viernes, 29 de junio de 2018

NO ME MANDES FLORES







      Era tan malo que había matado a su mujer de un disgusto y de un sutil empujón desde la terraza de la casa que cohabitaban. El alma de la difunta se retorcía en aquel tenebroso nicho cada vez que Eliseo se presentaba en el cementerio a llevarle un manojo de flores, flores que a su vez, había robado de alguna tumba vecina. No la respetaba ni después de muerta, pero de cuando en cuando, el mal marido se acordaba de ella y no podía resistirse a bajar la pequeña cuesta que conducía al hotel de los eternos durmientes, buscar el rincón donde estaban enterrados los sufridos huesos de su esposa y sentarse frente a ellos.
      Allí, tras depositar en el nicho las flores mustias que a hurtadillas afanaba, Eliseo rompía a llorar pareciendo que lo mataran y haciendo gala de un cinismo que rozaba la burla más cruel y que hacía temblar las paredes de gruesa mampostería que rodeaban aquel recinto de paz perpetua. A veces, paseaba nervioso entre las ruinas de la parte más vieja del cementerio, y llamaba lloroso a Begoña, su esposa y víctima. Las visitas se realizaban al atardecer, y más de un vecino que volvía de trabajar y que pasaba a la vera del cementerio, se ponía nervioso al escuchar a aquel imbécil. Sus llantos de plañidera y los improperios e insultos que lanzaba culpando a la Justicia Divina de haberle arrebatado a su mujer, causaban la indignación de todos aquellos que conocían a la pareja, y que sabían de los martirios de Begoña a manos de aquel desalmado.
      Así, todos los domingos del año, la difunta tenía que soportar desde el más allá la injusticia de los continuos reproches e insultos, que entre lágrimas de cocodrilo le infligía el que un día fuera su esposo. Los domingos que Eliseo no podía ir, le mandaba las flores con su hermana, Eleuteria, cómplice del torturador, al que cobijaba y disculpaba continuamente pese a saber de las palizas y los abusos continuos con los que Eliseo obsequiaba a su mujer.
      Una tarde encontraron el cadáver de Eleuteria a extramuros del camposanto. Había sido arrastrado por los pelos y su cuerpo estaba desgarrado, como si una fiera salvaje la hubiera atacado. Su rostro lo cubría un mezquino manojo de flores mustias y sus ojos, arrancados de cuajo, habían desaparecido. Entre sus manos hallaron un trozo de vestido tan negro como el alma del viudo y una medalla idéntica a la que llevaba Begoña el día que la enterraron.
      Convencido en sus despropósitos y con la medalla como prueba irrefutable de que el asesino de su hermana no había sido otro que el fantasma de su mujer, ni corto ni perezoso, tras el sepelio de Eleuteria, aquel hombre cargado de odio agarró un pico y una pala y al atardecer, regresó al cementerio, dirigiéndose así al nicho que daba cobijo a los restos mortales de Begoña. Quería volver a matarla, o en el mejor de los casos, acabar con su espectro.
      La tarde era calurosa pese a que el sol estaba oculto tras una manta de nubes grises. El aire olía extrañamente a incienso y almizcle y ni los muertos podían soportar el enrarecido ambiente que se cernía en aquel pequeño recinto. Las cruces y los cipreses apuntaban hirientes hacia el cielo como lanzas, como si quisieran resquebrajarlo. En eso comenzó a llover y Eliseo se resguardó bajo el alero de un mausoleo cuyo ángel portaba una espada. Desde allí podía observar el nicho de su mujer exento de flores, tan diáfano que casi podía distinguir su nombre. Paró de llover y se acercó a la tumba y vio como por una de las ranuras, salía a borbotones un hilo fino de roja sangre que se diluía al mezclarse con el agua que comenzaba de nuevo a caer. Sin inmutarse y cegado por la rabia, asestó con el pico un golpe sobre la lápida de su difunta esposa, la cual se desmoronó al instante, y tras un rato de arduo trabajo pudo ver el extremo de la caja mortuoria. "Maldita", pensó y escupiendo el cigarrillo que colgaba de su boca como un ahorcado, agarró el ataúd y lo extrajo del nicho. Intentó abrirlo, pero sus esfuerzos eran en vano, hasta que con el pico lo hizo pedazos. Un escalofrío lo recorrió entero cuando pudo comprobar que el ataúd estaba vacío y que al fondo,  en un rincón del mismo, brillaban fantasmales los ojos de su hermana. El pánico se iba apoderando de él y estuvo a punto de gritar cuando oyó unos pasos a su espalda. Se volvió y pudo contemplar la figura de su mujer que se presentaba vestida de negro hasta los pies, con la mortaja ensangrentada, portando un manojo de flores en su mano izquierda y en la derecha, todo el rencor y la ira acumulada mientras vivía y aún después de muerta. Gritó hasta la extenuación, pero no pudo evitar que el espectro lo agarrara por el cuello y lo levantara, destrozándole la yugular y abriendo un riachuelo de sangre que caía sobre las piedras rotas de la lápida. A continuación, le arrancó los ojos y colocó los de Eleuteria en su lugar y para finalizar, introdujo el manojo de venenosas flores en la boca de aquel desgraciado, que entre alaridos y convulsiones, pereció de la manera más atroz.
      Cuando al día siguiente los vecinos visitaron el cementerio por el día de difuntos, horrorizados pudieron contemplar la lápida de Begoña destrozada, su cuerpo dentro del nicho en evidente estado de descomposición y muy cerca, el cadáver de su esposo envuelto en un mar de sangre, con los ojos de su hermana en lugar de los suyos y una nota alrededor del cuello que decía: "No me mandes flores".









