viernes, 3 de agosto de 2018

DETRÁS DE LA ALAMBRADA







      Dejó su corazón al otro lado de la alambrada interpuesta por unos celos desmesurados y paranoicos que la ponían al límite una y otra vez. Lo abandonó aquella medianoche de enero, cuando en complicidad con las estrellas, decidió huir lejos. Llevaba en el cuerpo las señales de sus dedos, de aquellos dedos que con tanta suavidad y sabiduría lo acariciaban y que a la vez, podían despedazarlo si se lo proponían. Dolorida y perdida entre la fría niebla que se iba transformando en escarcha, la mirada de sus ojos oscuros no tenía destino mientras vagaba por las callejas más lúgubres de la ciudad. Se desmayó y cayó al suelo, despertándose entre un mar de cables y escuchando las voces inarmónicas de las enfermeras, que no paraban de hablar mientras le prodigaban cuidados. Asustada, gritó cuando un médico intentaba auscultarla, y temblorosa se refugió entre los brazos de una de aquellas mujeres que emocionada, no sabía dónde poner sus manos para abrazarla y consolarla, pues su cuerpo era una llanura devastada, un anochecer en el desierto cuyos colores violáceos rayaban la negrura y que representaban el dolor más absoluto. Dolor de cuerpo, pero sobre todo, dolor de un espíritu desbaratado a golpes.
      Pasó la noche entre pesadillas acalladas por alguna cuidadora que entraba a cambiar el suero o a poner en sus venas el alivio de un calmante, y por la mañana, sus ojos amoratados por fin vieron la luz.
      No había denunciado nunca a Francesco, un hombre educado y correctísimo de la alta sociedad milanesa, aunque ya desde el principio sufrió las consecuencias de unos celos coléricos que iban minándola certeramente, lo mismo que una broca penetra en el hormigón de una pared, solo que sus paredes no estaban hechas de cemento, sino de cristal.
      Lo quería mucho y poco a poco dejó de lado todo lo que conocía. Su universo se quedó a la intemperie, abandonado a los avatares del olvido y se enfrascó con él en una aventura sin retorno a pesar de los avisos que, como un tam-tam enloquecido, a veces le daba su corazón.
      La primera bofetada fue en un viaje que hicieron a Praga, en el mismo avión que los transportaba. El motivo: una sonrisa. El efecto: la cara hinchada y la dignidad perdida. Después vendrían más bofetadas. Pero entremedias, había noches apasionadas y ratos donde Francesco, con ladina maestría, sabía extraer de sí mismo un toque fascinante y vulnerable que a Giovanna le hacía perder la cabeza y a veces, la noción de sí misma. Poco a poco, la telaraña se fue cerniendo sobre ella, hasta que las palizas se fueron haciendo cotidianas, y los caminos que conducían hasta la libertad fueron ahogados irremisiblemente.
      Francesco llegó sobre las siete de la tarde al hospital. Su cara descompuesta por la preocupación no logró convencer del todo al médico y a las enfermeras que atendían a su mujer. Y no sin ciertos reparos, permitieron a aquel hombre elegante y de buen aspecto acceder a la habitación donde ésta se encontraba. Cuando la vio tendida en la cama, con la cara deformada por la hinchazón y los brazos morados en desolador reposo, de forma automática corrió a su lado y de rodillas junto a la cama, llorando y alborotando el descanso de otros enfermos, le decía a su esposa cuanto la quería, que era su vida y que sin ella no podría continuar su existencia en este mundo. A gritos pedía perdón e imploraba que no lo abandonara, mientras un caudal de lágrimas brotaban de sus ojos, que solo lloraban cada vez que presentían que no volverían a ver a Giovanna. Ésta, se debatía entre un sueño donde añoraba la vida de antes al lado de su familia y el infierno de los cuatro años vividos después de casada. Abrió los ojos y observó a Francesco, que estaba de rodillas al lado de su cama en actitud de ruego, pero sin un ápice de empatía verdadera y empezó a hacer recuento de cuántas veces había escuchado las mismas palabras y de cuántas veces lo había perdonado. Demasiadas, a todas luces. Lo miró a los ojos y no vio nada en ellos en los que reconocerse, miró su rostro compungido y bañado por las lágrimas y lo único que vio fue a un hombre inseguro y neurótico, que cínicamente justificaba sus  actos en pos del amor y que hábilmente había urdido una sórdida historia en torno a este sentimiento en la que ella era coprotagonista. Los celos eran la vía a través de la cual canalizaba su violencia innata, su desprecio hacia el género femenino y sus propias frustraciones, disfrazando el amor de cinismo y embarrizándolo con palabras falsas y mezquinas. Aquel ser humano que había compartido más de cuatro años de su vida con ella, no valía nada.
      Le dijo que se fuera mientras dos lágrimas recorrían su rostro. No quería volverlo a ver. Francesco la miró y vio en aquellos ojos dolientes algo que no había visto otras veces: valor y determinación. Y comprendió que todo había terminado. Volvió a mirarla, pero ahora con odio, un odio que le acompañaba en todos sus actos de  manera latente y que a veces surgía como una fuente de agresiones y de destrucción. Eran más de las ocho cuando Francesco salió de aquella habitación: "Debí haberla matado" farfulló. Y con un andar que denotaba la ira contenida que sentía, dio media vuelta y se marchó.
     Cuando se recuperó, Giovanna volvió a su trabajo de diseñadora de interiores y se dejó llevar por la autenticidad de una vida programada por ella misma y comprendió que por amor uno no puede nunca perder su identidad, que el amor nunca deja sobre la piel huellas moradas, sino huellas imperecederas a base de caricias, que el amor es libertad profunda y sinceridad en la entrega y que con el amor, el espíritu se renueva cada día como agua de arroyo. El amor es tanto que el que tenga la suerte de saborearlo, no tendrá tiempo para otra cosa que no sea el ser feliz.









