domingo, 17 de marzo de 2019

LOS SUEÑOS DE MURUB







     Murub no tenía una granja en África. En realidad ,no tenía casi nada. Vivía en un pequeño pueblo del Senegal, Kayar, en la región de Thies, donde la precariedad era tan grande como sus ganas de vivir. Murub vino a España en una patera atravesando el océano y arriesgando su vida, como miles de africanos, buscando prosperidad para él y para su familia. Fue una larga travesía, donde a veces, temió no llegar vivo a tocar tierra firme. Murub tuvo suerte y fue rescatado, logrando sobrevivir al ímpetu del oleaje de un mar que parecía querer tragárselo junto con sus asustados compañeros; temblando de frío, casi al borde de la hipotermia, Murub fue llevado a un centro de acogida de inmigrantes donde se le hizo un reconocimiento médico y donde atendieron sus necesidades más básicas. Murub durmió esa noche pensando en su madre y en sus hermanos, de los que tan lejos se encontraba pero a la vez, tan cerca, ya que los llevaba en el rincón más cálido de su corazón. Al día siguiente, le comunicaron que sería devuelto a su país en cuanto se cumpliera el tiempo protocolario. (Todavía no existían las devoluciones en caliente). Se dejó caer sobre aquel camastro que compartía con Elah, un vecino de su pueblo que le había acompañado en su aventura y pensó que había estado a punto de conseguirlo. Pero no se desanimó.
      Murub tenía solo veinte años cuando llegó a España y una noche de marzo escapó del centro. Ahora tenía veintisiete y se buscaba la vida a dentelladas, recorriendo el país de norte a sur, de este a oeste, donde trabajaba preferentemente en el campo. Había estado trabajando en casi todos los sitios: bajo los plásticos de Almería, en la campaña de la fresa en Huelva o en la comarca del Meresme en Cataluña, recolectando naranjas en el Levante o recogiendo aceituna en Jaén.
      Murub apenas sonreía al mundo, sin embargo,  sus vivaces ojos lo delataban y dejaban entrever sus sueños. Quería ser modisto y presumía de que sus hermanos y su madre eran los que mejor vestían de su pueblo, ya que él se encargaba de confeccionarles la ropa, y así debía ser, porque cuando los vi en una foto que llevaba en su móvil, pude comprobar la originalidad de un vestuario de cortes limpios y asimétricos que dejaban entrever la imaginación y la habilidad del muchacho. También me enseñó su "taller", tan humilde como la calidad de las telas empleadas en vestir a su familia.
      A la vez que soñaba con sus parientes más cercanos, Murub soñaba con África, su tierra, tan hermosa y maltratada, tan rica y a la vez tan necesitada, tan poblada de sueños como de gentes que no habían conocido nunca las condiciones de una vida segura y cómoda. Murub soñaba y soñaba, y a veces, en un descanso del trabajo lo veía sonreír tímidamente, como pidiendo permiso. Su cuerpo estaba allí, con nosotros, su pensamiento lo ponía en la misma tierra que lo obligaba a abandonarla y a la que, por supuesto, seguía queriendo tanto.
      Cumplí años en febrero y lo celebré en el olivar, entre el sol (ha sido un invierno cálido, casi primaveral) y el duro trabajo. Compré una tarta y unas cuantas viandas para invitar a los trabajadores y me llevé hasta una pequeña botella de champán que tenía por ahí. Pensé que era la mejor ocasión para descorcharla. Después de comer, nos volvimos a casa. Murub estaba contento, porque ese día sonrió varias veces. Tenía una sonrisa abierta y acogedora, llena de simpatía.
      Me contaba Murub que en Sevilla se había comprado sus gastadas botas de trabajo por dos euros en un lugar donde se vendían artículos de segunda mano y donde se podía comprar desde ropa hasta móviles. Nos enseñó orgulloso el suyo, cuyo precio no había sobrepasado los cinco euros. Murub era tan esencial como la misma tierra.
      Se acercaba el final de la campaña y Murub pensaba en su partida. Ahora dirigiría sus pasos a Huelva, donde trabajaría recogiendo fresas. No siempre lo habían tratado bien, pero no le importaba, el quería seguir trabajando para poder mandar el dinero que tanta falta hacía a su familia. Después, ¡Quién sabe!.
      Cuando nos despedimos, Murub me dio las gracias y un abrazo. Yo también se las di y entonces me dijo: "Estoy feliz contigo". Y yo pensé: "Nosotros también, Murub". Los que hemos compartido contigo tantos días de trabajo nos sentimos felices porque nos has enseñado mucho. En tu compañía hemos aprendido que los seres humanos conectamos, por lejanos que estén los sitios donde vivamos. Que la empatía y el entendimiento no es necesariamente la comprensión de un idioma. Que debemos continuar la lucha para que todos podamos vivir decentemente y que a lo mejor el que menos tiene es el que más da. Todo eso y más hemos aprendido en estos días, trabajando codo con codo contigo y con Elah. Amigo Murub, que tus sueños se cumplan iluminados por la luz de África, tan lejana y hermosa y que el mundo se deshiele al entender que todos somos iguales y todos tenemos el mismo derecho a trabajar y a vivir de una manera honrada y digna, sea donde sea, pues el mundo, así mismo, no es de nadie y es de todos. Mucha suerte.


