viernes, 15 de noviembre de 2019

LA LIBERACIÓN DE ALICIA








      Aquella niebla espesa que la rodeaba le recordaba que el mundo, al que estaba unida de una manera frágil, se desvanecía ante sus ojos. Se armó de valor y atravesó los muros de aquella vieja mansión, rodeada de las nubes de bruma que a su vez abrazaban los árboles del jardín, a los que devoraba. Su pelo se desparramaba en lacios mechones grisáceos, acariciaba sus hombros y caía en cascada hasta poco antes de llegar a la cintura y sus piernas desnudas, tan delgadas, eran piel sobre huesos y de una longitud inimaginable. Aquello no era el cielo, ni la tierra, ni tan siquiera el infierno. Era un espacio frío y lejano que, sin embargo, para ella parecía ser un refugio. Había cientos de habitaciones en la casa y se distribuían según su tamaño, de la más grande a la más pequeña. Ella buscaba la habitación de la luz. Le habían dicho que se encontraba allí, dentro de aquel caserón cuyas paredes, a punto de derruirse, la invitaban extrañamente a iniciar su búsqueda. Hacía años que no llovía y el viento era de una aridez que quemaba las plantas y éstas no llegaban nunca a cerrar su ciclo vital. Les pasaba un poco como a ella. Y allí seguía, con sus piernas delgadas, su cabello grisáceo y sus manos, de una suavidad casi viscosa que escondían unos huesos ásperos y afilados que la lastimaban con sus hirientes formas, y así, se descolgaban sin ánimo, sin fuerzas y se arrastraban por el suelo con la desgana de quien presiente una desgracia. Como a alguien a quien le han robado el espíritu.
      Se aventuró y abrió la primera puerta y fue a dar a un pabellón inmenso, vacío, oscuro y gélido y se dio cuenta inmediatamente de que aquel no era su lugar, porque dentro de él corrían alientos de vida que se agarraban a su garganta y la obligaban a seguir respirando. Cruzó la estancia rápidamente, dejando la huella de sus uñas impresa sobre el piso, que era de un material de gran dureza y de ocres tonalidades, levantando al arañarlo volutas de fuego que le provocaban a su vez ataques de pánico y ansiedad. Sin ánimo, atravesó la segunda puerta, donde encontró una habitación algo más pequeña con una mesa en el centro y sobre ella, un cuenco con aceite donde las lamparillas brillaban con una fuerza inacabable y donde a pesar de la fuerte corriente de aire que cruzaba la estancia, no se apagaban nunca. A los lados se abrían otras habitaciones hasta conformar un auténtico laberinto. Se dio cuenta de que al salir de allí, aquellas mariposas del aceite por fin se apagaron, y sin mirar atrás, continuó su búsqueda. Estaba en el buen camino. A mano derecha encontró un pasillo tan estrecho que sus hombros huesudos chocaban con las paredes una y otra vez, y sus piernas se arqueaban mientras iba avanzando y observando aquellos cientos de puertas cerradas a cal y canto que parecían decirle: "vuélvete, aquí no está lo que buscas". Quiso volver atrás, pero le resultó imposible y se internó en uno de aquellos habitáculos cuya puerta entreabierta la invitaba a atravesarla. Sus manos seguían arrastrándose por el suelo, dejando una veta de sangre en su recorrido y dejando con sus uñas, duras como el acero, unos cercos tan rectos como el pasillo. Allí no había nada, salvo una ventana cerrada a cal y canto y que ni siquiera intentó abrir. Se dio la vuelta y entonces escuchó un golpe en la ventana y una voz infrahumana que le decía una y otra vez: "¡No vayas! ¡No vayas!". No hizo caso, sabía que estaba cerca de su objetivo y atravesó un nuevo espacio donde anidaban cientos de ratas que al cerrar la puerta comenzaron a chillar y a chillar, saltando de un lado a otro mientras ella, en su vagar, se regocijaba en el olor nauseabundo que despedían aquellos rastreros animales, alimentados con la carne de todo aquel que osaba poner el pie en aquella casa. Un día se llamó Alicia y fue una mujer afable y bondadosa. No era bonita, era más bien resultona y sus cabellos hoy acerados y sin apenas vida habían sido tan rubios como las espigas que maduran en verano, y sus manos, pequeñas y suaves, habían atendido a cientos de enfermos en el hospital donde trabajaba. Fue una buena enfermera y una buena mujer, querida por todo aquel que la conoció.
      Se integró de nuevo en su ruta y ante su mirada cansada aparecieron unas escaleras que descendían hacia una especie de sótano y sin más demora, las bajó en una oscuridad sin precedentes, hacia los abismos que ella presentía que la conducirían a la habitación de la luz. Llevaba días, meses y años bajando aquellas escaleras. Su pelo caía al vacío balanceándose de un lado para otro sin que ella supiera hasta donde llegaba su final. Las uñas se retorcían en sus manos provocándole infinitos dolores y sus mejillas se pegaban a los huesos de la cara mientras sus ojos, acumulaban dolor y una inhumana fatiga vital. Sintiéndose desfallecer, soltó la eterna escalera a la que se aferraba y cayó en aquel agujero negro. Su voz se quebró en un grito hiriente que envolvió el lugar y su cuerpo fue a parar en un viaje sin retorno a un pequeño féretro iluminado por cientos de luciérnagas donde encajó a la perfección y donde por fin pudo cerrar los ojos. Había llegado a la habitación de la luz y la muerte, que, siempre fría y oscura, iluminó a Alicia en su vagabundear hacia otras inmensidades, hacia un lugar donde su existencia sería plácida y donde brillaba la estela de su excarcelación.
      Este ha sido un relato tan absurdo como absurdas fueron las pesadillas que la joven enfermera tuvo intermitentemente durante más de tres años y que desembocaron en la locura. Fue el psiquiátrico su último hogar, encontrando allí por fin la habitación de la luz donde, entre sus blancas paredes Alicia se liberó de la cordura que la ataba al mundo.












