viernes, 13 de enero de 2023

"MONDEÑO", EL TORERO MÍSTICO (1ª PARTE)

 




      Aquel siete de enero, el frío calaba por entre las grietas y el tejado de la pobre choza donde vería la luz Juan García Jiménez. Estaba siendo un invierno gélido y áspero, de heladas secas que machacaban los huesos hasta doblegarlos, con escarchas que duraban hasta la tarde. Su madre lo parió atendida por una mujer del pueblo experta en esas lides, Carmela, que, solícita, lo envolvió en su mandil y después de lavarlo cuidadosamente, lo colocó en la cama al lado de su extenuada y desnutrida madre, que lo abrazó y lo apretujó con sumo cuidado contra su pecho cuando el llanto del niño se expandía por la soledad de aquel campo inmenso e inhóspito donde esta situada la maltrecha casa. Después de darle un caldo caliente a la parturienta, Carmela se marchó y desvió su camino para llegarse al cortijo para anunciar al padre la noticia. El padre de "Mondeño" era guarda en una de las fincas de unos conocidos terratenientes sevillanos, situada en el término de Puerto Real, muy cerca de donde Juan García Jiménez había sentido por primera vez el frío de la noche y de la miseria, pues la humilde cabaña donde nació, estaba situada a medio camino entre Medina Sidonia y este pueblo sevillano. El padre no pudo conocer a su hijo hasta el amanecer y apenas tuvo tiempo de abrazarlo, pues tras comer un poco de pan con tocino, volvió a marcharse al cortijo, pues era día de apartar caballos y reses para una corrida que se iba a celebrar al día siguiente. Los padres de "Mondeño", vivían en la más estricta miseria, pese a trabajar de sol a sol, pues a cambio de tantas horas de férreo trabajo solo percibían el alimento (si se podía llamar así) y unas perrillas que no les cubrían ni para comprarse unos zapatos. La madre era criada en el cortijo desde muy niña, trabajando en la cocina o en donde hiciese falta, sin apenas tiempo para dedicar a su propia familia. Comenzaba el año 1934 y eran tiempos duros para los desheredados, para los que, sometidos a los caciques y terratenientes que poblaban y dominaban Andalucía, malvivían a base de dejarse la piel y los huesos trabajando sus tierras. Después, tras el triunfo esperanzador de la República, vino la guerra, con el levantamiento furibundo de los poderosos, que no trajo sino sufrimiento, muerte y una miseria endémica entre las clases más pobres del país, e incluso entre la clase media, que se agudizaba en regiones como Andalucía o Extremadura, cuyas desigualdades eran extremas.

      Juanito sintió muy pronto la vocación religiosa y pronto puso en conocimiento de sus padres su intención de hacerse misionero, pero cada vez que lo mencionaba en casa, su abuela, apasionadamente anticlerical, se lo quitaba del pensamiento. Jamás se le pasó por la cabeza hacerse torero. Su infancia estuvo llena de sueños donde los ángeles venían con sus alas suaves y le acariciaban el rostro y donde una luz blanca acompañada de música se abrían en la oscuridad de la noche, mostrándole el camino, pero también estuvo marcada por el hambre, el trabajo y los sabañones, cuando, a causa de las bajas temperaturas invernales y antes de salir el sol, partía con su madre hacia el tajo donde ayudaba en la recolección de aceituna, o por el contrario, en el verano soportaba el calor lacerante de las llanuras sevillanas mientras segaba el cereal en las extensiones de tierra del amo. Esto le hizo reflexionar, y, conforme iba creciendo la idea primordial no fue cumplir con su vocación religiosa, sino salir de aquella miseria infinita que lo acorralaba sin cesar y que cercenaba su verdadero deseo. Por eso, un día decidió hacerse torero. En aquel tiempo era una salida para todos aquellos que, como él, no tenían nada en la vida, un trampolín para alcanzar una vida digna para él y su familia.





