martes, 14 de febrero de 2023

DONDE ACABA EL AMOR (Segunda parte)

 




      La vida transcurría con su inevitable cotidianeidad en aquel hogar transido de amor, donde todo se hablaba en diminutivo y donde los amantes esposos trataban de conocerse y sobre todo, de soportarse. Carlos venía de una relación destructiva con Marga, su ex-secretaria, donde no faltaban discusiones y broncas monumentales, llegando a las manos en ocasiones y en donde a veces, era Carlos el que perdía la fragorosa batalla, yéndose a dormir a un hotel con el único equipaje que su cepillo de dientes. Sin embargo, reconocía que con Marga había pasado buenos ratos, ya que era una gran aficionada a la caza, capaz de matar a un oso a escopetazos o incluso con sus propias manos, a la vez que podía enzarzarse con ella en las cuestiones cinegéticas más variadas. Sin embargo, Virginia no quería saber nada de caza y solo hablaba de museos y exposiciones, y de las ventajas que les supondría a ambos volverse veganos. Por su parte, antes de Carlos, Virginia había estado saliendo con Matías, un compañero suyo de la universidad con el que se reencontró años después de separarse y con el que estuvo viviendo unos meses. Fue un error que le costó a Virginia parte de su autoestima, pues a los dos años, Matías la abandonó por Alberto, un stripper del pub "Díselo a Dorothy", dejándola tan maltrecha emocionalmente que renegó del amor para siempre. Pero como Cupido es así de caprichoso, dos semanas después conjuró para que estos dos desgraciados coincidieran, se enamoraran y, lo que es peor, se casaran.

      El olor que despedía Carlos después de venir de una cacería transportaba a Virginia a las puertas del suicidio. Sucio, lleno de sangre, tras despellejar a los animales y apestando a cerveza, a cubata y a cigarrillo, no dudaba en sentarse en semejante estado en el sofá blanco del saloncito rosa, lo cual era causa de discusiones interminables que terminaban por lo general y por la fuerza del amor, en la cama. Sin embargo, cuando Virginia, sin consenso, dejó de comprar carne e inició su cruzada vegana a sabiendas de que Carlos era un animal carnívoro, ni la cama pudo salvar esta imposición por parte de su mujer. Así, por fin Carlos se enteró de lo que era el tofu y el humus de garbanzos o el de remolacha, la lechuga se hizo plato habitual junto a las coles de bruselas y las espinacas. Leche de soja para desayunar y galletas vegetales. Llevaba una semana sometido a semejante castigo cuando una serie de diarreas se hicieron presentes en el fuerte organismo de Carlos, que no dudó en achacárselas a la dieta vegana impuesta por su mujer. Pese a que el médico le diagnosticó colon irritable, Carlos seguía pensando que la culpa de aquellas diarreas la tenía tanta porquería como, a su juicio, había ingerido por amor, por agradar a su mujer y aquel día comprendió que el amor no merecía tanto sacrificio y que, por amor, prefería ponerse un burka, como decía aquella novela tan cursi, que volver a degustar tan despreciable comida. Por su parte, Virginia trataba de atraer políticamente a su terreno a Carlos, una hazaña tan imposible como la última aspiración sexual de Carlos, a la que Virginia había rechazado con una firmeza parecida a la que en su día tuvo el muro de Berlín. Pese a todo, Carlos le recordaba que hasta el famoso muro alemán cayó.

      Los días iban pasando y entre tanto amor había grietas cada vez más insalvables. A Carlos le gustaba echar la siesta y a Virginia no, el colon irritable de Carlos provocaba un auténtico bombardeo de gases que ni el más potente de los ambientadores podía ocultar, Virginia se empeñaba en enseñar a Carlos el lenguaje inclusivo "todes les díes". Carlos, cada vez más reaccionario, cambió el sonido de llamada del móvil y sustituyó el canto del gallo que tenía por el "Cara al sol", y si ya el canto del gallo avergonzaba a Virginia, el soniquete fascista la hacía meterse debajo de las piedras. No a más tardar comenzaron a comprender que en el amor, no es oro todo lo que reluce, y entre fisura y fisura, comenzaba el desánimo entre ambos, un desánimo que llevó a Virginia a plantearse el divorcio y a Carlos a regresar con Marga. 

Cuando los pilló en pelotas en el saloncito rosa, Virginia no tuvo más dudas sobre la separación, sin embargo, logró controlar su ira, para después aconsejar a Marga una reducción de estómago y de glúteos y que recogiera sus caídos pechos del suelo. De Carlos no dijo nada, pero cierto es que jamás logró encontrar una  escultura de marfil realizada con uno de los colmillos del elefante que un día matara en la lejana África y que era su favorita, pues mandó que esculpieran en él la figura oronda y autoritaria de Mari Tere, su madre. Aquello le costó a Carlos la última bronca con Virginia llegando así al triste final del amor, tras un par de años entregados a sus dulces mieles.

     Fue un frío día de diciembre cuando Carlos regresó con Marga definitivamente. Siempre supo que lo suyo con su secretaria no era amor ni era nada, pero a fin de cuentas, Marga le dejaba entrar por la puerta de atrás, mientras que Virginia había frenado las ardientes ansias de su ya ex-marido de mil formas distintas, dejándole meridianamente claro que la conquista de esa plaza la tenía perdida de antemano, pues era inexpugnable para él y para todo aquel que osara proponerle semejante cosa. No hay mal que por bien no venga - pensó-, mientras apuraba la copa de coñac y aspiraba con fruición su apestoso puro, no todo en la vida ha de ser amor. Y así, dándole un pico a su pichoncita, partieron hacia un destino tan incierto como la próxima montería a la que estaba invitado Carlos. Era en Andújar, en la antigua finca del torero Luis Miguel Dominguín, y Marga, que conocía palmo a palmo el sensible carácter de su amante amigo, le regaló un cuchillo de destripar gamos con mango de marfil negro, mientras que a ella, Carlos le renovó el carnet de caza y le compró una escopeta y una caja de cartuchos. ¡Eso si que era amor y lo demás  tonterías!.

      Por su parte, Virginia, tras este nuevo fiasco sentimental y matrimonial, juró y perjuró que jamás volvería a caer en las engañosas y destructivas redes del amor, sin embargo, no bien estaba pensando esto, cuando notó que su corazón latía un poco más deprisa, acelerando cuando vio llegar por el pasillo a Luis Alfonso, su nuevo compañero de partido. Y pensó candorosamente: "¿Y si a lo mejor, a la tercera va la vencida? y, también candorosamente, le puso ojitos de ternera degollada a su futuro nuevo marido.

      Una madrugada, Jiménez, un compañero de correrías de Carlos que trabajaba en la recogida de basuras de la ciudad, se encontró con las fotos de boda de su amigo y de Virginia junto a uno de los contenedores, sorprendiéndose mucho: "¡Con lo que se querían!" -pensó-. Jiménez era soltero y no había conocido nunca el amor y tampoco sabía, por defecto, como surgía ese sentimiento sublime, pero ahora al menos, supo donde acababa, y tras lanzar con fuerza los cuadros al camión, se puso a silbar una melodía inteligible, tanto como los designios de esa broma física y química a la que llamamos amor y que tiene su celebración tal día como hoy, un 14 de febrero, Día de los Enamorados. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

      







2 comentarios:

  1. De un tirón me lo he leído, así es la vida misma, tal como lo cuentas. Gracias una vez más

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    1. Así es, en el amor no es oro todo lo que reluce. Gracias a ti. Saludos.

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