10 comentarios:

  1. Juan, has regresado al cuento de terror, enhorabuena, estremece desde el principio.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Luis, celebro que te haya gustado e inquietado este regreso al terror. Un saludo.

      Eliminar
  2. Muy buena entrada donde la angustia y ese embrollo que parece que no se detendrá nunca acaba por impedir que pares de leer,muy bueno

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por tu comentario y me alegro mucho de que te haya gustado el relato. Saludos!!

      Eliminar
  3. Muy bonito relato, es verdad que desde que empiezas hasta que termines estás con la intriga de qué va a pasar y en qué va a terminar,muy bueno un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro mucho de que hayas disfrutado con este nuevo relato de terror. Un abrazo, Paqui.

      Eliminar
  4. Me alegra mucho que regreses al género del terror porque en él te mueves "como pez en el agua", aunque te confieso que me encantan tus poemas. Desde el principio sabes cómo debemos sentirnos, como la protagonista, así consigues que nos arrastremos como ella, que sus uñas y las nuestras compartan ese dolor de la desesperación. Resulta asfixiante desde el comienzo y cuando llegas al final, tardas un poco en liberarte de esa pesada carga que subyace en todos los relatos de este género, porque el miedo es una gran losa que aprieta pero no ahoga, enhorabuena amigo mío, un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por tu brillante comentario y me alegro mucho de que te haya gustado esta pesadilla que vive Alicia entre la cordura y la locura. Trasladarla al blog ha sido mi cometido. Un fuerte abrazo!!

      Eliminar
  5. Ciertamente, manejas muy bien la intriga y el suspense en tus relatos,de tal forma que si entras, te atrapan y no puedes salir, dure lo que dure, hasta llegar al punto y final, quizá por un interés morboso de dar una salida a ese punto de locura, que en mayor o menor medida todos tenemos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por tu interesante comentario, Mia y celebro que te haya gustado sumergirte en las pesadillas de Alicia, una historia donde como tu bien dices, la intriga es la protagonista con un punto de suspense. Efectivamente, hay veces en los que la locura y la cordura están en una misma frontera y ambas la pueden atravesar en un momento u otro, presentándose como un sueño dispuesto a convertirse en pesadilla. Un abrazo!!

      Eliminar