viernes, 3 de diciembre de 2021

UNA HISTORIA MÁS

 




      El ocaso se hacía interminable y la luna negaba su presencia en un cielo grisáceo y pardo, que ponía dramatismo en el paisaje y ensombrecía los blancos muros que rodeaban el palacio. A veces, una extraña música se abría paso a través de las cerradas y ruinosas ventanas logrando poner cerco en el corazón de Adéle. Ella había vivido allí, había correteado y jugado de niña en sus jardines y entre las columnas que lo sustentaban y adornaban. Otras veces, eran voces reconocibles para ella las que se escapaban por entre las rendijas de las paredes, resquebrajadas por el paso del tiempo. Parecía oír la voz del ama cuando llamaba para comer, la voz ronca y áspera de la señora, que siempre la asustaba hasta tal punto que huía a veces despavorida para ir a refugiarse en una pequeña caseta que había cerca de las caballerizas o la voz de Jacqueline, su amiga, hija de la señora y principal compañera de juegos, fallecida a la temprana edad de nueve años. Adéle tenía dos años más que ella cuando su amiga se ahogó en el fondo de un estanque cercano, más allá del bosquecillo de abedules que se extendía al oeste del palacio. Su ropa estaba destrozada y su cuerpo inerte flotaba sobre el agua moviéndose de forma cadenciosa, como si esas aguas la estuvieran acunando, y ella, con los ojos entornados, como invadida por el sueño. Fue Adéle quién descubrió el cadáver de su amiga y desde entonces no dormía bien. A menudo soñaba que Jacqueline se abría paso entre las aguas y la arrastraba con ella entre los nenúfares y las demás plantas acuáticas, sintiendo en su piel la viscosidad helada de la de su amiga, y entonces se ponía a temblar. Pero allí estaba, como cada invierno, a sus cincuenta y seis años, merodeando cerca del palacio sin saber cómo. Y volvía a sonar la música y después las voces que la hacían alejarse hasta ir a parar cerca del estanque, donde su amiga se fundió con sus aguas y donde ella soñó que bajo su verdor encontraría su extraviada paz. Por fin, se recostó en ellas y mientras las flores de los nenúfares cubrían su cuerpo, escuchó la voz de Jacqueline, que al cabo había conseguido enredarla en sus juegos, y ya juntas, volvieron a escuchar la voz del ama que las llamaba: "¡Niñas, a comer, que ya es muy tarde!", y, efectivamente, ya era muy tarde para Adéle, que no pudo nunca sustraerse al tétrico recuerdo de su amiga, tan blanca y tan violeta, flotando y meciéndose ya sin vida bajo el agua turbia del viejo aljibe.

      El cuadro que ilustra el relato es del pintor alemán Ferdinand Knab, un paisajista cuya obra se desarrolló en el último tercio del siglo XIX. Esta obra es concretamente del año 1893 y su romántica mezcla de paisaje y arquitectura me ha inspirado este cuento.






2 comentarios:

  1. "Tan blanca y yan violeta". Relato bien ambientado que te arrastra hacia aquellos muros abandonados y hacia la gelidez sombría de aquel estanque. Se escuchan aún las palabras del ama. Enhorabuena.Agustín Blanco.

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    1. Muchas gracias por tu bonito y literario comentario, me alegro mucho de que te haya gustado este nuevo relato. Saludos, Agustín!!

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