jueves, 14 de mayo de 2020

LA BESTIA EN SU GUARIDA







      Arrastraba su miserable figura como una especie de fantasma doblegado al peso de sus cadenas. Sus pies se deslizaban con una torpeza que hacía que se torcieran y que resbalaran en el asfalto, mojado por una leve lluvia que comenzaba a caer. Sin embargo, no era un fantasma, ni nada que tuviera que ver con otro mundo, era un ser que habitaba en esta dimensión con el único cometido de hacer sufrir.
      Acababa de abandonar el cadáver de un niño muy cerca de allí. Lo estranguló y lo dejó a medio enterrar en el interior del bosque, bajo unos enormes árboles despojados de sus hojas, las cuales ahora tapaban el cuerpo tierno y menudo de la criatura. Atravesó la carretera y se introdujo de nuevo en el bosque y ya anocheciendo, la bestia se perdía por una pequeña vereda que lo conduciría a su guarida: una vieja escuela en mitad de un pueblo abandonado. Magarza, que así se llamaba el pueblo, estaba rodeado por un río y el viejo  puente que lo cruzaba se encontraba derruido. Solo había un acceso a través de una especie de túnel construido durante la guerra que atravesaba el río de este a oeste. La vegetación era densa y violenta y los árboles entrecruzaban sus ramas, cortando el paso a cualquiera que intentara acceder al pequeño pueblo, aislado totalmente en su propio abandono. Al llegar a la guarida, se recostó en un viejo somier y se refugió del frío echándose encima unas mantas viejas, mientras las ratas, acostumbradas a la presencia del hombre, observaban impávidas como éste, recogía su cuerpo contra aquella cama infecta y comenzaba a roncar ásperamente.






      Lo despertaron los ladridos de los perros de la policía. Ya era de día, continuaba la lluvia y alarmado, se asomo a la puerta y pudo oír con más claridad a los animales y pudo así mismo, percibir las voces de los que lo buscaban. Echó a andar por las callejas del pueblo y fue a refugiarse en un pequeño zulo bajo las ruinas de lo que un día fuera el ayuntamiento y allí permaneció hasta que  el silencio volvió a ocupar por entero aquel lugar dejado y carcomido por el paso del tiempo.
      A la niña la encontraron en un paraje próximo a la gasolinera, en el llamado Valle del Cojo, envuelta en un fardo de rafia y oculta entre dos paredes de lo que iba a  ser un pequeño almacén que finalmente no se construyó. Sus padres la perdieron en la feria un día de mayo, cuando la soltaron de la mano para saludar a unos conocidos. Sus padres hoy, viven perdidos entre el sufrimiento y los reproches y posiblemente, no se vuelvan a encontrar. Él, sin embargo, sabe a dónde va, con su destartalada presencia, luchando contra su propia sombra, que algunas veces, quiere delatarlo. La policía le sigue los talones y olisquea el rastro de dolor que va dejando, pero él es muy listo y conoce muy bien el terreno que pisa.
      A Lola, una niña de siete años, la asaltó cuando salía de la escuela. Llovía, y Elena, la encargada de cuidarla, se retrasó unos minutos haciendo unos encargos. Cuando llegó, la niña no estaba. Ha pasado un mes y todavía no la han encontrado. Su madre no tiene consuelo y vaga sola de pueblo en pueblo con una foto de Lola entre las manos y los ojos extraviados por el dolor y el llanto.





      En su guarida, la bestia reposa cuando oscurece al amparo de las ruinas de la escuela y planifica babeante su próximo desvarío. El bosque ennegrecido tiembla al paso de su figura y las hojas crujen de forma diferente cuando las aplasta a su paso, como si estuvieran hechas de quejidos. Así mismo, las ramas de la arboleda se mueven desmañadas como en señal de luto, mientras las nubes viajan llevando un mensaje de duelo a la comarca. La bestia sigue suelta en su peligrosa libertad y con sigilo recorre los lugares descuidados donde arrancar de cuajo el verdor de la vida, para luego regresar a su cubil, tan ruinoso y vacío como su alma.









4 comentarios:

  1. Ahora que retornamos las salidas, siempre con precaución, vuelves al relato de terror. No es el virus el que nos atemoriza, son otros intereses y está bien que sigas con la tradición porque la lectura seguirá acompañándonos allá donde vayamos, un saludo.

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    1. Me apetecía cambiar de tercio después de unos días publicando poesía y nada mejor que contrastarla con un relato de terror. Muchas gracias por tu comentario, saludos.

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  2. Mucha imaginación en este relato, con lo que llevamos en el confinamiento, nos vienen muchas cosas a la cabeza, todos los palos qué tocas nos vienen bien, los que te seguimos,a por la próxima un abrazo.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Paqui, y me alegro de que te entretengan estos relatos sobre todo, en esta época de encierro que nos ha tocado vivir. ¡Un abrazo!

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