Las aguas se agitaban sin orden ni concierto, sin una dirección concreta, rodeando las rocas en un abrazo húmedo y brutal, como si quisieran deshacerlas. Caía la noche y ella, con su larga melena pelirroja enmarañada por el viento, miraba desde la orilla al infinito de un mar cuajado de esperanza. Su enamorado volvía de un viaje en su barca humilde, pero fuerte y resistente como el corazón de una encina. Después de dos años, Armando regresaba a sus brazos, tras un tiempo de luchas y de aventuras en busca de un futuro feliz con ella. Ella se llamaba Elsa. Era la noche de San Juan, noche de promesas y sortilegios, noche de encantamientos y de juegos frente a las llamas vibrantes y bailarinas de la luminarias que los lugareños encendían en la playa, pidiendo deseos o conjuros. Elsa esperaba la barca que traería a su lado a Armando y la esperaba de pie, firme frente al viento y las olas, mientras su joven corazón se aceleraba cuando en la espera escuchaba el rugir de las aguas que, cada vez más bravías, chocaban contra las rocas sobre las que se aferraban sus pies. Algo presentía Elsa, algo le decía su corazón y, en su rostro comenzó a verse una transfiguración que iba de la primera esperanza a la desolación. A lo lejos, y a pesar del ruido de las olas, se escuchaba cantar a los pescadores, que danzaban en torno a una hoguera:
"Dime niña, bella rosa,
¿donde está tu amor querido,
que no escucha tus suspiros
y tus pétalos deshoja?"
La noche se cernía con misteriosas ráfagas de luz que destacaban sobre el azul oscuro de un cielo mágico y sobrecogedor. Elsa miraba al horizonte y por fin pudo ver un barco que, al vaivén de las olas, parecía de papel. Era la barca de Armando que regresaba. De repente, dio un viraje y se escuchó un crujir de maderas, un chasquido escalofriante, en un golpe brutal y, acongojada, vio la barca destrozada sobre las aguas, las velas rasgadas y pedazos de tablones que eran arrastrados por las olas con una fuerza inusitada. Ella gritó llamando a Armando con todas sus fuerzas, pero nadie respondió. Volvió a gritar, pero solo obtuvo el silencio por respuesta. Cayó de rodillas mientas el agua del mar se mezclaba con sus lágrimas, cuando cerca de ella, descubrió una cajita de madera, la abrió y descubrió un anillo de oro con una esmeralda y una nota de Armando:
"Te querré siempre, más allá de la vida, cuando todo tenga sentido y cada San Juan, te traeré flores de los mares envueltas en mis besos."
El cuerpo de Armando no fue encontrado, pese a que su búsqueda duró varias semanas, pero su alma reposaba diáfana y serena en el corazón de Elsa, que cada año por San Juan, regresaba a la playa y entre cánticos y lumbres enardecidas, recordaba a su prometido, y lo esperaba hasta que el sol despuntaba emergiendo del mar, como una luz inmensa que extendía sus tonalidades anaranjadas y violetas sobre la playa, mientras las aguas bailaban con los últimos sones de una vieja canción de pescadores.
San Juan siempre será una ruta literaria abierta para todo tipo de leyendas y cuentos. Gracias. Saludos
ResponderEliminarAsí es, es como una puerta abierta a la imaginación. Gracias a ti. Saludos.
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