que conocía todos los resortes para que una película funcionara, Charles Vidor. Aunque Vidor conocía ya a Rita personalmente, no supo de ella fehacientemente hasta que le tomó unos planos para esta película, que comenzaría a rodarse de manera inminente. Entonces comprendió el potencial y el magnetismo de la actriz, dejando plasmada en estas pruebas, que si el celuloide se compone de sueños, ella representaba todo un universo de ellos, un universo que atraparía a hombres y a mujeres, con unas armas difíciles de reunir: belleza, talento y clase.





Tras un par de copas, Rita miró a Glenn, que, enamorado como estaba de ella, no dijo nada. La cogió del brazo y la llevó a un lujoso apartamento alquilado para ella por los estudios en una bonita zona de Buenos Aires, lugar donde se estaba rodando "Gilda". Glenn sabía de la imposibilidad de ese amor. Rita estaba casada con Orson Welles en aquellos momentos y muy enamorada del director, sin embargo, cuando estaba con ella, no podía desprenderse de esa luz que sus ojos despedían cuando la veía aparecer, ni de los latidos de su corazón, que lo agitaban de tal modo, que pensaba que caería de un momento a otro fulminado al suelo. Sin embargo, ahí seguía estando, en compañía de aquella hermosa mujer, que se había convertido en la razón de su vida. La besó en la mejilla y se despidió. Rita abrió la puerta del apartamento, volvió la cabeza unos segundos y tras una sincera sonrisa, entró.
Alrededor de ella, un enjambre formado por peluqueros, maquilladores y modistos, que como un remolino, daban los últimos toques al personaje. Su melena roja, descendía por sus perfectos hombros nacarados, y sus ojos y labios encarnaban la imagen del deseo. Mientras colocaban en aquella silueta, tan sinuosa como bella, el vestido que exclusivamente para ella había diseñado Jean Louis, el modisto de los estudios, Rita, algo nerviosa, preparaba mentalmente el baile que en unos minutos iba a protagonizar. El vestido, de satén negro, con escote palabra de honor, largo hasta los pies y con abertura lateral, iba acompañado por unos guantes de ópera del mismo material. Cuando por fin, se puso el guante izquierdo, el mismo del que minutos después se desprendería, dio con este gesto el último retoque de vida a "Gilda", y sin saberlo, Margarita Carmen Cansino empezó a diluirse. Comenzaba el mito.
"Pal Joey" (1957), era un proyecto que Harry Cohn, presidente de la Columbia, había preparado para Rita Hayworth. Era como una especie de venganza a los continuos rechazos de la actriz a sus proposiciones amorosas. Rita, a punto de alcanzar los cuarenta años, tenía una madurez hermosa y su fascinación seguía intacta. Con esto no contaba Cohn, que trató de humillarla enfrentándola a la que iba a ser la nueva gran estrella de la productora: Kim Novak. Sin embargo, no hubo tal enfrentamiento, ni  tal humillación, porque Kim y Rita  se llevaron bien desde el primer momento, y ambas estuvieron estupendas en la película.
Cuando Frank Sinatra cantaba, el estudio donde se rodaba "Pal Joey" se llenaba de un silencio plagado de respeto. Frankie se había negado a la propuesta de Cohn de que apareciera el primero en los títulos de crédito de la película, otra treta más para dar a entender al mundo que la estrella de Rita Hayworth comenzaba a apagarse. Sinatra dijo que Rita debía ir en primer lugar, porque ella simbolizaba la Columbia, y era, a su juicio, la máxima estrella que esta productora había tenido.
Rita agradeció siempre a Sinatra aquel gesto y, aunque no llegaron a ser amigos, le demostró su admiración, cariño y respeto más allá de los meses que duró el rodaje de la película.
Rita bordó su papel de Vera, una viuda adinerada con un pasado de stripper encaprichada de Joey, un cantante mujeriego en busca de fama y fortuna interpretado por Frank Sinatra, enamorado a su vez de Linda, la joven y bella corista encarnada por Kim Novak. La banda sonora es excelente, con canciones de Sinatra y algún número musical al que Rita puso la gracia y la picardía necesarios para sublimar el arte del strip-tease. Para comprobar esto, sólo hay que ver esta más que estimable película y deleitarse con "Zip", una canción deliciosa, donde Rita se muestra más seductora que nunca, dulce y sensual, dejando para la historia del cine otra secuencia mágica más.