       Este relato no es un cuento. Es un pequeño pedazo de realidad y está dedicado a Murub, a Elah y a todos los que un día se marcharon de sus países dejando atrás un hogar y una familia en busca de una oportunidad.



" Nadie abandona su hogar a menos que
el hogar sea la boca de un tiburón.
Solo corres en la frontera
cuando ves a toda la ciudad corriendo también.
Tus vecinos corriendo más rápido que tu
aliento sanguinolento en sus gargantas.
El chico con el que fuiste a la escuela,
el que te besó tontamente tras la antigua fábrica de latas,
está sosteniendo un arma más grande que su cuerpo.
Sólo abandonas tu hogar
cuando el hogar no te permite quedarte."
                                                       
 
Warson Shire, escritora keniana.
 
 
 
 

 
 
 

 

12 comentarios:

  1. Precioso relato donde los sueños de tantas personas se verán reflejados, me ha encantado igualmente que el dibujo,llevo mucho tiempo siguiendote, mi enhorabuena y que sigas por mucho tiempo introduciendote tambien en nuestros sueños, un abrazo de Conchi G.

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    1. Muchas gracias por tu bonito comentario, Conchi y me alegro de que hayas disfrutado tanto del relato como del dibujo. Saludos.

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  2. Bellísimo mensaje en esta realidad que nos debe hacer pensar mas en los que están junto a nosotros, muy bueno Juan.

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    1. Estoy de acuerdo contigo, Luis, y ese pensar en los demás, como tu bien dices, es el mensaje de este relato que forma parte de mi propia biografía y de la vida en general. Saludos.

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  3. Bonito relato Juan triste pero es la realidad, con forme esta la vida nos reflejamos en ello y nos da que pensar, el dibujo me encanta dibujas muy bien, esperamos el próximo un abrazo.

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    1. Muchas gracias una vez más, Paqui y me alegro de que te haya gustado tanto el relato como el dibujo. He tratado de reflejar una situación desgraciadamente común hoy en día y que la he vivido de primera mano a través de mis conversaciones con Murub, el cual, apenas hablaba nuestro idioma ni yo el suyo, pero nos entendimos porque la empatía entre los seres humanos va más allá de los idiomas. Un abrazo.