      Era primavera y el olor a flores nuevas se esparcía por los campos de Medina Sidonia, mientras la brisa del atardecer rozaba el rostro del niño cuando se disponía, a espaldas de su familia, coger el hato y partir junto con un compañero algo mayor que él, a las fincas de toros que había diseminadas por la zona. Cuando llegaban, ya al anochecer, sin permiso saltaban la talanquera dispuestos a dar unos capotazos a alguna vaquilla o a algún novillo. Valor no les faltaba, un valor que se acrecentaba presionado por las carencias económicas de sus hogares, en los que en muchas ocasiones no había ni un pedazo de pan que comer. A Juanito le gustaba atravesar el campo de jaramargos que había al cruzar el río, poco antes de llegar a la finca, allí se tumbaba y soñaba despierto con caballos azules y con casas blancas a la orilla del mar, y con una cama blanda y con unos zapatos de charol nuevos a estrenar, porque la imaginación de aquel niño de 13 años se disparaba en cuanto su cuerpo se relajaba de las fatigas y se olvidaba de la realidad que le rodeaba.

Las capeas se hicieron vitales para Juan, que, con 14 años recorría los pueblos de la provincia donde se celebraban festejos y donde trataba de demostrar su talento ante el público que acudía a los mismos. Su ir y venir le permitía, aunque con algunos percances de por medio, vivir algo mejor, pues al final de la capea, se comía y se comía muy bien, y a veces, por parte del alcalde o del señorito de turno, se le daban unas pesetas con las que tirar hasta la próxima capea. Ahí ya comenzó a llamar la atención como torero, pues tenía aplomo y sangre fría, y sus pies, clavados al suelo, apenas se movían ante la embestida de la vaquilla de turno. Se estaba forjando un torero peculiar y de profunda personalidad, pero él aún no lo sabía, él lo único que sabía era que debía salir de la choza y sacar de pobres a a sus familiares. Con esfuerzo, talento y voluntad, todo se consigue y así, una tarde calurosa de junio del año 1956, "Mondeño" debutó con picadores en la plaza del Puerto de Santa María. Era el día de San Juan, y el joven, con 22 años, estaba dispuesto a darlo todo, como así sucedió, obteniendo un éxito que luego corroboró en el mes de Abril de 1957, cuando entre vítores, salió como novillero por la Puerta del Príncipe de la Gran Maestranza de Sevilla. Todo comenzaba a funcionar, y Juan García Jiménez, se sentía orgulloso de ello, pero sin alardear, porque lo que nunca abandonó a "Mondeño" fue su sencilla y humilde visión de la vida. No tardó mucho en tomar la alternativa, que fue en 1959 en Sevilla, de la mano nada más y nada menos que de Antonio Ordóñez, en presencia de Manolo Vázquez. Un Domingo de Resurrección, en una tarde vibrante, prendida de olor a azahar, donde obtuvo un triunfo ante el toro "Cañamazo", de la ganadería de Moreno Guerra. Un año más tarde, el 17 de mayo de 1960 se produciría la confirmación de ese doctorado, con los mismos toreros como padrinos y con un toro de la ganadería de Atanasio Fernández: "Bilbainito". A partir de ahí, Juan García Jiménez pasó a codearse con los mejores toreros de la época: Diego Puerta, Paco Camino, Santiago Martín "El Viti" marcando con su toreo un nuevo estilo, según los entendidos, con un toque "manoletista", según él, ni siquiera había visto torear a Manolete, con lo cual, su estilo era suyo, solo hacía en el ruedo lo que sentía, lo que creía que debía hacer en cada momento y eso se transformaba en quietud, en verticalidad y en un aire místico en su figura y en su actitud hasta en la hora de dar los pases al toro. Su hieratismo y sangre fría fue causa de muchas cogidas que tuvo a lo largo de su breve carrera, cuajada de importantes logros, pero sobre todo, cargada de honesta autenticidad.




(Hasta aquí la primera parte de este relato basado en la biografía de Juan García Jiménez, "Mondeño", un hombre excepcional que fue torero y monje y que tuvo una vida interesante y poco convencional, fuera de los cánones de la época, pero sobre todo, un hombre querido y respetado)  






4 comentarios:

  1. Buen trabajo, de lo mejor que has escrito, gracias

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    1. Muchas gracias a ti, y me alegro de que te haya gustado. Un abrazo.

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  2. Sensacional Juan Basilio un diez, esperando la segunda parte si se puede un abrazo.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Paqui y me alegro de que te haya gustado. La segunda parte ya está publicada, espero que te guste. Un abrazo.

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