domingo, 30 de mayo de 2021

EL CICLISTA Y EL PUENTE

  

     

      Para ser finales de abril, la tarde era fresca y las nubes se elevaban mezclándose en una paleta de blancos y grises que impedían a veces dar la cara al azul del cielo, que aparecía entrecortado, asfixiado por el algodón del que parecían estar hechas. El paraje era excepcional, el río bajaba bravo y atravesaba los ojos del puente con fiereza, y el sonido de sus aguas lo llenaba todo.





El ciclista paró un momento desde lo alto del camino y se quedó fascinado con el paisaje que divisaba. Lo había visto muchas veces, pero nunca con la intensidad de aquel sábado. La hierba brotaba salvaje, humedecida, brillando por encima de lo que un día fuera la calzada romana y las amapolas bailaban en aquel verde tapiz al compás de una brisa que, a ráfagas, las doblaba y las mecía, y como fondo, el run run de las aguas del río, cuya musicalidad desprendía sabor a naturaleza.




 Bajó hasta el puente y dejó la bicicleta pegada a un árbol, un chopo cuya sombra se extendía hasta el comienzo del mismo, dibujando una figura laberíntica parecida a un corazón agujereado por los rayos incandescentes del sol que, tímidamente, había hecho su aparición. Se paró un momento junto al río y se refrescó la cara, después dio un paseo y visitó de nuevo el viejo molino que, pegado al mismo, había luchado por aguantar los envites del tiempo, pero que finalmente había cedido a los mismos, desplomándose y dejando al descubierto su alma resquebrajada.




Al ciclista le gustaba sentarse allí, junto a la calzada romana, un lugar donde sentía que formaba parte del mundo y de su historia y se relajaba mirando al río, que brotaba salvaje entre las piedras con la energía proporcionada por las lluvias acaecidas dos día antes. Las amapolas adornaban algunas zonas y los árboles ofrecían y prodigaban su sombra cuando el sol comenzaba a dominarlo todo. Una cigüeña negra revoloteaba por aquel paraje misterioso y único, añadiendo fascinación al momento, que fue tan fugaz como mágico y una especie de emoción incontenible lo envolvió.




Se levantó y se puso a pasear al lado del río, cuya fuerza parecía remover en él los recuerdos. Su padre, que había fallecido hacía dos años, lo llevó por primera vez allí cuando él tenía cinco, y desde entonces, habían sido muchos los días que pasaron en aquel lugar y muchos los momentos felices. Allí estrenó su primera bicicleta y allí besó por primera vez a la que hoy es su mujer. Dos hechos de suma importancia en su vida. También allí comenzó a sentir un enorme respeto e interés por la Historia y por la naturaleza.




"Dime tú, oh puente,

qué camino recorren las aguas de tu río,

a dónde llegan, cual es su destino,

acompañadas del canto del jilguero..."


Así comenzaba el poema que su padre le recitaba en aquellos días felices donde todo tenía un significado. Hoy, los recordaba empañados de nostalgia, pero sintiéndose feliz y afortunado, pues vivía una vida cómoda y sin sobresaltos, dedicada a su familia y al trabajo en su librería, hoy amenazada por la marabunta tecnológica, que trata de cambiar el olor de los libros por la asepsia fría de los teclados y de las pantallas, pero él resistía, como el viejo puente.

      Este sábado el ciclista lo había vuelto a visitar y a escuchar de nuevo la musicalidad de su río, y a reafirmarse en la plácida belleza de la vida, que fluye imparable, a ratos serena y a ratos alterada por bruscos arrebatos, como el agua sobre las rocas. Recogió de nuevo su bicicleta y subió la cuesta y cuando llegó arriba, miró a su alrededor y contempló de nuevo aquel paraíso y agarrado con fuerza al manillar, regresó al pueblo sin prisa, disfrutando de la ruta y de las sensaciones como si no hubiera un mañana, como cuando dio sus primeros pasos en la bicicleta de la mano de su padre.










   

8 comentarios:

  1. Muy bonita historia el ciclista y el puente, basada en naturaleza nostalgia tristeza por recordar a su padre jamás olvidado ese toque de poesía me ha encantado Juan Basilio un abrazo.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Paqui. El mes pasado estuvimos viendo el Puente Mocho, entre Chiclana y Beas, y me encantó y de ahí se me ocurrió escribir esta historia. Es un paraje fantástico. Un abrazo.

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  2. Conozco este paraje, maravilloso, y por eso entiendo que te reconduzca hacia el relato, porque hay lugares inspiradores y mágicos, gracias.

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    1. La verdad es que sí, lo teníamos muy cerca y no lo habíamos visto. Nos encantó y ya hemos ido dos veces, es un lugar mágico, sin duda. Muchas gracias por el comentario, Rosa, un abrazo.

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  3. Vaya Juan Basilio qué capacidad tienes cómo te salen las palabras imaginarias precioso me ha gustado mucho.

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    1. Muchas gracias, Paula, por tu comentario y me alegro mucho de que te haya gustado el relato. El Puente Mocho es un lugar fantástico que merece la pena visitar. Un abrazo.

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  4. Hay que ver Juan Basilio cómo te sacas de cualquier cosa que ves los relatos o las entradas como queramos llamarlas en este caso del puente mocho tienes muchísima imaginación vaya capacidad y vaya memoria mi enhorabuena un abrazo.

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    1. Es un lugar muy bonito e inspirador y pasamos una buena tarde visitándolo. Había poca gente, pero sí algunos ciclistas que pululaban por allí, y así, se me ocurrió la historia. Me alegro de que te haya gustado, Juan Antonio, y gracias por tu comentario.

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