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  4. Bonito homenaje a tantas personas que se juegan la vida diariamente huyendo de sus paises en busca de una vida mejor, dejando atrás a familiares y amigos.
    Yo también tengo compañeros de trabajo que dejaron Venezuela buscando oportunidades y una vida mejor. Una compañera y yo a veces salimos del trabajo juntas y cogemos el metro de camino a casa. Me cuenta penurias de cómo viven familiares que han quedado allí, cómo cada cierto tiempo les envía dinero y medicinas (los típicos analgésicos, antibióticos, pastillas para la tensión...) que allí es imposible conseguir, ni siquiera llegan a los hospitales, el ejército los confisca y luego los revende, una mafia en toda regla.
    Me hablaba de su madre, ya jubilada, con su pensión de un mes le da para comprar 1 kg de manzanas, nada más.
    Mucha gente allí sobrevive gracias al dinero que les envían los que emigraron.
    Terrible!!, Ojalá la presión de otros paises consiga echar a tan vil dictador.

    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias Esther por este comentario que refleja la situación desesperada de un país como Venezuela. Los totalitarismos solo conllevan sufrimientos y penurias para los que los sufren, llegando al extremo de querer abandonar el hogar con la esperanza de conseguir una vida digna aunque sea a miles de kilómetros. Espero que haya una solución para la situación que vive Venezuela y eso solo se conseguirá cuando se piense más en los ciudadanos que en mantener una situación de poder y privilegios. No es fácil, pero no es imposible. Por eso debemos luchar todos en la medida que podamos. Un abrazo.

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  5. "Solo abandonas tu hogar cuando el hogar no te permite quedarte", aquí está dicho todo, el porqué de tantas migraciones. La tierra debe estar sangrando a su forma, quizás el cambio climático sea una respuesta a tanta barbarie, a tantas sinrazones. Debe haber esperanza, debe haber bondad. Aquí lo demuestras. Bellísimo relato, dibujo y poema. Un abrazo.

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    1. Así es, y el poema de Warson Shire es tan clarificador como real y expresa de manera descarnada la situación que viven algunos pueblos a los que el capitalismo voraz les impide crecer económicamente provocando que muchas familias se decidan a marcharse de su hogar en busca de una vida mejor. Bonito comentario con el que estoy totalmente de acuerdo: Debe haber esperanza para estos países, no debemos dar la batalla por perdida. Y ayudar en lo que podamos a estas personas que no tenían nada y que, simplemente, buscan mejorar una situación desesperada. Muchas gracias por tu comentario y celebro que te haya gustado tanto el texto como el dibujo. Un fuerte abrazo.

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  6. Si todos tus relatos merecen un comentario,porque pones en ellos el alma,y rezuman sensibilidad, este, al tratarse de tu percepción y tu experiencia de esa triste realidad que es el problema de las migraciones, merece una mención especial.
    Soy muy sensible a este tema, y es por eso que me ha gustado mucho tu exposición, ojalá todos supiésemos aceptar que tantas criaturas que se arriesgan a perder la vida en esas travesías agónicas de un desierto o un estrecho, no lo hacen para quitarnos nada, en la mayoría de los casos huyen de la miseria y de las guerras dejando familia y raíces.
    El hombre que en un momento de la evolución decidió acotar terrenos y poner vallas, seguro que debió tener un mal día ,fue muy mala decisión; el planeta pertenece a todos los seres vivos que lo habitamos.
    Espero que nuestro sentido del "otro" se desarrolle algún día y sepamos ver como iguales, porque lo son,a todo ser humano, que se nos acerque, venga de donde venga.Aprenderíamos mucho.

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    1. Muchas gracias Mia por tu interesante y precioso comentario con el que no tengo más que decir que estoy completamente de acuerdo. Al igual que tu, también estoy bastante sensibilizado con este tema que a diario es expuesto en periódicos y televisiones. Debemos comprender que todos los seres humanos somos iguales y que por lo tanto, debemos ayudarnos unos a otros, vivamos donde vivamos, porque el mundo, como he puesto en el relato no es de nadie y es de todos y las fronteras solo sirven para desunir. No hay humanos de primera y de segunda categoría. Todos tenemos la misma y todos tenemos los mismos derechos y las mismas obligaciones. Me alegro mucho de que te haya gustado este relato basado en esa bonita experiencia que he vivido durante la última campaña de aceituna. Un fuerte abrazo!!

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