Yasmine no podía entender que es lo que le estaba pasando a su madre. La hija de la estrella y del príncipe Ali Kahn, estaba perdida, y tras consultar a los mejores especialistas, por fin pusieron nombre a su enfermedad: Se llamaba Alzheimer y fue descubierta a principios del siglo XX por dos psiquiatras, Emile Kraepelin y Alois Alzheimer, el primero fue capaz de identificar los síntomas y el segundo, al que le enfermedad le debe el nombre, se encargó de observar la neuropatología que la define. Esta enfermedad suele aparecer fundamentalmente a partir de los sesenta años, pero se puede presentar precozmente, como fue el caso de Rita, que con cuarenta años empezó a sentir los primeros síntomas de tan devastadora enfermedad.
Durante los años sesenta, los trabajos de Rita en el cine se fueron espaciando por culpa del mal de Alzheimer. Le resultaba difícil recordar los diálogos, y conforme la enfermedad la iba atrapando, ella intentaba escapar en la vana fuga que le proporcionaba el alcohol.
Sin embargo, aún pudo demostrar su capacidad interpretativa en "El fabuloso mundo del circo" (1964), de Henry Hathaway, al lado de John Wayne y Claudia Cardinale, entre otros, o en "La ira de Dios" (1972), su última aparición en el cine.
Aquella noche, acompañada por sus hijas, Yasmine y Rebeca, los bellos ojos de Rita Hayworth se apagaron por completo. Poco antes, miró a sus hijas, aunque ya hacía mucho tiempo que no podía verlas. Sin embargo, un poco más allá, a los pies de la cama de su dormitorio, acertó a ver a una mujer hermosa, tan hermosa como los colores anaranjados, violetas y azules que pueblan los amaneceres, que le sonreía y le tendía la mano de forma acogedora, pero a la vez, firme. En cuanto llegó a rozar aquellos dedos finos y de bellas proporciones, Rita Hayworth se durmió para siempre, pero en el sueño eterno en que se sumió, no se fue sola, se fue acompañada por Gilda, que había estado velando su cama desde el mismo día en que apareció en su vida la enfermedad de los olvidos y de las pérdidas, de los silencios y la locura, de los recuerdos extraviados.
Portaban el féretro algunos de los pasajeros que se habían subido en algún momento al tren de su vida. Los actores Ricardo Montalbán, Don Ameche, el coreógrafo Hermes Pann, y Glenn Ford, su compañero en "Gilda", "Los amores de Carmen" o "La dama de Trinidad", su amigo y eterno enamorado, el cual, siempre la recordaría. Y es que desde entonces, en algún rincón de su rancho, habría una fotografía de aquella bella mujer, y a su izquierda, una rosa roja, señal de respeto y amor de un compañero de viaje, que se sintió una vez fascinado por Margarita Carmen Cansino, que se había perdido en el marasmo de las vanidades de Hollywood, pero que por fin, había vuelto para quedarse.




Este ha sido mi particular homenaje a Rita Hayworth, una de mis estrellas favoritas, y por supuesto de millones de admiradores en todo el mundo. Dejó su impronta en la industria del cine y en el corazón de la gente con la vitalidad de la que siempre hizo gala. Hermosa e inalcanzable, pero también sencilla y cercana. En cualquier caso, una mujer única, que será recordada por siempre por los amantes del cine de aquella  y de todas las épocas.









 
 

10 comentarios:

  1. Tras leerme tu nueva entrada dos veces me acuden varias preguntas, entre ellas, ¿cómo consigues que una vez iniciado el hilo descriptivo, continúe tirando, sin paradas, de él? Haces que unas veces vaya tras Rita, otras tras esa sencilla mujer llamada Margarita. Tu título "Nunca hubo una mujer como Rita", podría haber recogido las variantes de "nunca hubo una mujer como Gilda",o por añadidura, como Elsa, para los que recordamos con pasión cinéfila esa gran película que es "La dama de Shangai". Un actor se hace, se forma, pero tras de sí, obviando su malogrado matrimonio, hay que reconocer que hubo un enorme director. Me llama la atención esas pausas en el tiempo, magníficas, en las que intercalas a la persona, Margarita, donde la veo como lo que era, sencilla y la actriz que rueda secuencias con una esmerada disciplina. "Si yo muero antes de despertar" título de la novela que citas, bien podría haber sido el inicio y el final de nuestra actriz, aquella a la que acudió para hacerla hibernar "la enfermedad de los olvidos y las pérdidas" como tan exactamente la describes. Nos quedarán sus películas, una vez más, tras enumerarlas y describirlas, habrá que revisualizarlas de nuevo. Para unos quedará en la retina esa escena del guante, para otros la magnífica de los espejos pero para algunos, tras leerte detenidamente, la de su final acompañada de sus hijas que con tanta delicadeza narras. De los dibujos que has realizado, ya te he dicho que me quedo con el tercero, muy bueno, el que mejor se acerca a su fisonomía, a su belleza de celuloide y a su naturalidad. Como siempre enhorabuena. El cine no solo nos ofrece buenas películas, grandes actores, directores, guionistas...nos ofrece buenos comunicadores que lo ensalzan de la mejor manera que saben hacer, desde este blog, por ejemplo.

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  2. Muchas gracias por tu extraordinario comentario, eso es lo mejor de escribir este blog: poder leer opiniones y comentarios como este. Siempre es un placer leerte y aprender, ya que como te he dicho muchas veces me encanta sumergirme en tu literatura, la cual, escribas lo que escribas, es excelente. Es verdad que el título de esa pequeña novela donde se basó "La dama de Shangai" podría ser en resumen la vida de Rita Hayworth, una vida más amarga que dulce, donde los sueños y la realidad se confundieron a veces. He tratado de imaginar algunos retazos de su vida, basándome en fotografías y en el conocimiento que tengo de esta artista a la que he seguido y admirado siempre, y no sólo yo, en mi casa, siempre ha habido un cariño especial hacia esta gran estrella. Gracias de nuevo por tu generoso comentario, que me hace sin duda, seguir escribiendo este blog. Un abrazo.

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  3. Recordar que Rita siempre será Gilda y que bajo ese sensual atuendo brillaba una gran actriz, con talento además para el baile y la canción. Eso es lo que tiene el cine de inolvidable, eso es lo que le hace ser eterno. Enhorabuen por esta nueva entrada.

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  4. Muchas gracias por tu comentario, Elena, y llevas razón en lo que dices: Rita Hayworth fue una estrella muy completa, gran actriz y una excelente bailarina, hasta el punto de acompañar a grandes de la danza como fueron Fred Astaire o Gene Kelly. Indudablemente, Rita tuvo muchos méritos para entrar en la inmortalidad reinando por derecho en el Olimpo de las estrellas de Hollywood. Un saludo.

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  5. Hola Juan Basilio, acabo de descubrir tu blog y me he quedado sorprendida por tanta sabiduría y tantos conocimientos sobre cine, y en este caso sobre la gran actriz Rita Hayworth, la eterna Gilda!
    Un abrazo

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Cristina. y me alegro de que te haya gustado esta semblanza de Rita Hayworth, una actriz única y universal. Un abrazo.

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  6. Un homenaje muy hermoso el que has dedicado a una de esas estrellas que nunca se apagan pasen los años que pasen. La dama de Shangai también es una de mis películas favoritas, ese final es insuperable. Gracias por tu entusiasmo recordando los clásicos

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    1. Muchas gracias, creo que a todas estas grandes estrellas hay que seguir recordándolas, y qué mejor que escribiendo sobre ellas. Aportaron luz y talento a la historia del séptimo arte y películas increíbles como "Gilda" o "La dama de Shangai". Gracias de nuevo por tu comentario. Un saludo.

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  7. Gracias por acercarnos a un icono del siglo XX y mostrarnos tu capacidad de reflejar la realidad con el lápiz. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias, Antonio, celebro que te haya gustado esta nueva entrada dedicada a Rita. Y también que te hayan gustado mis dibujos, los cuales son de muy distintas épocas, pero creo que todos se acercan al alma de esta gran actriz. Un abrazo.

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