10 comentarios:

  1. Estamos tan faltos de sensibilidad que se agradece este relato en forma de esperanza, la literatura y su granito de arena , enhorabuena por tu aportación,saludos.

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  2. Muchas gracias por tu comentario, Luis!!

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  3. El abrazo es letal cuando se estrecha sin consentimiento, sin apasionamiento, rompiendo la libertad. El problema está ahí, ¿dónde empieza y acaba la libertad de cada uno? La cuestión siempre estará mal planteada pues la libertad nunca se ha de entregar, ni confundir los términos, ni apropiarse de ellos, ni arrebatar los sentimientos...cuánto dolor se implanta cuando te privan de tu propia identidad.
    El horror adopta tantas formas, unas son visibles, otras no dejan huella al exterior.
    Has vuelto a sorprenderme, esta vez tratando este tema tan delicado con tanta delicadeza, porque no me sorprende que escribas de estos asuntos, siempre estarás del lado de los que sufren, de los que caminan con pesadas cargas, sean hombres o mujeres, gracias a tí el dolor tiene quien le escriba. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias por este comentario, magistral y especialmente sensible con el tema que trata el cuento. En la realidad hay cuentos de terror, a veces se cuentan y se denuncian y otras veces no. Esta es una historia demasiado común avanzando el siglo XXI, y no me he podido sustraer a escribir este alegato (llamémosle así) a favor de la convivencia y del respeto a la individualidad de cada uno. Me ha encantado tu última frase haciendo alusión a García Márquez, y es que creo que se debería escribir más sobre el dolor, sus causas y sus efectos y combatirlo de frente y con valentía, como Giovanna, la protagonista de este cuento de terror doméstico. Porque de todo se sale si tenemos fe y determinación. Un fuerte abrazo.

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  4. Un relato cautivador de los que dan esperanza y fuerza, gracias por esas palabras que con tanto talento escribe, saludos de Encarni.

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    1. Muchas gracias por el comentario y me alegro de que le haya gustado este relato sobre un tema desgraciadamente muy actual. Saludos, Encarni.

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  5. Cada viernes me pregunto que nos regalarán tus buenas dotes como escritor y cada viernes quedo sorprendido porque los temas son variados, por que lo mismo te mueves en el contexto de un clásico relato de miedo que en un miedo que admite ser relato,enhorabuena Juan.

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  6. Muchas gracias por su ingenioso comentario y me alegro mucho de que le gusten mis relatos, sean de la temática que sean. Se dice que en la variedad está el gusto, y lo esencial del blog es entretener. Gracias de nuevo y Saludos.

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  7. El egoísmo no tiene coprotagonistas. ¡Buen relato Juanba! (me suenan esos alambres de espino)

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    1. Muchas gracias, José María, me alegro de que te haya gustado y de que seas tan observador. Los alambres de espino ya sabes de donde son. Un abrazo!!

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