jueves, 21 de mayo de 2020

EL JEFE DE PERSONAL








        Una piorrea agresiva estaba dejando sin dientes al jefe de personal. Los piños se le desmoronaban como si fueran de arena y su boca, olía a perros muertos. Ni los dentistas más avanzados pudieron frenar la ruina que asolaba aquellas encías desvencijadas, que no podían ya en modo alguno, sostener los restos que había dejado en la boca la caótica enfermedad dental.
      Máximo, que así se llamaba el susodicho, católico y muy religioso, cada semana viajaba a Granada a visitar a Fray Leopoldo, monje y santo, del que era muy devoto, aún a sabiendas de que tras rezarle y pedirle que le salvara la dentadura, éste hacía caso omiso a sus ruegos, escudándose en sus largas barbas, su mirada bondadosa y en su extraño parecido con Karl Marx. Mientras tanto, aquel hombre de tan solo cuarenta y tres años, ya era un experto en la cata de toda suerte de papillas, aunque algunas de ellas, como la de berenjena con pimiento verde al sushi se le resistían, provocándole un ardor en el estómago que solo remitía con toneladas de bicarbonato.
      El jefe de personal era un tirano con los trabajadores que llevaba a su cargo,  por eso no era de extrañar que estos, muchas veces, se acordaran de su padre, el cual vivía en una residencia de ancianos patrocinada por la fundación Franco. Tenía noventa años y estaba en una silla de ruedas, pues una embolia lo dividió de la cabeza a los pies, dejándolo inválido y terminándolo de idiotizar, sin embargo, los dientes los tenía mejor que el hijo, por eso le apodaban "el tiburón" o "el serrucho", según escogiera aquel que quisiera definirlo por su dentadura.
      A Máximo le gustaban mucho las faldas y en la intimidad las lucía con salero. La escocesa le sentaba muy bien si la combinaba con zapatos de tacón cuadrado y hebilla lateral y si no sonreía, claro. Luego tenía otras "vintage", que se las solía poner en los desayunos, eso sí, siempre a juego con un buen babero, porque sin dientes, las galletas reblandecidas por el café con leche se descolgaban por su barbilla llegando a caer en su regazo. De este modo, se cargó una falda "pichi" heredada de una vieja lacaya de doña Carmen Polo. Pero además, el jefe de personal, tenía algunos  "hobbies": era un depredador sexual y un asesino y en ocasiones, se entregaba a la antropofagia, pero solo si el asesinado era un ser muy querido.
      A Jessica, su hermana mayor, la asesinó a golpes y luego la desbarató con un cuchillo de cocina. Sus ojos y parte de su corazón y de su hígado fueron a parar a la deliciosa salsa de setas que acompañaba a la jugosidad de sus muslos, que cocinó al horno y que una vez debidamente confitados, degustó con fruición. Jessica pesaba casi ochenta kilos, de modo que tuvo comida para toda la semana y gran parte de la otra, aunque de vez en cuando sintiera cierto resquemor en las tripas.
      A Juliette, una francesa que conoció en una gasolinera del extrarradio haciendo la carrera, la violó repetidas veces después de dejarla inconsciente a golpe de de piedra. No pudo consumar el asesinato tal y como él hubiera deseado y Juliette hoy se ha retirado de la profesión y ahora es modistilla. Por otra parte, a Magdalena, la chica del supermercado la mató cuando lo descubrió afanando una cabeza de cordero para comerla como a él tanto le gustaba: al natural, pero con una poquita sal y algo de hinojo.Se podría seguir relatando más actividad de este sujeto con respecto a sus "hobbies", pero solo decir que a su última compañera de juegos, la asfixió con su boca en un beso perverso en el que destiló sus nauseabundas humedades dentro de la de Marga, una enferma de asma a la que visitaba y que sufrió la peor de las muertes, cuando algunos pedazos de muelas y de dientes en proceso de putrefacción quedaron aprisionados en lo más profundo de su garganta.
      Sin embargo, a Máximo, el jefe de personal, la vida le sonreía (es un decir), aunque ya nunca más pudiera bromear con total autoridad declamando su frase favorita: "Dientes, dientes, que eso es lo que les jode".






      

2 comentarios:

  1. Otra vuelta de tuerca consigues, lo macabro con humor retorcido es doblemente más eficaz a la hora de cosneguir en el lector esa sensación tan inquietante. Porque te conozco desde hace años y sin embargo sigues desconcertándome, literariamente hablando, con estos relatos tan en esa línea que perdurará más allá del verano. Porque creo que has reiniciado una nueva serie de terror para acompañar la estación que toca. Un merecido enhorabuena, un abrazo.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, y la verdad es que en este relato, desagradable y macabro, fundido a su vez con el humor más negro, he querido exponer lo terrible que se puede llegar a esconder tras una persona más o menos normal en apariencia, pero con un alto grado de demencia que pasea libremente por una sociedad cuyos individuos se hayan cada vez más alejados entre sí. La oscuridad de la locura no tiene límites y Máximo es un claro exponente de ello. ¡Un abrazo!

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