16 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Muchas gracias, Mari Carmen y me alegro mucho de que te haya gustado el relato. Un abrazo.

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  2. El terror se cierne sobre los vivos y sobre los muertos en este estupendo relato, que nos vuelve a deparar tu mente creativa, que no parece querer dejarnos sin sobresaltos cada viernes. El odio está detrás de cada acto y la crueldad es la que lo engendra, porque tu protagonista, que se siente a salvo desde un principio ya que no siente remordimientos, va bajando directamente a los infiernos para comprobar, tarde, que nada ni nadie escapa de su propio pecado. Brillante el comienzo, esa agilidad que le imprimes consigue que se devore la narración con la misma ligereza que un refrescante helado en la mejor de las compañías. Un abrazo.

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    1. Que te voy a decir, tus comentarios son excelentes, como siempre, tu análisis del relato es perfecto. Cada uno encuentra la horma de su zapato, así hayan sido sus actos y su comportamiento con los demás (en este caso, con Begoña, la esposa del protagonista), es lo que viene a decir el relato. Sin embargo, no es una moraleja, sino un acto de terrorífica justicia, de la mano del fantasma de quién tantas veces ha sido vejada y humillada, tanto en la vida como en la muerte. Me alegro mucho de que te haya gustado tanto este nuevo relato. Muchas gracias y un abrazo.

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  3. Desde el título, de esa adorable comedia de Doris Day y Rock Hudson, hasta el macabro final has vuelto a conseguir un nuevo cuento donde el terror nos aguarda en cualquier lugar, de cualquier forma, donde el malo, malísimo, nos asquea gracias a esa habilidad que tienes jugando con los personajes, muy entretenido, muy bueno, hasta el viernes proximo.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Luis y me alegro mucho de que te entretengan y diviertan estos relatos, que algo tienen de cinematográfico. Un saludo.

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  4. Escalofriante relato, enhorabuena!

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    1. Muchas gracias, Cristina, me alegro de que te haya gustado. Un abrazo.

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  5. Se lee con mucho interés, irónico al comienzo y macabro al final. Estupendo relato.

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    1. Muchas gracias por su comentario, y celebro que le haya gustado este nuevo relato. Saludos.

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  6. No hay nada como navegar en las aguas del terror para reconocer que no podremos estar a salvo, hay que ser muy hábil para poder salir a flote, enhorabuena por conseguirlo. Saludos de Matías.

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    1. Muchas gracias por este interesante y agudo comentario que no hace sino animarme a seguir con esta serie de relatos, que cada viernes publico. Un saludo, Matías.

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  7. Interesante narración, sobrecogedora y muy bien traída con ese final justo,que no suele darse,por desgracia, en tantos casos que habrán ocurrido en la vida real,en los que el Eliseo de turno nunca sale tan mal parado.

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    1. Muchas gracias por su comentario de este relato doblemente terrorífico: por una parte de un terror real, que es la dura historia vivida por Begoña con Eliseo, su marido, y por la otra, terror sobrenatural, la historia de la venganza esgrimida hacia Eliseo por el fantasma de Begoña. Saludos, Enriqueta.

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  8. Las tragedias familiares son de lo más extrañas y a la vez cercanas. Todos hemos sentido el deseo de venganza ante injusticias como las que narras. El maltrato de la mujer como fondo de la ira y la furia de un marido desnortado e hinchado de machismo. Muy bueno.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Jaime y me alegro de que te haya gustado el relato. Es un relato de terror, tanto por la historia real que narra como por la terrible venganza de Begoña, que después de muerta regresa a saldar cuentas. Un saludo.

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